.+.+.+.+.+.+. Las habitaciones de atrás y la perfección irreal.+.+.+.+.+.+.
En medio de su respiración
pausada y el sonido metálico de las teclas al escribir, el editor exhaló una
bocanada de humo. El resoplido buscó parecer seguro, pero no pudo evitar su
naturaleza cansada, de un ansia por que esta pausa sea la definitiva. Sus dedos dejaron de teclear y
reinó un absoluto silencio. Retiró el cigarrillo inacabado de su boca y lo
aplastó en el cenicero, repleto de cenizas y cigarrillos nunca terminados, al
igual que su obra.
Tal vez fuera alguna
patología, un problema psicológico el que le impedía siempre terminar algo. Si
no, su exquisito juicio, que nunca estaba contento con lo que tenía y solía
desconfiar absolutamente de todo, al punto de impedir la resolución de un
camino que, desde ya, se tornaba imperfecto.
Su obra apestaba, sí y él
era consciente de ello. Su prosa carecía de perfección, si no del ímpetu
necesario en cualquier obra para perfilarse como buena. Era víctima de su
propio juicio, un juicio ácido que muchas veces lo molestaba por lo
injustificado, por la influencia de estar durante tanto tiempo trabajando para
un hombre cuadriculado. Por todo eso, su obra apestaba, y eso lo molestaba, el
no poder decidir sobre sí mismo, el haberse convertido poco a poco en algo que
no podía sino detestar. Era una tragedia, así lo creía, un destino del que le
sería imposible escapar jamás.
Por ahora, quedaba ocuparse
de lo realmente importante, y dejar que su obra, perfecta, quedara para siempre
en su mente, irrealizada, incapaz de ser superada por lo real.
Silencio. Reinaba el
silencio hasta que frunció el ceño, murmuró lo escrito y decidió lanzarlo a la
papelera. Otra vez insatisfecho.
Del otro lado de la puerta,
una voz femenina lo llamaba “Amor, ¿duermes ya?”, y tras pensarlo, su respuesta
“Ya casi termino”. La misma mentira de siempre. Tomó el paquete de manuscritos
que tenía encargados por su cuadriculado jefe y se fue a la cama, a dormir,
según él, él, que nunca ha podido siquiera terminar de dormirse.
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Portada de "Las habitaciones de atrás" |
Su mujer se encontraba ya en
cama, adormecida por el cansancio, arropada con las sábanas y encogida sobre sí
misma, de tal forma que no había para él nada con que cubrirse del frío. “Siempre
haces lo mismo mientras duermes”, pensó casi con resignación y la miró con
ternura al recordar que siempre que despertaba se encontraba él cómodamente
abrigado, pero era una ternura incompleta, como todo en él. Se buscó un abrigo
largo y se metió a la cama. Ahora al menos tenía con que cubrirse. Cogió el
paquete con los manuscritos y sorteó un orden de lectura según la impresión que
le provocaba cada uno de los títulos. Uno le supo a aventura, otro más a
conflictos sociales, y un último, titulado “Las
habitaciones de atrás”, no le supo a nada.
Era tarde y los temas
sociales terminarían dopándolo de la preocupación y aversión que le provocaba
la realidad en sí misma durante el día, así que apostó por la aventura. De la
nada no hay mucho que decir.
Leyó furtivamente sus
páginas, pero sintió pronto que algo le hacía falta, lo cual interrumpía su
lectura eventualmente, y dirigía la mirada a la lámpara, a su esposa, a los
manuscritos restantes, y a aquél con el título nada atractivo. “Las habitaciones de atrás”, en un primer
momento no le supo a nada, pero ahora le sabía a misterio ¿Novela policial? No
tenía idea, pero el título era malo, y si no lo fuera, necesitaba cumplir con
su orden. Leería primero aventura y luego decidiría entre lo misterioso y lo
social.
Pero el libro continuó
asechándolo, fastidiando su campo visual a cada segundo, apuntando directamente
hacia su subconsciente para que volteara a mirarlo. Un manuscrito curioso, a
decir verdad. Debía terminar su primera lectura, era cierto, pero ¿cuándo fue
la última vez que terminó algo? Le es imposible contestarse y continúa.
Poco a poco, Las habitaciones de atrás se desliza
hacia las manos del editor y se coloca en posición de lectura. Una vez más ha
abandonado una tarea, mas de aventuras ya ha leído mucho, y esta historia se
parece mucho a las demás. No hay nada nuevo, pero tal vez lo haya en la peculiaridad
de Las habitaciones de atrás.
Efectivamente, algo nuevo
desde la primera página ¡Un diario!, alguien debía haber confundido el manuscrito
con su diario personal. Cerró de pronto, como si estuviera haciendo algo malo,
y se dirigió una vez más al libro de aventuras. No, la verdad es que el editor
no soporta la curiosidad de leer “Las
habitaciones de atrás”. No hay forma de que alguien envíe su propio diario
a una editorial, si lo considera secreto personal.
Anna Frank, la autora,
parecía haberse convertido en una niña. Así se representaba, una niña judía que de pronto tenía un diario y escribía lo
que le pasaba en su vida diaria. Una niña normal, con muchos admiradores, un
gato y un diario al que llama Kitty, añorando a una antigua amiga. Y solo eso…
¿Tiene algo de nuevo, interesante? Era judía, estaba fechado en 1942, época de
la persecución de judíos por los nazis. Era judía, y lo decía abiertamente a su
diario, su único confidente. Pensó por un momento en lo que esto suponía, un
personaje como tal, tan bien construido. Le parecía por momentos que escuchaba
a una pequeña parlanchina. Revisó las últimas páginas, llegaba hasta el año
1944.
Un editor cristiano leía a
Anna Frank, una escritora desconocida, y se maravillaba y conmovía por sus
palabras, y por su creciente pasión por las letras. Vio cada etapa suya, cada
enojo, cada ilusión, cada preocupación, hasta la más mínima, mientras vivía en Las
habitaciones de atrás de un edificio. Pero algo le hacía falta. Terminó el
manuscrito sin saber qué sucedería luego con esta niña. Quedó cautivado, y con
las ganas de saber si ella estaba viva, con las ganas de saber si era real o
no. Lo agobiaba saber que aunque parecía incompleto, ese diario no necesitaba
nada más. Que el mundo vertido en él era suficiente para justificarlo, y su
verosimilitud, su realidad que parecía irrefutable y conmovedora.
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Anna Frank |
Anna Frank, él debía
conocerla. De hecho es una buena mujer escritora, y si todo fue real, una
jovencita con un futuro prometedor en las letras.
Con estas ideas terminó por
dormirse, y al despertar se encontró, como siempre, muy bien abrigado, y a su esposa que iba y venía,
arreglándose para el trabajo, y llamándolo a levantarse con un beso. “Dejaste
la lámpara encendida”, le dice. Él lo sabe, siempre lo ha hecho.
Ya en el trabajo, con los
manuscritos, recibe una llamada de su jefe. Las habitaciones de atrás deben ser
devueltas de inmediato, su dueño vendrá por ellas. “¿No se publicará?”, insta
el editor, seguro de sí mismo. “No se deje engañar por estos, nadie publicaría
tremenda inmoralidad. Es un hombre haciéndose pasar por una mujer”, mientras le
entrega el texto a su secretaria. El editor quedó sin palabras y retomó su
trabajo. En la oficina, continuaría su lectura de aventuras.
— ¿Señor Otto? ¿Otto Frank? —su jefe ha recibido muy pronto
una llamada de su secretaria—. Sí, entréguele su manuscrito.
El editor voltea y se dirige
a la salida. Aquél hombre, de apellido Frank, como Anna, ¿sería él el autor?
¿Sería verdad lo dicho por su jefe? Su curiosidad lo arrastró rápidamente hacia
la salida, para alcanzar a Otto Frank, aquél que era dueño de dichos
manuscritos.
Cuando estuvo cerca, las
palabras faltaron. “Otto, Otto Frank”, se limitó a decir, y el hombre volteó.
Tenía una expresión seria, mas no de resignación, a pesar de que su manuscrito
hubiera sido rechazado. Parecía tener una gran fuerza de voluntad que le
impedía darse por vencido. Al no escuchar más, Otto volvió en su camino.
— Señor Otto… —vuelve a verlo—, ese libro merece publicarse…
— Gracias, caballero.
— ¿Es usted el autor?
— No... Ella… Ella está solo aquí ahora —dijo, con un poco
de nostalgia, señalando el manuscrito, y retomando su paso hacia la salida—
Permiso.
El editor no volvió a
llamarlo. Estaba satisfecho con saber que era real. Ella estaba solo allí
ahora. Ya era imposible conocerla de otra manera, pero él la había podido
conocer. Y a su tiempo, comenzaría realmente a escribir su obra, una real que
se atreviera a desafiar en cualquier momento a la perfección.
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Bien, eso ha sido todo. Gracias por leer.
Ana Frank,la escritora juvenil insigne del siglo veinte, su familia huyó de Alemania para refugiarse en Ansterdam Holanda, viviendo prisioneros en un buhardilla escondidos sus padres y su hermana mayor Margot, huyendo de la policía secreta Gestapo Alemana. Esta insigne escritora dejo un legado universal en letras jamás comparado con otros escritores, a pesar de ser sólo una niña de 12 añitos, dejo escrito en su diario "Kitty" las letras más conmovedoras de la literatura universal, debido a las precarias y adversas condiciones adversas como fueron escritas prisioneros del horror nazi, sin embargo, la calidad y profundidad de su diario, nos enteran y aclaran de los horrores que sufrieron los hermanos judíos en el llamado holocausto de la segunda guerra mundial, cerca de seis millones de personas de orientación judía fueron exterminados por asfixia, hambre, FUSILAMIENTOS, cámaras de gas, enfermedades no tratadas sin asistencia medica, inanición , Y torturas, en los famosos Campos de Concentración, el más ilustre el de Auschwitz, y Bergen Belsen donde la tifus acabó con la vida de esta ilustre jovencita. Gracias a su coraje y determinación la humanidad tiene un legado de conocimientos de incalculable valor literario, histórico y contando el oscuro episodio ocurrido en el planeta y que nos sugiere y alerta que jamás debe repetirse.
ResponderEliminarNingún escritor ganador del premio Nobel de literatura, o cualquier otro premio literario, ha sufrido, ha estado en las mismas condiciones y vivencias sufridas por la jovencita Ana Frank, sin embargo, y a su determinación y constancia en su Kitty diario, nos enteramos de la maldad nazi que sigue estando presente en algunos oscuros corazones y que deben ser eliminados y exterminados por lo peligrosos que son y el inminente peligro que representan.
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