So, here I am, amiguitos. Escribiendo en spanglish solo porque sí. Paremos. 
Pensemos en protestas, estados y futbol. ¿Qué tienen en común? Así es, las protestas tienen hijos con los estadios y así nace el futbol. Está bien, está bien, fue algo estúpido. Lo acepto. 
Lo que tienen en común es la protesta llevada a cabo en el Estadio 28 de Septiembre, tal día, en el 2009, en contra del presidente de respaldo que tenía por entonces ese país, un militar. 
Enjoy.
Disfruten. O no.

Auto-Gol 

Los Boinas rojas llegaron cuando nadie se lo esperaba. Hubo humo(bombas lacrimógenas), fuegos artificiales(ráfagas de sus fusiles) y diversión. ¿Diversión? Oh, claro que no. Los Boinas Rojas llegaron y ya nadie supo si se jugaba a cazar humanos. Si el Estadio 28 de Septiembre(que indicaba la fecha en la que se encontraban en el 2009) había decidido respaldar la caza de humanos como deporte, o más bien el Gobierno o la falta de él. La Guardia Presidencial hacía presencia y la fiesta en la que todos estaban reunidos estallaba. Eran repentinamente el alma de ella.
Habían traído todo lo que faltaba.
Algunas personas gritaron, otras se enfocaron en usar su energía en correr. No había de otra, la ignición de la pólvora provocó la exaltación del ánimo. Pésimo ánimo. 


Algunos, insensatos héroes, quisieron pelear por sus derechos. Otros, viejos insensatos, apelaron a su vejez, halaron sus barbas y los golpearon contra el piso. O les dispararon. Realmente no había diferencia cuando usaban todos sus recursos en acabar con los ciudadanos. La única diferencia apreciable era la distinción de sexo, porque esto garantiza, generalmente, satisfacción; y tal vez eso era todo lo que buscaban los Boinas Roja.
Una movimiento de batuta del presidente de respaldo, el Capitán Moussa Dadis Camara, había bastado para que iniciara el caos.
“Un héroe”, así se describía. Esa era la palabra que venía a la mente de Camara cada vez que veía sus cuadros en su oficina. “Soy un héroe”, le reafirmaba el cuadro. Mientras que todo el poder que tenía le sugería que sería estúpido dejarlo solo por seguir las leyes. “Derrotaste al dictador, tomaste al país. Lo llevas al camino correcto. ¿Quién más que tú, Camara, debería ser el nuevo presidente? Acaba del todo con lo que queda del régimen. Sé la imagen del país.”
Y Camara se creía esas palabras. Su mente le decía que la protesta era una minoría irritable que solo desestabilizaba el país. Un país que había perdido su balance desde hacía años.
Ese pequeño grupo no se metería en su camino, porque un grupo de hormigas no detienen el andar de un titán. Él tomaba el camino correcto usando al ejército para controlar al país. De todas formas, ¿quién más que él sabría cómo manejar un país en ese estado?

Moussa Dadis Camara
No había réplica. Estaba solo en su oficina, disfrutando de sus pensamientos. Nada podía ir mal. Protesta detenida, paso de página. Gente abusada, cuerpos a la basura.
Lo que se avistaba en el futuro era la Nueva Guinea. Dirigida por Camara, el brillante líder. El que había ordenado una masacre en el Estadio 28 de Septiembre. El que había abusado del poder del Ejército. El que incumplía su palabra al decir que se postularía para presidente. Pero nunca está demás el poder, ¿cierto?
Rebobinó la información: “Masacre en el Estadio 28 de Septiembre.” Eso significa problemas, evidentemente. Eso significa que está haciendo algo mal. Siendo precisos, significa que hay un grupo de “Elementos incontrolables del Ejército” habían hecho algo mal, y que, él, su dirigente, no podía hacer nada al respecto.
Excusa inmejorable. Un grupo de insurrectos comienzan una protesta y “elementos incontrolables” del Ejército responden con una masacre. Una gota de sudor por su sien. Algo iba indiscutiblemente mal.
La gente corría, tiraba las pancartas al piso. O eran confrontados por militares. Ellos no hacían distinción de nada. ¿Reportero francés? Equipo de grabación al piso, destruido, inutilizable. Golpeado con las culatas de sus fusiles, pateado. ¿Mujeres? Violadas.
Los Boinas Rojas ganan por goleada. El Capitán Moussa Dadis Camara anota un auto-gol. Su campaña presidencial parece sepultada. Los Boinas Rojas pierden la serie, expulsados por abuso de los derechos humanos. Guinea parece tener un futuro prometedor.
Esta publicación debió haberse hecho dos días antes, ya que la fecha a la que se refiere es el 2 de setiembre de 1945, día en el cual se termina formalmente la Segunda Guerra Mundial con la firma de la rendición de Japón. Hagamos como si fuese lunes 2 y no miércoles 4 y seamos felices.
Hirohito fue el emperador que estuvo en el trono imperial de Japón durante la segunda guerra mundial. Su participación en ésta ha sido muchas veces controversial, ya que algunos le atribuyen mucha más responsabilidad militar de lo que la historia oficial nos relata.
El 15 de agosto, seis días después del bombardeo de Nagasaki, Hirohito le habló por primera vez a su pueblo a través de la radio, anunciando la rendición de Japón en la guerra con un discurso bastante conocido. Días después en la Bahía de Pekín se daría un tono formal y simbólico a esta rendición. Los japoneses, naturalmente, sintieron todos estos trámites como el inicio de una larga humillación, porque se estaba aceptando, entre otras cosas, la ocupación de Estados Unidos.

Como yo creo en conspiraciones y me gusta el te, he escrito este cuento.

El honor saboteado


Sabía que no sería rápido, pero lo prefería a tener que volarse los sesos con una pistola o hacer todo el ritual del Harakiri. Ahí a su costado estaba de pie Mei, su fiel sirviente, con una bandeja de plata sobre la cual estaba la decisiva taza de té; sus ojos estaban hinchados de tanto contener las lágrimas, pero se paraba erguido a pesar de sus 78 años y no poder mirar directamente a los ojos de su amo.

— Puedes dejar la bandeja y retirarte, si es tu deseo.

Mei dejó la bandeja en la pequeña mesa frente a la silla del emperador y retrocedió cinco pasos. Se quedó ahí.

El emperador Hirohito

Hirohito sabía que aquello sería decisivo en la historia de su patria. Todos sabrían con gran asombro que su emperador no era un Dios, sino un simple mortal que también sentía culpa y vergüenza por todas las humillaciones por las que estaba pasando Japón. Acabar con su vida era para él la única salida honorable luego de haber aceptado la rendición y aquel discurso por radio. No había vuelta atrás, además ya todo estaba preparado para que al día siguiente se firmara la rendición en la Bahía de Pekín. Su sello real ya estaba formalmente en camino a estamparse en el documento de la deshonra.

Había escrito cuidadosamente una carta en la cual explicaba todo lo que realmente quiso decir siempre a su pueblo durante todos aquellos años de guerra y que las presiones políticas impedían.
Estaba sentado  mirando fija y seriamente la taza de té, cuando tocaron la puerta. Era el menor de sus hijos varones con su sirviente. Mei dejó pasar al pequeño Hitachi, quien corrió hacia su padre, lo abrazó fuertemente y con la misma rapidez dio media vuelta y corrió hacia la puerta entreabierta, detrás de la cual Hirohito presentía la presencia de su esposa Nagako, vestida enteramente de blanco y el rostro más blanco aun, con una irreparable expresión de tristeza.

La puerta se cerró. Quedaron nuevamente los dos, solos. Esperó un par de minutos para parar la hora en su reloj pulsera, cogió tranquilamente la taza y se tomó el té a sorbos lentos. Esperaba sentir dolor inmediatamente, pero tuvieron que pasar varios minutos para sentir las primeras presiones en el estómago, que extrañamente se sucedieron por una presión en los músculos. Sentía que las fuerzas se le escurrían por completo. Se recostó con los ojos bien abiertos en el espaldar de la silla acolchada y esperó. La conciencia se le iba apagando de a pocos, cerró los ojos. Todo era negro.

Cuando abrió los ojos se sobresaltó tanto que se atoró con su propio grito ahogado. Frente a él estaban tres de sus ministros. No pudo comprender hasta que sus turbados ojos se posaron en la cabeza gacha de Mei. Era un dos de setiembre de 1945. Habían saboteado su propia muerte. La rendición ahora no podía ser más humillante.  
Mamoru Shigemitsu, Ministro de Relaciones Exteriores, a bordo del
USS Missouri, firma el Acta de Rendición en nombre
del Gobierno Japonés.