Hola, soy Ariana. Tal vez algunos me conozcan, especialmente los que siguen la historia que escribe Zack :) Y seguro se preguntan por qué estoy yo publicando una entrada suya, pero no se asusten, no se ha muerto, no lo creo capaz de morir antes de terminar la historia que tiene pendiente... al menos yo no lo dejaría morir. Así lo atormentaría xD Ah, es cierto, provoqué una pregunta. La respuesta a ella es que me lo encargó porque no iba a estar disponible a la hora para publicar el nuevo capítulo, que es ya el número 11 (él le dice undécimo :D). Me habló antes de cambiar el día de publicación para hacer las cosas más sencillas debido a que no quiere confiarme el trabajo de la publicación, pero parece que no ha tomado una decisión al respecto aún. Así que por eso estoy aquí yo publicando hoy este nuevo capítulo, el 11. Me agrada poderme dirigir a ustedes, y espero poder hacerlo en otra ocasión. Pero por ahora ya terminó la introducción al capítulo. Espero que a juicio de Zack no me haya excedido ^^º Les dejo el capítulo.

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo undécimo.+.+.+.+.+.+.


Poco a poco, cuando todos hubieron visto la actitud animada de la locomotora, se fue haciendo silencio.
“¡¡¡¡Fiiiiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu…!!!!”, silbaba. Un gran “¡Oh!” por parte del público y un paso hacia atrás. Luego el silencio, un paso hacia adelante, y nuevamente lo mismo. Algo de nunca terminarse si el hombre de negocios no intervenía.
El hombre de negocios, que vestía smoking, salió de entre la multitud, se quitó el sombrero, se dirigió a los rieles y, siguiendo el camino que le trazaban, dio pasos seguros hacia la locomotora hasta encontrarse a unos dos metros. Hubo un gran silencio. Nadie tenía idea de qué era lo que iría a hacer aquél extraño hombre de negro en ese momento, pero tenía un aura de hombre experimentado, de gran labia y un espléndido poder de convencimiento. Parecía no temerle a nada, ni siquiera a que la locomotora avanzara y lo arrollara —amén de que se cumplieran las habladurías de cierta mujer. Salvo que esta vez no podría culpar al conductor.
El silencio seguía. El hombre rebuscó en su saco, cogió un cigarrillo y luego un encendedor. Hizo fuego. Fumó.
— ¿Gustas de uno? —preguntó.
— Eh… Sí, gracias —se acercó el conductor.
— No era a usted, señor —el conductor retrocedió. El hombre de negocios guardó el encendedor y en ese momento se escuchó un gran silbido, seguido de muy continuos parpadeares de las luces delanteras—. ¿Será Morse? —pensó en voz alta, dio vuelta hacia la multitud, que seguía inmóvil—. ¡Hola! —dijo de pronto—, tal vez creas que estoy loco al hablarle a una locomotora. Yo pienso lo mismo. Pero he venido a negociar, así que dejemos eso a un lado. Tengo cosas qué hacer, ¿sabes?, y no puedo estar perdiendo mi tiempo por el capricho de una locomotora parlante. No te lo tomes a mal, pero así es como están las cosas ahora: nosotros perdemos tiempo, tú no ganas nada… ¿O piensas (si es que acaso eres capaz) que conseguirás algo con esto? Es ridículo. No pasará nada. Seamos breves, ¿está bien? Toda esta gente está impaciente —se oyó un nuevo silbido—. Oye, tranquilízate que esto no es un circo de rarezas. Pongamos las cosas en claro. Éste—cogió el cigarrillo y se lo mostró—, si eres capaz de verlo, es para hablar de igual a igual. Yo también soy capaz de echar humo, mira. ¿Le faltarás a un hombre que considera tu naturaleza antes de dirigirse a ti? Eso sería horrible, te lo digo…
Y continuó hablándole por un buen rato. De pronto, ésta ya no silbaba ni echaba humo. “Buen trato, amigo. Veo que nos entendemos”, decía el hombre de negocios. La gente lo ovacionó, o eso creyó él, como si se tratara de un héroe. Él tiró el cigarro ya consumido al suelo y lo pisoteó. “Así es como se hacen negocios, hombre. Trate mejor su capital” se dirigió al conductor. “Ahora sí, vamos todos, pueden entrar. Retomaremos el viaje” gritó éste como ignorándolo.
— ¿Cuánto tiempo hemos estado varados? —preguntó Ariana a su padre ya dentro del tren.
— Ehmmm… casi dos horas —contestó mientras miraba su reloj pulsera—. No hará mucha diferencia, no creo que tu tía se enoje. Pero ya podremos llamarla cuando lleguemos, no te preocupes —adquirió una actitud pensativa—. Una locomotora animada… Vaya… Debe haber sido una ilusión colectiva, seguro algo le falló… Porque, si era verdad…
— Yo la oí silbando…
— Sí, hija, todos la oímos y nos sorprendimos bastante.
— Pero decía algo en su silbido.
— No. Para nada, solo era un simple silbido. Solo no entiendo la locura del hombre del smoking.
Pero Ariana no lo sentía así. Ella había escuchado algo especial en los silbidos, y creía que el conductor también, y probablemente el hombre del smoking. No era seguro, pero no había otra forma para que el conductor le estuviera hablando a un objeto que se suponía inanimado. A menos que estuviera loco, claro, o que le tuviera mucho cariño a la máquina. Entonces ella sería la loca, porque sería la única capaz de escucharlo. Ya no era raro para ella con todo lo que había visto esa mañana en el museo, pero esto era diferente… Esto afectaba a todos, todos podían ver que el tren silbaba por cuenta propia. Solo esperaba que a su padre le hubiera faltado atención a aquello. Así no sería  una enferma mental.
Sin embargo, estaba tanto tiempo divagando que no se daba cuenta de que el tren no avanzaba. Y tal vez todos hayan estado en lo mismo hasta ese momento, porque nadie lo advirtió, que el tren tardaba demasiado en partir. Sonó un silbido, señal de movimiento, volvió a sonar de inmediato. Las nubes de vapor pasando por las ventanas… pero nada más que eso. El tren no se movía.
— ¡¿Qué demonios?! —exclamó el hombre de negocios.
Parecía sorprendido, algo avergonzado. Sentía que hacía el ridículo… Y no era raro, acababa de hablar con una locomotora por un tiempo prolongado, de vanagloriarse de sus dotes de orador y su gran capacidad de convencimiento frente a un gran público. Estaba derrotado, ridiculizado. Sentía que no servía como negociante.
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Eso ha sido todo por esta semana. Muchas gracias por leer este capítulo. Adiós ^^
Sin entrada pensada, ni moscas a mi alrededor.
Ya se me ocurrirá algo.


Cartas Azules: Desde algún desierto oriental
(Sin distancia que recorrer.)
«¿Crees que te llevarás bien con mis hermanos?» «No lo sé, pero hay que hacer el intento, ¿no? Además, a hierba mala no le pasa nada malo.» «Así no va el dicho, tonto.» «Y yo no creo que ellos me quieran matar… ¿o sí?», reímos. «¿En serio quieres estar conmigo?», preguntaste. «¿En serio me quieres?» Dijiste que sí mientras asentías con la cabeza, eso parecía confirmar la sinceridad de tus palabras. «Entonces no digamos más… Yo te quiero, Alison.», no dejé de verla a los ojos, esos negros ojos. Fue entonces que nos acercamos, y al instante nuestros labios se encontraron en un beso interminable, tanto que cuando dejé que nos diéramos un respiro no quise que se desperdicie el momento y volví a hablarle a tus labios. Al diablo con el oxígeno, tú eras todo lo que necesitaba, Alison.
Hola, te saludo. No pregunto por tu estado actual, pues lo más probable es que no me respondas, digo lo más probable porque de algún modo quiero mantener la esperanza, pese a que, muy dentro de mí, sé que es en vano hacerlo.
Por las primeras líneas de este escrito te darás cuenta de que extraño mi vida anterior, los momentos que pase al lado de Alison: buenos tiempos. Simplemente diré que la pase bien para no entrar a detalles, detalles que recuerdo muy bien, detalles de historias que me gustaría revivir. Siento algo de impotencia y decepción.
Cambiando de tema, y regresando a donde la historia debe continuar, déjame decirte que me costó mucho entender ello, que estoy lejos y sin distancia que recorrer. Día tras día miraba el cielo con la esperanza de ver cosas que no veía en tierra, antes. Mi único punto de referencia, la persona con la que compartía el mismo idioma (Gabriel) era de ayuda para no perder los recuerdos de mi personalidad. A las demás personas no las entendía, es más, ni trataba de hacerlo; mis vestimentas eran distintas, mi apariencia lo era, mi cultura también, además no quería llegar a familiarizarme a ello, asumir una cultura impropia, como lo hizo Gabriel. Pasé alrededor de un mes pensando en lo posible de todo esto. Recordé las películas, al menos los pocos trailers que vi, en las que un tipo viajaba al futuro con una máquina, otro que usaba un auto para ir al pasado y futuro, una en la que eran enviados al pasado por extraterrestres o por algún “flujo”, o como se le llame a esas cosas. Ahora pienso que no todas eran películas… Eso ya no importa, no hay manera de verificarlo. Me causa cierto alivio, supongo que tanto como a Gabriel, que yo no sea el único al que le ha sucedido esto – digo, sería horrible no tener con quien compartir esto –. Debes pensar que estoy siendo muy egoísta, no te culpo por eso.
Gabriel dijo que llegó a una gran ciudad, que la abandonó rápidamente y que había dejado sus pertenencias ahí, cosas que le gustaría tener ahora. A mí me hubiese gustado despedirme de Alison, al menos eso de no solucionar nuestros problemas; pensándolo de otra manera… me hubiese gustado traer algunos discos y algo con qué reproducirlos, porque si no sería absurdo tenerlos, ¿no creen? Aunque pensándolo bien no deja de ser absurdo traer un reproductor sin tener donde conectarlo. Alison tiene razón, en ocasiones soy un tonto. Fui su “tonto”. Sonrío.
Me dijo Gabriel que aprendió el idioma de este lugar escuchando a las personas de la casa contigua (por no decir los vecinos de este improvisado vecindario), eso es fácil porque en esta especie de pueblo sobre el desierto las casas están “asinadas” (palabra que aprendí de Gabriel y que no sé como escribir) y es imposible no enterarse de todo – claro que primero debo aprender el idioma –. Dijo que le recordaba a Frankenstein toda esa escena. Lo primero que se me vino a la mente fue la imagen de Gabriel siendo perseguido con antorchas, azadones, horcas, guadañas por todos los pobladores (imaginé que eran campesinos). Pensándolo bien ahora puedo ser yo el Frankenstein de Gabriel, ya que de alguna manera él me dio algo de vida. (¡Está vivo!)
Con el tiempo aprendí el idioma, no por mucho interés propio, sino por inercia. Creo que caigo en la costumbre sin quererlo. Aprendí a pedir agua, a preguntar por el clima, a preguntar por el baño y muchas otras frases y sustantivos útiles. Nunca aprendí a escribir en este idioma, la escritura no es algo que se practique por aquí, además ¿a quién le escribiría? (por cierto, no querrás saber sobre qué estoy escribiendo).
La gente, aquí como en muchos lugares, trabaja – no sé por qué me gusta decir obviedades –, Gabriel sale de tardes a generar cierto tipo de ganancias, yo soy tan útil como niño de preescolar (quizá menos). Hay que aprender el idioma, ¿no crees?
Y así, entre proezas y destrezas me he mantenido.
Una de esas mañanas, temprano – así considero a las 9 de la mañana, no tengo despertador que me ayude con esto –, encontré una “carta” (nuevamente no quiero decirte sobre qué la escribió) en la que decía que volvería dentro de unas semanas, como 4 meses.
“Cuatro meses de soledad, sin nada en qué pensar, sin cosas que decir, sin nadie que me oiga”, pensé. Y me fui esfumando en la habitación de esa casucha, no tenía nada, y me fui refugiando en los viejos demonios, en los problemas sin resolver, problemas que no tiene caso resolver en teorías ya que en la práctica nunca será usada, pero tengo que ocupar la mente en algo, no quiero enloquecer antes de tiempo.
«Siento que eres algo cortante conmigo.», dijo Alison en cierta ocasión. Ahora me doy cuenta de que tal vez sea verdad pese a que lo haya negado muchas veces. «No, para nada. Cómo podría serlo contigo». No ha sido la única persona que me lo dijo, ahora pienso que tal vez hayan tenido razón, pero me defiendo y diré que no fue mi culpa. Lo que sucede es que de niño me enseñaron a no extrañar, ¿cómo?, mi padre nunca abrazó al suyo, no le dio un beso ni le dijo “Te quiero”. Probablemente por eso me cuesta mucho decir ese tipo de palabras cuando no las siento. Es por eso que se me hace un nudo en la garganta, es por eso que mancho mi boca con palabras forzadas, pero descuida Alison, siempre tendré palabras sinceras para ti, pese a que ahora no las puedas oír. “Te quiero”
«Tal vez esto que diga suene romántico, no pretendo serlo ya que para eso tenemos poetas y demás, pero alguien dijo una vez que mientras exista una mujer hermosa habría poesía, que la acusó de serlo y que por un beso suyo no sabría que dar. En estos momentos esa persona pretende ser yo. Yo de ti», dije tratando de suavizar el momento. Mentiría si dijera que fui yo en ese momento, saqué eso de un artículo. Ahora ya no hay modo de enmendarme, estás lejos y de no regresar a donde debería estar, creo que todo esto habrá terminado.
Luego de pensar en eso, y de seguir pensando y pensando, las luces se apagaron en la habitación. No quise generar fuego que me ilumine. Esa noche solo quise dormir y no despertar. Solo oía el viento a lo lejos, y detrás de ese silencio oí más y más, luego oí tiempo y…
It's over
You don't need to tell me
I hope you're with someone who makes you
feel safe in your sleeping tonight
I won't kill myself, trying to stay in your life
I got no distance left to run…

¿ Alguna vez han sido acosados? ¿No han sentido esa sensación extraña y desesperante de que los siguen muy de cerca sin que ustedes se den cuenta? ¡Es horrible!, ¡horrible! Deben haber pasado por ello alguna vez, ¿verdad que sí? Vamos... digan que sí [ D= ] Digan que... que... [ O.O ] ¡Malditos! ¡Ya los descubrí! ¿Qué tanto siguen mis letras? ¡Acosadores! Son unos acosadores... Tengo miedo...[ T_T ] Pero ya verán, ya verán... me vengaré algún día.
Por mientras, iré con Ariana... ella seguro no me acosa [ u.u ]

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo décimo.+.+.+.+.+.+.


El sonido de las ruedas avanzando, la sensación de estarse moviendo sin moverse. Un silbido chimeneesco. El pasar lento y mínimo de nubes de vapor por las ventanas, y las nubes desaparecen mientras la sensación de moverse es mayor y se hace cada vez más normal, más inmóvil. Gritos, ovaciones, llantos: despedidas. Era imposible evitar todo eso al viajar en tren. Formaba parte del viaje. Y Ariana imaginaba que si algún día faltaban las despedidas, algún hombre cuerdo saldría a reclamarlas. Eran parte del viaje. Por algo se pagaba. Y ella lo veía hermoso. Un genial cuadro de un excelente pintor. La nobleza humana en una de sus expresiones más nobles, por redundante que esto suene.
El tren pronto se alejó lo suficiente de la estación, cortando de una vez todas las despedidas —posiblemente le fastidiaba que los humanos se despidieran todo el tiempo con las mismas lágrimas, los mismos gemidos, las mismas palabras, o tal vez él mismo no podía soportar el sentimentalismo humano, que estaba por contagiársele y hacerlo llorar. ¿Y quién ha visto un tren llorón? Tal vez podría venirnos a la mente el silbido antes de la partida. Tal vez podríamos preguntarnos “¿será que llora?” Pero el hecho es que el tren ya había partido y las despedidas quedaban atrás.
Encontró divertidas las conversaciones con su padre. Él estaba muy entusiasmado —bastante. Hasta hacía muecas con las manos mientras le contaba sus días en el trabajo o sus aventuras juveniles cuando iba al campo con sus amigos—. Ariana reía y le hacía preguntas. Todo era tan normal como debía serlo siempre. Pero no lo fue por mucho. Es decir, no es que un llavero de dodo saliendo del bolsillo del pantalón de un hombre sea algo raro, lo raro era que se movía y paseaba por el asiento y regresaba a él. ¡Y no cargaba baterías! Ariana pensó que causaría un alboroto si el llavero se escapaba y era visto por otros, sin embargo, solo seguía la ruta hace poco comentada, y a veces parecía escuchar la conversación. Así que no le prestó atención, pero empezó a perderse entre las palabras de su padre.
Ciertamente, llega un momento en una conversación en el que todo pierde el sentido y empiezas a querer silencio. Eso le pasaba a Ariana, aunque no lo quisiera, pero ya estaba algo hastiada de las historias de su padre. Eso la hacía sentirse mal con él, pero era inevitable.
Entonces fue que pasó. El silbido —o llanto— del tren, la sensación de ir en reversa, las nubes nuevamente visibles… y el tren ya no se movía. Y comenzaron los murmullos, que pronto se convirtieron en conversaciones altisonantes y, por momentos, en gritos —estos últimos por parte de gente bastante apurada—. “¡Ay, Dios mío!, ¿qué habrá pasado?”, decía una anciana, “Ojalá no se haya averiado”, un joven con sombrero de scout, “No creo que sea tan grave, seguro en un momento vuelve a andar”, un hombre de negocios, que parecía querer calmar a los que estaban cerca de él. Pero no volvía a andar, en serio. Todo el mundo dentro del tren se preocupaba por la situación allá afuera, pero nadie sabía nada. Solo escuchaban, por momentos, el silbido del tren. “Debe haberse vuelto loco el conductor, ¿qué hace tocando eso a cada momento?, ¡me crispa los nervios!”, la misma anciana, “Señora, no se preocupe, ya verá que partiremos pronto”, nuevamente el hombre de negocios, que se había levantado y dirigido hacia donde la anciana. Al parecer, temía que provocara histeria colectiva, y no era algo justificable porque, según él, el tren se movería pronto.
Ariana, como muchos, observaba por su ventana, esperando ver algo que le ayudara a comprender la situación, pero no había nada de eso, solo a veces lograba ver la sombra de un hombre haciendo una serie de gestos con las manos, muy probablemente el conductor.
La incertidumbre llevó a las personas a bajar de sus vagones. Los del vagón de Ariana bajaron luego de que vieron a más gente afuera. Todos se habían ido a hablar con el conductor, a pedirle una explicación lógica para el incidente. La multitud, como vería Ariana al bajar del vagón, estaba siendo controlada por un joven que decía ser el asistente del conductor. Este sujeto les impedía a los demás pasar muy hacia adelante, como si quisiera ocultar algo.
— No es necesario que vayan hasta la locomotora. No hace falta, en serio… —se le veía algo nervioso—. El conductor se está haciendo cargo… no hace falta que vayan… —pero las personas se mostraban cada vez más enojadas, le gritaban o intentaban empujarlo para pasar más allá.
— No habrán atropellado a alguien, ¿no? —dijo una mujer— ¡Santo Dios! Por eso no nos deja pasar —el ayudante cayó en un total nerviosismo, la voz se le cortaba ahora.
— ¡N-no! —dijo reclamando— ¡Cálmense!, p-porfav-vor. No ha pasado… nada de eso… —luego se resignó. Se dio cuenta de que no podía con ellos— vayan y vean… si es lo que quieren.
Así fue que se movilizaron hacia el frente, a la locomotora, donde se suponía que estaba el conductor. Caminaron entre murmullos, algunos quejándose de la incompetencia del asistente, otros compadeciéndolo y dándole la razón, y otros más renegando de que el conductor utilizara a alguien más para “hacer de las suyas”, aunque no entendieran muy bien a qué se referían con eso. El asistente los siguió en silencio.
Cuando llegaron, no mucho después, escucharon algo insólito, además de los constantes silbidos, al parecer automáticos, de la locomotora —porque al pasar, comprobaron que nadie estaba en la cabina—. Las personas empezaban a lanzar gritos de asombro. La multitud detrás de los primeros era también curiosa y quería experimentar la misma sorpresa, por lo que empezaron a empujarse por un rato. Interesante forma aleatoria de ver alguna atracción, interesante forma de recibir golpes indirectos también, pero eso no importaba, la curiosidad está primero. Ariana, debido a este sistema de turnos, no pudo ver nada por un rato, sólo escuchaba los silbidos y la voz de un hombre, aparentemente la del conductor, que hablaba con alguien. “Vamos, no podemos quedarnos aquí. Debemos irnos. ¿No puedes dejarnos viajar como siempre?” decía, y luego un silbido. Y escuchó cosas como esa y más silbidos por un buen rato. Luego los comentarios de que el conductor estaba demente o que la locomotora estaba maldita.
Una vez el poco seguro sistema de turnos le permitió ver lo que sucedía, se sorprendió. Aquél, el hombre, el conductor, estaba conversando con la locomotora. Y ésta le contestaba con un silbido. De pronto, pudo ver también cómo los faroles se encendían y apagaban, como si fueran ojos que se abren y se cierran. Y, luego de escuchar tanto los silbidos, comenzó a comprender que no eran simples silbidos. El hombre no estaba loco, de verdad hablaba con su locomotora.

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¡Ya! ¡Ya! Basta... no me sigan [ u.u ]
Bueno, dejando a un lado el tema del acoso... Gracias por leer. Adiós [ >=) ]

Ha sido horrible, señores, lo lamento. Hasta hace un rato peleaba con el código Html del blog... Por suerte he ganado y estoy vivo. Si no, no podría mostrarles cómo continúa Ariana, esta historia inconclusa que empezamos un día con la intención de darle un final que todavía no encuentra. Ha sido brutal: scripts por aquí y por allá, luego los "<>" y los "/" y "\" y todas las cosas misteriosas que hacen fácil la vida de un programador web. Lamentablemente no soy un programador web y la vida no es fácil... Ja! ¿Pensaban que iba a pseudofilosofar con respecto a la vida y creerme lo peor del mundo? Pues no. Tienen mala suerte hoy [ >=) ] Todo está bien, incluso Ariana, si no, mírenla...

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo noveno.+.+.+.+.+.+.



El tiempo pasaba y ella guardaba en sí una gran desesperación que era imposible de demostrar. Pedir auxilio resultaba inútil, porque nadie la escucharía, y tampoco podía moverse. Inútil, inútil. Todo era perfecto. No tenía cómo escapar. Pensaba, por momentos, que desearía que el anciano reapareciera. De esa manera podría tomar venganza. ¿Pero qué venganza? Si ahora estaba imposibilitada de cualquier cosa. Luego temía y deseaba que nunca lo hiciera. Pero, ¿si resultaba todo aquello un malentendido o una lección de vida por parte del anciano?, ¿qué pasaría?, ¿la regresaría a la normalidad? Al final, concluía que solo podía esperar a esto último. Regresar a la normalidad.
Sonó una campanilla —podía escuchar, sí, y ver, además de pensar. Era lo único que podía hacer—. Era la de la puerta principal. Ella podía ver claramente hacia allá. Tantas veces había sonado desde que fue abandonada por el anciano, ninguna de ellas fue llevada. Ya empezaba a querer que la compraran, por muy raro que esto suene. Era producto de la soledad.
Aunque no estaba completamente sola. El hombre de la radio siempre salía a vigilar la tienda y, algunas veces por semana, como esta vez, un joven estudiante trabajaba como ayudante. Escuchaba las conversaciones entre ambos, sus soliloquios… Observaba a los clientes, también los escuchaba. Y así se le pasaban los días.
El hecho es que en ese momento sonó la campanilla y por la puerta entraron una mujer y su pequeña niña. La niña tenía los ojos llorosos y parecía haber empezado a calmarse al llegar a la juguetería. La madre era una mujer de muy buena presencia, pero con un porte un tanto arrogante.
—Muy buenas tardes —dijo el joven ayudante. Justo en ese momento salió el tipo de la radio, a supervisarlo todo, y por si era necesario, y se colocó detrás del mostrador—. Bienvenidas. ¿Busca algo en especial?
La mujer no contestó. Miró al joven de pies a cabeza y siguió su camino jalando del brazo a su hija, que se vio obligada a seguirla. Dieron vueltas por toda la tienda, como si estuvieran buscando algo que no estaba allí.
— ¿Te gusta algo? —preguntó a su hija sin siquiera verla—. Se hará tarde y no tengo tiempo para estar aquí. Más te vale escoger de una vez.
La niña señaló una de las muñecas más caras de la tienda. Era hermosa, pero no era Ariana. Ariana sintió una extraña sensación. Quería ayudar a la niña, salvarla de su madre, pero no podía, solo era un juguete.
— ¡¿Qué?! —dijo la mujer de pronto—. No tengo tanto dinero como para eso—bajó la voz—. Anda, escoge otra cosa.
La niña se encogió en sí misma y comenzó a llorar con fuerza. El hombre de la radio fue a su rescate.
— ¿Sucede algo, señora? —cuestionó.
— A esta niña le gustan las rabietas. Debe aprender a comportarse —y luego se dirigió a la niña—. ¡Mira qué vergüenza! No puedes hacerme mañas aquí. ¡No, señor! Ya te dije que tengo poco tiempo. Cálmate de una vez.
El hombre de la radio comprendía la situación, así que calmó a la niña con unos dulces que sacó de su bolsillo. “Eran para la tarde, pero creo que a ti te hacen falta” le dijo. Luego la alzó en brazos con el permiso de su madre y empezó a divagar con ella:
— Entonces necesitas a una amiga, ¿verdad? —la niña dejó el llanto— Lamentablemente la muñeca que quieres es demasiado cara. Pero, ¿sabes? Hay muchos otros juguetes. No todos son iguales, pero cada uno es especial en sí mismo. Todos ellos harán su mejor esfuerzo por hacerte compañía. Puedes escoger el que quieras, no habrá problema. Sea lo que sea, tienes asegurado un buen amigo.
— Vaya técnica de mercadeo… —murmuró la mujer. El hombre de la radio le sonrió, como si asintiera, o como si se burlara de su comentario. Es obvio que la mujer entendió lo primero. Le convenía pensarlo así, aunque no fuera cierto. ¡Ah!, claro, el joven ayudante. Él se había quedado observando todo como embelesado hasta que la mujer hizo su inminente comentario. Entonces se fue a otro rincón de la tienda a verificar el orden de los juguetes—. Entonces será lo mismo con cualquiera, ¿no? —paseó su mirada por todos los rincones—. Entonces que sea ésta —y cogió a Ariana, que era una de las de mediano precio.
La niña no parecía muy contenta, pero al menos estaba tranquila. El hombre de la radio concretó la transacción y ambas salieron de la juguetería. Ariana era sujetada del brazo y colgaba como… como… un colgante. Se sentía, aunque aquello no le causara vértigo o fatiga alguna, bastante fastidiada al mismo tiempo que desdichada. Había sido comprada por una mujer odiosa y su hija malcriada. Era lo peor. Estaría lejos de la juguetería y esperar al anciano ya era algo imposible. Él nunca sabría a dónde fue, y tal vez ni siquiera le importara buscarla.
Sin embargo, Ariana no permaneció todo el tiempo colgando de la mano de la niña. La mujer tenía un auto y se irían en él. Hizo que la niña subiera y se aseguró de que la muñeca estuviera con ella, luego dio la vuelta y también subió. Le colocó el cinturón de seguridad contra su voluntad.
— ¡No quiero! —decía.
— ¡Tienes que ponértelo! O te quitaré la muñeca —pero parecía no importarle mucho la muñeca, porque se la tiró en la cara. La mujer ardía en cólera. Forcejeó con su hija para ponerle el cinturón. Lo logró. Acto seguido, encendió el auto. Aún tenía la muñeca en la mano—. Será mejor que no la veas hasta llegar a casa.
>>Se ubicaron uno frente al otro, porque a ambos les agradaba mirar el paisaje por la ventana —sí, ambos al lado de la ventana—. Y, cuando menos lo esperaban, el tren partió.
Y tiró a Ariana a los asientos traseros, lejos de ambas, pero tan cerca de ellas que llegaba a asustarla.

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¿Creen que estoy demente? Me parece haber preguntado esto antes. Supongo que el tema me pone demasiado ansioso. Pero ya. Ariana está aquí y allá. ¿Qué creen que suceda ahora? En fin. Contéstense a ustedes mismos. Gracias por su lectura. ¡Adiós!

*Ship* No sé, los tiempos se hacen lejanos y parece una eternidad desde la última vez que publiqué. Las pruebas internas para la Universidad pueden ser una molestia, hay que estudiar y eso... Hay que revisar temas olvidados, hay que comer chocolate... Te tienes que bañar. Saben... cuando dejan caer agua en su cuerpo y eso... Es horrible. Me dan miedo.
En fin, de esto nació un relato, no podemos decir que es su hijo ya que lo dio en adopción y ahora es mi hijo. No me siento muy orgulloso de él, es feo... sí, feo.

--------Prueba del infierno (Pacto de admisión)---------

Veinte pasos lo separan de su travesía, pero esta no es cualquier travesía, es la que decidirá quién será él en el futuro. Sus piernas tiemblan un poco, y ve nerviosamente a sus alrededores; otro, más tranquilo, observa a todos como si los monitoreara y se recuesta en la pared.

“Él no sabe lo que le sobreviene”, piensa el primero y se concentra en agarrar su lápiz número dos nerviosamente.

El segundo tiene puestos los auriculares, conectados a su celular, en sus oídos. No escucha nada ya que el celular permanece apagado, pero se ve bien, y les hace pensar a los demás que no puede escuchar lo que dicen.

El portal se hace gigante a la vista de algunos, con un diseño aterrador que te hace pensar en alas de murciélago, un aura morada, y un humo negro. Se oyen risas burlonas, risas de gente que llora, sollozos y una orquestra angelical tocando nerviosamente al otro lado de la puerta. Han perdido sus alas, sus halos, sus alas… preciadas alas.

El violín de uno de los ángeles desprende humo, su túnica se desgarra lentamente. Un demonio enano le lame el cuello, susurra cosas y ríe. Ríe triunfante. Las manos sangrantes del chelista se van descomponiendo, vive el proceso de descomposición, y el primer humano en la lista entra al salón se pregunta si podrá vivir con eso. Luego recuerda que hay algo más importante, sentarse en la primera silla de la última columna. Sí, eso viene primero.

El espaldar le parece frío y suda por el calor. Pone su lápiz entonces encima del pequeño escritorio y siente un cosquilleo extraño en sus pies, a lo que ve abajo y se asusta. Se asusta primero que nada porque se ve así mismo, luego intenta ver mejor y es él, es él… pero su mano está en los huesos, y un líquido espeso y negro sustituye al piso. Eso está mejor, piensa el de abajo, sonríe a la cara de horror de su contraparte y le levanta el dedo en signo de suerte, pero el pulgar se cae.

Ya han pasado diez personas desde entonces y el terror se va difuminando, ahora parece más pánico y la guillotina bonitamente colocada al frente del pizarrón se hace más vistosa, y en ella aparece un humano bípedo con piernas de conejo, tras él están dos sujetos encapuchados. Sus trajes negros, sus manos grises y rugosas. “¿Están muertos ellos?” Se pregunta uno, pero la cara de susto del hombre-conejo le aterra, y dirige su mirada abajo, donde brea caliente consume sus pies. Lo soportará, eso cree. Pero lo debe soportar.

Las patas del conejo tiemblan como la de muchos de los sentados. Él sí tiene valor, él sí. Bajo los escritorios y sillas ven una multitud enfurecida. La cabeza del hombre-conejo es puesta en el lugar correspondiente de la guillotina. El “clack” de la madera contra la madera, entonces recuerdan que tienen que esposar sus manos también, pero al más robusto de los encapuchados le parece mejor cortarle las manos simplemente. Un grillo le detiene, es mejor atarlo, le murmura.

El más nervioso de todos entra a la sala, acaba de firmar un pacto con el diablo. Buena remuneración la que obtendrá se dice, solo se compadece. Y la cabeza del hombre-conejo va ensangrentada hacia donde él se dirige, a su asiento y las orejas se mueven graciosamente. El demonio firmando los pactos se ríe y el hombre-conejo se queja de su sueldo, le sonríe al muchacho y le pide que lo lleve hacia donde está su cuerpo.

Las multitudes saltan furiosas buscando la cabeza del hombre-conejo, él no mira hacia abajo. Está acostumbrado a este acto, sabe que si mira hacia abajo perderá la calma, después de todo, no verá su cuerpo, verá el tumulto clamando su muerte, su cabeza, literalmente.

El muchacho empieza a llorar, la cabeza le intenta consolar, pero comprende que el muchacho es un llorica y que no tiene sentido hablarle. Le pide ayuda al muchacho de los auriculares, pero él no le ve. Él solo ve un cuarto austero y fastidioso, si no, estaría un tanto excitado y quizá el miedo le provocaría un estremecimiento. Ese muchacho, el de los auriculares, no se conoce lo suficiente.

El diablo ríe ante el alboroto de algunos muchachos, le pide a la orquestra que aceleren la cadencia. Es una orgía para los ángeles de sexo femenino, una cámara de torturas para los ángeles hombres. Mancillan horriblemente el honor de los cielos, no hay decoro en el mundo de los demonios. El alcohol etílico, quita el calor y el sudor del sexo es el regulador de temperatura natural allá abajo, en el infierno. La imagen es perturbadora a la vista, pero el morbo de algunos es mayor. Pervertidos.

Una vez el diablo dice eso (lo de la cadencia), entra a la sala y cierra la puerta. Ve claramente que no todos están nerviosos como algunos, y que otros ven con seriedad la situación. Algo grave y triste a su parecer. Dice algunas palabras a fin de enervar a algunos, calmar a otros, violar oídos y satisfacer preguntas. Otra orgía, un tanto más perturbadora, para él.

Al cabo de unos quince minutos llega su compañero con un maletín. La multitud se emociona. Sus contratos, sí. Se emociona, siente miedo, desesperación. Se conmueven sus almas y se perturban sus mentes, y el recién llegado puede percibir esto y ríe, pero intenta inhibir su risa.

Proceden a repartir los contratos, 17 hojas llenas de letras y letras. Quieren confundirlos. El plectro en el bolsillo del de los auriculares estorba en la búsqueda de su borra, acude al lápiz, a su gallarda borra.

El nerviosismo se transforma en determinación para algunos, las paredes se van tornando blancas y el dolor ya no existe. El diablo toma forma humana y el piso ya no es una multitud. La cabeza de conejo perturba a quien tiene que perturbar. La guillotina engulle el cuerpo del hombre-conejo, y los encapuchados señalan y ríen, porque acaban de ganar.

El infierno vuelve a su lugar habitual, y el canto de un pájaro distrae en ocasiones a una que otra mente abstraída. La melodía apresurada se vuelve un silencio prolongado como muchísimas redondas a lo largo de las partituras. Los ángeles ya no son torturados, porque ya ni existen para aquellos que han vuelto al mundo. Para aquellos… aquellos que ya vendieron su alma.

Respiras. Miras con cuidado. Estás decidido. Tomas un impulso y comienzas a leer esto en serio. Aunque tal vez no tan en serio, por el modo extravagante en que he comenzado a escribirlo. Pero ahí lo tienes —¿o aquí?—: ya has empezado a leerlo en serio. Sea porque te empecé a caer mal o porque crees que diré algo interesante al respecto.
Lamento desilusionarte, no diré nada al respecto. Pero sí a mi respecto habitual en este blog, a saber, Ariana.
Tal vez algunos ya estén hastiados de tanta Ariana, pero ¿qué puedo hacerle?, es una obsesión que esta historia no quede tan inconclusa como lo era al inicio. Así pues, los dejo con...

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo octavo.+.+.+.+.+.+


“No te retires de la banca. No lo hagas, o tendremos problemas…” eran las palabras del anciano que resonaban en su mente ahora confundida por la soledad. Que tal vez estaría perdida, que estaría encerrada en esa línea temporal para siempre —porque había creído desde el principio que viajó al pasado con el fin de aprender algo de ello y superar su estado de melancolía. De lo contrario, solo hubiera pensado que tenía que salir de ahí y volver a casa—, que sería una especie de fantasma que nadie nunca vería: que estaría sola hasta la muerte, si es que morir se le permitía en ese estado. Eran solo las primeras desgracias de una larga lista que parecía no dejarla tranquila. De pronto, escuchó que la puerta por la que acababa de entrar se abría.
>>— ¿A dónde quieres ir ahora? —preguntó su padre. Ariana no sabía, porque el día anterior había ido de compras a la Plaza y había paseado un poco, luego de lo cual salió a la casa de una amiga y estuvo a punto de ganarse un castigo por llegar tarde a casa. ¡Gracias a su padre estaba salvada! Y éste se imaginaba algo así debido a la actitud de su hija en ese momento—. Ya sé —dijo entonces—. Todavía es temprano. ¿Qué te parecería salir al campo?
>>Hacía mucho que Ariana no iba al campo —y lo extrañaba de algún modo—, así que accedió de inmediato con una gran sonrisa. Y esta vez no era forzada.
>>No obstante, era necesario mencionarle a De Freed sobre esto, así que buscaron un teléfono. Lo hallaron rápido: una caseta telefónica a unos veinte metros; solo hizo falta mirar hacia los lados. El padre hizo la llamada. Necesitó unos diez minutos para convencer a su cuñada, tiempo magistral considerando que la señora De Freed era bastante resistente a la opinión de los demás. Su mayor virtud, su mayor defecto. Entretanto, Ariana observaba a su alrededor: un hombre que paseaba a la fuerza a su dobermann, un niño que lloraba por un dulce, una mujer que bajaba de un taxi, y otra, y luego dos personas que parecían ser novios, y así…—esto era común. Llegó a contar, por el ocio, cerca de treinta personas que desembarcaban en el lugar—. De pronto, observó un evento bastante inusual. Mucha gente se comenzó a reunir en el centro de la plaza, como si algo digno de atención hubiera tenido lugar. Su padre la llamó.
>>— Listo —dijo sonriendo—. Ha sido arduo, pero lo he conseguido.
Era el hombre sin fantasma con un nuevo juguete entre manos, terminado, pero ella no alcanzaba a ver de qué se trataba porque el hombre era muy bajo. Solo llegaba a verle la parte superior del busto y la cabeza. Era como si lo estuviera viendo desde un lugar alto, o… como si se hubiera vuelto pequeña. La idea no tardó en poseerla y miró hacia abajo. ¡¿Qué demonios?! Estaba parada sobre un bloque verde de madera que servía para exhibir juguetes. Y sus pies… No tenía pies, solo una tela negra cubría la parte inferior de sus piernas, dando la impresión de que sí. Pero no los tenía, ni pies ni dedos ni talones.  En ese momento lo supo, que no era ella misma, que se había convertido en algo más, y le aterraba la idea de que el anciano aquél acostumbrara a hacer eso: raptar gente indefensa y convertirla en juguetes que pudieran ser vendidos. Siendo la Plaza tan concurrida debería haberlo hecho ya muchas veces. Muchas…
>>A pesar de eso, ambos emprendieron su camino a la estación de tren, que estaba a unos cuatro kilómetros de la Plaza. Sin embargo, Ariana no podía evitar voltear de cuando en cuando hacia aquella pequeña concentración de personas. “Debe de ser algún espectáculo en vivo o algo parecido. Suele pasar, no tienes por qué preocuparte” había dicho su padre, pero a ella no le convencían sus palabras. Hubiera querido ir a comprobarlo por sí misma.
>>Doblaron en una esquina y tomaron un taxi en una calle paralela a la que acababan de abandonar. El viaje no duró mucho, pero hizo que Ariana olvidara lo de la aglomeración. Incluso lo del dodo.
>>Llegados a la estación, su padre le compró una bebida y fue a por los boletos. Ella aguardaba en los asientos de espera. Nada extraño sucedió hasta su llegada. Lo más extraño había sido que se pusiera a observar atentamente, y sin parpadear, el piso del lugar. El piso estaba adornado con losetas cuadradas blancas y negras, dispuestas en un orden aparentemente estético; las líneas que marcaban el territorio de cada uno de los cuadrados desaparecían por breves segundos cuando lo hacía.
>>Su padre llegó pronto y conversaron un rato sobre la hora de salida del tren —dentro de unos quince minutos— y la aproximada hora en que llegarían a su destino.
>>Se hizo la llamada. El viaje había comenzado.
Pero no solo eran sus pies. Su cabeza también estaba inmovilizada, todo su cuerpo, excepto sus ojos —o eso le parecía, pues podía mirar de un lado a otro—. Quiso gritar por ayuda. Lo intentó, pero solo era la voz interna de sus pensamientos. Después de todo, su boca era un largo hilo que dibujaba una sonrisa. Ella era una muñeca, una muñeca de trapo. Una que a simple vista parecía un gran trabajo artesanal, pero que de cerca daba la impresión de ser perfecta. Como la mayoría de los juguetes de la fábrica.

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Esto ha sido todo por hoy. Sé que el capítulo pasó muy rápido, muy pocas cosas para un capítulo, pero no pude evitarlo. Ya verán lo que sigue en el próximo. Gracias por la lectura. Adiós!

Me he asusentado por mucho tiempo, lo sé. Probablemente no me he hecho extrañar ya que otras personas han captado su atención, pero este es el momento de redimirme. Con ustedes, algo que he pensado publicar desde hace mucho. Espero les guste, y si no, pueden irse al ..... Pero bueno, ahora, por el tiempo (espacio) que me queda solo diré un par de cosas más: ¡¡¡Ya está!!! ¡¡¡Por fin!!!

Cartas Azules: Desde algún lugar en Oriente

«¿Alguna vez te has preguntado por la edad de las estrellas? Digo, obviamente que tienen más que los hombres y demás seres vivos que podamos encontrar. En libros y la televisión dicen que tienen miles de millones, ¿o acaso se referían a la distancia en años/luz de éstas? Quizás a ambas. En fin eso resulta algo impreciso para alguien que se la pasó oyendo rock, consumiendo snacks, durmiéndose en clases y saliendo, eventualmente, con chicas lindas como…»
Guardo silencio y no me muevo. Sigo echado en la arena y alrededor de la fogata en esta noche que llama al frío. Mi acompañante en este viaje, aunque más parezco ser yo el acompañante de él ya que no sé ni a dónde vamos, sigue ocupado con sus apuntes, pieles y comida nocturna. En medio del desierto y alguna parte del Oriente – supongo –, dos hombres nos ponemos a charlar para que el fuego ni la noche hagan silencio. Gabriel me lanza uno de esos panecillos que no son panecillos a los que ya me he acostumbrado, me lo como en silencio, pese a ser horribles y que no tengan comparación a esos snacks picantes de maíz que tanto me gustaban. Al parecer no me está escuchando o es que lo he molestado con algo que dije.
« ¡Claro!, además de eso… dudo que alguien que tuvo la cabeza sumergida en centenares libros de literatura sepa algo sobre ellas…» «Son millones de años/luz de distancia. Con respecto a la edad la Biblia dice que son como unos 5 mil, pero lo más probable es que tengan más de 7 mil millones de años. A pesar de eso muchas de ellas no mueren, continúan su extenso ciclo y conservan las características de forma regular por mucho tiempo. Por ejemplo el sol que vimos hoy es mucho más joven que el que viste hace unos 2 años pero eso no marca ninguna diferencia ya que sus cualidades son las mismas.», dice mientras se acuesta junto a su camello. Ya dejó el papeleo y se dispone a descansar.
Callamos. Solo dejamos las llamas de la fogata flamear y rodear con su luz ese pequeño espacio en la noche. Oímos el viento que sopla en silencio y dejamos de sentir agrado por unos momentos.
«Lo siento. No quise decir eso…» «Descuida. Entiendo perfectamente. Ya debería estar acostumbrado a esto. Tanto como con estas… cosas. – termino murmurando mientras sostengo “el panecillo” – Buenas noches, me iré a escribir.» «No entiendo por qué quieres hacerlo.» «Te dije que era para no olvidar. – Sigo acostado en la arena. Me cubro con un abrigo viejo y le doy la espalda como buscando algo de privacidad. – Nos vemos en la mañana, Gabriel.» «Nos veremos, Morrison.»

Desde algún desierto oriental.

Comienzo a escribir esta especie de carta, digo especie porque carece de todo lo formal que debería tener: No tiene destinatario, ya que dudo que algún momento llegué a tus manos, no tiene remitente, ya que mi verdadero nombre no es Morrison (me reconocerás cada vez que me leas), no tiene lugar de origen ni fecha ya que no sé donde estoy parado (Gabriel nunca me da ese tipo de datos) y no la pondré en un sobre ya que me da pereza el fabricar uno. Sigo siendo el mismo, para tu desagrado. Sonríe, yo también lo estoy haciendo.
Llegué a este lugar hace un par de años. Lo último que recuerdo, antes de conocer a Gabriel, es que caminaba sobre el desierto y luego de eso, debido al cansancio y lo despiadado del sol, perdí el conocimiento. Una vez despierto, me di cuenta de que estaba en una especie de casucha, maniatado y que frente a mí se encontraba un tipo, el que me sacó del desierto, quien se presentó bajo el nombre de "un buen samaritano".

«Gracias por todo. Por cierto, las ataduras fueron un gran detalle. Puedes llamarme Jim Morrison», no pude contenerme y se lo dije de manera sarcástica. Al parecer, el sol no pudo contra mi espíritu. Comenzó a reír de forma calmada. Pese a eso, no pude notar la alegría que lo envolvía. Dijo que me soltaría, pero que antes tendría que hablar un buen momento conmigo. Me dio de beber algo de agua, necesitaba re-hidratarme, y comenzó con su discurso.

«Recuerdo aquel rayo, aquel estruendo luminoso, lleno de silencio y lejos de acompañar a una tormenta. Recuerdo que estaba en casa releyendo una crónica de Tlön e imaginaba una manera más de refutar su idealismo. En ese momento pensé que me hubiese gustado ser parte de la empresa de su invención. Tomé cinco libros del estante en la sala, mis más recientes adquisiciones, y los llevé a mi biblioteca personal. Quise guardarlos. Encendí las luces de aquel oscuro pasadizo y luego… vi destellos, vi silencio, enseguida estaba en el suelo – en otro suelo –, fuera de casa y de todo lugar conocido. Alrededor de mí se acercaron una gran cantidad de personas que hablaban en un idioma extraño. Pienso ahora que haber sido profesor de literatura me ha sido de mucha utilidad. De todas las palabras que oí aquel día solo pude reconocer unas tres voces: cielo, extranjero y dios.», me decía todas esas cosas y yo sin entenderlas. Le dije que eso no tenía relación conmigo, que no sabía dónde estaba y que me ayudase a volver a la capital, a casa.
Continuó con su – hasta ese entonces para mí – parloteo. «¿Crees estar cerca? En primer lugar, geográficamente… lo dudo, y temporalmente no lo dudo, estoy seguro de que estas muy lejos del lugar del que viniste.»
Seguía sin entender, probablemente me daba a la idea de lo que estaba sucediendo, pero se me hacía raro y no quería hacerlo.
«Cuando vi ese destello, la noche anterior, sabía que eso volvió a suceder. Me dirigí hacia donde surgió la luz. A la mañana siguiente (hoy, casi al mediodía) te encontré. No sabes la felicidad que me causa eso. Necesitaba con quien compartir parte de la cultura contemporánea – ahora que recuerdo esas palabras me parecen muy graciosas –. Ya me había cansado de charlas triviales, hablar del clima, de la comida y demás superficialidades.»
No quise ser grosero, pero volví a sentir sed y hambre. Le dije que estaba cansado, que me liberase. Le pedí que vaya al grano. Me dijo que, “en síntesis”, éste ya no era el siglo XX, que por lo que había visto en estos lugares no hay referencias sobre la cristiandad y que por eso, probablemente, estemos estancados en algún momento histórico antes de Cristo. Al oír eso no pude evitar que se me escape una sonrisa burlesca, luego de eso me liberó. No dijo ninguna palabra al respecto, sólo se quedo viéndome, al parecer, algo decepcionado. «Si quieres sal y corrobora lo dicho.» Le dije que buscaría a alguien que hablase español o inglés, que buscaría un teléfono. Y me fui sin olvidar darle las gracias.
«Eres un buen samaritano, algo loco, pero bueno al fin y al cabo.»
Salí de paseo por el pueblo, pero no encontré nada de lo planeado. Recordé muchas de sus palabras. Robé un trapo blanco y con barro escribí EE. UU o USA, pero nadie parecía saber lo que había trazado. Tomé 2 maderos viejos e improvisé una cruz. La arrastré como si fuese Jesucristo, pero a nadie pareció importarle, nadie volvió la mirada hacia mí. En el camino de regreso a casa del samaritano me percaté de que no había rastro alguno de lo que llamaba tecnología, ni una rudimentaria lámpara a kerosene.
Toqué la puerta, la abrió enseguida y con una sonrisa en el rostro dijo: «Soy Gabriel Estrada y eres bienvenido.» «Puedes seguir llamándome Morrison. Dame un tiempo a solas, tengo mucho en qué pensar.»
Y hasta ahora sigo pensando, creo que es algo peligroso que lo haga, ya que me voy percatando de muchas cosas.
Allison, te extraño.

Tras escribir eso me voy a dormir. Gabriel dijo que pronto llegaríamos a otra ciudad. Escribiré desde donde esté.

Cada vez que publico un capítulo de Ariana tengo un problema: qué decir para presentarlo. Y, claro, este problema no es solo mío, sino posiblemente también de los demás errratas e incluso cualquier individuo en el mundo de los bloggers. Pero siempre haces algo al respecto. Como yo ahora, que escribo cuál es mi problema con esta entrada mientras la redacto.
Pero en fin. Vayamos a lo que nos importa —porque a ti te importa si quieres seguir leyendo, y a mí porque espero una incierta crítica al respecto—. Este nuevo capítulo trae algunas sorpresas que salvan la trama y no la dejan volverse fea como seguramente será vuestra lectura... No. No se crean, era broma, en serio [ =) ]. Ahora sí los dejo solos con el capítulo. Enjoy —if it is possible.

+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo séptimo.+.+.+.+.+.+.


Y la continuó persiguiendo por mucho tiempo. Por todos los pasillos del museo, ya que siempre había una vitrina cerca.
Así, Ariana ya estaba algo acostumbrada —aunque no hubieran pasado más de treinta minutos—. Por momentos le parecían graciosos los movimientos del ave, y empezó a importarle poco el desorden que pudiera causar yendo de un lado a otro. Después de todo, nadie parecía notarlo, excepto ella.
Sin embargo, empezó a molestarle la idea de que la siguiera hasta la salida. Se preguntaba si el dodo sería capaz de seguirla. Ya que andaba siempre de vitrina en vitrina, llegó a considerarlo una necesidad suya, lo cual la tranquilizaba. Y como comúnmente sucede, las ideas placenteras desplazaron a las demás al verse en las más altas probabilidades. De esta manera, ello no le preocupó y empezó a mirar lo que le faltaba del museo sin mucho miedo, haciéndole más caso a su padre. De vez en cuando buscando al dodo, solo para asegurarse de que aún la seguía. Y siempre era así.
>>— Bueno, ya es hora de irnos —el anciano interrumpió la observación casi adictiva de Ariana, que le buscaba un fantasma al hombre que no lo tenía. Ella lo miró. Él le sonrió otra vez—. ¿Estás lista?, esta vez no iremos muy lejos.
>> La banca de parque se deslizó hacia la puerta de salida.
>>— ¿Tan pronto? —cuestionó Ariana—, ¿qué hay con ese hombre? —otra vez, el anciano contestó con una austera sonrisa.
>>El anciano abrió la puerta. La banca se desplazó a través de ésta, atravesó un largo corredor… y parecía que estaba a punto de chocar con la puerta que llevaba al exterior, pero ésta se abrió de pronto, dejándolos pasar a lo que parecía…, o era, la tienda de Fantasía.
Así fue que casi llegó a olvidar al dodo, hasta que salía del museo con su padre y ella le sonreía al ave como despidiéndose, como deseándole suerte en la cautividad del museo. Como feliz porque ya no lo volvería a ver.
El dodo se acercaba lo más que podía a Ariana, pero su vitrina tenía un fin, y éste se encontraba a unos diez metros de la salida principal. Ella se hacía cada vez más lejana; él, cada vez más solo. Entonces ¡Taaak! ¡Slash! ¡Shurrmmmm! Ariana estaba a la mitad del camino y el dodo no era más rápido que ella o su padre. Sin embargo, ellos no tenían prisa. Al menos no hasta que Ariana, al darse cuenta, apuró a su padre sin dar explicación.
Ya estaban casi fuera, pero el dodo los alcanzó. Ella quiso advertir a su padre:
— Papá, el dodo…
Pero el ave los evitó y saltó contra un hombre vendedor de recuerdos.
— ¡Allá! —exclamó entonces. Su padre creyó entender.
El hombre de los recuerdos estaba a salvo, a decir verdad. Y no había rastro de ningún dodo a su alrededor, a excepción de un llavero con la figura de uno caricaturizado.
Ariana sabía lo que significaba.  El ave se había convertido en un llavero para seguirla, o algo parecido. Y su padre creyó que era lo que ella quería: creyó que su hija estaba bastante emocionada o incluso cautivada por esa ave, lo suficiente como para querer a gritos aquel recuerdo. Como si fuera la niña que era. Compró el recuerdo y se lo entregó con una sonrisa. Nada podía hacer. Así, pensó que todo había sido idea suya y  se obligó a aceptarlo.
>>— Ya debes saberlo, pero de todas formas: ésta es la juguetería Fantasía —anunció el anciano— y aquí es donde los niños escogen a sus preferidos. Ellos nunca los traicionarían —empezó a referirse a los juguetes—, son muy buenos compañeros. Y no solo de juegos, sino que también pueden ser muy buenos amigos. En cualquier circunstancia. ¿No lo crees? —y su ya conocida sonrisa salió a relucir.
— ¿No lo quieres, Ariana? —preguntó su padre al ver su actitud. Ariana cambió rápidamente su estado y buscó una salida.
— Es que no tengo bolsillos… —dijo. Y era verdad. La ropa que llevaba puesta no traía bolsillos y la llave se la había dejado porque consideró que era suficiente con la que tenía su padre. Él entendió y le sugirió guardarla hasta que volvieran a casa.
>>— Ella te hizo mucha compañía, ¿verdad? —le escuchó decir al viejo juguetero repetidas veces, como si fuera un eco. Y, como un eco, el sonido se hacía cada vez más débil, insinuándole que el anciano ya no estaba ahí. Porque ya no estaba ahí cuando volteó a verlo. Solo estaba la tienda aún vacía. Y había muchos juguetes hermosísimos. No obstante, se percató de algo raro, algo que la asustó sobremanera: ella estaba de pie, y la banca de parque, al igual que el anciano, había desaparecido.

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Así terminamos con la serie... En realidad no. Todavía le queda algo de historia [ ;D ]. Gracias por su lectura. Au revoir!