Cristiano Amor

III

Mira, tú simplemente vas a su casa de su mamá y te haces pasar por predicador, la vieja es católica y te hará pasar. Una vez dentro un par de ajos y ya, qué Dios ni la concha del gato, sacas el fierro y disparas. Sin munición ni nada. Solo disparas, *clack*, ese sonidito aturdirá a la vieja. Ojalá no le dé infarto ahí nomás. La cosa es asustarla. Solo eso. Cristiano Amor había tratado, de verdad que sí, huevón, pero la vieja se puso cojuda preguntándome por la Trinidad y si estaba con la virgencita. ¿Qué virgencita, huevón, si hay varias? No supe qué responderle y comenzó el chongo, huevón, porque la vieja no estaba sola sino con una sobrina suya, no sé, joven, delgada, bien simpática. Salió ¿me reconoció? Pero, ¿de dónde, ah? La cosa es que se asustó. Se asustó la chica, digo. Puso cara de espanto y, zas, gritó. Parecía que recién se levantaba porque estaba con un top rosado que le traslucía la barriga toda plana y su ombligo más bien pequeño. ¿Recién se levantaba, huevón? Ah... era como que... 4 de la tarde ponte... Sí, siesta, fácil. Estaba bien, para qué: todo el cabello ondulado, ondeante, de rico olor. Era feriado, creo que el día del pescador, seguro que era universitaria, esos no estudian feriado, como colegio, pues. Ah. Debió pensar: ese es choro o quizá se dio cuenta que no sabía ni culo de la religión esa. Eso fue lo que me descuadró. Luego vinieron los gritos. ¿Saqué el arma? No me acuerdo. Pero que la apunté al final como dice el parte policial, sí. No pude entrar a su casa y me quemé solito, conchasumadre. La sombra del padre es ineludible en todos sus actos, pensé de inmediato. Fue así como incursioné en la acción y ya no en las palabras. Yo era «papapá» y ya. Sin hablar. Solo ejecutaba. Pero jamás maté a nadie, huevón. Solo había antecedentes de Christian desde que tenía 20 años. Aquel episodio que me contó solo existía en su memoria... ¿Ni si quiera eras mayor de edad, no? Le pregunté. Pero, ¿cómo? ¿Acaso entre mafiosos no se decían qué y cómo se borraban sus historiales? Cuéntame más, Cristiano. Me miró risueño, huevón, solo mis víctimas me dicen así. O me decían. Reí de buena gana.
Cristiano Amor


II

Cristiano aún no se había olvidado de aquel episodio de su niñez y desde muy joven comenzó con los fierros. El primero lo obtuvo en el trabajo de su padre. Él, su padre, se desempeñaba como agente encubierto de la policía sin serlo precisamente. Era hábil con las palabras y eso bastaba para la policía. Podía engañar a sus eventuales informantes y hacerse amigo con facilidad de ellos. Caía bien, tenía sex appeal, ángel, carisma, no sé, compadre. Pudo hacer caer a capazos del narcotráfico y de la trata de personas con una facilidad increíble. ¿Recuerdas a ese gringo que le decían la Bestia? Ese... el que violaba niñas, incluso violó a la hija de su colaborador. Mi padre lo capturó gracias a que se hizo pasar por cliente, uno muy ficho y exigente ¿que cómo? Pues la verdad no sé... Él era un hombre de pocas palabras. Jamás hablaba con nosotros, mucho menos de su trabajo... Cristiano lo admiraba. Una vez lo acompañó a hacer un reconocimiento. Como civil encubierto participaba en muchos reconocimientos para facilitar la labor de la policía. Su tarea era básicamente incriminar acusados, fungir de testigo, mentir rampantemente sin si quiera haber visto a su víctima en su vida gracias a aquella capacidad única de hilar mentiras creíbles, creérselas él mismo y argumentar. Claro, ahora lo niegas, cachafaz, cuando te dije expresamente que le dejaras de vender esa porquería a mi hija, miente, ladrón, miente que algo quedará, se ufanaba su padre mitómano. Habían capturado a un extorsionador de colegio de un distrito populoso de la capital y era él, Morr, al que necesitaban. Cristiano vio el arsenal de armas que le habían incautado al acusado: granadas, rifles y sobre todo pistolas. Infinidad de ellas. Cuando hubo terminado la presentación le preguntó a un joven policía que qué harían con ellas. Las botaremos o quemaremos, dijo risueño el oficial. Un brillo malsano provenía del rabillo del ojo. ¿Cuánto dinero tenía? ¿Le alcanzaría? El robo siempre es un opción pero con tantos policías y como no había traído mochila lo descartó de inmediato. Tengo 100 soles acá pero te puedo dar más. Dámelos ahora y el arma estará en el basurero de la puerta tres. Sé puntual porque hay mucha gente. Y si no me das 500 más en dos semanas diré que la robaste. Sé quién eres, sentenció el oficial e hizo un además como para que se fuera. Fue así como se hizo con su primera arma. Su historial delictivo empezaría a las pocas semanas. ¿Cuándo fue que mataste por primera vez? Cristiano me miró dubitativo. Maté a mi primer hijo a punta de puñetes. Nada más, me dijo serio. Jamás, escúchame, y me lo dijo mirándome fijamente a los, jamás, repitió, he matado a alguien. ¿Mientes, Cristiano? ¿Mientes igual que tu padre? ¿Qué es traición a la patria entonces? ¿De qué te acusan sino de matar a un miembro importante de la cúpula del ex presidente justo un día antes de su juicio oral? Un mero criminal, un sucio pero inteligente criminal que asesinaba gatitos por diversión antes de pasar a la secundaria, porque hay que hacerlo con garbo, pues. Y que luego lo confesaría en una libreta. Tu primer juicio, ¿no? Ah, sería la respuesta. ¿Ah?, qué, imbécil, se trata de vidas. Ya, pero siguiendo qué lógica. Imagínate esto: por qué a los polleros o carniceros nadie les dice nada. Doble negación en castellano hace sino reforzar la negación con la que niega, es otro plano. Otro. Ellos meten al pollo vivo al agua caliente para sacarle las plumas luego le cortan el pescuezo. Sufrimiento a rabiar, entiende. A rabiar. Eso que ni hablar de los carniceros. Ahora, yo por pegarle a un gatito, por disfrutar de su sufrimiento, me granjeé un juicio con una vieja loca y estéril. Porque esa mujer no ha tenido hijos en su vida, huevón, y zas, a pagar. ¿Aún no estaba normada la ley de protección animal, no? No, pues. Hubiera sido su primera cana, pensé. Ya era un problema desde pequeño. ¿Por qué me encontraba acá, inmerso en un caso que sabía que no tenía buen puerto? Prendí un pucho. No sabes aspirar, huevón. Me molestaba que me diga así. ¿Cómo fue todo? Lo vi mientras lo trasladan a una celda unitaria del Palacio de Justicia. Christian Morr ¿un reo? El mismo que tenía fama de mujeriego y pingaloca en el cole. ¿Que estuvo con Betsy, la de 5to cuando estábamos en 3ero? Huevón, me la caché. Sabía que alguna vez pagaría por tanto pero ¿preso? El VIH hubiera sido un final más digno para él. Preso y ¡encima con cargos políticos!, era un fin poético, mucho, para alguien como él. No se lo merecía, no.

Cristiano Amor


I

Christian Morr, Cristiano Amor, nació en la calurosa Iquitos pero a los 3 años se trasladó a Lima. De la selva no recuerda nada salvo los mosquitos. Hubo muchísimos cuando vinieron por su padre. ¿4 o 5 policías? ya no recuerda. Tú no vas decir nada de nosotros, nada. Si no te mueres. ¿Lo estaban apuntando con un arma a él también? Fue su primer contacto con las armas. No se asustó, no. Sintió más bien curiosidad. Cristiano, no, gritó su madre, a él no, tómame a mí, viólame a mí, gritaba su madre y él tuvo un impulso sobrehumano de acercarse al arma para sentir aquella frialdad del fierro. Mátame de una vez, hubiera dicho, ¿no? me confesaría entre risas. ¿Qué había pasado? Mi padre estaba involucrado en la falsificación de firmas del ex presidente japonés y como había caído gracias a los videos de su asesor narcisista toda la gente que lo ayudó de alguna manera en su re-relección peligraba. ¿Fue ahí donde se dio aquella amnistía masiva a los militares?, me preguntó mientras apagaba el pucho en el suelo de su celda. Me encogí de hombros. Huevón, me tienes que sacar. Con el cambio de gobierno antes de lo esperado por la repentina muerte del Presidente anciano, la hija de aquel ex presidente que originó su desgracia, el sino de su vida, había salido elegida para sorpresa de todos. ¿Cómo? Hasta ahora las cosas no estaban claras. Decían que el Presidente había muerto envenenado por manos de ella. O de sus secuaces. O que simplemente el poder acabó con su vida. ¿La vejez? Las circunstancias no estaban claras. En el ínterin su vicepresidente convocó elecciones a la semana y fue ella, la hija del reo ex presidente, la única que se presentó. Si bien hicieron elecciones y hubo más del 30% de votos viciados, ella ganó. Ganó por defecto. Y, curiosamente, lo primero que hizo fue perseguir a todos los que habían ayudado directa e indirectamente a su padre. Y a ella. ¿Otra vez, Andrés? Pensaba deshacerse de toda evidencia que la incriminara seguramente. Ahí cayó Cristian. Pensaba, seguro, no cometer los mismos errores que su padre. El ex asesor murió en menos de un mes de la asunción de su nuevo cargo de mandataria. ¡Por fin lo había logrado, tras tanto intentos, padre! Ella lo sería en el bicentenario de la patria y por cómo iban las cosas Cristiano ¿pasaría preso todo ese periodo? ¿Cómo se libera a alguien acusado de traición a la patria? ¿Qué se argumenta ante leyes con nombre y apellido? ¿Qué se hace en el caos campante? Quizá era su merecido por todo su abultado prontuario. El juez siempre me pregunta si no quiero confesar, Christian. Que me reducirían la pena, habla nomás, oye, pero sé que si lo hago será para que atrapen a los demás y ahí sí estaré en problemas: dos bandos querrán matarme. Ya no solo me cuidaré de ella. ¿Tan importante es un mero criminal?, pensé, que su vida tiene que ser custodiada incluso en prisión. La dama de los tósigos acabaría con su vida ni bien terminase de hablar: ya no sería útil. Un mero estorbo. Había que ganar tiempo.