¡BUENAS TARDES, AMIGUITOS!
Hoy les contaré la historia... ¡de un conquistador!
Sí, sí... un malvado asesino, o un salvador de los débiles. O ambas. Genghis Khan o Temujin. El inicio de de su vida y de su muerte.
El Príncipe Universal, el Príncipe de los Océanos, porque la tierra era plana en ese entonces. Y él era poderoso, casi dueño del mundo. O del mundo oriental, si eso tiene algún sentido.
Pero como bien saben, toda historia hermosa donde conquistas casi toda Asia, o el mundo, o la galaxia, o el universo, tiene un comienzo trágico.


La historia de un Príncipe


Recuerdo a un niño.
A veces recuerdo un nombre... Príncipe de los Océanos.
A veces recuerdo la cara de una madre  triste, llena de lágrimas y a un niño creído, con la cara sucia y el ceño fruncido. Recuerdo sus duras palabras como si las hubiera pronunciado:
— Es mi deber ser Jefe Tribal. No hay nadie más apto por el linaje— sus palabras sonaban imponentes, pero era un niño con tan solo diez años. Vio a su padre con ojos orgullosos, con ojos que creían haber vivido mucho; estaba tieso, inerte, algo pálido. Quería enorgullecerlo. Quería que Yesugei lo mirara de nuevo, vivo.
Estaba furioso; que una tribu enemiga haya sido tan cobarde como para envenenarlo, y había funcionado. En el Khamag Mongol dominaba la discordia. Ninguna tribu estaba a favor de nadie. Había ocurrido una tragedia y la tragedia había transmutado en la desunión de las tribus.
—Nadie querría ser liderado por un jovenzuelo como tú.— Recuerdo esas palabras, tan injustas, tan duras cuando las oyó ese niño. Recuerdo la soledad, la furia, los ojos de desilusión de una madre, la desconfianza entre hermanos. El hambre, perforando estómagos. La interpérie. El voraz frío.

Ghengis Khan, de la dinastía Yuan, montado a caballo.

Una furiosa mente pueril buscando comida. Pensando, en las noches, cuando recordaba a su padre mientras miraba a Tengri, el Gran Cielo, que el honor no valía nada si luego de ser hijo del Jefe Tribal simplemente te dejaban. Que el miedo, por otra parte, era un poder gigantesco; que la ternura de su madre les había dado una falsa unión entre hermanos, pero que solo el que se proclamara el más fuerte entre ellos lograría restaurar su linaje.
Recuerdo muy bien el nombre de un desgraciado al que no me atrevo a llamar hermano, Behter. Recuerdo que su egoísmo y la injusticia iban de las manos. Siento un fuego arder, un fuego que no se podía extinguir.
— Todos necesitamos comer, Behter. Tienes que compartir lo que encuentres—. Sentir el crujir de tu estómago, el dolor.  Sentirte impotente y lanzar un golpe ciego, que se traduce en una pelea... No saber qué haces, porque el incendio ya se extendió. Un incendio de llamas negras. La sangre en las manos de un niño que acababa de matar a otro niño.
¿Han sentido alguna vez el temblor de las piernas, de las manos? Estar a punto de llorar a moco suelto. Mataste a alguien.
Pero lo maté porque era necesario. Porque quería a mi madre y a mis hermanos, a pesar de lo cruel que era el mundo. O tal vez, de lo cruel de los espíritus de Erlik.
Había esperanza, todavía estaba la futura esposa de ese niño. La alianza de dos tribus.
Ver como se destruyen las tribus entre sí no es nunca fácil. Te enseña cosas, como que hay que estar unido como familia para prever traiciones entre alianzas; como que de nada servía el enrevesado sistema que manejaban todas las tribus, si al final terminarían en guerra. Matándose unos a otros.
Un conocimiento persistía en la mente de ese niño que era ya todo un adulto. La única forma de acabar con esto, era conquistar todas las tribus. Era apoderarse de todo. El miedo, que no sirve entre familiares, es un poder gigantesco entre rivales y aliados. Si le tienes miedo a la gran tribu de un aliado, probablemente te lo pensarás dos veces antes de traicionarla, porque sabes que los beneficios son mayores si te quedas a su lado, conquistando todo a su paso.
Una verdadera lección es que en los malos tiempos no hay aliados. No vale el pasado. Yo, Temujin, que cuento esta historia porque el final se acerca, porque confío en que mis sucesores continuarán con la unión de esta Mongolia que he creado, sé que los aliados desaparecen cuando tienes hambre, sed y estás necesitado. Que te encierran como prisionero por rencillas del pasado, de tu padre, o de tu abuelo.
Genghis Khan y sus tres hijos
Y sé que las palabras tienen poder en la gente. Porque cuando fui encerrado por antiguos aliados de mi padre, por estar hambriento, mis palabras hicieron General a lo que era un mero guardia, cuando tenía quince años. Si me das la mano una vez, te daré poder.
Esa ha sido mi historia como Genghis Khan.
Hoy, hace un año, una pequeña noticia llegaba a nosotros como una gran pérdida. Esto se supone que sea un texto en memoria de Anónimo Conocido, amigo y miembro de este blog de ficciones, fallecido en agosto de 2012. Uno de los iniciadores, quizá hasta le debemos el nombre... Como decía, este desordenado texto se supone un llamado a la nostalgia, pero no es nuestro estilo aquí ser tan nostálgicos ni ceremoniosos. No vamos a obligarlos a conocerlo, ni vamos a obligarnos a recordarlo tampoco. Es aún más simple y extraño: no necesitamos forzar la memoria, porque se encuentra vívido en ellas. Y tenemos un aprecio grande por su participación aquí y las cosas que aprendimos juntos el tiempo que pudimos conocerlo. Esto no es un texto para él, porque no está aquí y no hay forma de que pueda leerlo. Es simplemente una muestra de que es importante. Una muestra para ustedes y también para nosotros, para darnos cuenta de que lo recordamos, de que estamos vivos y podemos seguir nuestro camino, y de que formó parte de nuestras vidas, por más mínimo que pueda llegar a resultar. Esto es una muestra de que Errror de Imprenta se construyó junto con él. Esto es una muestra de humildad y, quizá sea difícil decirlo, pero... tal vez, sin que nos diéramos cuenta, la nostalgia se haya escurrido por aquí.

Es todo. Hasta el próximo post.

Pd.: Para aquellos que quieran leer algo suyo, aquí uno de sus mejores textos en el blog.