"Su aterido cuerpo no era más que un bloque de hielo. Tembló espasmódicamente, vi en sus ojos el fuego de la vida congelándose, luchando por derretir a la muerte. No lo comprendí. No habría comprendido nada que tuviera que ver con ese sujeto. Nunca lo había visto, nunca había caminado por la calle por las puras como hoy. Lo vi dejar su estado agónico. Ya no convulsionaba, sonrió y no entendí su sonrisa ya que estaba muerto. 
El piso estaba mojado y así su ropa, y la mía y los edificios a nuestros alrededores. Hacía frío pero se podía andar sin saco, tal y como y estaba. Vi en sus ojos una vez más pero ya no había nada, nunca hubo nada, además de las lágrimas que gritaban dolor. Vi en su pecho algo extraño: un papelito. Nunca me habría dado cuenta de él, nunca me habría fijado en alguien en la calle. Él era diferente, estaba muerto... y callado. Agarré el papelito con disimulo, como a quien se le cae algo, lo leí. Nunca pensé que algo tan de drama, tan trágico le podría ocurrir a alguien. Pensé que solo se le ocurría a esas mentes llenas de historias sumamente inverosímiles a las que les pagan por decirnos unas cuantas mentiras. 
Miré al cielo, por pura bronca, sin ninguna razón en especial. En dos días era fin de año, uno nuevo comenzaba, ¿realmente hacía alguna diferencia? ¿Hacía una puta diferencia un fin de año, vale la pena celebrar que estamos vivos? No fui más allá de eso pues mi mente estaba llena de mierda y solo saldría mierda de ella. Pasa que cuando estás encabronado por la sociedad todo te parece injusto, y es injusto de mi parte juzgarla; ella se juzga a sí misma con sus actos. Pasaba también que no tenía trabajo, más mierda; ¿a quién le importa un puto trabajo? Podría estar muerto. Y estaré muerto de hambre y sin casa si no trabajo. Pero estaré vivo, sin nada. ¿Qué vale esta vida si no tienes nada? Si todo propósito tiene que convenir de alguna forma a la sociedad. Más mierda. 
Miré por el rabillo del ojo y la gente se empezaba a aglomerar. Más hipocresía. "¿Qué le pasó, buen señor? ¿Lo conoce?" Como si hiciera alguna diferencia conocerlo o no, como si en realidad doliera algo la muerte de alguien más, el sufrimiento ajeno. En estos años de mi vida, llenos de un horror real y de un miedo irreal, me he dado cuenta que uno ha de vivir por sí mismo, preocuparse por su dolor sin ir más allá de tu círculo. Y tu círculo eres tú y nadie más. Todo estamos solos al final del día. Nacemos en soledad y morimos en la más infinita soledad, los que están alrededor nos son útiles o no. Así de simple. Nos entretienen o no nos entretienen, tienen nuestros interés o no los tienen; cada bifurcación atiende a un estímulo nuestro. Cada elección hecha por alguien más cae en un prejuicio y lo podemos odiar por ello, ¿nos dimos la tarea de conocerlo? No, pero lo odiamos, porque si le gusta tal cosa es la representación de tal cosa y por tanto es más mierda.
La llovizna empezaba a caer y el drama emergía como la diarrea en un mal día. Más hipócritas se acercaban. La sirena empezaba a aullar con su canto fúnebre. Reí. Nadie comprendió mi risa, nadie comprendió lo cómico de la situación. Nadie vio que estábamos en un malnacido drama de T.V., que éramos la sucia comedia de la que alguien más se reía, y si yo me reía de ella, iba a ser la queja social que él sujeto que nos observaba quería y si hacía un discurso melodramático, sería el sentimentalismo que él querría ver. Porque somos la mierda que los demás quieren ver, o no la somos y nos critican. Todos somos críticos, ¿has visto a esos seudocríticos de segunda de las revistas? Es la misma tontería. Su juicio vale más por un título, porque han leído las críticas de otros críticos que los antecedieron, porque conocen más incidentes... ¿A quién mierda le importa? A ti, a mí, a todos.
Creí que alguien se reía conmigo, creí que comprendía lo cómico de la situación, mas no fue así. Lo vi enfurecido, preguntándome que quién me creía, ¿quién me iba a creer? Nadie. No soy nadie, tú eres nadie, tal y como yo soy nadie y me río de todos, del todo que conformamos cada uno de los nadies que somos pero del que ninguno de nosotros quiere formar parte mas queremos encajar en ello, ¿no le ven la ironía? ¡Ahí están los adolescentes, queriendo ser diferentes, y ahí están, en grupos de personas iguales a ellos! ¿No es acaso la identificación parte de la diferenciación de cada uno? Todos somos nadies y nadies somos todos. Estamos unidos por un lazo que nos desprende, y balbuceo porquería, ¿te lo creíste? Mal por ti, a mí no me pagan por esto, así que probablemente está mal. Y tú, jodida persona de la clase media, ¿de qué te quejas? Yo me quejo de mí mismo, porque quejarse por los demás no cambia nadie. Pero eres un hijoputa y un hipócrita, así que mejor aléjate de mi camino."
Sacado de una grabación marciana en una colonia humana, 2105. 
~♫~Jingle bells, jingle bells, jingle all the way~♫~
Champaña, compras compulsivas y luces de colores everywhere. Navidad es una de las temporadas (porque empieza en Noviembre y se va intensificando hasta el 25 de diciembre, día central) en que la gente puede llegar a impacientarse excesivamente al punto de caer en estrés... Pero en fin, también es una buena oportunidad para compartir en familia y ser feliz por un rato. Y para que se entretengan, les escribí un cuentecillo —rima con duendecillo (-navideño).

.+.+.+.+.+.+. Será una Feliz Navidad.+.+.+.+.+.+.

“Será una feliz Navidad”, decía el anciano a mediados de julio. “Sí, papá, así será”, sus hijos, cualquiera de ellos, muy tolerantes y serviciales, mientras le ayudaban a comer. “Hay que hacer las compras entonces”, se exaltaba. “Ya las hizo mamá, no te preocupes, y también las luces las acomodamos ya. La cena está casi lista, como si fuera para mañana”. “Pero si es mañana, hijo. Qué gusto…”. Ya se habían acostumbrado a ello, a la vida de eternas efemérides de su padre. Todos los días se celebraba algo, especialmente Navidad, que estaba siempre cerca, muchas veces bastante como ahora. Su madre tampoco podía hacer compras, eso era seguro, había fallecido tres años atrás y todos lloraron mucho por ella. Era una familia muy unida, ciertamente.
Solo por si la situación llegaba a un límite, tenían preparados gorros de fiesta y serpentinas. Improvisar con galletitas y limonada se había vuelto una costumbre también.
“Papá está enfermo”, recuerda el hijo menor las palabras que le dijera su hermano cuando, llegado a la puerta, se atrevió a desmentir todo lo dicho por teléfono y a pedir sinceras disculpas. “Pensé que nunca vendrías”, dicho entre sollozos, como si fuera un niño. Recuerda también su primera impresión de su padre después de no haberlo visto por casi medio año debido a su cambio de domicilio. El viejo sentado a la mesa, como si estuviera perfectamente, y con la preocupación característica de un padre de familia con hijos de los que hacerse cargo, tomándose un té, su preferido, y destilando el tiempo revisando su ajetreada agenda de jefe de familia. “No entraba en cuenta de que sus hijos ya están bastante grandes”.
“¿Has visto a tu madre?”, inquirió al verlo llegar, en vez de saludarlo. “Tu madre”, amigo, sabes bien dónde está, ¿por qué no le dijiste y terminaste por fin con todo? “Ojalá pudiera ser tan sencillo”. Ya lo había visto sufrir su pérdida una vez. Repetirlo una o más veces, porque el viejo nunca recordaba nada, estaba como regresado a una época de su vida de la cual parecía no querer moverse; sería cruel, demasiado… “se querían tanto…”. Por eso mintió, “mamá está donde la tía, regresa mañana”, y esa mentira lo consagró como un gran mitómano, capaz de construir cualquier tipo de historia creíble para su padre y que éste fuera incapaz de refutar. Nunca se imaginó mintiéndole tanto, y mucho menos que fuera su obligación moral hacerlo, a fin de que viviera más tiempo.
“Siempre busca a mamá”, le dijo entonces su hermano, como anunciándole el menester de volverse menos susceptible a la nostalgia, de aceptar por fin su presente y la vida misma. Debió ser antes, ya eran lo suficientemente adultos, pero los hombres del mundo suelen guardarse el sufrimiento como una reserva a la cual acudir cada cierto tiempo. Y mamá, a partir de ahora, siempre estaría fuera, donde la tía, si no simplemente en casa, en alguna habitación, cuando fuera seguro que papá no saldría a cerciorarse.
Sus recuerdos de los últimos diez años se habían bloqueado, era un joven en cuerpo de viejo, y cada vez que despertaba, preguntaba por su mujer, y pronto por la festividad próxima o la del día, Navidad, ambas cosas conectadas, pues el cumpleaños de ella era el mismo 25 de diciembre. Había siempre que convencerlo de que era al día siguiente. Mamá no podía no estar para su día, sería una lástima, y algo andaría mal, muy mal. Algunas veces lo sospechaba, otras era más bien fácil mantenerlo tranquilo. “Ojalá todos los días pudiera creernos”, deseos de mitómano, pero nada más cierto para ellos, que sufrían seguramente al verlo, a menos que se hubieran acostumbrado ya a su estado y no quisieran aceptarlo.
Sus navidades fueron siempre felices, por eso las recuerda, pero más que eso a su esposa, tan linda como cuando la conoció, aquella que lo había soportado casi cuarenta años, los dos últimos no cuentan por su ausencia, pero “se querían tanto…”. Eso era lo único que importaba.
“Será una Navidad Feliz” con una gran cena, champaña y mucho amor familiar. Los dos hermanos, por momentos, parecían figurarse ese ideal imposible. El amor familiar se les estaba reduciendo cada vez más. En los últimos meses papá se había vuelto más débil y tuvieron que mantenerlo en cama a la fuerza, conseguir argumentos de donde fuera, incluso de cajones viejos o debajo de la cama, cualquier cosa les era útil en momentos tan desesperantes como una casi pelea con su padre gritándoles que necesita ir a casa de la tía a recoger a mamá. A veces casi lloraban, papá se daba cuenta y dejaba de insistir. Por suerte, pero más por desgracia, pronto sería incapaz de salir solo de la cama. “Será una Navidad Feliz, muy linda. Ya mañana estaré bien, solo quiero dormir”, preguntaba por mamá y volvía a su sueño. Dormitaba mucho ahora, pero agravaba. La preocupación de los hijos era cada vez mayor, les costaba aceptar que pronto dejarían de ver a su padre, que su vida se acortaba poco a poco, como el tiempo que los separaba de la Navidad y el aniversario de nacimiento número sesenta y cuatro de su madre.
Papá moriría la noche del veintitrés, la única vez en que no tuvieron que mentirle sobre la fecha, ni tampoco sobre mamá (“ya verás a mamá, antes descansa”). Y el día tan esperado, la Navidad Feliz, no hubo una gran cena ni champaña, pero sí mucho amor familiar.

.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.
Es todo por hoy. Que tengan un buen día navideño [ =) ]

“He perdido otro amigo.” Me dije en la noche, si quisiera hacérselos gracioso, hubiera puesto :foreveralone: y diría que no tengo amigo alguno en realidad. Pero me aburre la sobreexplotación de los memes.
Eso pasó por mi mente ayer en la noche. No sé por qué fue en la noche, tal vez es porque este amigo es un vampiro. Uno impulsivo y lleno de coraje. Uno al que vi “crecer” ): Fuera de bromas, cada vez que termino un libro, cómic, manga, anime, con un personaje genial, siento que pierdo un amigo. Pueden decirme que puedo leerlo de nuevo y porquería, pero no me gusta releer las cosas porque me aburre, incluso si es para rememorar.
Portada del Primer Libro
Bien, estuve todo este mes leyendo Darren Shan, comencé a finales de noviembre. Es una historia que se podría tildar de predecible, cumple varios estereotipos que se han visto en las historias de aventuras pero de todas formas es muy disfrutable. Cada personaje está MUY marcado por características MUY obvias, lo que los hace más entrañables (los más marcados son los personajes “importantes”, los que rodean al principal) .
Como me gusta ser desordenado, les diré ahora que el libro es como una representación del autor en ciertos aspectos. Darren Shan es el nombre del autor y la saga se llama la  Saga de Darren Shan, posee 12 libros que no son largos. El hecho de que el autor bautice al personaje con su nombre es un guiño bastante gracioso una vez lees el final.
Cada libro cuenta una parte de la historia, a mi me da la impresión de que pudo ser un solo gran libro y estaría bien. A pesar de cortos, los libros están llenos de contenido de la historia y cada final de libro te deja enganchado.  Es algo curioso, la narrativa es simple y directa, no se pierde en palabrerías y no usa muchas palabras “raras”, y te agrada. Sin embargo, la forma de expresarse del personaje va evolucionando a través de los libros, al principio te puede parecer chocante lo “niño” que suena, pero es un niño. Digo esto porque intenté leer Huckleberry Finn y me mató la narrativa pueril, no la soportaba. Aquí, a pesar de que puede no gustarte como a mí, te amarra como una víbora por el suspense.
Cosas interesantes por saber: Es una historia de vampiros fantasiosa. Los vampiros de Darren Shan no son vampiros ordinarios, el autor hace anotaciones, como el personaje principal, de datos populares que los desmienten en el mundo interno del libro. Por ejemplo: Los vampiros sí pueden verse reflejados en espejos, más las cámaras fotográficas o de video no los pueden captar porque sus átomos rebotan o vibran y eso hace que la imagen se vea borrosa. No son  vampiros como los de la cultura popular ni como los de Twilight que tanto le gustan a Joseph Curwen, repito, son los vampiros de Darren Shan  (que puede que te gusten más a no ser que seas de los fans de Entrevista con el Vampiro).
Portada del 11vo libro
La historia, a pesar de centrarse en los vampiros, no es propiamente de “vampiros” tiene mucho más que revelar aunque esto… lo tendrás que leer por ti mismo(:D).  

Nota: Como pueden notar, ambas portadas dicen "Cirque Du Freak", esto se debe a que el Cirque Du Freak es en ciertos momentos el eje principal de la historia, ya que la historia comienza por un Circo de Freaks, de personas raras, tales como: hombres serpientes(Evra), personas que se pueden quitar partes de su cuerpo y hacer que crezcan de nuevo(Cormac El Trozos), etc.  Aunque le pude atribuir más importancia, me pareció innecesario  ya que solo dos libros giran a su alrededor, el primero y el segundo.
Es una historia que ocurrió hace un tiempo. Una historia aterradora en esencia, algo que me gustaría olvidar, inclusive considerándolo una perla en mi vida.
Fue horrible.





Entrevista a Miroslav Suárez.

Siempre he disfrutado jugar con las mentes de las personas. Es un pasatiempo aterrador, lo sé. A veces consume mi tiempo de sueño… lo que solía tener malas consecuencias en los días siguientes, pero no es mucho peor que aquel que deja a su familia sin dinero por irse de juerga. No es mucho peor que aquel que apuesta todo lo que tiene... Aunque se podría decir que me parezco a este tipo, ya que se me podría llamar ludópata.
¿Qué qué hago? Eso puede variar, mi estimado. Puede variar tanto como la persona a la que atormento en cuestión. Atormentar es una palabra fuerte, sí, quizá haga pensar en trauma… en daños severos, mas no se debe ser tan negativo; ninguna experiencia en esta vida es mala.
En cuanto dijo esto, sonrió tétricamente. Era una ocasión única en mi vida, pero no paraba de temer.
—Por favor, siga— dije, intentando esconder mi temor.
¿Por dónde comenzar? Mi modus operandi… ¡Me hace pensar que soy un horrible asesino!—rió sardónico— es complicado de explicar… ¿pero qué no lo es cuando tu elocuencia es tan… corta, como la mía? Bueno… Siempre he sido muy observador. Era el alumno preferido de mi profesor de biología en su tiempo. A él le gustaba que observásemos las cosas que nos llamaban la atención de la naturaleza… De cualquier cosa que encontráramos rara, de esta manera, todas nuestras clases comenzaban con alguna que otra observación hecha por alguien (generalmente yo) en nuestro fin de semana. Cabe destacar, aunque es intrascendente, que mi clase era muy participativa en ese sentido… Solo era el más atento, el más suspicaz.
El observar tantas cosas desarrolló en mí incluso más esa cualidad. Cuando ya era un adolescente me interesé más por los humanos, sus comportamientos, las formas en las que reaccionaban… Sus miedos, sus pasatiempos, el cómo se relacionaban sus pasatiempos y sus miedos… A qué le tenían más terror, sus más profundos pensamientos. ¡Tanta vastedad en, nosotros, pequeños humanos! Quizá somos incluso más vastos que el océano… ¡Ah, quién sabe…!
Pese a que siempre fui huraño, demasiado, dirían algunos y me solían reprochar mis amistades esto, nunca dejaba de lado la oportunidad de conocer más a una persona. Podía ser una conversación estúpida, que no llevaba a ninguna parte; algo tan variado como las personas misma; pero ese era el error más tonto… Mis conversaciones siempre tenían un objetivo y tenía una tasa de veracidad  muy alta… ¡Muy pocas veces fallaba! Tenía que ser muy cerrado el sujeto, extremadamente cauteloso, para que no sacara algo yo de él.
Su cara era un amasijo tremendo de variadas expresiones. Ponía la expresión que causaba más impacto con relación a su discurso. Su nariz parecía un ponqué, su cara tenía alguna que otra marca de su juventud, granos explotados, etc. Su cabello era rulo  y corto. Sus ojos marrones. Era una persona que resaltaba a tu vista por lo feo y encantaba por su forma de expresarse.
—Esto puede sonar raro, descuidado de mi parte.— puse mi mano derecha en mi nuca—, pero ¿por qué decidió que se diera a conocer su historia? ¿Por qué quiere darse a conocer si disfruta explorar a los demás?
Pensé que jamás haría esa pregunta… ¡Ja! Qué tonto fui, es fácil, no quería ocultarlo… tampoco le di demasiada importancia. Hasta ahora, todavía no sé por qué satisfago este impulso…¿Qué me lleva a hacer esto? He pensado por semanas, lo he cavilado tanto que no he dudado de mi asertividad al venir hacia usted. Procuraba que la respuesta al por qué contar mi historia se contara en el transcurso de la entrevista, todavía no sé qué me guió a hacerlo. Argh… y sobre por qué lo elegí usted, simple: es un escritor de una revista de parapsicología y este tema será de particular interés para ustedes, por mis métodos usados…  Demás está decir que he leído varios de sus artículos, bastante precisos en la mayoría de los casos… No podía despedirme de esta oportunidad. Era el momento adecuado, solo necesitaba encontrarle.
Temí que notara el entusiasmo en mi cara, pocas veces se reciben este tipo de elogios. Él sonrió irónico. Su cara era imposible de descifrar, podía decir con certeza que era un hipócrita, aunque no era nada del otro mundo saberlo.
Muy bien… Creo que no respondí con certeza cómo escogía a mis víctimas. Sigo cierta pauta, es muy meticulosa, se me acusará de tiquismiquis… Lo acepto. Lo soy. Particularmente en estos casos. Suelo observar a las personas por periodos largos de tiempo, descubro su naturaleza, sus miedos…  No me extenderé más de ahí, ya se lo conté, sé como sonsacar lo que quiero. Ahora… permítame contarle algunas de mis historias más particulares.
La primera ocasión es siempre particular, es el momento en el que descubres algo, no sabes cómo actuar si es desconocido para ti, no sabes qué hacer… Se podría decir que estoy comenzando a narrar la historia desde su piedra angular, todo lo que he contado hasta ahora no son más que antecedentes, detalles que podrían justificar algún que otro inconveniente posterior, si no se me olvidó alguna cosa.
A los dieciocho años de edad ya es estaba en mi primer año de universidad, estudiando psicología. Para esos días era alguien tan raro como encantador, tenía muchas amistades pero pocos verdaderos amigos. Ellos no lo sabían, ellos confiaban más en mí que yo en ellos. Una vez, de regreso a mi casa, noté cierta pesadez en mis ojos. La noche se había apropiado de todo en menos del tiempo estipulado que dura el crepúsculo. Fue raro. Supe de inmediato que había viajado por el tiempo y el espacio. No estaba donde debía estar pero sabía dónde estaba y me había tardado lo que me solía tardar en llegar a ese lugar. El puente de la calle Victoria. Miré al río y vi la oscuridad más profunda que he conocido.  No había reflejo en el agua. El agua parecía una solida y uniforme pared oscura.
Empezaron a aparecer algunos puntos rojos sobre ellas que me hipnotizaron— o eso supongo—… Mi mente se volvió un vaivén indescriptible. No sabía quién era, dónde estaba ni qué pasaba. Todo era confuso, volteaba hacia un lado y me mareaba. Todo era extremadamente raro. Me encontré mirando a una gran piedra en los minutos siguientes. Tardé en darme cuenta de lo que pasaba, tardé en responder ante lo que veía. Desprendía un aura aterradora, un aura que yo no  podía entender. No lo captaba, estaba más allá de mis capacidades.
Tal vez haya oído hablar de ella, se les llama Rocas del Karma… Poseen distintas características, como supongo que sabrá, y pueden expulsar diferentes características dependiendo de la persona en cuestión… A mí me otorgó el don más hermoso que me han podido regalar los dioses. A otros les parecería horroroso, les parecería inhumano; para algunos es un castigo, para otros un gran regalo, a otros simplemente les da igual. Depende de la persona.
Se preguntará, intuyo, cuál poder me regalo… qué clase de demonio soy ahora. Soy un espectro, señor. Estoy muerto. Espiritualmente, estoy muerto. Soy un alma maldita que puede vagar por donde desee cuando quiera, mi cuerpo parecerá inerte; un simple desmayo. Sucede que todas las noches mi mente no divaga en sueños, siempre estoy consciente… Siempre.
Le parecerá que eso me hará volverme loco, pero no. No me volveré loco, se lo puedo asegurar. La explicación científica, y la única certera, es que mi cuerpo no siente el cansancio porque mi cuerpo descansa, por eso mismo mi mente no se ve afectada por lo que le sucede a mi cuerpo. Sin embargo, tengo que admitir que a veces es molesto estar despierto todo el tiempo. Siento que no he sido lo suficientemente claro. Me cuesta muchísimo abstraerme, no es que no pueda.
 Para este momento, ya parecían puras chorradas lo que contaba. Sus ojos me miraban como si me revelara una gran verdad, esperando sorpresa, miedo. Mi cara no le concedió el regalo que pretendía poseer. No podía permitirme perder esta batalla sicológica, habría sido mostrar debilidad… Mi orgullo estaba muy inflado como para permitirlo.
—Entiendo, es algo muy extravagante. ¿Cómo se siente al contar esto?
Su cara me miró perpleja.
¿Qué cómo me siento? Dice. Me siento estupendamente, no tendría por qué no. Es lo que quería, ya lo he dicho. Su sonrisa se ensanchó. Estaba desconcentrado… perdiendo.
Seguiré con mi relato, con este fantasmagórico cuento que es mi vida.
Al principio, no me di cuenta de esto. Pensaba que sufría de insomnio y torturaba a mi cuerpo con mi conciencia. Me veía decaído, no comprendía que pasaba. Ni siquiera me había dado cuenta de que cada vez que me levantaba, mi cuerpo seguía acostado. ¿Cómo habría de darme cuenta? No tenía nada qué comprobar. Cuando empecé a perder la paciencia, vagaba por toda la casa todas las noches. Mis pensamientos cruzaban fronteras infranqueables, fronteras que el ser humano no debe pasar nunca si no está preparado. Era una tortura peor que la física y más allá de la espiritual.
Podía ver mi cuerpo recostado, mas lógicamente lo atribuía a un arranque de mi lucidez por gastarme una broma. Me consideré loco. Casi llegué al extremo de ir a un psicólogo. Me contuve. Medité por largas noches, tratando de recobrar mi compostura… Y me di cuenta de algo que será el punto de inflexión de mi poder. Mi mente ya estaba serena esa noche.
Solo se oían a los grillos y a un viento fuerte que le daba por cantar su canción de marinero. Me dirigí a mi cuarto, un tanto abatido, debo admitir. Contemplándolo con suma serenidad. Observé todos los detalles, pues mis ojos  se habían acostumbrado a la oscuridad y esa noche la luna era nueva. Y me vi a mí. Acostado. Durmiendo. Sentí deseos de matarme y si hay que decir que cometí un acto impulsivo esa noche, no fue otro que el intentar ahogarme y sentí algo en mis manos, mi presencia inerte, mi yo durmiente. Mi proyección espiritual se deformaba un poco cuando me acercaba a mi cuerpo, como reaccionando… Pude percibirlo muy objetivamente. Me permití ver más allá de lo que había estado viendo, más allá de lo mundano; filosofé sobre metafísica, se podría decir. Llegué a la conclusión de que era lo que llaman los parapsicólogos “un proyección astral”.
Fue un descubrimiento maravilloso, déjeme decirle. Me sentí libre, dudé un poco, no lo niego. Pensé que era una excusa para engañar a mi subconsciente, pronto me di cuenta de que podía atravesar cosas físicas si me placía. Si te mantienes creyendo que sigues estando en el plano físico, tu proyección actuará como tal. Puedes no estar apoyado sobre la pared, pero como no hay nada que nos até, como la gravedad, por ejemplo, podemos controlar nuestro cuerpo como queremos. Podemos incluso transformarnos… ¡lo más placentero!
Ficción conmemorativa en relación al asesinato de John Lennon, fallecido el 8 de diciembre de 1980. Un viaje a la mente de Mark David Chapman,sus aficiones, sus motivaciones, en los minutos previos al asesinato.

Una mente perturbada

Magnicidio, bonita forma de llamarlo. El solo nombre ya hace que se lo distinga de las demás muertes. ¿Por qué es llamado así?, suena a grandeza, nos separa, nos divide. Todos somos iguales ante la muerte; pero él no. Él es diferente, él es grande, yo solo un insecto, una pequeña mancha.
De alguna forma hay una contradicción en mí, lo admiro y a la vez le odio, una voz me dice que lo haga, la oigo todo el tiempo: Mátalo, mátalo, mátalo. No quiero hacerlo, hace unas cuantas horas salió del edificio y me dio un autógrafo, fue amable. ¿Es todo lo que quieres?, me preguntó cortésmente luego de firmar. Asentí.
Le comenté mi logro a todas las otras personas circundantes al edifico Dakota, bonito lugar, según me dijeron fue utilizado en la filmación de Rosemary´s baby de Roman Polanski. Compartí con ellos mi felicidad, lean, lean, ha puesto la fecha, 1980, ¿quién hace eso? Felicitaciones, bien muchacho, lo conseguiste, me dijeron luego de ver firmado el disco que recién había comprado para la ocasión: el Double Fantasy. Enmarcar el disco y largarme, eso es lo que debo hacer. Lo he conseguido, he estado tres días aquí y lo he conseguido, ¿por qué no me puedo largar? Es fácil. Solo necesito tomar un taxi, ir al hotel, dormir, despertar, tomar el avión, y estaré en casa donde me espera mi esposa Gloria. ¡Vete!, ¡vete!
Hasta tengo una foto, un tal Paul Goresh me tomó la fotografía, le dije que le daría cincuenta dólares por ella, le insistí, le rogué que se quedara conmigo a esperar que regresara; pero no me hizo caso. "Regresará, estoy seguro que regresará!, le grité antes que se fuera sin voltear. Yo tenía miedo de lo que iba a hacer, ¡traté de impedirlo! Quería conversar, evitar las jodidas voces. Paul vendrá mañana, eso dijo, me lo prometió, lo hará. Es por eso que no puedo irme. ¡Sí!, por eso. Pero eso no importa.
Ahora la única cosa que me incomoda es saber el motivo por el cual me preguntó si quería algo más luego de que me firmara el disco . Acaso sabía lo que en verdad quería, algo se lo decía, le advertía. Tenía el revólver, 38 Special de Charter Arms, en el bolsillo. Pude haberlo sacado y gritar: ¡Sí maldito quiero algo más! Cinco disparos y todo habría acabado. Todo el mundo sabrá mi nombre.
Soy Holden Claulfield, su encarnación, esa es la verdad, yo sé que el libro de Salinger, Catcher in the Rye, habla de mí. Debo librar al mundo de él y sus falsas canciones, es mi regalo para el mundo. La hipocresía, no odio nada más con tanta intensidad que la hipocresía, juro por Dios que lo hago. Ojala no regrese, se ha ido, me han dicho que no volverá, que se ha ido al estudio a grabar, que se quedará allí. ¡Volverá!, ¡volverá!, ¡lo sé! Y cuando vuelva, lo haré, si me das la oportunidad… ¡lo haré!, sí.
Las diez y cuarenta, camino con la idea de irme y regreso sobre mis pasos, me voy y regreso, me retiene, algo me retiene. No he venido por el autógrafo, lo sé. Ha sido amable, me largaré. No, no he venido por el autógrafo. No soy nada, no soy nadie. La calle está vacía, solo yo con mi alma. Una limosina se estaciona luego de diez minutos, la puedo ver desde el arco del Dakota, ¡es él!, ¡ahora, es ahora!, ¡no!, ¡no! Espera… aún no. Acaba de pasar por tu lado, entrará al hotel y todo concluirá, no tendrás otra oportunidad, todo habrá sido en vano, habré perdido mi tiempo. Ya has descartado el matar a la famosa actriz de los ojos violetas y al presidente. ¡Es ahora!
Disparo sin piedad, cinco disparos mientras me da la espalda, es mi momento, escucho los gritos desesperados de su acompañante, el cuerpo de mi víctima se desploma en la entrada del edificio. Para Holden Caulfield. De Holden Caulfield. Ésta es mi declaración.
Espero a que venga la policía, el portero me ha quitado el arma, la pateó, no he opuesto resistencia. ¿Sabes lo que has hecho?, me grita con los ojos trémulos. Por fin puedo decir lo que tanto he anhelado: Sí, he disparado a John Lennon.
El ataque a Pearl Harbor es algo especial en la Segunda Guerra Mundial, forma parte del inicio de "La Guerra Mundial" como tal. Tras el ataque a Pearl Harbor, Japón le declara la guerra a U.S.A., Alemania declara, de igual forma, guerra a U.S.A. y se rompen las relaciones de ambos, por lo que se vuelve enemigo directo del Eje.
Bien, pese a que siento que no le hice mérito con mi pequeña ficción, que es como una de las "historias" que sucedió ese día, en la cuál añadí un poco de dramatismo, sin duda alguna puede haber pensamiento que no les parezca real. Pero es una ficción, en conmemoración a este día. Fin.

Ficción del Ataque de Pearl Harbor


Algo recorrió mi espina dorsal. Pude ver como pasó lo mismo con varios de mis compañeros. Nos estaban atacando y no podían ser otros que los japoneses. Todo fue tan de súbito que nadie supo qué hacer. El instinto dominó, y no cupo más en nuestras mentes que el hecho de que debíamos movernos.  Devolvimos fuego en cuanto pudimos, pero poco pudimos hacer. Sentimos una onda expansiva en las cercanías. Parecía el fin del mundo.
Los minutos pasaban rápidamente, intentábamos devolver fuego pero el embarullo nos hizo imposible hacer cosa alguna. Nuestra línea de vapor fue cortada por quince minutos. Luego divisamos como otros destructores salían del puerto. Pensamos en huir, huir rápidamente, no había otra opción. El contratiempo más grande que tuvimos fue la duda, estaba lo inexorable del quehacer—guiado por un impulso atroz, que quizá salvó nuestras vidas— y el eco de la inexperiencia…¿Seríamos capaces, nosotros, cuatro alféreces, de maniobrar un destructor, por nuestra cuenta?   La mitad de nuestra tripulación había quedado fuera al ir de juerga, los que quedamos, solo teníamos un año como oficiales de la marina. Pensaba en mi futuro como algo turbio, como una cruel broma. Pensé en mi madre, sola, con mi hermano menor, ese crío...
No obstante, no había tiempo para nostalgias y una segunda explosión cercana, sumamente cercana, unos 70 metros, como mucho, nos golpeó como lo haría un titán. La fuerza fue tal que no dudé que nuestro destructor se volcara, pero el azaroso destino parecía estar de nuestro lado.
     Si salimos vivos de esta, si salimos vivos…
Pero nunca terminó su frase, todos comprendimos, entre el ruido del anti-aviones y las explosiones, qué quería decir. Al menos yo lo comprendí.
Creímos  varias veces darle a algún avión, pero tantos eran que era imposible afirmarlo con certeza, o si significaba algo… 183 máquinas, dicen que fue la primera oleada, los informes oficiales. Parecían muchos más, entre la adrenalina y la acción pueden pasar mil cosas que no son más que una pequeña porción al extremo, induciéndonos a hacer cosas que ni nosotros creemos.
Tras la explosión, soltamos el cable de popa y la ancla, y nos dirigimos a mar abierto. En nuestras mentes estaba huir, disparar, huir, disparar… apoyar a la nación. Todo parecía llevarnos a eso. Todo lo que debíamos hacer era en pos de la nación. Nuestras vidas no importaban, importaba la nación. El mero acto de “huir”, seguía la orden, tajantemente, de patrullar por posible ataque marino, era lo que debíamos hacer, según las instrucciones recibidas en caso de… No había otra opción.
El escenario era desolador, la guerra había comenzado, implacable, inmutable. Posando su mano de muerte sobre cada uno de nosotros y haciendo caer la pieza que más le gustaba.
Mientras nos alejábamos de Pearl Harbor, sentí la lejanía de la vida.
No había mucho tiempo para reflexionar, así pues,  comenzamos nuestra labor de patrullar, aunque no se divisó nada importante más que un submarino de la marina…
Comencé escribiendo poemas, poemas feos que ya quiero olvidar pero que están en block de notas, la aplicación, guardadas. Y no sé por qué, pero no los borro, a pesar de que los odio. Luego dejé de escribir poemas y mis poemas fueron narraciones en prosa, y ya no supe distinguir cuando escribía un poema; aunque, en mi caso, más que poemas, son caprichos de cuando me da por jugar con las palabras. En fin, les presento:

Rosa Azul


Su lengua parece moverse en momentos distintos, en universos distintos, en lugares distintos. Yo estoy ahí, y ella está ahí. Ella no sabe que estoy ahí, no sabe que su idioma atraviesa una barrera y me deja noqueado. Ella imagina, y da por sentado que todos— y es cierto que así pasa con la mayoría— la entienden, pero a ella no le importa realmente eso, porque tiene a su interlocutor. Ella sonríe constantemente, y yo sé que ella sabe que es gracioso, yo sé que ella no sabe que a mí también me parece gracioso. No la conozco, tampoco sé que dice, como dije antes, menos sé de que conversan y esas palabras son otros tantos desconocidos en este lugar. Están ellas, las palabras, están ellos, los humanos. Tanto desconocido marea, y para la marea están los barcos y para los barcos hay navegantes, y yo ya quisiera ser uno. En serio.
Están sus bonitas facciones, están sus refinadas, refinadas y como de mármol facciones. Ella parece una muñeca, y si tuviera cuerda, le halara la cuerda para oír sus palabras, pero ella no es mía, ni de nadie, ni de alguien, ella es suya y sin saberlo le basta para darse cuenta de ello. Ella no lo sabe. No sabe que para mí es una muñeca y que su castaño cabello para mí es rubio y que sus ojos café para mí, son café. Café con leche, como el café que tomo. Dulce, dulce es su voz, y no la he probado, como también me falta probar el café, que espero sea dulce y si no lo es, aunque sea amargo me lo tomo, pues para eso está mi vida, para ser amarga.
Entonces una lágrima cae, y es transparente, como las vitrinas de la cafetería y mi corazón parece quebrarse pero no se quiebra. Él ha visto mucho, él sabe que con el tiempo ella sanará. El rímel ennegrece la lágrima, ennegrece su corazón por un segundo y le da vida a otro tipo de muñeca, una más oscura, influenciada por lo malo, o eso me gustaría pensar a mí. También me gustaría que el malnacido que la acompaña muriera, por hacer llorar a una chica, por dejar que ese líquido salobre salga de sus ojos. Salado, a veces lo salado es más amargo que lo amargo, a veces nos damos cuenta de que el agua trae demasiados males. Retribución a la vida, a la cruel y bondadosa vida.
Y su silla cae con violencia. Él está molesto por este vorágine al que llamamos vida, y que en este momento el ha de llamar problemas. Ella llora, y en sus mejillas se forman cauces de un río que no debió existir, y de las palabras de aquel hombre no hay más que un resentimiento contenido y no miento cuando digo que siento odio. Él sabe que hace mal, él sabe que por sus palabras mil astillas se quemarán en su boca, y crepitarán y ese sonido le despertará por las noches; será el Coco quien le dé su merecido, o La Parca, o Freddy Krueger, o yo. Pero yo no soy quién y aunque lo fuera la cobardía es un don, un don que te salva de cuando en cuando.
Aunque sus labios sean delgados y maldigan, aunque su voz se quiebre como un vidrio templado, aunque los ríos a su corazón ahora estén ennegrecidos, el paso del tiempo lo curará y ya quiero yo que lo curen, porque no vale la pena que ella llore. Porque siento amor y a la vez no lo siento, siento una lástima extraña que es más comprensión que lástima y siento una atracción extraña que me enreda cual telaraña, e hice una rima sin esfuerzo. Las rosas azules son hermosas, pero sus espinas solo traen dolor; las rosas en general son hermosas, pero las rosas son rosas y no me gusta el rosa.
"Encuentros"

Segunda Parte




— ¡Despierta, despierta! ¡Joder, la perdemos!
El sol resplandecía y quemaba su tez, era la idea. Después de todo, su piel estaba cubierta por bronceador. Le encantaba la playa. Sentir sus pies en la arena, que se escurriera por sus dedos. Acostarse en ella y sentirla en cada parte de su piel. Era relajante. O sentir el agua tocar sus pies, por cada ola que llegaba, mientras estaba acostada. Era una suma perfecta, la combinación que más le gustaba. Sol, agua, arena. A veces se adentraba en el agua y nadaba un rato. Siempre le había gustado nadar.
Disfrutaba más que todo eso que a su novio también le gustara la playa. Estar con sus amigos o familia no se comparaba con estar junto a su novio. Estar hasta la noche, ver el atardecer, era algo extremadamente cliché. Lo había visto en películas mil veces y siempre le parecía igual de romántico. El beso al acaecer el crepúsculo, el amor naranja que se extiende por el horizonte marino. La brisa de playa, rodeándolos, la arena en sus pies. Amaba la playa, quizá más que a su novio, pero él era otra parte de su gusto por la playa.
A veces lamentaba no poder vivir en la playa, tener que estar esclavizada en el trabajo… Otras veces no era tan malo. Le gustaba tratar con la gente y era muy empática. Excelente mediadora. Lo que le molestaba era el frío, siempre había odiado el frío, no importaba que tuviera un suéter, una camisa manga larga, una bufanda; era simplemente inconcebible tener frío para ella, y el calidez que sentía por la ropa era apenas disfrutable. Prefería al calor, sentir el sol revitalizante.
Su novio había ido a comprar unas bebidas naturales, como a ambos les gustaban, y ya lo había divisado a lo lejos. Fue corriendo hacia él, quería probar el jugo de piña. Le encantaba el jugo de piña. Oyó su voz.
— ¡Hiromi! ¡No! Joder… ¡HIROMI!
Su voz abrió un espacio abismal entre ellos. Estaba la playa, conteniendo a la arena y el agua, estaba él, Takeshi, estaba ella, Hiromi, y un gran vacío negro que se extendía. Y los separaba, distorsionaba. Su mano se perdía en el vacío negro. Luego el vacío negro desaparecía y simplemente una foto se rompía. Ellos abrazados, él viendo la foto. Él rompiendo la foto, una lágrima cayendo por su ojo. ¿Por qué? ¿Por qué?
—Dime, ¿por qué? — Su voz se quebró.
—Es difícil de explicar. No creo que lo podría explicar ni un millón de años.
Estaban en frente de su casa. Él estaba recostado al muro de la pared. Ella lo miraba, no podía asimilar lo que pasaba. Él miró al cielo.
— ¡Explícame! No… no puedes…
Él se reincorporó, le agarró los hombros, la abrazó. No podía aceptarlo, que le dijera eso, que luego la abrazara.
— ¡Suéltame!... Su..é…—Rompió a llorar.
—Hiromi…—Posó sus manos sobre su cara, suspiró hondamente y miró al cielo. — Sabía que sería difícil, joder. No… no es fácil.
No respondió.
—Vete. No te quiero ver más nunca… ¡más nunca!—  Sus ojos estaban rojos. Se limpió las lágrimas con su mano, fue corriendo hacia su casa, un portazo cerró la puerta.
Takeshi se quedó viendo las estrellas.
— ¿Por qué? ¡Joder! No me merezco esto, Hiromi… Hiromi…
— ¡El desfibrilador! Apártese, señor, apártese. Estorba.
***
— ¿Akemi?—Preguntó— ¿qué haces aquí, Akemi?
— ¡Takeshi!
— ¿Qué haces aquí?
Ella lo miró dubitativa. Sus ojos se veían extraños…. Perdidos. Y su andar, era torpe. La noche era callada, ni siquiera el viento se atrevía a silbar.
—Vine a encontrarme con Hiromi— dijo al fin, reuniendo mucha seguridad.
— ¡Hiromi!, dices, Hiromi… Ella… ¿está bien?— Su voz, la agresividad se difuminó.
—Sí, el tiempo ha pasado… Ella, ella quizá esté bien dentro de unos meses… Es difícil.
—Lo es… yo… yo nunca debí…
—Calla. No lo digas, no tienes por qué estar aquí. Ella… sabes que te odia.
 Takeshi dio un respingo. Sintió un frío recorrer toda su espalda. No se atrevió a decir nada, siguió andando, perdido.
Hiromi… Hiromi. Nunca debí… nunca…
***
—Akemi, ¡Akemi!, ven aquí. Mira esas mariposas, mira, mira como vuelan.
—Es mágico…
Los colores que poseen cada una de ellas. Su vuelo melancólico, sus alas variopintas. Ambas sonrieron, cada una por diferentes razones. Hiromi se veía melancólica, como si una parte de ella se perdiera entre las mariposas. Akemi, por su parte, se llenaba de júbilo.
***
Está mirando el reflejo de las luces en el río. Los carros pasaban por detrás de él rápido. No había farolas, todo estuvo oscuro por segundos. Luego un carro pasó. Luz, se encandiló. Las cigarras lloraban. Tenía una botella de vodka en su mano, la segunda.
Miró al río por largo rato, viendo como fluía, como las luciérnagas volaban. Pequeños faroles. Pequeños faroles sempiternos… con una vida infinitesimal. El todo de las luciérnagas forma un gran cuerpo inconcebible, eterno. Sus luces, son apenas simples insectos.
Su mano agarró fuertemente la baranda. Puso un pie sobre ella. Iba a saltar. Una luz lo encandiló. Cae sobre el concreto y pierde la conciencia. Es imposible…
***
El pasillo era extremadamente largo, la luz era lánguida por las lámparas, algunas parpadeaban, otras simplemente no prendían. Caminó por el pasillo, segura. Era un pasillo largo, en las paredes no había nada, se veían verdes y sucias. Pero no roídas. No se puede ver el final del pasillo, no hay nada más que el pasillo y su apariencia interminable.
Su mente pensó en muchas cosas. ¿Qué hacía ahí? ¿Cómo llegó hasta ahí?
Siguió caminando, caminando, caminando. Divisó el final, una puerta, tiene un cartelito. Corrió hacia él con todo lo que le quedaba en su reserva de energías.
“Feliz cumpleaños” Dice el cartel. Hongos y gusanos tiernamente dibujados protagonizan la escena. Y una torta.
Tocó la puerta.
Dos veces, tres veces. Esperó un momento y repitió el patrón. Abrieron la puerta.
—Oh, eres tú… Sabía que llegarías—. Es un gato el que habla.
— ¿Quién eres?     
—Me extraña que no sepas, más que extrañarme… Me insulta.
Rió para sus adentros, que un gato hable es extremadamente gracioso.
—Nunca te había visto, gatito.
—Akemi… ¡Por dios! Akemi… ¿No recuerdas?
— ¡Sabes mi nombre!
—Por supuesto que lo sé, Akemi… — El gato luce molesto. — ¿Tampoco te acuerdas de Hiromi?
Una brecha se abrió en su mente. Hiromi. ¡Hiromi! Ése era el nombre que buscaba. Ha pasado tanto tiempo, la habitación extraña, luego Japón. El templo.
— ¿Recuerdas? —El gato esperó respuesta, pero no hubo alguna, ella lo veía anonadada. — Estás igual de sorprendida que las veces anteriores. No me sorprende… ha sido difícil.
— ¿Quién… quién es Hiromi?
—No lo recuerdas… me lo imaginé.
— ¡RESPÓNDEME! Yo… la he… la he estado buscando. Su nombre, ¡buscaba su nombre!
Había una pequeña mesa en el cuarto del gato y dos tazas de té caliente. Un cuarto muy austero.
—Lo sé.  Has tardado.
—No… no entiendo.
—No debías entender nada, ni recordar cosa alguna, Akemi.
El cuerpo del gato se va volviendo grande, y grande, y grande.
— ¡Quién eres! ¡Te exijo que me respondas, pequeño gato!
—Hiromi, Hiromi… Bebe un poco de té. Te hará bien.
— ¡Dame respuestas!
—El té te las dará.
— ¡No se puede confiar en un gato!
—No soy un gato cualquiera…
— ¡Eres un gato!
—Que habla.
—Debo estar dormida…
—Bebe un poco de té…
Accedió, al fin, temiendo que algo más sucediera. Sin embargo, cuando has caminado tanto como ella y finalmente llegas a tu destino, ¿a qué puedes temer?
El sorbo recorrió todos los recovecos de su mente. Entró en sus papilas gustativas y dio sabor. Hiromi… Su amiga de la infancia, era dos  años mayor que ella. Su novio, Takeshi, los dos amaban la playa. Akemi, al contrario la odia.
Rompieron.  ¿Y qué pasó después?
—No sé… ¡No sé, ya te dije, gato!
Sus ojos son verdes, tiene el cabello cano. Su rostro se muestra impasible.
—Ja, ja, ¿gato? ¿Te parezco uno? —Bebió un sorbo de té.
—Ka..¡Kazuo!
— ¡Céntrate, Akemi!, ¿qué pasó después?
Takeshi se hundió en la bebida, se arrepintió. Hiromi ahora odia a Takeshi. Lo odia. Está deprimida, pero lo sobrellevará, está segura de eso. Un día, volviendo a su casa en carro, Takeshi choca con ella. Un accidente fatal. Takeshi salió ileso, no obstante, Hiromi sufre una contusión cerebral. Akemi sale casi sin ningún rasguño, habían quedado en encontrarse en el centro comercial. Luego irían a su casa.
—Sí, eso es cierto. ¿Recuerdas?  Pero no la encontraste en  el centro comercial. Recuerda Akemi, recuerda.
— ¡Su trabajo! Me dirigí a su trabajo, mi madre me pidió que hiciera una diligencia y un amigo de mi madre me llevó.
—Exacto.  Eso está mejor. ¿Recuerdas a Kenji?
—Un amigo de la infancia… ¡No entiendo!
— ¡Intenta recordar, Akemi!
El reloj de pulsera del señor está sobre la mesa. Lo ve todo más claro. Una biblioteca grande detrás de él. Una camisa blanca, su bigote… Es Kazuo. Sí, ya recuerda mejor quién es Kazuo, dejó de ser un nombre, ahora es la esencia de una persona y la persona misma.
—Me encontré con Louise y Kenji, por casualidad, antes de ir a casa de mi madre. Luego fui al trabajo de Hiromi… y… ¿qué pasó con ella?
— ¿No recuerdas?
—Contusión cerebral… La estuve visitando por varios meses. Hasta que se recuperó. Takeshi intentó suicidarse… fue internado en un psiquiatra.
—Así es, Akemi, así es.
— ¿Qué… qué me pasó? ¿¡Cómo llegué aquí!?
—Es una larga historia. — Bebió otro sorbo de té.
***
Estimado Dr. Tanner:
Akemi, luego de encontrarse con Hiromi, cuando fueron a ver las mariposas, sufrió un bloqueo mental, causado por una perturbación del tipo electromagnética. Su cerebro no pudo asimilar la radiación que recibió. Nadie hubiera podido. Por tanto, su memoria sufrió alteraciones y desvaríos. Es una historia encantadora, como puede apreciar.
Lo ocurrido tiene varias explicaciones, la más graciosa de todas (que no descarto, por cierto), es la presencia de un ente no material, que se manifiesta por radiación electromagnética. Me permití investigar el lugar, tomando las precauciones verosímiles para una situación tan poco común y apenas encontré una pequeña alteración. Sin embargo, transeúntes comunes de la zona me advirtieron que alguien había muerto ahí en alguna ocasión, habían escuchado voces y demases, pero es solo una leyenda urbana… según ellos. No me explayaré más debido a que, además de la explicación ya dada, las otras serían repetitivas y cansinas.
Con mucho gusto,                                                                                               
Kazuo.
XX-Diciembre-19XX


 Primera parte.