Un día como hoy, Jack El Destripador asesinaba a su presunta primera víctima. Jack ha pasado a la historia por ser un caso "enigmático" para la época. Hubo muchos misterios alrededor de sus asesinatos, varias cartas falsas y ningún sospechoso concluyente. Aquí dejamos una ficción sobre Jack y su primer asesinato, el de Mary Ann.

"Ella"



 Vi sus ojos ya carentes de vida, faltos de expresión. Una marea terrible y vertiginosa consumía mi interior cada vez que la veía. Me recordaba a ELLA. No lo soportaba. Era revivir el momento, mi infancia, mi vida. Era verla a ella con vida de nuevo. Y cuando pensaba en ella con vida todo era una tormenta feroz y cruel. Era un león esperando a su víctima en el acecho, a sabiendas de que tendrá su comida y la disfrutará. Pero no solo era eso, era también amor, era un amor sucio. ¡Y BIEN QUE LO SABÍA!
No lo podía concebir.
Ese amor sucio. Maltrecho.
Ese amor que me consumía y me incitaba a más.
Era demasiado para mí.
Demasiado.
Describir ese amor era formar la guerra en mi cabeza, era citar a una legión de demonios que me atormentaban por el pecado.
…Por otra parte, era amor... y lo disfrutaba. No podía dejar de disfrutarlo, no podía dejar de llenarme en el preciso momento en que la sangre, roja, espesa, salía. Desprendía amor, me recompensaban de alguna manera hermosa y metafórica por su muerte. Porque ellas sabían lo horribles que eran para mí y para todos. Ellas lo sabían.
Lo sabían desde el momento en que me miraban sonreír, de esa manera tan encantadora tan de confiar. Lo sabían cuando con mis modos amables las trataba con cariño. Y no lo soportaba, no lo soportaba para nada. Saber que ellas lo sabían y que provocaban mi sufrimiento deliberadamente. Era algo espantoso.
Soñaba con ellas, riéndose, hundiéndose bajo el placer, bajo su maquillaje, bajo sus peinados, bajo su suciedad. Cuando sucedía eso y los pensamientos venían a mí fugaces, destronadores de cualquier otra cosa, imperiosos a la hora de gobernarme, sufría. Sufría mucho. No podía dormir noches enteras, lo que me forzaba a verla, a tocarlas, a sentir sus miradas, a oler sus sonrisas y oír sus perfumes, baratos. Era insoportable. Era algo que me destruía completamente por dentro. Era un pecado peor que el que cometo ahora.
Desde el momento en que la vi, en la que vi sus ojos, tan parecidos a ellos, su color, su forma... Todo de ella era parecido, Mary Ann. Una sucia prostituta, pero te veo y la animadversión desaparece. Me siento sosegado, la tormenta ya no es tormenta, es un mar hermoso que refleja a la luna. Es un mar hermoso y oscuro, incapaz de perderse en una noche tan brillante.
Mi cuchillo perfora su carne demasiado blanda para mí. Es una sensación que ya he sentido antes. Pero no como ahora, no disfrutándolo tanto. Antes era un placer corto, que se extinguía en medio del apuro y el miedo. Se extinguía en medio de los pensamientos más horribles, de los castigos imposibles.
A ella la había observado el tiempo suficiente como para saber que estaría sola, siempre pasaba por acá. Este lugar sería mi pequeño santuario en esta ocasión, nadie vería nada, estaríamos solos en una intimidad pública...
Ella ES una intimidad pública. Su vida pende de eso.
Y ESO, es... es..
Atravesar su carne es una sensación que apacigua todo el odio, todo los recuerdos de ella. Es ahora como una virgen ella, con sus ojos ahora cerrados, que ya no me culpan de nada. Es algo casi hermoso.
Me hace recordar todos los momentos que he pasado con ella, antes tan sucia, tan fea. Sus sonrisas pícaras, ahora se me antojan de ridículas. Ahora sí es hermosa, ahora puedo enorgullecerme de esto.
Puedo pensar con más claridad, ver a esa mujer impúdica con la que pasé mi niñez y reírme en su cara.
Matarla, despreciarla, hacer realidad todo lo que no pude cuando era demasiado joven. Ahora ella está muerta, enterrada. Ahora son otras ella las que me atormentan, como si supieran quién soy, como juzgándome, como dejándome desnudo, como desmembrándome y haciéndome suya.
Qué risa, qué graciosa e insustancial es la vida. Pensar que cae por un corte, que se escandaliza por el derramamiento de sangre, que derrumba por su ausencia. Pensar que sus ojos pierden todo el poder cuando la vida se esfuma, que sus caras se vuelven repentinamente hermosas, como llenas de paz, al fin liberadas.
— Ya me tengo que ir, querida...

¿A quién le gusta apreciar una buena fotografía? Esta ficción va dedicada a todos ellos. Un día como hoy se ofrecía a dominio público al antecesor de la actual cámara fotográfica, el Daguerrotipo. Y aunque uno de sus diseñadores, Louis Daguerre, lo había patentado días antes en  Londres, el 19 de Octubre sería recordado como un momento único, convirtiéndose más adelante en el "Día de la Fotografía". Desactiven los flashes y disfruten de la lectura.



Dos hermanos y un Daguerrotipo.

François Arago, secretario de la Académie des sciences avanzaba con premura por los pasillos de la institución. Ya faltaban muy pocas horas para lo que sería un evento muy importante para el mundo. Finalmente, y tras algunos arreglos, el daguerrotipo podría ser fabricado y usado por todos. No podía ni debía esperar mucho tiempo. Necesitaba propagar la buena nueva lo más antes posible. En tan sólo unos días, arregló todos los detalles para la sesión extraordinaria en la cual él mismo disertaría el discurso. No le alcanzó el tiempo para escribirlo, ya improvisaría en el momento.

Ingresó a la oficina y miró al invento. Su imaginación se desencadenó,  fantaseando con cada posibilidad, con cada opción, que otorgaría el daguerrotipo. Y como cualquier invento, las nuevas generaciones la irían mejorando. ¿Se lograrán imágenes a color? ¿Evolucionará de tal forma, volviendo su uso más sencillo, que incluso un niño pueda usarlo? François sonrió.  Cualquiera pensaría que deliraba, pero él no lo veía así.

Arago sintió la ligera tentación de tomarse una fotografía. Podría hacerlo, conocía el objeto casi tan bien como su inventor. El problema era la gran cantidad de tiempo a invertir para poder fotografiar. Así que solamente lo acarició con las yemas de sus dedos. Tocaron la puerta. Eran varios integrantes de la Academia. Le dijeron que necesitaban hablar con él en otra habitación. Él se dispuso a acompañarlos, pero olvidó cerrar la puerta de su despacho.


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En otro lado de la ciudad, no muy lejos de allí, dos niños pillos corrían alegremente. Cada calle, cada persona, era parte de sus acciones lúdicas, de sus juegos inocentes, de sus bromas. París era su gran patio de diversiones. Pero jugar en la ciudad no era el objetivo de estos jovenzuelos. Sus  curiosos sentidos escucharon los rumores respecto a un nuevo invento, el cual dibujaba con mucha exactitud cualquier imagen, y sin necesidad de un hábil dibujante.  Sus pequeños corazones latieron con fuerza al oírlo. Saltaban, gritaban, imaginaban, jugaban, soñaban. 

No eran niños de la calle. Sus padres eran miembros muy respetables de la sociedad francesa. Conocían los detalles de la ciudad por dentro y por fuera.  Aunque pertenecer en las grandes esferas de la sociedad representaba muchas obligaciones,  tediosas y aburridas. Sus enormes ojos veían mucho más de lo que las rejas de su hogar les permitían. Gracias a su pasión por la aventura, permanecían castigados en sus hogares, encerrados cual pajarillos. ¡La muerte es mejor que el encierro!
Pierre y Laurent  no pudieron soportarlo más. Se escaparon de casa, de las obligaciones, de las ropas apretadas, de la etiqueta absurda, de la jaula, del encierro. Paris era suyo. Francia era suyo. El mundo era suyo.

 - ¡Vamos a verlo, vamos a verlo! – Laurent sostenía una pequeña caja que “tomó prestada” de alguna parte.
- Suelta la caja, que te estás ensuciando – Pierre brincó delante de él y le arrebató la caja a su hermano. Luego, sacudió el polvo de sus ropas.
- Pero, es mi daguerro…
- Silencio. Hoy no jugaremos al daguerrotipo ficticio – Pierre, el hermano mayor, mostró su sonrisa pícara, llena de travesura infantil - ¡Hoy veremos uno de verdad!
- Pierre, sólo hay unos cuantos y… - Laurent, el menor, inocente y un poco cohibido, fue interrumpido nuevamente.
- Lo sé, lo sé. Sabes, escuché de Papá que hay uno en la Académie des sciences, no muy lejos de aquí.
- ¡No! ¡Pierre! ¡No me quiero quedar sin dulces por un año otra vez! ¡No quiero que me golpeen otra vez!
- ¡Débil! ¡Siempre has sido débil! Así nunca  lograrás crear algo que sirva. Si quieres ser un inventor, debes aprender a arriesgarte y sufrir las consecuencias.
Laurent agachó su cabeza, aceptando las palabras de su hermano.  Asintió en silencio. Pierre continuó con la explicación.
- Mira, entrar será muy sencillo. Lo difícil será encontrar el daguerrotipo. Para ello debemos mantener el silencio en todo momento. Sin quejarse. Hay que hacerlo rápido, antes que la nana se entere que usamos el truco de la almohada otra vez.
Pierre le indicó que se pusiera de pié. Acto seguido, ambos se echaron a correr.

No pasaron ni diez minutos, cuando llegaron a la Academia de Ciencias. Las puertas no siempre se encontraban abiertas a todo el público. Era en esas ocasiones en las cuales podía encontrarse apostado un guardia. Detrás de él había otro guardia y algunas personas más. Pierre sabía todo eso. Así  que ideó una distracción. Primero buscó un pedazo de carne. Luego, buscó a un perro callejero y lo comenzó a atraer  con la carne. En un momento dado, lanzó el trozo dentro del edificio, deslizándolo por el piso. El perro, muy  hambriento, brincó hacia el alimento, causando gran alboroto. Un guardia pateó al perro, el cual gruñó. Otro le arrebató la carne, una malísima idea, el perro se le abalanzó y le mordió en el brazo.
Aprovechando el alboroto, una mezcla de gritos y ladridos, los jovenzuelos corrieron dentro del lugar sin ser vistos y continuaron su trayectoria.


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- Ahora viene lo difícil – susurró Pierre, mientras se llevaba el dedo índice a los labios.
Caminaban lentamente e intentaban abrir cada una de las habitaciones, sin éxito. Laurent se mostraba más asustado y Pierre, más molesto. Así estuvieron quince minutos, buscando habitaciones abiertas.
Ya habían perdido las esperanzas cuando por accidente, encontraron una puerta sin cerrar. Sospechoso. Podía estar alguien adentro y sería el fin. Pierre empujó lentamente la puerta, para percatarse que el lugar se encontraba vacío. Y no era lo único. El objeto soñado, el objeto deseado se encontraba colocado encima del escritorio.

- Lo encontramos, por fin lo encontramos – sonreía Pierre.
- ¿Y qué haremos ahora? – dudó Laurent.
- ¿Por qué lo preguntas, lo llevaremos a nuestra casa?
- Se puede armar un buen lío.
- No pasa nada. De seguro que tienen otro por allí.

Después de dicho esto, Pierre tomó el daguerrotipo y lo levantó  del escritorio. Tuvo que bajarlo de nuevo, ya que detrás de su hermano, François Arago lo miraba, severo.  No hacían falta las palabras. Ambos sufrirían el peor de sus castigos, uno de los que nunca olvidarían.


Algunos años más adelante, los hermanos recordaron con melancolía ese recuerdo, imaginando el escándalo que se armaría si hubiesen cumplido con su objetivo. Y al final, un “ valió la pena” al unísono.


Bien, señores. Las cosas no han sido fáciles. Contar la historia de Yuuki terminó tomándome muchísimo más de lo que esperaba. Pero el resultado me ha gustado, finalmente. Digamos que es todo esto algo bueno. Lamento de todas formas que se haya prolongado, y también haber tardado en publicar cada parte. Agradezco su comprensión. Ahora sí, pueden leer.


.+.+.+.+.+.+.  ゆうき (Esperanza):3ra Parte.+.+.+.+.+.+.


Así pasó un día, y luego otro. La pequeña cogió una fiebre, pero logró recuperarse pronto a pesar de la escasez de alimentos. Jin era un buen hombre, después de todo. Y como tal, había buscado a la madre de Yuuki. Sin éxito, pero lo había hecho. La mujer con el mismo nombre era casi una anciana y falleció al día siguiente. Jin pensó que era un alivio que no fuera la Kanna que buscaban.

- おかあさん は… どこ?


La pequeña preguntaba por su madre. Él se sentía cada vez más preocupado por la suya propia. Tal vez por momentos murmuraba su nombre, deseando ver pronto a su querido Jin. Tal vez Kanna hiciera lo mismo con Yuuki.


Hasta el momento habían muerto muchos. Nunca se habría imaginado que tanta gente podría morir en un solo día en un hospital; sin embargo, continuaban llegando, algunos solo buscaban un lugar para refugiarse. Las moscas aparecían pronto por las heridas de algunos. Era necesario cuidarlos a cada momento. Jin hizo de enfermero sin saber nada al respecto. Veía la manera de ayudar. Y, por supuesto, nunca perdía de vista a Yuuki.


Ahora que se había recuperado, debían irse. Él tenía prisa, y ella necesitaba a su madre, quien definitivamente no se encontraba allí. Sería un día más. Si no la encontraban, se la llevaría a casa. Ya lo había decidido. No se atrevería a dejarla. No ahora. Además, no podría romper una promesa.

“あなたのお母さんをきっと見つける”


La promesa resonaba en su mente. Si no la encontraban, Yuuki lo odiaría.


- もどる…


Para estar completamente seguros, regresarían a casa de Yuuki. Tal vez su madre estuviera por ahí, y si no, alguien cercano. Alguien con quien pudiera dejar a la pequeña para seguir su camino.


Dejaron el hospital sin poder darle las gracias al Dr. Sasaki. No estaba por ahí cuando decidieron irse, y tenían prisa. Yuuki tenía prisa por encontrar a su madre. Una nota lo solucionaría todo: Jin rasgó la parte final de su carta y escribió un gracias. La colocó debajo de un vaso. Quizás allí la vería.





En el camino de regreso, las cosas andaban evidentemente  mal. Siendo el segundo día desde el resplandor destructivo, era impresionante como el daño continuaba. Vieron gente enterrando a sus familiares, casas completamente devastadas, hombres y niños cargando provisiones para los próximos días, algún herido rogando en el camino algo de alimento, llorando. Jin sintió una gran impotencia. No podía hacer nada por ello. Ahora su prioridad era Yuuki, y encontrar a Kanna, su madre.


Durante su corta estadía en el hospital logró escuchar algunas cosas que llamaron mucho su atención. Aquel resplandor, decían, no era de una B-29, sino de una nueva bomba desarrollada por los americanos. Era curioso, pero para él no importaba qué tipo de bomba había caído. El daño no cambiaría con saberlo. Y parecía realmente, si es que no lo era, un infierno.


Ahí estaba la casa de Yuuki. Ahí el lugar en que la encontró hace dos días, por la tarde. Una mujer pasó llevando un bulto a la espalda. Presumiblemente provisiones. Jin la detuvo.


- ごめんなさい, ゆっき を知っているのですか?


La mujer, en efecto, conocía a Yuuki. Hizo una expresión de asombro al verla con Jin y llamó al hombre a un lado.


La pequeña observaba con asombro.


- おかあさん は… どこ?


Jin regresó pronto.


Había un refugio cerca, la mujer, que al parecer era vecina de la familia de Yuuki, los llevaría hacia allá. Cada vez que Yuuki preguntaba por su madre, Jin le aseguraba que la encontrarían. Muy pronto, ya verás.


La mujer no parecía alguien en quien Yuuki confiara, se escondía de su mirada. Era como si le tuviera miedo, como si fuera para ella una completa desconocida. Y sin embargo, aseguraba conocerla, sabía que vivía cerca de su casa, y que su madre había conversado algunas veces con ella. Nada más.


Al llegar, una vez más le restringió la entrada a la pequeña. Solo Jin tendría acceso. Yuuki se quedaría afuera, entre decenas de familias desconocidas que acampaban alrededor. El hombre se exasperó. No podía dejarla sola, pero la insistencia de la mujer lo hizo reconsiderarlo. Tampoco quería que viera más sufrimiento, y si su madre se encontraba herida, no le gustaría verla llorar.


- じん…?


La pequeña parecía decidida a no quedarse con la mujer. Jin se arriesgó y decidió llevarla dentro. “Hay una mujer llamada Kanna aquí”, esa sería la mentira. Yuuki sintió la pesadez de las palabras de su compañero. La vecina de Yuuki parecía fastidiada, pero no había caso. Debía guiarlos como prometió.


Al interior se escuchaban voces por todos lados. Yuuki sostuvo con fuerza la mano de Jin.


La mujer señaló un lugar. Jin convenció a la pequeña de quedarse a unos metros. Él se aseguraría de que aquella fuera su madre. 


- だいじょうぶ


Esta vez dejaría sola a Yuuki, pero no realmente. Podía verla, y eso lo hacía sentirse calmado. Ni siquiera la vecina le preocupaba, pues se fue pronto, como si no le hubiera importado nunca.


- かんなはあなたですか? (¿Es usted Kanna?)

- ゆっき… (Yuuki...)

La mujer llamaba a su hija con una voz muy baja.


Se encontraba acostada, mirando fijamente hacia arriba con un solo ojo. El otro estaba cubierto por las vendas que llevaba en la mitad del rostro. Jin le explicó que le traía a su hija. El único ojo visible de la mujer que respondía al nombre de Kanna se movió en dirección a Yuuki.


- ゆっき… (Yuuki...)


Sí. Ahora veía a su hija. Y su hija quería verla con todas las ganas del mundo y abrazarla muy fuerte.


“Me he fracturado las piernas”. Jin no sabía que decir. “Te he traído a tu hija”. Sí, gracias, pero ya no hace falta. Kanna se encontraba grave y su estado no parecía ir a mejorar. Moriría pronto, eso sentía, o eso quería que creyeran.


- あなた は 死ぬ こと が できない! (¡No puede morir!)

- いいえ… (No...)

Y si no quería que lo creyeran, estaba decidida a morir. "No puede abandonar a su hija".


- ゆっきは 死んだ と 思った, ありがとうございました (Pensé que Yuuki había muerto. Muchísimas gracias)


No. Yuuki no estaba muerta. Había estado buscándola gracias a un buen hombre.


- おかあさん…? (¿Mamá...?)


La voz de Yuuki llamaba a su madre, pero ésta ya no sería capaz de cuidarla. Tampoco permitiría que su pequeña estuviera sola. Por suerte, Jin había demostrado ser un hombre de bien.


- おかあさん…? (¿Mamá...?)


Jin volvió con la pequeña. Empezaba a preocuparle, al igual que las lágrimas que parecían querer brotar de sus ojos. No se permitiría mostrarse débil frente a una niña.


- いいえ… 検索 を つづける (No... No es tu madre. Sigamos buscando)


Su madre no estaba allí. Partían ahora rumbo a Nagasaki, con la familia de Jin. Les tomaría varios días. Se toparían con más de una Kanna en el camino.


También Jin perdería a su madre.


.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.

Bien. Eso ha sido todo sobre Yuuki. Gracias por leer. Nos veremos.
Pd.: Agregué la traducción de los últimos diálogos porque resulta más comprensible. 

Hoy hace 51 años falleció William Randolph Hearst, uno de los hombres más poderosos de la primera mitad del siglo XX. Conocido generalmente por su sensacionalismo o "periodismo amarillo" (nombre que tomara en el conciente popular a partir de una viñeta llamada "El callejón de Alley"), su trabajo provocó una prensa distinta a la que había hasta entonces. Curiosidades: En alguna ocasión quiso ser alcalde, sin éxito. Ciudadano Kane, de Orson Welles, es una película basada en su vida.

La última palabra
Doce de la noche. Nadie recorre las habitaciones de la gran mansión de Beverly Hills. Todo se halla en silencio, el ambiente ideal para dormir o pensar; sin embargo William Hearst no puede conciliar el sueño, solo se halla despierto, algo en su consciencia se lo impide. Se encuentra recostado en su cama, envuelto en cálidas sábanas de seda color blanco, su cabeza reposa sobre un almohadón de plumas. La temperatura era la ideal, la calidez se encontraba distribuida de la punta de los pies a la cabeza. Había cenado como un rey. Como en otras tantas ocasiones vino para beber. Las comodidades se encontraban a su entera disposición, solo hacía falta que hiciera sonar la pequeña campanilla y uno de sus empleados acudiría presuroso a satisfacer sus demandas. Es consciente de ello; pero su verdadero problema radicaba en saber qué es lo que deseaba. Necesitaba encontrar descanso ya llevaba varios días sin poder dormir. La llegada del amanecer traía consigo fracaso. “La música me aliviara”, pensó. Una dulce melodía de piano. Sensibilidad en cada nota, empezó a sonar. Cerró los ojos sin conseguir lo deseado, su corazón se encontraba demasiado acelerado. Antes todo parecía ser más sencillo. Dormía temprano y se levantaba temprano. Aprovechar el tiempo al máximo, esa era su filosofía de vida. Nació en una cuna privilegiada, todo lo que quiso lo obtuvo, su padre George Hearst se ocupó de que así fuera. Un niño consentido y mimado, acostumbrado a romper un par de reglas sin el mayor remordimiento, soportado por todos los empleados, amaestrados para emitir una sonrisa y desear un buen día cuando el señorito pasaba con sus trajes elegantes, hechos a medida, vestido como todo un caballerito, viva imagen de su padre en miniatura.
Ya de joven, pese a ser expulsado de Harvard no se preocupó, sabía que tenía el futuro asegurado, lo único que no se le permitía ser era un vividor, dedicarse a las fiestas y al alcohol. Era astuto sabía los límites que no debía traspasar. Cuando tu porvenir depende de una firma en un papel, lo mejor es ser amable con la mano que ha de firmar. En su hogar y en sus círculos sociales todo lo que decía era aceptado como cierto, nadie se atrevía a contrariarlo, le gustaba influir en las personas, tener la razón, fue así que supo que era en lo que deseaba desempeñarse. Solo necesitó hacérselo saber a su padre. Un par de conversaciones, un estrechar de manos y un gracias fue todo lo que necesitó. Un Hearst no podía ser dejado a su suerte, el apellido no admitía fracasos, los éxitos obtenidos por los antecesores se distribuían como parte de la herencia. Sabía lo que quería y no necesitaba empezar de cero, hacerse paso con su trabajo; los ojos del joven Hearst se posaron en el San Francisco Examiner y al poco tiempo este se halló bajo su dirección. De gran intuición y olfato, fue adquiriendo cada vez más y más diarios como si de un coleccionista de mariposas se tratara; uno a uno, todos caían en su red. El siguiente paso era adecuarlos a un pensamiento: “Si no pasa nada, tendremos que hacer algo para remediarlo: inventar la realidad". Con un fajo de dinero los que antes podían ser considerados su competencia pasaban a ser sus más fieles seguidores. Los mercenarios mediáticos se dedicaban a ampliar sus opiniones. La ficción entró a formar parte del día a día. Pulitzer su más fiero contrincante no pudo vencerlo en el que ahora era su terreno por excelencia: la prensa amarilla. El azuzar una guerra fue un juego de niños. En la Guerra de Estados Unidos contra Cuba, Hearst fue el dueño de la opinión. España fue señalada como un nuevo enemigo en sus diarios. Su país obtuvo el ansiado Canal de Panamá y él, gran cantidad de ventas. Deseoso de no solo propiciar el movimiento de los sucesos sino ser el causante directo de ellos decidió dar sus primeros pasos en la política. Como todo caballero que se respetara, Hearst necesitaba de una esposa, Millicent Wilson fue la escogida. El verdadero interés por ella se hizo evidente cuando empezó a salir con Marion Davies sin romper su compromiso. Su mujer soportaría la afrenta lo más que pudo hasta al final abandonar a su marido. El nuevo objeto de los afectos de Hearst era actriz y si lo era necesitaba ser la mejor así ella lo quisiera o no. Debía satisfacer las expectativas de su amante. Las películas necesitaban financiación y él tenía lo que se requería. Marion consiguió un protagónico; su imagen se vio perjudicada, fracasó en la política. La Gran Depresión fue un duro golpe a su imperio. Se vio reducido a ser un empleado más, sin poder soportarlo se recluyó en su mansión. Una vez allí continúo con su fama de comprador compulsivo. Una gran cantidad de obras de arte, estatuas y cuadros fueron compradas para ser cubiertas por bolsas o mantos. Su dueño nunca les dedicó un minuto de su tiempo. Estaban allí por el placer del dueño de saber que estaba allí. Podía conseguir mujeres, un auto nuevo, organizar grandes fiestas. Todo con dinero. Pero para el hombre que lo tuvo todo ya nada era suficiente. Aquel 14 de agosto su corazón falló, su última palabra, la que resumiría su vida, su única verdad, la que nadie escuchó fue Lie.
¡Ahora vengo con un relato!
Y esta intro suena rara.
Bueno... no hay mucho qué decir. Es un relato de... ¿terror? No sé. Tenía eso en mente cuando lo escribí pero no creo haber logrado mi objetivo, de todas formas, me gusta el relato y quise compartirlo porque puede que sea la precuela de algo más.

En fin, aquí está:


En un frasco


Había algo cierto en el tono de su celular. Era algo fantástico, pueril y tal vez supersticioso. Para cuando se dio cuenta, esa llamada entrante era algo natural. Todo parecía haber dado ya un cambio radical.
Danielle era una chica que en lo particular no creaba mucho entusiasmo. No era demasiado linda ni muy fea, bien podía verse bien o mal y no provocaría revuelo. Alguna vez podía parecer muy simpática, otras era simplemente chocante o indiferente. En fin, que poco se sabía de ella a simple vista e incluso adentrándose, lo que se descubría era muy poco; insustancial, sin importancia. Todos la veían igual, era una más entre muchos mases. Lo que pasó cierto día fue esencial para que su vida cambiara. El timbre del celular sonó algo diferente, pareció atravesar algo que contrarrestaba lo real. Era algo incomprensible, algo que la llenaba de un temor  vago.
Acercó el auricular del teléfono a su oído, anticipándose a la contesta y esperó. Esperó largo rato, a ver si decían algo.
“¿Alo? ¿Alo?” Nadie contestó. Al checar el número marcado no encontró número alguno, como si la llamada fuera obra de su imaginación. Ese día estaba en su casa viendo televisión. La respuesta lógica fue ignorar la llamada, tomarlo como un desliz de su mente, una jugarreta estúpida, un error. No había nada sospechoso. Ese día sucedieron pequeños cambios imperceptibles que pondrían a funcionar los engranajes de su horrible destino: la pequeña picada de un zancudo, el dolor agudo; una mirada extraña en la calle, espantosa en sí misma; una contesta malcriada a su padre, su boca escupiendo mierda; la voz lejana de una niña perdida, la poca importancia de lo intrascendental del día. Lo más importante tal vez ya había sucedido incluso antes de que naciera.
— ¡Danielle!
Oyó gritar, se estremeció. Había un frío terrible a pesar de estar abrigada.
— ¡Danielle, cuidado!
Empezó  a temblar. ¿De quién era esa voz? Un momento de duda, cerró los ojos con fuerza, apretó las manos.
Abrió los ojos.
— Te dije que no te acostaras hasta tarde… ¡cómo cuesta para levantarte entonces!
Todo estaba oscuro. Inmensamente oscuro. El esbozo de una sonrisa amarillenta y maquiavélica. Las luces de los otros cuartos prestaban un reflejo más bien inútil. La lluvia traqueteaba afuera. El frío infiltrábase tras su ligera sábana.
— Lo que digas… — La molestia usual de la mañana, la sonrisa maquiavélica dejada de lado, vuelta en la cotidiana cara de su madre.
Se levantó a su paso parsimonioso. Estirándose involuntariamente, tensando y destensando los músculos. Los ojos que no terminaban de determinar en qué realidad estaban. Un pequeño demonio se escabullía bajo sus pies.
— ¡CUCARACHA! ¡MAMAAAA! — Gritó, en el apuro estresante de la mañana, llena de miedo a lo pequeño, insulso.

La mañana transcurría lenta, lenta, lenta… Hasta que el celular vibró en la mesa, a su lado estaban hileras de cuadernos, otras personas escuchando la voz cansada de alguien miserable. Sufriendo el  frío de un día lánguido, largo por definición: un lunes.
La vibración iba en crescendo, generando la incertidumbre de saber quién la llamaba.  El momento decisivo en el que contestó, en el que decidió que le daba igual que el profesor dijera lo que dijera, descubrió una llamada perdida. Otra llamada perdida, otro cambio había ocurrido.
— Briannezi — le tocó el hombro a sus espaldas—, hoy tuviste clases con el profesor más aburrido del mundo, ¿cierto? Te compadezco.
— Tú mismo lo has dicho…— Bostezó.
— Woah, estás hecha una zombi, ¿no quieres tomar nada?
Danielle volteó animosa, perdió ante una cortesía que era mortal por axioma.

Trasncurría un día solitario, miraba las multitudes pasar, con sus amigas, como si algo cambiara a su alrededor, además de la posición del sol sobre ellos, la cantidad de radiación que incidía. Otra vez su celular vibraba, ¿quién podía ser? Un desconocido. De nuevo, otro número que no conocía (o ningún número en absoluto)… que no había visto nunca, que no le importaba nada.
Vibraba, vibraba, vibraba. Harta. Estaba harta de la vibración, de ver como el número desaparecía o nunca aparecía tras una llamada reciente.

En sus ojos se perdía el azul del cielo. Sus ojos eran azul cielo, viendo el desastroso pasar de los días de una manera poco peculiar. En la cama. Una picada de zancudos, una infección, tres días de reposo.
No podía hacer nada, se sentía pésimo. El malestar general hacía que cada paso fuera no doloroso, pero sí un vaivén, como estar en un barco. El grácil roce de sus ropas era como una cortada, como una quemadura. Salir de la cama era estar en el frío ártico. Estar en la cama, bajo su edredón, era vivir en las llamas del infierno. No había término medio. No tenía hambre. Comer una galleta de soda llenaba su estómago y sentía que lo atiborraba de comida. Sentía nauseas. La fiebre no había bajado de los cuarenta grados, y su nariz estaba constipada.
Estoy en el infierno, ¿me están castigando, verdad? Sus pensamientos no podían dar cabida a más.
Y, en realidad, pensar era en sí mismo una pesadez. Tenía una cefalea que le molestaba al primer movimiento de cabeza que hiciera. Dormía demasiado, no podía evitarlo. Cerrar los ojos era entrar en el mundo de Morfeo y no salir hasta tres horas (o más) después. El periodo de consciencia era el peor, no reconocía el paso de las horas. Sentía que llevaba así hace semanas. Lo que no era de por sí alocado, llevaba una semana en cama.
La necesitaban llevar al médico, su abuelo insistía en que era innecesario, que una fiebre no mataba a nadie desde que él tenía memoria. La autoridad del abuelo era intocable. Era un dictador, pero un dictador afable, un dictador (como todos) elocuente, de gran carisma. Su hijo era su fiel discípulo, lo que decía su padre, había dicho ya más de una vez, ES ley. La madre de Danielle, débil de carácter, solo se preocupaba y hacía caso a su esposo.
Dannielle oía voces en las noches, cuando se despertaba, sola, desamparada. Presa del frío tétrico que se apoderaba de la casa. Sufría como si le golpearan la cabeza constantemente con un trabajado esfuerzo por no dar un golpe demasiado fuerte; manteniendo la consistencia, el tempo, el momentum del dolor que sufría de por sí. Estaba presa de lo que sucediera en derredor. Sudaba mucho y no mejoraba nada.
Sentía miradas. No eran miradas tétricas, tampoco eran miradas que traspasasen lo natural para volverse fantasmagóricas. Eran vanas miradas fijas. Eran ojos que la observaban, algunos la observaban con lástima, pensando que era un cachorro desamparado y tal vez eso era. Otros la miraban con desdén, ¿sabían qué era ella? Otros la miraban con simple indiferencia, otros con decepción. Eran ojos infinitos, eran demasiados ojos como para pertenecer a alguien. Estaban desordenados, era una heterocromía infinita de un ser con más de un millón de ojos. Era un ser espantoso que esperaba algo de ella y, peor aún, sabía que no lo cumpliría. Tenían un contrato tácito. Ambos sabían lo que ocurriría, ambos sabían cómo sucedería. Ella, estúpida, había apostado por su yo conociéndose perdedora. Y no podía hacer nada para cambiarlo.
No podía hacer nada.
No puedes hacer nada.
No podrás hacer nada.
— Estás en mis manos, lo sabes. Lo sabes MUY bien —. El énfasis en el “muy” cobraba vida propia, caminaba en los miles de engranajes que formaban a su cerebro, en las miles de conexiones que había en él. Era un engranaje al que le faltaba aceite, y este Muy, astuto, vivo, usaba argucias poco loables. Consumía el aceite que faltaba, y le recordaba, como un pequeño grillo al recitar su canto, lo que ella ya sabía y lo que ella no podía cambiar.
Cada vez que despertaba de aquel sueño sentía una presencia inhumana en el cuarto. Una presencia de orden superior y cuando miraba, y miraba a quién miraba, éste sonreía y ella, dolida, enferma, pálida, mórbida, le devolvía la sonrisa. No sabía, y esto sí  no lo sabía, que firmaba su pacto con el diablo. El de “ambos sabemos que ocurre, pero nadie debe decir nada.  No debes decir nada.”
Danielle no podía evitar ese juego, estaba implícito, marcado desde el nacimiento de su padre.
“El diablo”, por su parte, disfrutaba de verla a ella, tan niña, tan inocente de todo. Qué lástima era para él el espectáculo, qué verdadera lástima. Era algo que había estado esperando desde el nacimiento de su hijo, no había remedio.

A la segunda semana, Danielle sanó. Esa mañana sintió el ambiente frío demasiado real y no tan punzante como lo había sentido en sus días de enfermedad. En su casa había una falta de ruido que sobrepasaba lo natural. Estaba despierta, sentía todo real, pero se sentía en un sueño.  
— Hace demasiado frío...
Sentía a los carros pasar a fuera de su casa. Oía nada en su casa, nada. No un murmullo, no los disparates de la televisión, no a su gato maullar, oía nada.
Se levantó, dispuesta ya a ver si estaba sola, algo raro, su abuelo siempre estaba ahí. Salía principalmente por las tardes. La casa pasaba por un filtro que dejaba todo en un color medio azulado, medio onírico. Fue a la sala de estar, donde no había nadie sino su sombra. Luego a la cocina, donde si había alguien, y vaya que había alguien.
Su abuelo.
Y él la miró, lleno de ternura, y casi con compasión, le dijo:
— ¿Ves? Yo ya sabía que te curarías. Esos médicos no saben nada.
Danielle sonrió, su abuelo siempre era así. La verdad, ella tampoco habría querido ir al médico. Ella no podía darse cuenta de la situación en la que estaba, tampoco se percató de que su abuelo lucía extremadamente joven. Lo vio, y no se dio cuenta de que en sí el aire no era aire, era demasiado pesado, demasiado denso.
Él la seguía mirando, ya no con ternura, ya no como abuelo, la vio como su cobrador.
Pero ella no lo comprendía, para ella era una mirada paternal. En realidad, nada podía hacer. Él se acercó de manera furtiva, como si no caminara, como si flotara sobre el piso. Se acercó a ella como si la fuera a besar.
Sintió escalofríos, y luego vio otra mirada, que estaba sobre su espalda, llena de ternura (esta una ternura carnívora), que le dijo que estaba en peligro, luego ya no era solo una mirada, eran ojos, grandes ojos, tan grandes como ella.
Y su abuelo todavía se seguía acercando, ya demasiado joven como para ser su abuelo. La voz de sus antiguas pesadillas, ya demasiado distorsionada como para pertenecer a alguien dijo:
— ¿Estás lista para pagar la deuda? — Era su abuelo.
Daniellle no entendía nada. La criatura demasiado grande como para ser parte de este mundo ya se había materializado, con sus grandes ojos, de córnea blanca e iris azul,  con su gran nariz carnosa y visceral, su respiración demasiado forzada , resollante. Abrió su boca, que formaba parte de su pecho, y se acercó a su cuerpo, demasiado pequeño como para ser siquiera un bocadillo.
— Realmente es una lástima— dijo una voz, pero esta vez no era la misma voz de antes, y tampoco pertenecía a su abuelo, no podía pertenecer, si no al gran ser en frente de ella. Una voz armoniosa que reverberaba y se extendía.
Su abuelo la agarró por los hombros, con su ternura, que ahora podía ser crueldad. Danielle estaba inmóvil, sin poder hacer nada. Danielle ya no estaba viva, tampoco lo estaría para el momento en que su cuerpo fuera devorado.
Ni para cuando su abuelo, ya joven, irreconocible, se fuera de la casa, habiendo cumplido parte del contrato.
Y la llamada siguió sin ser contestada.
— ¿Alo? ¿Hija? ¿Qué pasa?¿Está bien?— Dijo su padre al devolverla al teléfono de casa. — Hace demasiado frío…— fueron las últimas palabras que escuchó de su hija, en el buzón de voz. Palabras plegadas en la sangre que dejó su cuerpo en las paredes, en las que no se veía más que su sangre. 


En un pequeño frasco en el bolsillo de su padre estaba su hija, ahora para siempre esclava del tiempo, fuera de toda consciencia, formando parte de los miles de pagos a Él.
Publico esta entrada en destiempo por un hecho inevitable y sorpresivo. Anónimo Conocido (Dennys Arellano) ha dejado de ser un miembro activo de este proyecto debido a su fallecimiento. Aprovecho estas líneas para despedir a un gran amigo escritor, y uno de los más comprometidos con Errror de Imprenta: Gracias, Dennys, por haber formado parte de este equipo.

Ahora bien. Sé que las líneas anteriores no son suficientes. Tampoco es ése el tema de ahora, sino mis disculpas por el retraso, y comunicarles que Yuuki parece extenderse un capítulo más. Así es, habrá tercera parte en unos días. Ya estaré avisando. Ahora lean


.+.+.+.+.+.+. ゆうき (Esperanza): 2da Parte.+.+.+.+.+.+.

Jin tenía la intención de dejarla con los médicos, pero al llegar supo que no se atrevería. El lugar estaba repleto de cuerpos heridos, gente que muy probablemente moriría en unos días, algunos en horas, pero que eran gentilmente atendidos por un solo hombre y algunos familiares cuyas heridas no eran del todo graves.

Entre todos ellos, una sucia bata blanca resaltaba y se movía de un lado a otro, servicial pero impaciente. Jin reconoció en él a un médico y se acercó para confirmarlo. Tenía razón, se trataba del Dr. Sasaki. Jin se presentó como Ieyasu e intentó hablarle de la pequeña Yuuki. Pero el doctor se encontraba muy ocupado. Iba de un lado a otro, y Ieyasu Jin detrás de él continuó con su relato. La herida en su brazo y su pérdida de sangre, que buscaba a sus padres, que su casa parecía haber sido completamente destruida.


Dr. Terufumi Sasaki
El Dr. Sasaki volteó a verlos. Había que curar ese brazo pronto o podría infectarse.

- ありがとう ございました

Por la expresión que se dibujó en su rostro, Jin parecía muy agradecido. Él mismo se sorprendía de que una pequeña desconocida pudiera llegar a importarle tanto. El doctor lo guió hacia algún lugar libre y examinó a la pequeña.

- おとうさん…  おかあさん…

Tranquila, Yuuki, es el Doctor Sasaki. Él mismo se presentó cuando la niña abría los ojos. Era necesario retirarle del brazo el nudo hecho por Jin cuando la encontró, pues, aunque la medida se justificaba, la tela que lo cubría estaba bastante sucia.

Va a doler, Yuuki. Sí, y mucho. La pequeña, sin embargo, soportó que le desinfectaran la herida y le hicieran algunos puntos. Siempre y cuando estuviera allí el señor Jin, que le había prometido que la llevaría con su madre.

Sin embargo, la sangre que había perdido requería un descanso. Yuuki no podría ir corriendo por ahí en busca de mamá o desmayaría. Saberlo la hizo llorar. Por suerte, tenía a Jin, quien se propuso a buscarla por ella mientras se recuperaba.

- ほんとう?
- はい, あなたのお母さんをきっと見つける

En los ojos de Yuuki brillaba la alegría. Pensaba que tenía un buen amigo y eso la hacía muy feliz. Pero su felicidad se resumió en un simple “gracias”, tras lo cual volvió a quedar dormida. Definitivamente la pequeña Yuuki necesita un descanso.


Sentado contra una pared, Jin piensa en lo que hará a partir de ahora. Retira de sus bolsillos un papel bastante arrugado, lo desdobla y lo mira fijamente. Se trata de una carta, pero Ieyasu Jin la ha leído tantas veces que ya no la lee. Desliza su vista por las palabras escritas, solo tinta para sus ojos actualmente. Para él, la necesidad imperiosa de volver a casa y ver a su familia. Está aún lejos, pero abandonar a una niña no es una opción. Recuerda a su pequeño Satoshi y cree que no podría perdonárselo.

Allá la situación no es mejor que en Hiroshima antes de la extraña explosión luminosa. Su madre parecía haber enfermado en su ausencia, pero confiaba en que todo estaría bien. Solo debía encontrar a la familia de Yuuki y podría continuar con su viaje.

Se armó de valor y creyó con toda seguridad que la madre de Yuuki se encontraba en este hospital, uno de los más grandes de la ciudad. “Kanna”. Jin creyó que era un nombre común, que habría muchas mujeres con ese nombre y que alguna de ellas debía ser a quien buscaba. Se armó de valor y comenzó con su búsqueda.



Lo primero fue ponerse de pie. Desde ahí arriba, vio una vez más la multitud de cuerpos enfermos. Dio un paso, dos, tres…

Una mano le cogió el tobillo.

みず… みず…

La voz, profundamente ronca, se elevaba y decaía en intervalos que incluían respiraciones ansiosas, mientras pedía agua. Jin se detuvo a decirle que se calmara, que vendría el doctor Sasaki y lo atendería, que él era un simple forastero y no podía hacer nada por mejorar su salud.

El hombre hizo presión en el tobillo de Jin, repitiendo la misma palabra, una y otra vez. Agua. Ieyasu Jin, este hombre se muere.

Agua. Debía haber algo cerca. Observó alrededor y le prometió al moribundo un poco de agua.

Allá, entre un grupo de heridos, había una cantimplora.

Se acercó y pidió encarecidamente un poco de agua. “Kanna”, escuchó que alguien muy cerca había pronunciado ese nombre. “Yuuki”, pensó. Cabía la posibilidad de que aquella mujer fuera su madre.

Agua. Regresó con el hombre vendado, a ofrecerle el agua. Jin se sentó a su lado para darle de beber. Y bebía, pero no dejaba de pedir agua. Este hombre tiene demasiada sed, se decía mientras parecía entrar cada vez más en la desesperación, mientras se sentía cada vez más impotente ante la muerte de un hombre.

みず… みず…

Seguía. Y Jin comenzaba a creer que nunca quiso agua.

…き …みず…き…みず… みず…

Mizuki.

El forastero dejó de escuchar al moribundo. El moribundo dejó de llamar a su esposa…

Yuuki continuaba dormida.

.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.
Bien, eso ha sido todo por hoy. Si se preguntan por el inicio, que es igual al final de la primera parte... es porque el texto no está cortado originalmente, y lo estoy escribiendo en el camino. Como resulta que el inicio quedaba en el aire, tuve que agregarle el párrafo anterior. En fin, cosas que pasan. Gracias por leer. Au revoir!

 Hola de nuevo. La ficción de hoy trata sobre un evento que marcó en las vidas de muchos peruanos. La mayoría de ellos tuvieron que cambiar su estilo de vida. Este suceso es recordado en el conciente colectivo como el "Fujishock". Y sigue siendo recordado hasta ahora.

“Que Dios nos ayude”

Cuando recuerdo esa frase final de Hurtado Miller en el  mensaje a la nación , me pongo a pensar si realmente Dios nos ayudará. Y, a pesar de todo, mucha gente le reza al santo de su preferencia  para salir de ésta.  En mi casa mi esposa, mi suegra y mi hija mayor rezan arrodilladas frente  a una imagen del Señor de los Milagros. 



-¡Levántense! – les increpo. Necesitamos soluciones, no milagros.

-Pero José… - me respondió mi suegra, indignada.

- ¡Usted cállese! Ya suficientes problemas tengo con mi familia, para poder alimentar a dos bocas más.

-- ¡José! ¡No le grites a mi madre! – esta vez era mi esposa la que hablaba.

- ¡Tú tienes más hermanos, pero todos son unos inútiles! ¡Por qué únicamente yo tengo que mantenerlos a ustedes! ¡Soy hijo único y mis padres no me han pedido absolutamente nada para ayudarlos! ¡Nada!

 - José… 

 - ¡Al menos hagan algo productivo! ¡¿Por qué no han hecho la cola para comprar la leche?!

- Ayer fui y no alcancé a comprarla – mi esposa bajó la cabeza, sabiendo que ese lácteo era vital para el niño.

 - ¡Mierda! ¡Al carajo con todos ustedes! Me duele la cabeza. Desgraciadamente, tengo que ir a trabajar. Por un sueldo de menor valor. Espero que a mi regreso, hayan hecho algo productivo y no continúen rezando como zánganos. ¡La comida no cae del cielo, tienen que buscarla!

El 8, hace un par de días, tenía una pequeña bodega, como salida extra para mantener a mi esposa y dos hijos. Mi trabajo no era malo. Claro, el éxito no me sonreía. El gobierno anterior al “Chino” había sido un horrendo fracaso y todo el mundo lo sabe. El país se encontraba en una de las más grandes crisis de nuestros tiempos. Sin contar con los brotes de terrorismo, que incluso ahora acechan. Todo ese contexto no me preocupaba, confiaba mucho en mi familia, e incluso en mis propios vecinos.

Sí, estoy dando vueltas para llegar al punto. No quiero recordar el momento en el cual se ven las verdaderas caras. Pese al aviso del aumento de precios, yo veía como insulto el colocar el  nuevo precio en mi tienda. Así que en aquella noche lo había decidido, los productos costarían igual.

Me desperté escuchando algunos golpes en mi puerta. Al salir afuera, una multitud me rodeó, pidiéndome que le vendiera productos a precios más baratos. Intenté calmarlos, pero no lo logré. La gente  se desesperaba, empujándose entre sí. Llegaron al extremo de robarse mi mercadería.

Ayer también se acercaron muchas personas a intentar conseguir algo en mi tienda. Cuando les dije que no tenía siquiera una caja de fósforos, se enfurecieron  e iniciaron otra pelea, en la cual me vi involucrado sin querer.  Entraron por la fuerza a mi casa y al no ver nada, se fueron. Con golpes en el rostro, entré a mi casa para revisar que todo continuase en orden. Mi familia no había sufrido daños. Unas horas más tarde, llegaron los padres de mi mujer, con los cuales acabo de discutir. Vaya familia la de mi mujer. Ninguno de sus hermanos quieren ayudarlos,  encima me lanzan con todo el paquete a mí, ¡a mí!

¡Ya! Hoy es  hoy. No me importa nada más. Sólo me molesta que algunas personas sean tan descaradas como querer ser mantenidos. Viejos o no, deben ayudar al menos en algo en la casa, vender algo ¡No sé! ¡Que me ayuden! ¡Que sean conscientes!

Dejé todos esos pensamientos mientras caminaba hacia el paradero. Crisis o no, trabajo es trabajo. El paradero se encontraba a escasos metros de un mercado. Era un lugar muy concurrido. La gente tomaba sus buses hacia diversas partes de la capital. Era muy normal ver a tanta gente esperando a estas horas. Lo diferente era la larga cola. Se extendía por dos cuadras. Incluso pagaban dinero para “colarse” en la fila. Hasta que sucedió. Vi a tres jóvenes con los rostros cubiertos correr e intentar trepar por uno de los muros. Sus intenciones eran cualquier cosa, menos honestas. Miré con desagrado el acontecimiento.
Muchos se dieron cuenta de los vándalos y comenzaron a gritar. Otros, intentaron hacer lo mismo  trepando el muro.  La gente rompió la larga fila e intentó entrar por la fuerza en el mercado. Los propietarios, al darse cuenta, intentaron cerrar la puerta. Era inútil. La fuerza de los consumidores era mayor y la puerta cedió.  No pudieron hacer nada.


Tanto yo, como otros tantos que esperaban en el paradero, se confundieron con el tumulto.  Nada bueno saldría de esto. Corría peligro. No tardaron en aparecer las fuerzas armadas a restablecer el orden. Dispararon al aire, a  lo cual controló a la mayoría de las personas. Pero algunos hicieron caso omiso a la advertencia. Un militar disparó sin dudar en una de las  piernas a un hombre calvo y de baja estatura, el cual cargaba a duras penas, medio costal de arroz.  El herido cayó.

  - Mis hijos tienen hambre… necesito… llevarles…algo. – pronunciaba con la voz entrecortada, mientras sujetaba su botín.

Más personal militar se acercó y forcejeó con él. Otro apareció detrás suyo y me esposó. Demonios, sólo quería ir a trabajar y me terminan arrestando.

 - Oiga, yo no hice nada – reclamé.

No recibí respuesta. Terminé muy jodido el día de hoy. Ahora debo averiguar cómo salir de aquí, o mi familia no come. Y así como estamos, lo que nos queda es rogar a Dios, a ver si se acuerda de nosotros. Si, que  dios nos ayude.



Bien, señores, ha llegado la hora de la verdad. Hoy es 06 de Agosto, y hace unos 67 años Estados Unidos dejó caer la bomba Little boy sobre territorio japonés, en Hiroshima. El hecho y las pérdidas humanas no bastaron para detener la Guerra y el cruel verdugo jaló una vez más la palanca y esta vez la desgracia cayó sobre Nagasaki, el 9 de Agosto de 1945. Solo tres días después. En fin. El relato de hoy se publicará en dos partes. La primera es esta. La segunda será publicada el día 9. Así pues, los invito a leer...

.+.+.+.+.+.+. ゆうき (Esperanza).+.+.+.+.+.+.
La pequeña Yuuki entreabrió los ojos al escuchar el sonido de una sirena. Su madre dormía cerca, descubierta quizá por la larga noche de vigilia.  Yuuki se frotó los ojos con las manos, para ver mejor. La sirena aún continuaba, pero su intensidad disminuía con el tiempo. Yuuki no entendía muy bien el significado de aquel sonido aunque su madre se lo explicara tantas veces. Simplemente tenía miedo. Así que se sentó, cuidando siempre cubrir sus piernas y llamó a su madre.

- おかあさん? おかあさん! おかあさん!

Despertó de inmediato al llamado de su hija, preguntó por lo que sucedía. “No es nada, Yuuki”, y le explicó una vez más que aquel sonido era señal de seguridad. Los cielos de Hiroshima están despejados. Una mujer como Kanna era algo común entonces: felizmente casada hasta que llegaba a su puerta la desgraciada invitación para que su marido participara en la Guerra. No se podía negar, era su deber como japonés, y había que servir al Emperador incluso si era necesario dejar a la familia. Solo que él no lo pensaba así. Él regresaría, así se lo prometió a Kanna y también a Yuuki. Su padre iba a defenderlas, así que sería como si siempre estuviera a su lado. Por ese motivo, Kanna nunca se atrevería a decirle a la pequeña Yuuki nada sobre la carta que recibió hace un par de meses. Ese pedazo de papel aciago y al mismo tiempo confidente de sus lágrimas. Pero más aciago, razón por la cual se deshizo de él muy pronto colocándolo entre el carbón ardiente de su cocina.

Ya volverá tu padre, Yuuki.

- B-さん,  おかあさん…
- いいえー

El “Señor B” ya no ronda por los cielos de Hiroshima, Yuuki. Ha sonado la sirena de despeje, puedes continuar durmiendo. Pero Kanna no podrá. Recordar a su marido la ha despertado por completo. Siempre pasa, cuando abre los ojos, es como si él la estuviera advirtiendo. Abre los ojos, Kanna, despierta, cuida de la pequeña Yuuki mientras duerme. Y, en efecto, es como si siempre estuviera ahí. Pero no está, Kanna sabe que es inútil engañarse, al igual que leerle a una niña una carta que no la hará sonreír.

El "Señor B" parecía alertar su llegada desde hacía varias semanas. Hiroshima parecía un blanco inminente. Y “B-さん” no era un nombre ganado por respeto, sino tal vez una forma de disminuir el miedo que provocaba entre la gente, en especial los niños, los significados de “bomba”, “destrucción” y “muerte”.

- B-さん,  おかあさん…

Yuuki insistía a su madre, quien la abrazó de inmediato, un poco asustada por la sensación de soledad. Yuuki pregunta por papá y Kanna no sabe qué responder. Un destello de luz ingresa a la casa, cegando a madre e hija. Ningún sonido, sino un aterrador silencio, un breve silencio que las lanzó por los aires logrando separarlas. La pequeña Yuuki perdió su sábana y pasó a ser cubierta por algunos escombros. Rompió en llanto.



Sus bracitos estaban lastimados y en uno de ellos tenía un corte medianamente profundo, que sangraba sin parar.

- いたい, おかあさん… おかあさん! お! かあ! さん!

Mamá no estaba. Yuuki se dio cuenta de que nadie le respondía. Un tablón le impedía moverse para buscar a su madre ¿Dónde está mamá, Yuuki? Empujó el tablón con los brazos, lastimándose aún más. Gritó. Para su suerte, pudo retirarlo. No era tan pesado, después de todo, pero la sangre continuaba saliendo de aquel corte.

Y mamá que no contestaba.

- おとうさん…

Murmuró “papá” mientras se limpiaba las lágrimas con el brazo herido. Lo miró desafiante, pero ya no tenía fuerzas para enfrentarse a una herida, ni mucho menos para llorar a gritos.


Cuando Yuuki despertó, se encontraba en la espalda de un hombre.

- おとうさん?

El hombre volteó al escuchar su voz. No era su padre. La niña estaba muy maltratada, corría peligro sola y con el brazo herido, y debía llevarla a que la atendieran. Le dijo que no le tuviera miedo, que la llevaría con un médico, que tal vez ahí estarían sus padres. Se llamaba Jin, le dijo, y Yuuki también compartió su nombre. Sin embargo, no bastaba que la ayudaran para calmar su tristeza. Las lágrimas de Yuuki parecían no cesar.

Jin sintió pronto la espalda húmeda y decidió contarle a la pequeña lo bien que se encontraba la gente en el hospital, que se recuperaban rápido, y que muchas mujeres estaban buscando a sus hijos y que esperaban encontrarlos allá. Naturalmente, lo hacía para calmarla. Y logró hacerlo.

Pronto, la pequeña volvió a quedarse dormida.

Jin tenía la intención de dejarla con los médicos, pero al llegar supo que no se atrevería. El lugar estaba repleto de cuerpos heridos, gente que muy probablemente moriría en unos días, algunos en horas, pero que eran gentilmente atendidos por un solo hombre y algunos familiares cuyas heridas no eran del todo graves.



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Muy bien. Eso ha sido todo por ahora. Espero que les haya gustado. Esperen la segunda parte. Gracias por leer [ =) ]