Hola, escribí esta historia para contar lo que en verdad ocurrió cuando Richard Evelyn Byrd, el hombre que sobrevoló el Polo Sur por primera vez, descubrió que la Tierra era hueca y además... no podía divulgarlo.


Tercer encuentro


 “Un número interesante” pensó cuando apuntó un código de tres dígitos en su cuaderno. Solía contar los días del año. Desde pequeño había adquirido el hábito y nunca dejó de hacerlo, no sabía muy bien por qué.
333

Tripulaba un avión pilotado por Bernt. Harold y Ashley lo acompañaban, iban a ser los primeros seres humanos en sobrevolar el Polo Sur. O al menos así sería la versión oficial pues cerca de lo que debería ser el punto exacto que debían sobrevolar para escribir en un informe que su misión había sido un éxito, una caravana de criaturas no identificadas terminaban su recorrido en una gruta.

Una figura separada de la pequeña multitud que observaba el avión empezó a agitar sus brazos hacia el cielo y emitió un chillido largo. El piloto tuvo miedo, en esas condiciones las piruetas eran arriesgadas, pero a ninguno de los tripulantes le importó el brusco giro que hizo que casi se estrellen, volvieron a toda velocidad a la base Little America.

29 de noviembre de 1929. Cuarenta y dos hombres habían sido destinados a explorar el Polo Sur y el líder de la expedición respondió el llamado del sacerdote de unos seres no más altos que niños a pocos kilómetros de la base.

—Tu gente no está preparada para esto, tú mismo decidiste huir al notar nuestra presencia. Cuando los que te enviaron aquí lean tu informe y en él no describas nada de lo que sucedió con nosotros serás recompensado. Si haces pública nuestra existencia, dirán que perdiste la razón, perderás tu trabajo y prestigio. No te equivoques, ellos saben que existimos. Tenemos tratados con ellos y con muchas otras organizaciones. Estás muy lejos de casa. Vuelve pronto o te comerán mis amigos. El poder de un sacerdote es limitado y mi clase no suele tener bajo control a estas criaturas mucho tiempo.

Richard Byrd se quedó sin habla, sentía que el ser de profundos ojos negros podía escuchar sus pensamientos y trataba de contener deseos violentos de comérselo. Por un rato se sintió de chocolate en medio de niños hambrientos. Sabía que lo que decía aquel personaje era verdad. Su misión había sido planeada cuidadosamente y no se esperaba que encontrara nada. Quería decirle al sacerdote que su curiosidad científica le invitaba a acercarse más a la gruta ubicada en el polo, conocer cómo es que podía entender su voz si sus oídos solo escuchaban gruñidos y chillidos, pero tuvo miedo, no se sentía preparado. ¿Para qué ser un científico incapaz de divulgar sus descubrimientos? Sería devorado si no obedecía.

—Si quieres saber más de nosotros tendrías que transformarte en uno más y no volver.

No pudo aceptar la oferta y se sintió frustrado hasta el día en el que murió dormido deseando volver. Recordó entre sueños que días antes de acabada la expedición fue a buscar al sacerdote y al ser capturado recibió instrucciones: “Morirás en veintisiete años, tres meses y once días a partir del día en que nos conocimos; si hasta entonces conservas tu deseo de volver, nacerá en el centro de la Tierra un pequeñito con tus ojos y sabremos que eres tú. No podrás volver aquí de otro modo. Nadie podrá sin la autorización del gobierno que depende de nuestra autorización”.

Recibió una suave mordida del sacerdote intraterrestre y volvió con sus compañeros sin poder revelar nada de lo vivido ni explicar cómo sobrevivió lejos de su campamento durante tres días.
La ficción de hoy trata sobre las diversas notificaciones que el embajador estadounidense en Japón envió a los altos mandos del país. Lamentablemente, sus avisos fueron ignorados, con trágicas consecuencias ( y no solo me refiero a Pearl Harbor, sino a todas las muertes que ocurrieron a causa del conflicto). La ficción narra los acontecimientos a menor escala, como si los países se trataran de empresas. Espero sea de su agrado.


Puerto Perla


El “Puerto Perla”, conocido lugar de asentamiento de muchas embarcaciones, se encontraba particularmente ocupado. La U.S.A (“United Ships Association” o Asociación de embarcaciones unidas) había decidido atracar una buena cantidad de su flota en aquel puerto.  Y esto no le pareció nada agradable a cierta persona.

J.O. Richardson, conocido por mucho como el “Almirante” (debido a su gran popularidad entre muchos capitanes de las  embarcaciones) observaba disgustado el panorama. Había recibido órdenes directas del presidente del directorio de realizar aquella maniobra. Si hubiese sido cualquier otra, la hubiese aceptado con facilidad, pero el caso era distinto. Su experiencia como marino le mostraba una perspectiva muy peligrosa. Y más aún al saber el conflicto que mantenían diferentes empresas.

No pudo soportarlo más. Estaba decidido a hablar.

--

El “Almirante” tomó con prisa un taxi y se dirigió la oficina central de U.S.A., para conversar con sus superiores y expresar su disgusto. Al llegar a su destino, fue recibido con increíble rapidez, cosa que lo sorprendió increíblemente. Y no de manera positiva.

La secretaria, luego de recibir una llamada, guio a Richardson hasta la oficina del presidente, ubicada en el último piso. Ambos viajaron en un asensor distinto al resto. Al llegar a su destino, pudo observar unos cuantos muebles de color café a los lados de las enormes puertas blancas  que llevaban a la oficina. Con un leve movimiento de sus manos, la secretaria abrió las puertas.  Lo primero que pudo  reconocer, fue al hombre de avanzada edad que se encontraba mirando el horizonte desde la amplia ventana de su oficina. Aquella persona, al escuchar el saludo de su visitante, giró lentamente con ayuda de las muletas con las que se  sostenía y respondió:

- Siéntese, Richardson.
- Muchas gracias, Mr. President.

El “Almirante” dio una rápida mirada y encontró una silla de madera, en la cual se sentó.  Se aclaró la garganta y se preparó mentalmente para lo que diría.

- Mr. Presidente, con todo el respeto que usted se merece, vengo a darle las quejas por su más reciente decisión, de atracar a nuestra flota en el puerto Perla.  ¡Es demasiado peligroso e inconveniente! Primero, porque aquel puerto no tiene el suficiente espacio e infraestructura para mantener a nuestra flota. Segundo, Puerto Perla es muy vulnerable, la seguridad es malísima y podríamos sufrir robos o incluso otros atentados. Y finalmente, el Puerto Perla queda demasiado lejos del hogar de muchos de nuestra tripulación. Señor, no quiero faltarle el respeto, pero… ¡Hacer esto es una gran falta de tino!
- Vaya, así que me consideras un idiota -  respondió con tono firme el presidente, que permanecía de pie, pese a su clara discapacidad.
- Señor, no lo considero a usted un idiota, pero aquella orden es…
- ¡Basta! Usted ha sido contratado para una determinada tarea. Si quisiera sus consejos, lo contrataría como asesor, pero eso no es así.
- ¡Señor!
- Retírese – el presidente indicó la salida con un ademán- Queda delegado de su cargo. Recibirá el día de mañana una llamada con las instrucciones de su nuevo trabajo.
Richardson se retiró muy perturbado. Lo había dicho bien. Demasiado bien. Bajó por el ascensor completamente solo, considerando una terrible posibilidad.
- Espero que no esté planeando… entrar en aquella guerra, Mr. President. – pensó.

Mr. President, Franklin Roosevelt

Al presidente de U.S.A. Franklin D. Roosevelt no le agradaba mostrar signos de debilidad alguna. Incluso cuando se enfermó de poliomielitis, evitó en lo máximo posible verse como un ser discapacitado y débil. Esa terquedad era característica del presidente. Cuando el presidente decidía algo, no había marcha atrás y se realizaba.
Y aquello no era la excepción.

Sus asesores lo convencieron de intervenir en el conflicto sin cuartel entre varias empresas. Y no era un conflicto únicamente económico. Las empresas en disputa se enfrentaban directamente, destruyéndose oficinas, enviando sicarios a asesinar empleados, destruir materiales de fabricación, etc.  Inclusive esta guerra había llamado la atención de algunos medios de comunicación por varios días, pero extrañamente se dejó de hablar del tema. Incluso algunos afirman que la policía estaba envuelta en el conflicto.

Un enfrentamiento atroz, del cual U.S.A. quería ser parte. Un enfrentamiento que  traería graves consecuencias para todos. Un enfrentamiento sangriento. El propio presidente declaró que no intervendría en conflictos ajenos, cosa que alegró a muchos de los empleados.  Sin embargo, cuando ocurrió la guerra, prometió al presidente de una compañía asociada a la suya, de intervenir.

Roosevelt ya se encontraba preparado. Incluso ya sabía lo que ocurriría. Incluso había diseñado, junto con sus asesores, diferentes formas para intervenir en la batalla.

En otro lado de la ciudad, dos hombres que trabajaban en un complejo empresarial, como representantes de distintas empresas, decidieron ir a comer. Uno de ellos era Joseph Grew, representante de U.S.A y el otro era Ricardo Rivera,  un representante de una empresa textil poco conocida. Ambos coincidían en sus horas y lugares de almuerzo. Por ello, terminaron entablando una gran amistad. 

Gracias a esa amistad, Rivera avisó a su compañero Joseph del inminente peligro: la empresa constructora de aeroplanos “Kami no Kaze”,  planeaba un atentado contra alguna de sus flotas. Por supuesto, Joseph lo notificó, pero no recibió respuesta.
De todas formas, el tema siempre volvía aparecer entre sus conversaciones.
Ambos estaban almorzando en un restaurante japonés cercano. Y Joseph, mirando lacónicamente su plato de comida, mencionó:

- Ricardo, aún no me han hecho caso.
- Eso es muy preocupante, Joseph – respondió Ricardo.
- ¿Crees que hice algo mal?
- Pues… no lo creo.
- Rayos, necesito una prueba. Algo convincente. Algo verdadero.
- Pues… ¿Quieres que te ayude?
- ¿Qué? ¿Cómo?


Joseph Grew
Ricardo Rivera señaló a un hombre con rasgos asiáticos que comía cerca a ambos. Joseph no pudo entenderlo, pero guardó silencio. Ricardo se acercó a aquel hombre y, luego de una breve conversación, ambos continuaron haciendo lo suyo.

Joseph miró todo eso desde su sitio. Quiso preguntarle a su compañero sobre lo que había hecho, pero él ya se encontraba en la puerta, dispuesto a retirarse.

 Varias horas después, Ricardo entregó un sobre cerrado a su amigo y se fue. Joseph se quedó con muchas preguntas sin responder. Cosa que, al abrir el sobre, se responderían.

En ella encontró un documento escrito en japonés, con varios detalles referentes a un ataque que realizarían en el puerto perla. Inmediatamente, envió los documentos vía fax al presidente de la empresa, a sus consejeros, a su secretaria, y a otros cargos importantes.

No recibió respuesta.

Preocupado por el destino de su empresa, Joseph Grew se tumbó en su cama, mirando el techo en silencio.

En cambio, el presidente Roosevelt, el cual desechó los documentos que recibió recientemente vía fax, sonreía satisfecho. Faltaba muy poco, realmente poco.

Aquí Zack. Pablo, o Hao, como quizá aparezca luego por aquí, tiene impedido saludar apropiadamente hoy, pero nos dejó listo su texto sobre Giuseppe Campuzano, un hombre que dedicó parte de su vida a sacar de la oscuridad histórica, y por tanto de su marginalidad, a los travestis del Perú. Fallecido un día como hoy, hace un año (09/11/2013), nos dejó como herencia el Museo Travesti del Perú. A continuación, un texto para conocerlo un poco, y también para recordarlo...


La protagonista

Las luces de neón ¿hacían juego con el maquillaje, con la ropa? La preocupación era otra, los tacos aún rechinaban en la pista. La electrónica mil veces bailada, performada, perforada, por ti, seguía siendo la misma. Todas seguíamos aquí más o menos talqueadas, vestidas como mujeres, sabiéndonos minoría. Música fea, huachafa, xtravaganza, identidad, bitch. La fiesta se había agotado en sí misma: quedaba el largo camino a casa, trasvestida, hundida, traginada. ¡Maricón! ¡Cachahombres! Entonces sabías que la fiesta no terminaría nunca: la liturgia de lo  travestido no terminaba sino para empezarla de nuevo. El continuum de voces te seguía hasta que no quedaba otra que correr, porque sí, te creían la puta travesti y los policías, las motos, los mismos de siempre. ¡Más luces y que viva la fiesta! ¡Tú eras, como siempre, la protagonista!

Sujeto marginal, portadora de ETSs, promiscua, me defino como explorador de mi cuerpo, galán versátil, ¡moderno! Te reías y nos decías que no importaba si no entendían, la cosa era subvertir el estado a lo cabro y no entendíamos lo que nos decía un tipo con un polo de estampado de dos tetas: “la naturaleza es solo la incertidumbre” el objeto no se puede conocer del todo mediante la percepción sino mediante la mutación, entiendo, entonces las imágenes cargadas de fondo gris, blanco, negro, rosa: el DNI tamaño macro, rosado, nos hace ver la nómina de un hombre de rostro distorsionado, andrógino, marginal, maricatú. Era el Museo Travesti del Perú, eras tú mismo, la Virgen Dolorosa, la protagonista.


A un año de la muerte del activista cuir Guiseppe Campuzano.

DNI (De Natura Incertus), 2009, Giuseppe Campuzano