La naturaleza humana, amiguitos, ¿qué es? ¿Un muffin disfrazado de dinosaurio intentando aterrorizarnos? Bien puede que lo sea. Bien puede que sea algo maleable como Majin Buu.  En fin, aquí está la segunda parte de este relato de no sé cuántas partes.


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Caín. El Segundo Fruto Prohibido 2da Parte

Este fuego que ves en mi mano, es tan solo una fracción de nuestro poder. Absalom.  Nosotros jamás les haríamos daños a nuestros amados humanos. Este fuego, es el fuego que los protegerá. Este fuego significa esperanza. ¿No ves como brilla en la oscuridad? ¿No te parece hermosa la forma en la que arde este fuego? Nosotros, Absalom, te podemos prestar parte de nuestro poder, porque así somos los ángeles de amables. Te ofrecemos un calor… humano, cándido ante la violencia del fuego natural. Confía en nosotros, oye nuestras palabras… Predicaremos la verdadera Fe de Dios. Y tú serás nuestro primer pastor. Sin preguntármelo dos veces, asentí y me acerqué a él, porque todo sugería que eso era lo que debía hacer. Mi mano se acercó al fuego y lo sentí crepitar y sentí mi mano arder. Me sentí engañado, pero el ardor,  la forma en la que quemaba… no era dolorosa. Lo fue en un primer instante, más pronto fue placentero.  Entonces el fuego estuvo en mis manos y en verdad vi que sus llamabas eran hermosas y bailaban de una forma extraña e hipnotizante.   Le di, entonces, mi mano derecha a Lucifer. Pero yo no le prestaba atención a mis acciones, solo al fuego. Se la di y sentí otro ardor, uno más preciso que parecía ir dibujando una forma, al final cuando dejó el tatuaje, la marca ardió mucho más de lo que había ardido al inicio e incluso más que el fuego. Perdí la concentración, caí al piso y grité, la oscuridad me absorbió y todos los ángeles desaparecieron tras el gruñir de la bestia y tuve miedo, me sentí desolado. Y la marca ardía tanto, la marca ardía tanto que no podía ni siquiera pensar en otra cosa que la marca.

¿Me sentía traicionado? Me hubiera gustado sentirme traicionado, pero tras el inexorable dolor vi unos ojos que brillaban en la oscuridad. Ojos de bestia. Oí el gruñido de nuevo. Me sentí rabioso, de alguna forma, sentí que el ardor que nacía en mi palma, ardor inhumano, emulaba la rabia de la bestia y le daba forma a mis pensamientos.

Sentí el fuego y me sentí sumamente cansado también. El gruñido se hizo inconsistente tras el avanzar de sus patas y el fuego entonces nació de mi mano. Este  no era un fuego dócil y cándido, este era avivado por ese dolor, por esa rabia, por la impotencia humana. Me sentí más humano que nunca, más débil que nunca ante lo horripilante de la bestia.  Y sin embargo allí estaba el fuego en mi palma, gigantesco, enorme e imposible y la bestia estaba frente a mí, ahora agazapada y temblando de miedo, su pelaje erizado. Mi humanidad no pudo contra el perdón que imploraba la bestia.  ¿Acaso se lo merecía? No. Claro que no. Era un ser que iba en contra del orden de las cosas.

Pensé, pero mi voz me ganó: Consúmete en el fuego,  imposible bestia.  Y el fuego se abalanzó hacia ella y la consumió y el fuego fue una vez más increíblemente cálido y hermoso de nuevo. Caí en un sueño profundo y soñé con el hermoso futuro que caería encima de nosotros los humanos.

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Al  día siguiente, al llegar a la aldea. Todos me miraban como si caminara un milagro entre ellos.

“¡Te creímos muerto, Ab!” 

En la oscuridad yacen cosas horribles, es cierto. 

“Esto es un verdadero milagro. Comentó otro”.

Todos se acercaban a mí y besaban mis mejillas y las mujeres intentaban limpiar mi cara, llena de mugre.  Yo apretaba mi mano, escondiendo la marca, y temía… no sabía qué sacar de todo lo experimentado. Si eran ángeles… verdaderos ángeles, si había un verdadero Dios. Si todo esto era real, la amabilidad humana, la bondad. Yo había quemado a esa criatura horrible, es verdad. Sus ojos, sin embargo, habían dejado de ser los de una bestia.  Parecía incluso mansa.

Recordé al terrible Caín. ¿Cómo podíamos ser los humanos buenos tras un pasado tan oscuro? ¿Había sido Adam un verdadero líder? ¿O solo otro  hipócrita? ¿Había matado él mismo a Caín? La muerte de un hijo por celos del altísimo…  Adam lo debía haber matado y si él había matado a su hijo. El primero de los primeros, ¿qué quedaba para nosotros? ¿Eran los ángeles que aparecían rara vez entre nosotros verdaderos portadores del mensaje?… no lo sé.

Lloré, y todos pronto entendieron que me sentía perdido y que todavía tenía miedo. ¿Qué podían saber mis coterráneos? Estaban en una oscuridad más terrorífica que la mía.

“El verdadero milagro”, dije entre sollozos, “es que hayamos podido resistir el terrible porvenir hasta ahora.

“¿Podremos más tarde?” Me cuestioné, pero mi voz me traicionó y todos se sintieron extrañados y atemorizados. 

“¡Basta de drama! No nos alimentaremos de eso. Hay que trabajar, todavía es temprano en la mañana.” La anciana que hacía de matriarca exclamó mientras agitaba su gran bastón. “Absalom,” dijo, una vez no hubo nadie sino yo, arrodillado, y ella, gigantesca en su pequeñez, “me has decepcionado. Esperaba más de ti. Los altísimos me habían comentado sobre tus aptitudes de líder, me habían dicho que nos harías orgullosos. ¿Y qué has hecho, qué ejemplo le das a los más jóvenes? Que está bien andar por ahí, por la noche, y que puede llegar uno sano y salvo…”  Hizo una pausa, como pensando lo que justo había dicho y preparando sus próximas palabras. La mueca de consternación se hizo visible antes de que dijera algo más.

Noté rabia… sentía el ambiente del pueblo como de sueño, como si no fuera real. Nada de esto, esta aura de seguridad, inocencia, incluso, podía existir en comparación a esa oscuridad. A ese miedo. Sin embargo, daba por seguro que no era el primero en experimentar la discordancia entre lo que se solía vivir en esta aldea y lo que era el mundo en realidad. Claro, había enfermedades. Uno que otro hombre había muerto presa de un depredador, pero estando juntos nos protegíamos y eso había bastado hasta ahora… hasta ahora…

“¿Qué pasará si todos los niños empiezan a salir por las noches? Si todos los hombres se van y nos abandonan, buscando quién sabe qué… Aventura, satisfacer la inmunda curiosidad que nos ha traído tantos males. Ellos nos enseñaron  lo que debíamos saber, nos dijeron lo vital y aún así, después de traicionarlos, nos tratan con ternura. Sus rostros son impenetrables, es verdad. Pero hay sin duda amor en ellos, ¿no lo sientes, hijo mío?” Su mano llena de arrugas y cayos, áspera, rozó mi rostro y vi que en sus ojos no había compasión, no había cariño; había sospecha, desconfianza. Me sentí asqueado, pero mi rostro estaba sucio de mugre, lágrimas y moco seco. El dudar de ella, en cierta forma, el sentirme asqueado de ella, era rechazar a lo que los ángeles querían. Recordé los ojos de los ángeles diurnos y en sus ojos, en el trato hacia nosotros, no encontré más que una profunda decepción. Un cansancio eterno y… un amor igual de eterno. 

“¿No estás herido?” Preguntó.

“No…” contesté. Su sospecha se avivó como nunca. 

“Tal vez es mejor que descanses por hoy, quién sabe lo que de verdad te haya sucedido.” 

“No. Trabajaré, lleva mucha razón abuela Jael” le dije por cariño, no compartía yo la sangre de Adán, como ella sí, por parte del difunto Seth. “¿Qué ejemplo doy a la gente si estando sano y tras un tonto desvarío obtengo descanso?” Ella sonrió y yo sonreí de vuelta.

Así pasó un día de ardua labor, había comentarios, preguntas y respuestas vagas de mi parte. En el descanso del medio día, me alejé de todos y comí una ración pequeña, intenté revivir el fuego en vano. Oí un escándalo después, mientras todos comían… El perro muerto. Tenían que haber encontrado sus huesos carbonizados.

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¡Hola! ¡Paul está de regreso! Vuelvo a empezar el proyecto de "Cursivas" en Errror de Imprenta. Una historia ligera, juvenil. Eso es todo lo que diré por ahora.


Cursivas - Diario Impopular

Queridas Cursivas:

Hoy inicia un nuevo comienzo. He decidido dejarlo todo y a todos. No es que los odie ni mucho menos, pero este viaje es solitario y  nadie puede acompañarme en él. El mundo se distorsiona y las letras, los colores, los sabores, las emociones y las canciones son distintas. Los rostros  se han deformado, creando seres grotescos que no puedo reconocer. Escucho sus voces, su tono intenta ser amable, condescendiente, mas no les hago caso. Ya no puedo hacerlo, no hay vuelta atrás. He recreado el lugar en el cual vivía, lo he convertido en algo con lo  cual ya no tendré ningún cariño. ¡Ya no más!


Por cierto, si es que alguien está leyendo estas líneas (aunque lo dudo, ya que no dejaré que nadie lea este cuaderno, pero cualquier cosa puede pasar), “Cursivas” no es un diario. Es un cuaderno de pensamientos libres y sueltos. Se puede hacer y escribir cualquier cosa, en cualquier momento. Así que en vez de estar  husmeando en los objetos ajenos, ¡consíguete tu propia “cursivas”!

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Durante varias semanas, Shaun había notado un cambio muy  particular entre sus compañeros de clase. Todo empezó cuando el profesor de Psicología, que también era su tutor, les invitó a que escribieran un diario.  El tema no surgió de la nada. Todo empezó cuando él hablaba acerca de la importancia de conocerse a sí mismo, de saber lo que uno siente y piensa, ya que la adolescencia es una etapa con cambios, con emociones cambiantes,  sensaciones nuevas y cambios físicos.

Los jóvenes estaban tan cansados de la típica charla que el aula se inundó de un sopor  evidente,  incluso el profesor empezó a bostezar.  El profesor detuvo su discurso para regañar a varios alumnos que empezaron a arrancar hojas de su cuaderno y convertirlas en bolas de papel. Cuando el maestro se disponía a reanudar su charla, una alumna levantó el brazo e hizo una pregunta que parecía fuera de lugar.

- ¿Qué es un diario? – preguntó con un poco de vergüenza.

Un par de alumnos empezaron a reírse, ya que sentían que la pregunta era demasiado ridícula y obvia. Sus risas se apagaron al percatarse que nadie más aparte de ellos lo estaba haciendo. Luego de unos segundos de silencio, el  maestro suspiró.  Tomó el plumón acrílico y escribió dos palabras: “Vida diaria”. Les explicó de manera breve que el diario era un cuaderno exclusivo para escribir los acontecimientos que ocurrían en su vida diaria, nada más. No importaba la cantidad de hojas escritas, la caligrafía y la ortografía, lo importante era escribir un poco de su día en ella. Inclusive se podía dejar algunos días sin escribir. Todo eso dependiendo del escritor. Al final, aprovechó para conectar el tema que había estado hablando al principio con el  de los diarios. La charla se convirtió en un debate que duró el resto de las horas que le correspondía al profesor. Incluso después de tocar  el timbre del recreo, la mayoría de alumnos aún discutían entre sí sobre los diarios.

Al día siguiente, varias alumnas empezaron a traer a la escuela cuadernos muy coloridos, con  imágenes de algún cantante pop actual. Ellas juntaban sus carpetas y compartían sus diarios en un acto de confianza. En algún momento, una de ellas soltaba una risita que era aplacada por la propietaria del cuaderno. Luego, otra de ella no pudo aguantar más y leyó algunas líneas del diario de una tercera. Esto hizo que el aula entera comenzara a tomar  un  interés más profundo hacia  los diarios, y no como la conversación interesante de un día.

No tardó mucho tiempo para que los diarios se pusieran de moda en el colegio. La moda fue tal, que los vendedores ambulantes que esperaban a sus jóvenes clientes a la salida, empezaran a vender cuadernos con tapas aún más llamativas, con una correa y un minúsculo candado que impedía la lectura no autorizada.  Ese nuevo modelo de diario captó la atención de la clientela femenina y los diarios tomaron tanta fuerza, que algunos chicos también se animaron por conseguir uno.

A diferencia de las chicas, los hombres no escribían su vida diaria, sino que a veces escribían chistes o algunas cosas que escuchaban por allí. Otros colocaban trucos de algunos juegos o hacían toda clase de actividades no tan relacionadas con el asunto del diario. Aun así, el tema del diario influyó tanto en el alumnado, que no tener uno significaba el aislamiento social.  Es por ello que los más pobres, buscaban algún cuaderno de un curso del año pasado, les quitaban las hojas usadas, les quitaban el forrado y colocaban con lo que podían las palabras “Diario”. Uno de ellos se entusiasmó tanto, que escribió 8 hojas, contando las cosas que había hecho una semana antes, para así decir que ya había tenido un diario desde antes que le hubiesen preguntado pero por falta de memoria, lo había olvidado.

Shaun había visto esta moda con molestia, incluso con indignación. Para él, escribir era un don único del cual sólo los mejores, los más hábiles y dotados en el arte de la literatura podían plasmar sus ideas. El resto de personas que osara manchar el nombre de las letras escribiendo cualquier otra cosa, merecía ser colocado en el cepo, en la horca, en la silla eléctrica o en algún otro método de ejecución.

Al principio, Shaun se había salvado de las preguntas inquisitivas por parte de sus compañeros de salón –ya que el fenómeno “Diario” se había originado en su clase, 3ro “C”- , pero ya no pudo pasar desapercibido cuando la moda se esparció por todo el colegio. Sus amigos le decían que tener un diario era lo mejor, que por qué no te consigues uno, Juanito usó el cuaderno de arte del año pasado y nadie le ha dicho nada, tu familia trabaja en una imprenta, de seguro que tu viejo te puede hacer un diario bien chévere, por qué no le dices que nos haga uno a nosotros, ya pe’, dile a tu viejo que nos cobre barato, oye, para mañana no te olvides.


El tema del diario se volvió cada vez más frecuente, tanto que el propio Shaun se enojó y les dejó bien en claro que no se prestaba para esa clase de modas y que detestaba todo lo relacionado con los diarios. Sus amigos guardaron silencio y no le volvieron a tocar el tema. Está actitud causó que Shaun fuese aislado del grupo por todo aquel año. Nadie en el salón le volvió a hablar, incluso cuando la moda de los diarios desapareció. Incluso cuando las memorias quedaron olvidadas en un rincón, escondido entre otros libros, debajo de la almohada, detrás de la mesa de noche,  en la casa de algún primo, usados como bloc. No le hablaron cuando tuvieron que realizar un trabajo de grupo y les faltaba una persona, ni cuando se realizó una colecta para entregarle un regalo al tutor por su cumpleaños, ni cuando fueron de paseo a las afueras de la ciudad, ni cuando nadie hizo la tarea, ni cuando acabaron las clases, ni cuando se reunieron en vacaciones para saber cómo les había ido y tampoco cuando empezó el nuevo año escolar y la mayoría de ellos volvían a ser compañeros de salón. Shaun quedó marcado como el antisocial del grupo, pese a que él nunca volvió a tener una actitud negativa.

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¡Malditos diarios!

Shaun cambió de personalidad .Se volvió más huraño, más distante, más frívolo, más insensible, más silencioso, más solitario. Pasaba todo el día leyendo cualquiera de los libros que encontraba en casa. Desde libros de cocina, libros de informática, libros de matemática, libros de historia, revistas, folletos, periódicos e incluso leyó la Biblia, el Corán, el Libro del Mormón,  hasta unos cuantos libros que le regalaron unos Testigos de Jehová.  Cuando no leía, ayudaba a sus padres en algún quehacer o recado. Y cuando terminaba de hacerlo, retomaba sus lecturas diarias. Los días pasaban y el nuevo año escolar le pareció igual de tedioso que el anterior.

Agradecía a los diarios por haberlo alejado del resto.  Al final de cuentas,  estar solo le producía una sensación más satisfactoria, un nuevo ritmo a su alma, una libertad recuperada, como el animal que es soltado de su cautiverio y llevado a su lugar de origen, la selva, el aroma de lo natural, fresco, puro, único.  Y pese a todo, algo faltaba. No podía entender por qué a veces miraba con un poco de melancolía aquella prisión a la que llamaba “sociedad”. ¿Acaso los extrañaba? ¿No eran sus conversaciones de lo más superficiales? Cosas como: Ayer me comí un pollo a la brasa con mi familia, estuvo muy rico, vi a Juanito conversando con Pedrita en el parque, estaban tan juntitos, que ya parecían novios, hoy juegan la final, ¡la final!, hay que ir a la playa mañana,  habla, ¿te apuntas?.  Nadie le hablaba ni de libros ni de historias. A veces le hablaban de alguna película que por coincidencia, era la adaptación de una novela que Shaun había leído. La conversación tomaba un nuevo color,  hasta que llegaba alguien más y le preguntaba si había visto en las noticias al perro que interpretaba una canción de Michael Jackson con sus aullidos.

Dicen que los genes influyen en el comportamiento de las personas, los hijos en algún momento mostrarán comportamiento, actitudes e incluso puntos de vista similares a sus progenitores. Y, como si se tratara de un fino hilo que los unía, Shaun terminó convirtiéndose en la copia exacta de su padre a la misma edad, 14 años. La primera que notó este cambio  fue su madre.

Su madre le contaba con mucha alegría que conoció a Enrique en una librería. Al principio ella creía que él estaba dando una ojeada a un libro, pero al acercarse más, se percató que revisaba las hojas, las estiraba un poco, pasaba la hoja y repetía el proceso. Al finalizar, lo cerraba, miraba el empastado y lo dejaba en su sitio. Se enamoró  a primera vista.  A partir de allí, ella adquirió  una atracción, una sensualidad nueva hacia los libros. Todos los días iba al mismo sitio, a observarlo, pero la timidez la cegaba, haciéndole coger el libro más cercano y empezar a leerlo. Al no conversar con él, ni siquiera saludarse, ella empezó  a reflejar  todas esas  emociones que empezó a sentir por Enrique en los libros, creando una fascinación mayor por la literatura. El género no importaba, siempre Enrique era el protagonista, el bueno, el que salvaba la situación. A veces, las historias no eran tan felices y el personaje con el cual Enrique era relacionado, sufría alguna tragedia, lo que la exaltaba. No faltó mucho tiempo para que  Mónica, la madre de Shaun, se convirtiera en la silenciosa compañera de las tardes después del colegio.

Shaun escuchaba eso sin emoción, ya que su padre ahora era distinto. Todas las mañanas se despierta  temprano y en silencio inicia con sus labores. Besa a su esposa aún dormida, se asea, toma las llaves de la mesa de noche y  se dirige al último piso a alimentar a Carmelo. Es un  gallo que compró desde muy pequeño y que cuida todos los días como su luchador estrella, a pesar que  jamás ha pisado una arena de pelea, usado navajas o picoteado a otro gallo. Mientras le va colocando el alimento en el dispensador, le canta una canción o le recita un poema, a lo cual el gallo le contesta batiendo sus alas o soltando su cantar matutino.  Al terminar con el ave, Enrique desciende hacia la segunda planta, donde se encuentran  algunos materiales que usan para la imprenta. Revisaba el lugar y verificaba que los roedores y las polillas no estuviesen husmeando, no se confiaba con las medidas preventivas que siempre tomaba.  Al ver que todo estaba listo, cierra el almacén con llave  y cerrojo, esta vez sube  al tercer piso, en el cual vive la familia, toma un libro cualquiera y  lo lee  hasta que su esposa llamara a la familia para tomar desayuno. Y todo esto lo hace sin soltar suspiros o molestarse, a veces incluso silbando.

Shaun siempre creyó que su padre era un adicto al trabajo, un esclavo del capitalismo que trata de ocultar su opresión con una sonrisa falsa, para así hacer más llevadera  su tortura.  Ahora, recordando la historia de madre y otras situaciones más que ella le había contado, lo miraba diferente: ¿Acaso era el rostro de una persona que trabajaba en lo que le gustaba? ¿Cómo logró encontrarlo? No quería preguntárselo a su padre, deseaba resolver esto solo.  Y mientras pensaba en ello, empezó a buscar coincidencias, pistas, razones, recuerdos y sazones que lo guiaran en la búsqueda de la verdad, de su verdad.  Continuó avanzando por la rutina de su padre: Luego de ir a desayunar, iría a cambiarse y buscar su ropa de trabajo. Descendería al primer piso, no sin antes llevar el libro que se encontraba leyendo en la mañana y se despedía con otro beso para su esposa y un golpecito  en el hombro para su hijo.  Ya en el primer piso, encendía todas las máquinas que se encargarían de la labor y  dirigía su vista hacia el reloj,  muy probable serían las 8 de la mañana,   lo que indicaba algunos minutos más  para que sus ayudantes  llegaran.  En vez de arruinar  tan temprano su  día, decidía empezar con las labores él solo e iniciaba con la impresión de los folletos y revistas que habían quedado por terminar  el día anterior.  Ya a las 8 más treinta, empezaba a llegar Pedro, un hombre bajo, algo panzón y con la mirada  hundida. A diferencia de su padre, Pedro no es muy entusiasta para el trabajo, pero le agrada tener a un jefe tan comprensivo y es por eso que puede llevar todo con calma. Al rato llegaban los hermanos Jimenez, brazos fuertes del grupo. Ellos se encargaban de la labor más pesada del trabajo, cosa que no les causaba ninguna dificultad. Levantaban paquetes enormes de papel con sus propias manos y llevaban los encargos a los clientes grandes. Una vez, Shaun tuvo que reemplazar a uno de los Jimenez porque había surgido una emergencia y al día siguiente terminó tan cansando, que se quedó en cama hasta el mediodía.  Más tarde, casi a las nueve, llegaba Andrea, recepcionista y  diseñadora gráfica suplente.  Una chica con muchísimo atractivo físico  que ella “desaprovechaba” al vestirse con ropa sobria y poco llamativa.

El diseñador oficial era un cargo que estaba bajo constante reemplazo. La mayoría de los jóvenes no ven con buenos ojos a la humilde imprenta del señor Enrique y emplean el lugar como un trampolín para adquirir experiencia y conseguir trabajos mejor remunerados.

Las labores en la imprenta se inician de manera oficial a las 9 a.m. A esa hora se abren las puertas y se inicia la atención al público. El área de recepción ocupa una cuarta parte de  todo el primer piso.  Sillas de plástico colocadas alrededor de las paredes y en el centro, una mesa con muchos de los trabajos elaborados por la empresa se encuentran perfectamente colocados, uno al lado de otro. Las paredes también tienen  afiches o gigantografías de muestra para guiar al cliente sobre lo que deseaba escoger. La sala de recepción termina con una pared hecha de drywall color azul, hecha especialmente para que el cliente pueda ver los trabajos de la empresa sin tener que entrar al área de los diseñadores.  También tenía una pequeña puerta al lado derecho, en caso Andrea tuviera que salir. Y al lado derecho hay otra puerta, que se encuentra  cerrada, pero se puede entender  que allí se encuentra  el equipo del trabajo.

Shaun reflexionaba que una de las ventajas su hogar era que se ubicaba en una esquina, así que el primer piso tiene tres entradas distintas: La de la recepción que da a la avenida, una segunda puerta, enrejada, en el cual podían observarse las máquinas y a las personas trabajando, y la tercera que llevaba directamente al resto de pisos. También se acordó de la escalera que hay en el primer piso y que conecta estos dos, y fue allí donde se dio cuenta que había divagado y había perdido el rumbo de lo que quería hacer. Tomando el desayuno con prisa y aprovechando que hoy era sábado,  ayudaría a su padre en el trabajo.

Buscó a su padre en el primer piso, saludó al resto de trabajadores que respondieron mientras continuaban con lo suyo y al no encontrarlo, salió con rumbo a la recepción. “Ha salido, pero te ha dejado un recado con Andrea”, le dijo uno de los hermanos Jimenez mientras cargaba un paquete de afiches y los colocaba en una mesa cercana. Al escuchar eso, el joven salió hacia la recepción y pudo notar que Andrea atendía a un cliente.

- Disculpe un momentito – se excusó la joven mujer- ¡Shaun! ¡Shaun! Tu padre me dijo que fueras a la librería de tu abuelo y le llevaras un paquete, pequeño nomás. Anda, porfa, yo no puedo ir. Disculpa.

Andrea pidió permiso a su cliente, entró su área de trabajo y le entregó un paquete forrado. Por la forma que tenían, de seguro que eran algunos cuadernos o diarios que el abuelo le pidió hacer a su padre. Daba igual, recibió el encargo y luego tomó dirección rumbo la casa de sus abuelos, la cual no quedaba muy lejos.

“A dónde habrá ido. De seguro que a ver a un cliente o algo así. Él no es de salir mucho”.  Shaun aún seguía sin encontrar la respuesta a su duda, no la hallaba en ninguna de las actitudes actuales de su padre. Todo dirigía hacia una dirección: el matrimonio. ¿Tendría que encontrar una chica como él, o al menos una que le interesen los cuentos o las historias para poder llenar el espacio faltante en su corazón? La idea sonaba bastante romántica y él romanticismo no era tanto su tipo de literatura predilecta.  La descartó, pensando que había algo que estaba obviando, algo que inclusive su madre no sabía. “Sí, de seguro que es algo relacionado con otra cosa”, concluyó al percatarse que ya se encontraba al frente de la librería.

La librería del abuelo lleva funcionando por más de 30 años, cosa que puede notarse al apenas llegar allí por la edificación, los muebles e incluso afiches muy antiguos. El lugar es pequeño y acogedor: los productos colocados estratégicamente al lado de las paredes,  una estantería al fondo y donde también se encontraba la mesa donde se atienden los pedidos y se realizan los pagos y justo en el centro,  la atracción principal, los libros usados. Estos libros poseían una característica especial, el empastado.  Al entrar, la gente cree que son libros nuevos, y se dan cuenta de su error al ver el letrero que dice claramente “Libros usados a precios cómodos, preguntar por el precio”.  Los clientes tenían la libertad de tomar un libro e incluso leerlo por un rato, bajo la mirada vigilante del propietario que suele permanecer en su sillón, inmutable. Y es la calidad del empastado y de la conservación de los textos,  lo cual lo convierte en lugar de concurrencia para lectores ávidos, exigentes y economizadores.

Shaun tomó un libro y recordó la historia de su madre y su padre. Por un segundo buscó a alguna chica que lo estuviese mirando, y al ver que no había nadie, soltó una carcajada, y empezó con la revisión.  Empezó a mirar las hojas,  las letras, deslizó sus hojas con rapidez, tocó el empastado con mucha familiaridad y dejó el libro en su sitio.

- Juan, tu padre tardó siete años en percatarse del amor que sentía tu madre hacia él – una voz ronca que provenía del fondo pudo oírse.

Shaun sabía quién era y porqué le había dicho aquello.

- Soy Shaun, Abuelo, Shaun.  Y buenos días. – respondió a su abuelo mientras se acercaba a él.

- ¡Qué más da! Tú eres Juan para mí, y se cierra el asunto. – el abuelo miró a su nieto que ya se había aproximado lo suficiente para saludarlo. Shaun le estrechó la mano, pero el abuelo le golpeó el hombro con toda la fuerza que su edad le permitía.

- Abuelo, yo… - el chico guardó silencio por un rato-… yo le traigo un encargo por parte de mi padre.

- ¿Ah? ¡Ah, el encargo!  - el abuelo  se tocó la sien con sus dedos - Claro, claro, el encargo. Sí, sí, dámelo hijo, por favor. Y no te vayas, quiero que veas qué es.

Shaun entregó el paquete a su abuelo. El anciano tomó el paquete, revisó las envolturas y luego lo abrió por uno de los pliegos y mostró su contenido: dos cuadernos con un empastado muy grueso, letras doradas brillantes. El abuelo tomó el cuaderno que se encontraba encima, revisó el empastado, pasó las hojas con suavidad, lo cerró y repitió el proceso con el segundo cuaderno.  Al finalizar, le entregó uno de ellos, el de color azul eléctrico y le indicó que lo revisara.

Shaun no entendía nada al respecto. Su abuelo ya había hecho un excelente trabajo al revisarlo y creía que volverlo a hacer sería una pérdida de tiempo. Alejó ese pensamiento, ya que el anciano tiene muy poca paciencia y si le estaba pidiendo algo, por algún motivo será. Repitió el mismo proceso de revisión con ambos cuadernos y se los entregó.

El hombre se puso de pie, dejó el cuaderno rosado a un lado y golpeó el empaste del libro azul.

- Ya no hacen los cuadernos como antes, ¿verdad Juan?

- Sí, es verdad. – Habló Shaun-. Es para abaratar costos, para que la gente pueda tener una mayor accesibilidad a los libros. Sin embargo, el empastado simple maltrata las hojas e incluso éstas se doblan, dejándolo como un mamarracho, todo feo y nada estético. Bueno, aún hay librerías y otros lugares que fabrican libros con empastados gruesos, más que nada para demostrar ser de una calidad mejor, pero cuestan bastante. En el caso de los cuadernos, el cuaderno de cosido tradicional, usado en los 80 ha sido reemplazado por engrampado. De todas formas, hay empresas que venden cuadernos cosidos, para así evitar que las hojas puedan ser arrancadas fácilmente. Su precio también es distinto. Uf, abuelo, hay bastante de hablar sobre el tema, pero…

Shaun volvió a guardar silencio al oír la estrepitosa risa de su abuelo.

- ¡Empezaste a hablar de libros! ¡Y yo te hablé de cuadernos! – dijo con sorna

Shaun se percató del error y sonrió avergonzado.

- No te preocupes, hijo. Tu padre era igual. Siempre hablando de libros y más libros. Yo le dije una vez que escribiera un libro con tanta cosa que hablaba, pero me dijo que necesitaba nivel, que tendría que ir a una universidad para estudiar literatura y así mejorar su estilo, viajar a Francia, pasearse por las calles y compartir con las penurias del artista parisino, luego escribir sus obras en soledad, en enfermedad, luego volver a su tierra hecho un hombre de letras, publicar su libro, ganar concursos y eso. ¡No sabes lo que me reí aquel día!  Y fue una de las pocas veces que lo vi enojado.

- ¡Yo también reaccionaría igual! -  Shaun se sintió irritado.

- Calma, hijo –volvió a hablar el abuelo- , que el cuento sigue.  Aquel día, tu padre no me dirigió la palabra. Ni siquiera fue a cenar. Así que abrí la puerta de su cuarto y le dije: ¡Escribes un libro o te agarro a golpes, que no voy a aguantar una falta de respeto hacia tu familia!

- ¿Y qué pasó después?

- Ah, eso pregúntale a tu padre. – respondió el abuelo, finalmente. Y llévate este cuaderno, es para ti. Ya verás para qué lo usas.

El abuelo entregó el cuaderno empastado en las manos extendidas de Shaun, que no salía del asombro. “¿Mi padre escribió un libro? ¿Sobre qué? Nunca le he oído hablar de literatura, ni de nada parecido”.  Sin embargo, la pregunta más grande que tenía en mente era la siguiente: “¿Por qué el cuaderno tenía en la portada, con letras doradas la palabra “Cursivas”?

- Ya te dije, pregúntale a tu padre. Fue suya la idea. – como si le hubiera leído la mente, el abuelo le volvió a hablar. – Y apresúrate, que tienes algo que hacer en casa.

Shaun, aún desconcertado por el regalo, continuó con su camino, mirando de rato en rato el cuaderno que tenía en manos.

- - -

Tuve que preguntarle a mi padre sobre por qué me había mandado a hacer ese encargo. Él respondió que quería ayudarme a despejar un rato y que escribir cualquier cosa sería buen ejercicio. Le pregunté sobre el nombre del cuaderno, Cursivas. El soltó un suspiro y luego me golpeó el hombro, como suele hacer y me dijo que el significado de Cursivas debía buscarlo yo mismo.

Así que, queridas cursivas, a partir de ahora nos veremos más a menudo. Espero que me acompañes.

Dulces sueños, Cursivas




El pasado, amiguillos, cuando la humanidad daba sus primeros pasos y los demonios rondaban libremente por la tierra. Los humanos eran humanos y tenían miedo a lo incomprensible, y los ángeles eran ángeles, caídos, y veian a los humanos y los tentaban y... Esto es Caín, sin Caín. 


El Segundo Fruto Prohibido


Hay oscuridades más profundas que otras, palabras que dichas bajo ciertas condiciones podrían sentenciar la naturaleza de un ser a horribles castigos. Hay miradas insondables que no significan nada y risas maliciosas que tan solo sugieren macabra diversión. Hay quienes dicen que los ojos de un ángel poseen bondad y misericordia; que verlos te ablandan el alma y despiertan en ti la ternura.
La realidad es que cuando ves los ojos de un ángel, accedes a la ventana de la eternidad; entiendes que en sus largas caras no hay gentileza, porque su vejez no se nota en sus rostros y va más allá de la comprensión humana. Accedes, cuando atraviesas la ventana, a una crueldad que los humanos no pueden concebir, a verdades que no tienen sentido y a sermones  repetidos tanto que ya no sugieren nada.  Con los ángeles caídos es igual, tal vez sus mentiras sean más elocuentes y sus verdades más creíbles. Al fin, solo son justificaciones inútiles y ellos lo saben.
 
Al principio, cuando todavía creíamos que veníamos del barro y que el aliento de Dios conformaba nuestros espíritus, cuando éramos pocos y nos acurrucábamos los unos con los otros sin importar las diferencias, por miedo a lo que se encontraba afuera, en la oscuridad… por lo que nos habían dicho los ángeles, según palabras del Antiguo Adán. En sus largas pláticas solía hacer referencia a lo terrible de los demonios, a como nos engatusaban con sus palabras… que tuviéramos cuidado cuando él ya no estuviera. Decía que los brazos de los ángeles caídos nos rodearían, sonreirían y te sentirías a gusto con ellos,  nos ofrecerían la manzana. Un mordisco nada más, solía hacer énfasis en eso, y caes a la perdición… ¿y qué podemos hacer de todas formas? Nada. 
 
Al principio, le temía a la oscuridad, como todos. Le temía al vacío al que entrabas cuando estabas ahí, hay seres a los que no entiendes hasta que no ves con sus ojos lo que ellos ven.  Entré a la oscuridad porque escuché su voz y su voz era hermosa y aludía a Dios y a sus ángeles, a la música de sus querubines y lo vi, en medio de la oscuridad, como resplandeciente y era verdad. Era hermoso. No me cuestioné por qué un ángel se hallaba en la oscuridad. Lo vi y él me vio a mí, y me ofreció su mano y me dijo: ¿No tienes miedo? ¿Acaso no sabes que en la oscuridad se esconden las terribles verdades que los humanos no deben encontrar? Estaba aterrorizado, todo mi cuerpo temblaba, me había orinado sin darme cuenta.

Toma mi mano, dijo, tómala y no tendrás miedo. Estaba aterrorizado, preguntándome, ¿qué hago en medio de la oscuridad? ¿Es él en verdad un ángel? La duda estaba ahí, plantada en lo profundo de mi consciencia,  pero su sonrisa era hermosa. Tomé su mano porque me proporcionaba una seguridad más fuerte que la del fuego y porque pude ver que en la oscuridad solo habitaban las tinieblas y en ellas encontrabas voces nada agradables. Sugerencias catastróficas… imágenes que te llevaban a la locura. El resplandor del ángel, la sensación de amor que emitía el estar junto a él…

Y una duda. Una duda que no podía sacarme de mi corazón. ¿Qué es una duda ante la grandiosidad de un ángel? No es nada, es un distractor… ¿era mi corazón pecador? No lo sabía, las tinieblas me daban miedo y él estaba junto a mí y pronto hubo más ángeles y todos hablaban sobre el paraíso y parecían tan felices. 

¿No quieres aprender a defenderte contra el mal? Dijo uno y asentí, y sonreí de manera amplia y les dije lo bien que me sentía al estar junto a ellos. Todos reían y yo reía con ellos. Las risas callaron y los miré nuevamente. Lo que vi fue… confuso, sus sonrisas antes plácidas no me daban confianza, sus ojos parecían en cierto sentido vacíos… ¿o era su expresión? ¿Qué había en sus ojos? La forma en la que fruncían sus ceños, quizá, cuando sus rostros no eran amigables. Es difícil saberlo, porque los ángeles son preciosos no importa qué y si hay algo malo en lo que ves. Debes ser tú el equivocado, el terrible, el cruel y no ellos.

¿Cuál es tu nombre, humano? La voz de este ángel estaba llena de hastío, sonaba… no sonaba como los demás, había sinceridad en su voz y ésta sugería mi inferioridad infinita ante él. Ante mí se postraba un Dios que no era, un Dios que no podía ser. Era lo que sugería ante los otros ángeles, su soberbia era  una soberbia admisible y comprensible. Una barrera entre nosotros dos (y tal vez también entre sus camaradas) que no podía ser levantada. Me di cuenta de que era rodeado por todos y él era la cabeza. El líder. A su lado, se acostaba un perro, o lo que parecía ser un perro, tan deforme, tan horrido. La inefabilidad del terror estaba sujeta en esa criatura. 

La duda comenzaba a elaborar una pregunta. ¿Qué hacía algo tan horrible junto al más hermoso ángel que había visto jamás?

Absalom… Contesté y tembló mi voz y mi miedo fue tan claro como la oscuridad que nos rodeaba. Ese es mi nombre. 

Y ellos rieron. 

La paz es mi padre. ¿Es tu padre Dios? ¿No quieres conocer a Dios, Absalom? Tenía miedo, su voz era a la vez tranquilizadora e inquietante. 

Todo se iluminó, fuego salió de su mano y lo que parecían ángeles normales, brillando por su propia cuenta, se reveló como una plétora de seres… irreconocibles. Jamás un humano había visto algo semejante, estoy seguro… no… no lo puedo estar.  ¿Qué secretos guardaba Adam? ¿Era esto parte de los secretos llevados a su tumba?  

Lo que vi, no eran ángeles en todo el sentido de la palabra. Por supuesto, el líder era un ángel. Su sonrisa sugería maldad o asco… pero era un ángel y era hermoso. Gabriel, Miguel… se asomaban a las tribus humanas… nos hablaban de la bondad y ellos eran lo más hermoso que habíamos visto hasta entonces, pero este ¿ángel? Era más hermoso que ellos, se notaba cierta decadencia, su piel no tenía ese brillo pero incluso así podías imaginar lo hermoso que había sido y me dejaba sin palabras. La autoridad que emitía…. Y los demás… esos no eran ángeles o algunos parecían haberlo sido hacía muchísimo tiempo. Sus ropas eran harapos o estaban sucias y algunos tenían colmillos animalescos y otros tenían grandes y majestuosos cuernos… pero eran ángeles. O habían sido ángeles. 

Lucifer. Dijo, un gusto, Absalom. Y su sonrisa no pudo ser más sardónica ante mi sorpresa .  

Lo que acompañaba a Lucifer, no era un perro. Era una bestia, una mezcla de bestias… escalofriante.
Entonces, ¿asumo que no quieres aprender a defenderte de la oscuridad? Pero lo que sugería su voz era una pregunta a la que solo podías contestar con… 

C… claro, ¿q..q..qué me quieren enseñar?  

Una ciencia que va más allá de lo que su triste raza jamás podrá llegar a comprender.

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¡Hola! Los saluda Zack Z., después de un buen tiempo sin publicar en el blog. No es que quisiera desaparecer, realmente me encanta Errror de Imprenta. Hacía, más bien, algunos preparativos para desarrollar una idea que surgió hace un par de años. Para acelerar esto pedí ayuda a Liàre, y es con él con quien estuve armando algunos detalles para el universo de este proyecto. Entonces sentí que era el momento de escribir y aquí está la primera entrega de Caín, una historia de misterio y fantasía en la que alternaremos Liàre y yo. Sin más, les presento...


 
.+.+.+.+.+.+. CAIN: La máscara de auqui - Capítulo 0.+.+.+.+.+.+.

Despertó con el aleteo de una paloma, y al abrir los ojos se sintió en las nubes. Veía borroso y todo parecía ser blanco, o gris, un gris ligero como el del cielo, "o al menos este cielo", el de esta ciudad. Recordó la razón que lo había llevado hasta allá, el rumor sobre un brujo y la inevitable pelea de la noche anterior. Recordó el dolor en la sien y que por poco queda inconsciente.

Las calles son solitarias a esta hora de la mañana, pero él ya no puede dormir. Al verlas, siente como si todos los años de su vida pudieran resumirse en esa escena. Sin dejar de pensarlo, se levanta y estira los brazos. Al hacerlo, descubre a otro hombre, aún dormido, junto a una pared, algunos metros más allá. Sí, quizá la soledad no sea lo que mejor describa este momento, sino la quietud.


Son similares los inicios de día en todo el mundo, el despertar de la gente, su regreso a la vida. La muerte a él le da nostalgia. Piensa en que lo más parecido a ello que tendrá nunca será dormir. Nació para morir ("¿nací para morir?"), pero las circunstancias lo trajeron hasta nuestro tiempo por una promesa hecha a sí mismo tantos siglos atrás que no puede evitar preguntarse constantemente si su larga vida no se tratará más bien de una misión más grande que alguien lo obliga a cumplir.


Su rebeldía es como el cielo de esta ciudad, que se resiste al azul. Por ello está aquí, buscando a un viejo de nombre José Mallqui, un chamán o un brujo, aún no lo sabe muy bien.


Escuchó por primera vez de él hace dos años, cuando llegó a América y vio un sello mágico, de signos antiguos, en la puerta de un restaurante. Nunca en su vida había visto algo similar. La respuesta que obtuvo del dueño del negocio fue el nombre de una ciudad, y en ese nombre pensó tantas veces que al llegar sintió que llevaba meses viviendo en ella y que su cielo grisáceo era tan cotidiano como respirar.


El hombre al que se enfrentó la noche anterior era un borracho buscapleitos: le bastó cruzárselo una sola vez para que éste quisiera golpearlo sin ningún sentido. "¿Qué chucha me miras, conchetumadre?". Pocas veces en siglos había sido víctima de este tipo de actitudes. No quiso golpearlo, pero al sentir su puño en el rostro supo que no se detendría hasta verlo en el suelo. Entonces atacó y, cuando al hombre le costaba ya mucho levantarse, le preguntó por Mallqui. Una completa coincidencia que lo conociera y hablara sin resistirse. Recibió el nombre de una calle y era ahí donde se encontraba ahora.
 

No le pareció para nada un lugar fuera de lo común. Tampoco sintió nada extraño cerca, como cuando visitaba a los brujos en Europa. Le bastó preguntar una sola vez para encontrarse frente a la antigua casa donde lo esperaba sin saberlo José Mallqui, quizá con una pista que lo ayudaría a cumplir por fin con su objetivo de siglos.
 

Era una casona rosada con motivos que le recordaban Europa, como mucho en esta ciudad. Las paredes con grietas y una rajadura de casi un metro que iba desde el segundo piso hasta la entrada: una escalera angosta y empolvada por la que no dudó un segundo en pasar.
 

Al pisar el sexto escalón se detuvo. Alguien lloraba allá arriba, una mujer. Hablaba de su madre y de una enfermedad. Le reprochaba a alguien que no hiciera nada, quizá ese hombre era Mallqui, el que se quedaba completamente callado hasta que la mujer llegara ella sola a la misma conclusión que él. Debía doler perder a alguien, ya lo estaba olvidando. Recordó por un instante a su padre y volvió milenios al golpe de la noche anterior. Puso su mano sobre la sien y notó que ya no le dolía. A diferencia de él, su cuerpo olvida bastante rápido.
 

Pocos minutos después, bajan ambos. Su mirada se cruza un par de segundos con la del hombre. Está seguro de que se trata de Mallqui, lo sabe a pesar de que viste como cualquier hombre y no como un brujo, a pesar de su vieja camisa y sus zapatos sucios.
 

Y estaba ahí, por fin con la oportunidad de cruzar palabras con este hombre. Se saludaron sin decir nada y subieron las escaleras. La habitación, iluminada tan solo por una bombilla, le daba un aspecto de muchísimo más misterio. Aparte de ella, la luz del día ingresaba tímida por la ventana. «Sírvase», dijo Mallqui, invitándolo a sentarse y probar cancha de un plato metálico en la mesa. Lo miraba fijamente, como si lo estuviera poniendo a prueba. «¿Qué vino a buscar aquí?». Detrás del chamán había un altar con una vela encendida. Caín notó la desconfianza y probó un solo grano. «Busco una respuesta. ¿Conoce usted esto?», sacó una hoja del bolsillo y le mostró el signo que lo había traído a esta ciudad, el sello mágico. Mallqui comenzó entonces a contarle:
 

«El verdadero Mallqui era Julián Mallqui. Mi abuelo era. De la sierra se ha venido porque lo acusaban de sendero. Así se vino. Él sabía de ese sello. Me contó que era de antiguo y que lo aprendió de su maestro en Cajamarca. Secreto es, me dijo, pero poderoso. Espanta todos los males. Cuando era joven me lo contó esa historia. Yo me volví chamán después. ¿Quién eres tú, joven?»
 

Guardó silencio por unos segundos, se alzó el cabello de la frente y le mostró su cicatriz. Los signos que vio Mallqui lo dejaron ligeramente confundido. Caín se levantó de la mesa y, antes de irse, decidió hacerle una última pregunta: «Dígame, ¿es posible revertir la voluntad de Dios?» Mallqui quedó pensativo. Rió creyéndolo una ocurrencia «Si Dios dispone, hay que aceptar nomás, joven. La vida, la muerte. Todo llega de esa forma.»
 

Él ha escuchado muchas veces las mismas palabras, pero aún le duelen. Desearía poder vivir sin esa carga, confundirse realmente entre la gente de una sola época y morir libre. Desearía poder quitarse la cicatriz y no caer en desgracia cada vez que intenta hacerse una vida. Desearía que sus manos fueran útiles de nuevo y que la tierra lo acepte. Pero sabe que todo eso resulta prácticamente imposible. Que escuchará la misma respuesta a donde vaya, con humanos o inmortales. Sin embargo, el mundo es grande y cambia cada vez más rápido. Y esa es su última esperanza.
 

«Gracias», le dice por última vez a Mallqui y abandona el lugar. Cuando lo ha hecho, el chamán descubre la vela de su altar consumida. Respira hondo y, con las manos temblando, enciende una nueva.


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Y eso es todo por hoy. Muchas gracias por leer. Espero que les haya gustado. Saludos ;)

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