Por razones extrañas, el joven Zackarías estuvo siempre impresionado por Freud... Hola, sí, soy yo, divagando un poco. No han leído mal, dije Freud. ¿Qué hay con él? Pues, para quienes no lo conozcan, se trata de un neurólogo austriaco, padre del psicoanálisis. En 1895, Sigmund Freud desarrollaba su teoría sobre los sueños para lo que sería "Interpretación de los sueños", varios años después. La noche entre el 23 y el 24 de julio de ese año tuvo un sueño que le llamó mucho la atención y lo transcribió sin pensarlo mucho para posteriormente analizarlo. Este sueño sería conocido como "El sueño de la inyección de Irma", y numerosamente citado en el futuro, hasta hoy. Ese es el tema de la ficción de hoy. Me he tomado la libertad de reescribir el sueño. Así, esta es mi versión del sueño más conocido del Dr. Freud:

.+.+.+.+.+.+. El Abismo de Irma.+.+.+.+.+.+.

Es Bellevue.

Una gran fiesta.

El Doctor Freud recibe a sus últimos invitados. Es exactamente la hora, y a la hora han llegado. Abrimos las puertas para dejarlos pasar como a una gran ola. Allí están todos sus conocidos, una multitud considerable ha sido llamada a asistir y al parecer todos se han tomado la molestia. Habrá que tratarlos bien, por supuesto. Allí va su buen amigo, el Dr. Otto, a quien saluda rápidamente. Y también, más allá, está Irma. La carta que recibió hace poco de ella era casi un reproche. El Dr. Freud va directamente hacia allá, a aclarar las cosas.

Castillo de Bellevue (1895)

— Disculpe usted, pero si no ha optado por la “solución” no hay manera de que mejore.

El Doctor habla muy plácidamente. Nadie diría que su “solución” le hizo perder una paciente. Sin embargo, aún está seguro de su método.

La voz de Irma lo hace mirarla detenidamente. Está más pálida, dice tener dolores por todo el cuerpo. Su voz, por momentos, le parece conocida, mas no suya. Si no es Irma, ¿quién podrá ser? Responde al nombre de Irma, pero su voz fluctúa entre dos timbres. Esto, quizá, para el doctor no sea importante. La “solución” debe ponerse en práctica. El estado de la paciente no ha sido responsabilidad suya.

Cerca a la ventana, apartados del mar de gente, Freud revisa a la paciente. Ella se resiste y sus ojos dejan de ser suyos por un instante. Una vez más, al doctor no le interesa. La garganta. Revisar la garganta de Irma, ¿para qué? En su garganta estará la respuesta, el por qué de su palidez, o se tragará al mundo al abrir la boca, o le morderá la mano al doctor.

Irma abre la boca. Ante el doctor, un precipicio. También el inicio del universo. Allá abajo, en el vacío, ¿quién sabe a dónde lleva?, distingue los sexos de tres mujeres. Algo enigmático sucede, quizá son solo formaciones rugosas, pero han llamado la atención del Dr. M., aún más pálido que Irma y sin barba, un hecho extraño. Nunca lo creyó capaz de afeitarse tanto. A lo mejor fue un accidente, ya pronto lo dirá, si no, tendrá que ver con su extrema palidez.

“Es una infección”, dice el Dr. M. También ha notado las manchas blancas en el abismo de Irma, que no ha cerrado la boca hasta ahora. Las manchas que ven tienen la apariencia de escaras. Un sonido muy fuerte inunda la sala. Freud lo reconoce: una aspiración nasal violenta. Para los demás ha sido nada más que el viento. Es común en lugares tan altos.

Dr. Sigmund Freud
El Dr. Otto llegó con curiosidad a revisar los sexos y las escaras blancas en la garganta de Irma. “No hay duda, es una infección”, asegura M. tras realizar una percusión en la espalda de la paciente.

Un mal curará otro mal. “Una disentería eliminará el veneno”. Se irá con la misma enfermedad. Disentería, por los tubos de desagüe. Risas. Nadie ríe, en realidad. La opinión parece ser seria. Disentería Distería Disteria Difteria, ¿qué tiene realmente Irma?

Ver repetidamente por el abismo excita las mentes de los doctores. ¿Dónde está Irma? Está el abismo, los tres sexos, las escaras blancas…

¿Y la razón de la infección? ¡Quién sabe! No hay forma de saberlo. Ahí, en el vacío en el que los tres doctores miran los tres sexos, en el origen y el final del universo…

Les pasan unas copas. Hay que conversar sobre el caso, analizarlo bien. Esos síntomas son extraños, ese abismo por sí mismo es extraño.

Huele a aguardiente barato. Freud se resiste, tiene miedo de envenenarse. Hablará con quien lo haya servido. No podría permitir tremenda falta.

— ¿Te gusta, Sigmund? De ananás. Yo mismo lo traje, como un regalo.

“Está bastante bueno”. Los rostros de aprobación a su alrededor hacen que se quede callado. 

Amilo, Propilo, Metilo…

— Debe ser esa inyección… —murmura el Doctor Freud.

Todos asienten. ¿De dónde vino la respuesta?

Amilo, Propilo, Metilo…

Simplemente lo saben. Otto le aplicó una inyección hace poco, eso debe haberla infectado. El descuidado de Otto, entrometiéndose, convenciendo a Irma de que “la solución” de Freud no es la adecuada. Es culpa de Otto, entonces, y de su jeringa sin limpiar. Tiene todas estas imágenes claras, como si él mismo hubiese aplicado esa inyección.

Amilo, Metilo…

“TRIMETILAMINA”

Un invitado pasa lentamente por en medio de ellos, alzando su pañuelo justo frente a los ojos de Freud. El pañuelo tiene escrito TRIMETILAMINA. La tinta está un poco corrida. “Esas inyecciones no se ponen con tanta ligereza”.


Irma… ¿dónde está Irma?

Irma no está. Solo queda el abismo.

Sigmund y su amigo Otto observan hacia el vacío, intrigados aún por los tres sexos y las escaras color blanco. El Dr. M. se ha apartado. Su forma de andar también es curiosa: nunca se le había visto cojear. También la intriga parece abrumarlo. Quizá piensa en el abismo, o en la ausencia de Irma.

Irma no está. M. la busca.

El mar de gente se ha ido.

Es Bellevue.

Una gran fiesta.

Freud y su amigo Otto disertan sobre un abismo de tres sexos.


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Muy bien. Esa fue mi versión del mencionado sueño. Si quieren saber más sobre la teoría de interpretación de los sueños de Freud, pueden revisar la Wikipedia o su propio libro "La interpretación de los sueños" (el de la inyección de Irma se encuentra en el Capítulo II). Y... bueno, como dato adicional, Irma no es el nombre real de la paciente de Freud, sino Emma Eckstein, cambiado para proteger su identidad. Ahora sí, eso es todo por ahora. Gracias por leer.
El 21 de julio de 1969 el hombre pisa por vez primera la Luna con la misión Apollo 11. Aquella tripulación estuvo conformada por los astronautas  Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins. Este último comandaba el Columbia, nave madre que no descendió hasta la superficie lunar, sino que la orbitaba mientras una nave más pequeña, el Eagle (Águila), alunizaba con Armstrong y Aldrin dentro.
A las 2:56 del 21 de julio, Armstrong se convirtió en el primer hombre en pisar la Luna.
Y bueno, la siguiente es una pequeña crónica ficticia basada en datos reales de ese memorable día.


“Hemos llegado a la Luna, y no se parece en nada al queso”

Cuando el Eagle se desprendió del Columbia, sintieron algo en sus corazones, una sensación extraña que ya nada tenía que ver con el temor de que algo saliera mal o las premuras de tener todo listo a su momento exacto. Podía ser alegría, de hecho era a lo que más se parecía, pero también había algo de desolación mezclada… ahora todo dependía de ellos y el pequeño Eagle. Si todo salía bien y lograban un alunizaje dentro de lo normal, recién llegaría la alegría y toda desolación se habría ido por completo.

Go, repitieron desde el Houston. Ahí empezaba lo bueno, pensaron, porque minutos antes de oír esa hermosa palabra, habían creído por un momento que no lo lograrían. Habían pedido permiso para seguir adelante a pesar de que estaban yendo demasiado a prisa y se habían alejado por completo del punto predeterminado de alunizaje. Pero era un claro y rotundo ¡Go!


Así que se entusiasmaron, Neil cambió el programa 64 por el 66 para poder manejar manualmente la dirección de la pequeña nave, mientras Buzz, silbando y mucho más tranquilo,  le dictaba las coordenadas. De pronto sintieron que una de las extensiones de la nave tocaba el suelo lunar, y luego una suave caída. Se miraron por un momento sin decir nada, luego se abrazaron entre risas y gritos. Habían alunizado satisfactoriamente en una zona denominada “Mar de la tranquilidad”.

“Houston…aquí base Tranquilidad, el Águila ha alunizado”


Todo lo histórico del mundo fue a posarse a sus cabezas. Era natural, serían los primeros hombres en pisar la luna y el orgullo no les cabía en el pecho. De hecho que ahora sí todo era alegría creciente. Buzz se quedaría en el mando, mientras Neil bajaría primero y consecuentemente diría su famosa frase que se quedaría grabada en las líneas de la historia de la humanidad. A Buzz no le causaba la más mínima envidia, sin embargo, hubiera deseado ser él quien dijera la primera frase, pero no para quedar en los libros de historia, sino para que su pequeño hijo lo oyera y se riera mucho. Porque a Andrew le interesaba mucho cómo era la Luna y no se creía nada el cuento de su hermano mayor, que le decía que era como un enorme queso.

“Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad”, dijo al mundo Neil minutos después de encender la cámara de video e iniciar su descenso. Tras él, Buzz se preparaba para salir a su encuentro.


Cuando Buzz observó el panorama desierto y luego fijó su mirada en la fina arena que acaba de pisar por vez primera, sonrío pensando en su frustrada frase célebre. E imaginando sus palabras como sonarían en un televisor o radio comunicó telepáticamente a su pequeño Andrew y al mundo entero: “Hemos pisado La Luna, y no se parece en nada al queso”. 


Hace ya casi un milenio de que una Super Nova fue visible en el cielo. En realidad, no es un fenómeno tan extraño, pero dejémosnos de tonterías y vayamos al grano. Dicha Super Nova, SN1054 (que dio origen a la Nebulosa del Cangrejo), fue una Super Nova que más bien pasó desapercibida. En europa apenas se tienen registros, y los que hay se creen falsos; en China sí se registró; en América se han encontrado petroglifos; y en la vieja Arabia se tiene un solo registro que, aparentemente, coincidió con dos epidemias...
¡Y ahí, es donde entro yo! La ficción trata sobre las epidemias y su posible causa por una razón religiosa. La Gran Estrella que brilló día y noche por un año.

 Nota: La revista Zona Fantasma, de ficción y entretenimiento, nos acogió en su último número como grupo invitado y decidimos enviarles esta ficción. La publicación se distribuye online, así que pueden revisarla en el siguiente enlace: bit.ly/11kmSOn 


Una Estrella

“Se dice que en tiempos antiguos hubo un hombre que tuvo contacto con dioses, pero que fue tomado como un hereje. Dicen antiguos grupos de procedencia innominable que ese hombre se llamaba Saeed ibn Abd al-Aziz. Algunos sospechaban que era un brujo y que sin duda alguna contactaba con demonios que había desterrado Alá.  Fuentes más cercanas y de veracidad dudable aseguran que Saeed supo de una epidemia meses antes de que ocurriera, también dicen que sus ojos se tornaron rojos, que había un aura en él que lo vinculaba con los demonios que merodeaban por los mares de arena en los que nada bueno podía hacer un creyente.”



Nebulosa del Cangrejo formada de la Super Nova SN1054
Todos lo vieron, como marcando un hito, la Gran Estrella... El calor abrasador desaparecía. Ya no era un castigo diario, pero había algo más, había algo que hacía que la gente se pusiera a la defensiva, hacía que la tensión se sublevara y que nadie estuviera realmente tranquilo. Saeed ibn Abd al-Azis era una prueba viviente de ello, aunque él siempre estuviera nervioso. Nadie recordaba un momento en que Saeed no hubiera estado moviendo ansiosamente su pierna o tamborileando con sus dedos, o un momento en el que sus ojos miraran fijos en el horizonte a algo. Siempre había algo que él parecía ver y que los demás no veían. Detrás de los ángulos de los umbrales y las ventanas, de las curvas de los portalones y sus arcos, en lo voluble de las nubes. Por eso, sus ojos se movían incesablemente, y algunos decían que era la razón de sus inmutables ojeras y su cadavérica forma.
Saeed está poseído por un ifrit, fue el rumor que se pasó de boca en boca. Nadie dijo eso en voz alta, porque oyeron que en las lejanas tierras del norte había una figura, un ser... Shaitán, el malévolo ifrit que tomaba formas imposibles y te emponzoñaba con su lengua maldita y ofidia. Y era también una verdad a puerta cerrada que todos habían empezado a oír, detrás de sus orejas, en sus sueños, en la soledad de sus pensamientos, murmullos. Era sin duda alguna un ifrit, porque los ifrits trabajaban así. Pervertían con sus sonidos enfermos, zaherían con sus palabras ininteligibles. Se metían en tu cuerpo. Luego, luego ya no eras el mismo...
“Pssst, psst... No, no hagas ni un ruido. No, no voltees. No abras la boca. No te muevas. Estoy aquí, a tu lado. Siempre he estado. Siempre estaré. Psst... ¿me oyes? No te gustaría acaso disfrutar del ardiente abrazo de la muerte. Sé que me has visto, en el cielo, cuando la noche todavía es joven y oscura. Sé que me has escuchado cuando te desperté antes del amanecer y solo Aglibol brillaba en el cielo.”  
Saeed siempre había querido ser fiel a la figura de Alá. Este era el Dios máximo, era quien los había formado de la arcilla con su aliento, y a éste debían su existencia. Toda su vida había oído esas voces, pero nunca había oído la del Supremo. Aglibol le había advertido:
“Hijo de su Vaho y de la arcilla, la maldición que te atormenta es terrible. No desvies nunca tu mirada hacia ellos, que se esconden entre las sombras y las palabras, entre el canto del gallo y el poderoso Malakbel, que brilla cuando yo me ausento, no la desvíes pues ellos son hijos de la inseguridad y del miedo, son hijos del genocidio y de la enfermedad. Ellos vienen y te roban tu alma, para que luego vagues como un ghoul por el desierto.”
Todos lo vieron. Era un... ¿ser? sin forma alguna. A veces humano, a veces ave... A veces ángel. Sobrevoló primero por Constantinopla y una peste fue consumiendo a cada humano. Sabían, en Fustat de Egipto, que la peste de los ifrit en el norte no tardaría en llegar si dudaban, pues sus cuerpos inmateriales y culpables vagaban hacia donde la maldad florecía. No hay registros claros. Algo es cierto y es que los que sobrevivieron a la peste nunca fueron los mismos. Vieron a sus familiares morir, los oyeron recitar cosas cada vez que aquella figura sin forma aparecía.
La verdad es que todos lo oían con esa voz estridente, inhumana y peligrosa que desafiaba todo lo vivo. Desafiaba la realidad, dirían los astrólogos e historiadores... ellos fueron los primeros en morir. Murieron sin poder anotar siquiera una palabra. Algunos dijeron que era porque pensaban en esa(¿esas?) criaturas con frecuencia inusitada, otros dijeron que había avistado la Estrella que brilla al lado del Sol demasiado tiempo(indudable, puesto que la estudiaron a toda hora desde que apareció). Esa estrella, esa estrella había soplado un viento miasmático sobre la tierra y ese viento había tomado la personificación de los bajos demonios. frutos de los ifrits. Sin duda alguna era el murmurador Iblís quien había mancillado al aire y quien personificaba a la maligna Estrella.
Pasaron meses antes de que la epidemia llegara Fustat. Cuando llegó todos lo vieron claramente. Incluso los que no lo querían ver porque eso era caer en la tentación, y de la tentación al pecado solo había un paso. O tal vez más de un paso, tal vez bastaba estar ahí, donde la tentación habitaba, en tu corazón, detrás de ti, en el eco de tu voz, en tus viles sueños y aviesas pesadillas. Bastaba estar ahí y el piso se desmoronaba. Así lo sintió Saeed. Sintió como la realidad colisionó y vio como la tierra se fragmentó. Claro que en realidad no ocurrió eso. Él lo vivió. Vio como del suelo salían malévolos ifrits de los que nadie nunca tuvo registro, y vio como la gran forma descendía del cielo, de la perversa y vanidosa Estrella. La forma podía ser humana o podía ser ghoul, eso no importaba. La estrella, el ifrit, Shaitán, Ibrís, el innominable, Lucifer, Samael, Beelzebub, Loki, el Crónida, la Sierpe, el más grande enemigo del Supremo estuvo ahí. Los vio con sus altivos ojos.  Saeed recordó las diáfanas palabras que profirió hacía casi un año atrás; las recordó como si estuvieran grabadas:
“Del cielo saldrá una enorme estrella, una estrella remota y lejana que con concupiscencia amará a la tierra de Él; y Él, que en su altar todo lo ve, verá como nos regocijamos desperdigando nuestro infecto querer hacia vosotros. De los ríos se sanaría la fiebre maldita, la imposible vida carcomida, si el brillo del grandioso sol no estuviera ahí, fulgurante incluso cuando la gigante estrella, Malakbel, renegada por ustedes, fogoneé en el cielo. Y de la tierra saldrá el vaho de la arcilla y los vientos del norte, en Constantinopla, llevarán la enfermedad y la injusticia a Fustat, donde perecerá todo lo vivo y hermoso a lo que el Supremo le ha dado vida.”
Saaed cayó de rodillas y despertó, el sol brillaba y abrazaba con el sudor en las calurosas primaveras. Fustat estaba desolada, habían pasado días e incluso meses. La gran mayoría de la gente había muerto y el olor lo delataba. Era un olor prófugo y enfermizo, los que caminaban eran casi ghouls, demacrados y consumidos por el paso de la epidemia.
Petroglifo norteamericano de SN1054
La estrella ya no brillaba en lontananza, solo estaba el sol. Saeed agradeció a Alá, la brisa refrescó su piel. No oyó ninguna palabra ni recordaba las voces de los seres que le hablaban desde su niñez. No vio la perturbación de los objetos y de la atmósfera que acostumbraba a ver. Su fiel primo, siempre buen amigo y compañero, le contó que la epidemia lo había infectado y que, de los que fueron contaminados, era el único que había sobrevivido el castigo de Dios, aunque la inconsciencia había sido su estado por una semana. Le dijo que la Gran Estrella había desaparecido hacía dos días.
Fustat parecía otra, sin embargo, solo una explosión estelar había acaecido en un remoto lugar.