Hola, buenas noches. Es ese el saludo de siempre. Estamos aquí congregados para hablar (y ustedes leer) sobre un hombre que en vida se dedicó a realizar muchas de las ahora reconocidas joyas del mundo de la pintura. Vincent van Gogh murió un día como hoy, 29 de julio, en 1890 y no solo ha dejado muchísimas obras de arte, sino también una historia que contar.

Vincent: Últimas horas


Autorretrato (1889)
Boom... Sonido de un disparo a la distancia.

En los coloridos paisajes de Auvers, y con el dulce sonido del viento en el vacío, un “boom” irrumpió el atardecer de ese apacible pueblo.Un hombre herido, por una bala en el pecho, dibujaba el paisaje con su sangre. Cada paso hacia su huida era un trazo en el verde lienzo en el que antes descansaba y que le había servido de modelo que retratar en múltiples oportunidades. Ahora esa ciudad lo veía morir sin que él lo supiera o creyera, todavía.

Motivos, muchos de ellos, llevaron a Vincent a propiciarse un tiro lo más cercano al corazón. Anteriormente se había cortado la oreja izquierda para regalársela a una prostituta llamada Rachel. Esto luego de discutir con su amigo y conviviente Gauguin en Arles. Van Gogh quiso dañarlo con una navaja, al no poder hacerlo se provocó, él mismo, el daño. Aquella tarde Vincent van Gogh no quiso dañar a nadie con su pistola, a nadie que quizá no sea él.

“Tu matrimonio no me molesta, Theo”. Días atrás su hermano menor había contraído nupcias. “No me molesta en lo absoluto... Pero ahora quisiera verte aquí como en tantas otras ocasiones en las que me sacabas de los más terribles apuros”. Theo se había convertido en una especie de representante, manejador o hasta mecenas del artista, pues era quien le conseguía los trabajos, pagaba sus cuentas y vendía los cuadros que podía, pues se dedicaba al comercio de arte, hecho que no le gustaba a Vincent. “Por qué te sigues dedicando a eso, vender arte es una farsa, una absurda mentira”. En muchas oportunidades despidieron a Vincent por anteponer sus gustos artísticos al de los demás en sus pinturas. Pintaba para él mismo y eso no vendía, lamentablemente.

El dormitorio en Arles (1888)

Llegó a su habitación, aquella que nunca pintó como la de Arles. El rojo de su sangre teñía las paredes. Vincent se acercó a su cama, se echó en ella y espero. No sabía lo que esperaba, quizá nada pues ya se le había negado todo, todo lo que había querido. Su padre había muerto repentinamente, su madre lo echó de casa por la herencia, perdió a uno de sus mejores amigos (Rappard) por no tragarse su orgullo, y se le negó el amor porque simplemente nadie lo quiso amar, ni las prostitutas que pagaba, ni las que recogía de la calle, ni las que pintaba, nadie, ni Úrsula, ni Silen, ni Margot (quien se suicidó al enterarse de que su padre no permitiría su matrimonio con Vincent). Su vida amorosa nunca tuvo final feliz, ni comienzo agradable.
La herida de bala fue más de lo que pudo controlar y fue consumiéndole la vida hora a hora. Su alrededor se pintó de colores oscuros y feos. Vincent se veía como en su cuadro de las patatas, está vez no se las comían a ellas sino a él mismo y nadie lo parecía rescatar. Nadie tocó su puerta, nadie le pintó la vida de alegría.


Los comedores de patatas (1885)

Cerró los ojos y se abrió una puerta, era Theo. Está vez no lo podía sacar del problema en el que se había metido. La bala había hecho lo suyo y la depresión también. Vincent se iba lejos y sin piedad de este mundo en el que había arriesgado todo por el arte, todo, hasta parte de su razón herida.
“Te quiero, hermano”.

Y se fue un 29 de julio de 1890.
Buen día, señores. Hacemos un paréntesis para comunicar nuestra participación en el concurso "20 Blogs Peruanos", organizado por Inventarte.net. Sí, para quienes no lo sabían, Errror de Imprenta es una iniciativa peruana ¿Sorpresivo? Pues bien, si es así, tal vez sea este uno de esos casos en los que dicen que la realidad supera a la ficción (chiste malo). Pero, en fin, ya está bien con lo de sorprenderse por la nacionalidad de la mayoría de los que conforman este proyecto. Vayamos al punto: el concurso.




20 Blogs Peruanos es un concurso de blogs para determinar, por votación, cuáles son los blogs más populares a nivel nacional en diferentes categorías (Arte y cultura, Blog personal, Ciencias, Deportes; Educación, Emprendimiento, Entretenimiento, etc). Nosotros participamos en "Arte y Cultura". Este año, además, habrá una premiación especial para los "mejores blogs", la cual no dependerá de los votos, sino de una evaluación de las características propias de cada sitio. Esto último, a cargo de un jurado especializado. La votación es hasta el 16 de agosto.


Si te gusta lo que hacemos y quieres votar por Errror de Imprenta en la categoría "Arte y Cultura", lo único que tienes que hacer es seguir este enlace, introducir tu dirección de correo electrónico y darle clic a "¡Envíenme un mail para confirmar mi voto!". Luego, procura revisar tu bandeja de mensajes (la mayoría de veces llega en No deseados), confirma tu votación mediante el link adjunto, y listo.


Como siempre, agradecemos su lectura y su apoyo.


Fin del paréntesis.


Adiós! y Felices Fiestas Patrias Peruanas [ :D ]
Charlotte Corday nace el 27 de Julio de 1768 y es una de esos grupos de "asesinos" solitarios. Asesinos que lograron cambiar la historia "sin ser respaldados por nadie", bajo su propio propósito.
En el caso de Charlotte, su acción individual tuvo el efecto contrario de lo que quería. Buscaba "frenar" la revolución francesa matando a uno de sus voceros más importantes, Jean-Paul Marat, pero lo único que hizo fue encender la mella.
Esta ficción está bajo "su percepción", no todo está escrito bajo el guion.

La Guillotina


Charlotte Corday
Lo observó por un rato, con una mirada severa, como la de una madre. Él estaba inerte, muerto por el futuro de Francia.
La bañera se había teñido de un rojo profundo. Y ahí estaba él, como si todavía viviera, en esa posición trágica; ahí estaba él con sus ojos bastante abiertos, totalmente absortos. Estaba tomando un baño de sangre, como lo había hecho Elizabeth Bathory.
Su expresión de sorpresa seguía ahí, en su cara repugnante, llena de crímenes. El autor de Las Masacres de Septiembre, muerto como el perro que era. Eso pensaba Charlotte, con el eco de su muerte en su consciencia. ¿A él le molestarían las ejecuciones que había provocado? Probablemente nunca lo sabría, tampoco necesitaba saberlo. En sus últimas horas se sentía orgullosa de sí misma.
Se recordó dictando nombres, a él, en su bañera, en ese momento vivo. Nombres de “Enemigos de la gente”. Gente que se oponía a una revolución absurda, una revolución que costaría demasiadas vidas.
Ahora su vocero estaba muerto, uno de los principales personajes Jacobinos..
“Es una muerte que vale miles. Es una acción que evita una catástrofe.” Dijo, en su tribunal, recordando la muerte injusta del Rey Luis XIV.
Su cara casi formó la expresión más horrible cuando vio con sus propios ojos como anotaba a los “Enemigos de la gente”, como asentía y sonreía. Era un desgraciado. Entonces, entonces el cuchillo que traía consigo tomó un valor especial. Su determinación esbozó una puñalada que mataría a Jean-Paul Marat, con su expresión de sorpresa. Seguramente nunca pensó que terminaría así.
Recordó las palabras que dijo al terminar de dictar los nombres. Satisfecho, orgulloso de lo que hacía, pronto a acometer contra ellos. A darle fuerza a su justicia.
Recordó sus últimas palabras e hicieron eco en su consciencia.
“¡A mí, mi querida amiga!”
Culpándola de su muerte, como si nunca se lo hubiese esperado.
Ella había sido su verdugo.
Había mancillado su alma en ese golpe definitivo, sacando fuerzas que no conocía. Ayudada por la mano de Dios para acabar con un ser tan indeseable. Era justicia. No se podía repetir otra cosa. Eso sí era justicia.
La revolución tomaría fuerza de manos girondinas. Ya no sería la revuelta que preveía, había salvado el futuro de Francia. 

La muerte de Marat

Recordó la turba tras la muerte de Marat. Se sintió furiosa, en sus adentros luchaba por controlarse a sí misma. ¿Por qué reclamaban por la vida de ese bastardo? No lo podía comprender, no podía comprender la sed de sangre de la gente. Una lágrima recorrió su cara, parte de su furia contenida.  
La guillotina atravesó su cuello. Estaba muerta. Segundos antes de su final, sus ojos lagrimeaban de nuevo, en su lucha contra el miedo. No podía sentir miedo, no se lo podía permitir, su muerte estaba justificada.
Las miles de miradas expectantes por su muerte satisfechas. Era algo que le costaba aceptar, que la gente de Francia estuviera tan deseosa de sangre.
Era una jugada inteligente la que había hecho. Probablemente nadie lo pudo haber hecho mejor, entrar a la casa de Marat y matarlo. Nada sutil, pura eficiencia. Las dos cartas que había enviado habían tenido el efecto deseado, aunque no como ella quería. Había logrado captar la atención de ese bastardo. Había comprobado la verdad de su naturaleza horrible. Lo había matado.
Y como consecuencia aceptaba felizmente su propia muerte, por Francia.




La ficción de un pistolero *piún, piún*
El viejo oeste. ¡La beligerante obstinación de Zack "Amoeba" Zala! Contra la molesta y fastidiosa sonrisa de un Liàre demasiado pretencioso.
Un niñito nomás. Mátenlo. Shurushushu.
En fin, Doc Holliday es un famoso pistolero del viejo oeste, es, también, uno un poco diferente a los demás pistoleros. La ficción trata sobre una de sus primeras víctimas mortales, para algunos la primera.

Un caballero
Sorbió otro trago de whiskey, un whiskey fuerte que quemaba su boca, era “agua de fuego”, según los indígenas. Era un sabor tranquilizador, relajante. Calmaba su temperamento demasiado volátil, hediondo a pólvora, en las partidas de póquer o faro. Se recordaba a sí mismo que no solo era un temido pistolero, si no un buen jugador.
Doc Holliday

En la apagada luz de queroseno del lugar, con su olor a tabaco, a alcohol, a sudor, todo apestaba, tanto como el olor a pólvora de su temperamento. El interminable murmullo de la multitud, un murmullo demasiado alto, pues eran gritos, un murmullo al que te acostumbras. Él se había acostumbrado.
Tosió un poco. La maldita tos que le había impedido ser dentista, casi la detestaba tanto como a los patanes.
Otro sorbo de whiskey le recordó a Kate, odiaba recordar a Kate. A veces la extrañaba y luego volvían. Y luego volvían a separarse. Para él era un flujo de emociones que no podía comprender, que iba demasiado lejos de su mente educada. Solo sabía una cosa (a veces se le olvidaba, eso sí) que la amaba.
Ese último sorbo cayó había caído en su estómago amargo. No era para nada la anestesia que estaba buscando. Bebió otro trago de inmediato. Se sintió mejor.
El corsé ceñido de una muchacha, con cintura encantadora, le llamó la atención. Su pelo castaño bastante acomodado. Una verdadera dama. Al contrario de Kate.
Ese era otro buen punto de los bares, era un punto que le gustaba. Nunca se había puesto a pensar en los puntos que le gustaban o no de los bares. Estaba seguro de que le agradaba la adrenalina de un tiroteo. Estaba seguro de que le agradaba el analgésico que podía ser el whiskey. No estaba tan seguro de su gusto por las apuestas y hubiera preferido tener su propio consultorio. Estaba seguro de que seguiría sin pensar en esos puntos.
Tosió de nuevo.
Era esa maldita tos insana que le había acompañado desde siempre, que le recordaba a su ya muerta madre. Hacía demasiado tiempo desde que había muerto como para recordarla. Esa tos era el impedimento más grande que podía encontrar y un recordatorio que le acompañaría por toda la vida.
Tampoco le gustaban mucho los patanes que solían encontrarse en estos sitios de “mala muerte”. Aunque para él y otros era solían ser sitios "buena vida". 
Vaqueros en un bar.
— Eh, otro trago, por favor — dijo su voz, casi demasiado cortés.
— ¿Estás de buen humor hoy, eh, Doc? — dijo tras una risa corta y simpática el barman. Nadie lo decía, pero el estilo del pistolero al que tenía en frente, era, cuando menos, peculiar. Demasiado pulcro. Tenía un cabello rubio, no demasiado largo, bastante cuidado, y vestía como un señor de sociedad. Nadie habría pensado que era un pistolero y quién no lo sabía tenía el riesgo de descubrirlo de muy mala manera.
— Eso parece — tosió.
— ¿No vas a jugar?
  — Más tarde.
— Buena suerte— dijo, al tenderle su bebida.
Doc bebió otro trago, casi absorto en la sensación que le producía.
Vio los hombros de la misma muchacha que había visto antes, de corsé amarillo, con su pelo castaño, sobre sus hombros blancos. Volteó, su cabello se sacudió de una manera casi tentadora, y vio su cara de rasgos encantadores, como su sonrisa, casi lo contrario a Kate, pero la amaba. Esta parecía una buena muchacha, pecas encantadoras, ojos castaños que parecían indicar gentileza. Una maravilla de mujer.
Todo lo contrario a Kate. Le dolía amarla tanto, pero luego recordaba la bebida, el hecho de que era una prostituta, y se sumía en sus asuntos; en el juego, en tener sus sentidos agudos. En toser.
—Oye, cariño, ¿no quieres venir conmigo? Te puedo dar todo lo que quieras. Soy Mike Gordon, mucho gusto—. Era una voz grave, muy ronca.
— No— dijo serenamente, una voz experimentada a esta clase de situaciones—, ¿no quieres otro trago? Seguro te vendría bien.
— ¡Oh! Claro que me gustaría un trago, también me gustaría que ese trago viniera contigo incluida— dijo con una sonrisa llena de confianza, demasiado insultante por su misma actitud.
— Ya te traigo otro trago— dijo con esa dulzura que tenía de por sí aquella muchacha.
Doc observaba con sus ojos, para algunos ojos demasiado profundos. Su mente estaba tan profundamente llena de ira, pero tenía al conciliador whiskey en su mano, empapando su boca, sus sentidos.
— Aquí está su bebida — dijo con su sonrisa calmada.
— ¿Y cuál es su nombre, cariño? No te presentaste.
— Emma, voy a atender a otro cliente— se excusó.
— Quédate conmigo, vamos, puedes vivir mejor que en esta pocilga. ¿Cuánto quieres? Eres una prostituta, ¿no?
Doc estalló en ese momento, la pólvora inherente en él.
— ¿No te ha quedado claro que no quiere nada contigo, imbécil? — Tosió luego de decir esta frase, cualquiera que lo hubiera visto, sin conocerlo, hubiera reído. Pero todos lo conocían muy bien.
— ¿Y tú que tienes con ella? No tienes oportunidad contra un militar, crío.
Doc rió por lo bajo. Estaba mentalizado en matar a ese militar engreído, a esa basura que formaba parte de la “autoridad”.
El soldado desenfundó su pistola, todavía demasiado confiado. Esperando a que Holliday se retractara.
— Podemos comenzar cuando quieras.
— ¿Vienes?— Le dijo con una sonrisa socarrona, falta de un diente.
Salieron del bar con miradas expectantes, con un morbo que crecía a pasos de la salida. No se oía casi nada, las charlas se habían detenido. Se oía el mascar del tabaco, un rumor muy leve; una apuesta.
El soldado disparó su arma al cielo cuando salió.
— ¿Estás acojonado, no?
Doc Holliday solo haló el martillo de su revólver. Esperando a que el soldado Mike Gordon volteara. Las miradas curiosas temían por lo bajo, esperando la caída de alguno de los hombres, la aturdidora explosión de algún revólver.
Se oyeron cuatro disparos, uno crujió en la fachada del bar.
Los otros tres atravesaron  el estómago de Mike Gordon. Uno tras otro, atravesándolo mientras sus pies se suspendían en el aire, mientras caía, como en cámara lenta, al piso arenoso.
Doc Holliday no sonrió. No se sentía particularmente orgulloso de matar a un hombre, pero agradecía a ver evitado a Emma a un molesto cliente. Agradecía, más que todo, el sabor del vaso de whiskey que terminó gratificándole luego del tiroteo.

¡Por las barbas del profeta! Quién lo diría, hoy día es el inicio de un nuevo año según el calendario musulmán. Muhammad Mahoma y el primer grupo de musulmanes se trasladarían desde La Meca hasta Yatrib (actual Medina). No podía faltar una ficción para este día. Así que les dejo con la misma.

El Mediador

No pude tolerarlo más. Estas disputas,  entre los Aws y Khazraj terminarán destruyéndonos. Es por eso que he decidido viajar a La Meca. He oído muchas cosas buenas acerca de él. He escuchado acerca de su habilidad para mediar toda clase de asuntos.  He preparado una pequeña caravana, con 10 hombres, varios camellos y algunos regalos. También he escuchado sobre lo que habla y predica. El profeta.  No debe tenerla fácil.

Muhammad Mahoma

Gracias  a algunos informes que me llegaron recientemente, él no se encuentra en una situación favorable. Es muy difícil que rechace mi proposición. Y pese a todo, tengo mis dudas. Bueno, aún falta para llegar allá. Me preocuparé después.


He llegado a La Meca. Tengo un poco de experiencia como comerciante, y es por eso que conozco esta ciudad, no me es ajena.  En el viaje no hubo ninguna clase de problemas, ni salteadores.  Pero no estoy libre de los peligros. La situación no es muy favorable para Muhammad ¿Estarán al tanto de mis acciones?

Me he instalado en la casa de un viejo amigo. Es un hogar cómodo para mí y mis acompañantes. Mientras bebíamos agua, mi amigo y anfitrión me contó algunas cosas. Yo ya estaba enterado de la muerte del tío del “profeta” y de su querida esposa.  Era de esperarse que los ataques hacia Muhammad y sus seguidores cobraran fuerza. Pero hace dos días, un nuevo atentado contra su vida ocurrió. Y en esta ocasión su vida se vio ampliamente comprometida.

 - ¡Esto no puede seguir así! ¡Necesito hablar con él ahora! – sin darme cuenta, ya estaba de pie.
- Espera, ¿Estás seguro?  - Mi amigo se acercó y me golpeó levemente en el hombro -  Si ellos te ven…
- No te preocupes – le respondí -. Ellos quieren deshacerse de Muhammad. Yo lo necesito. Si me lo llevo a él y sus seguidores, no habrá más problemas.
- ¿Llevártelos? ¿A dónde?
- A donde más, a mi hogar. A Yatrib.
- Entonces… ¿Tú estás aquí por eso?
-  Ah, cierto – sonreí -. Disculpa por no haberte contado mis intenciones. Sé que yo soy bien recibido y no cuestionas absolutamente nada sobre mí. Disculpa por haberme aprovechado de tu hospitalidad.
- No, no hay problema. Tú me has recibido en tu hogar de la misma manera. Es lo mejor que puedo hacer por ti.

Luego de la conversación con mi amigo, llevé a todos mis hombres al lugar donde se encontraba escondido el famoso profeta. Las personas con las cuales nos cruzamos en el camino, nos miraban fieramente. En especial por que tanto yo como mis acompañantes nos encontrábamos armados.  Casi  a unos metros de una puerta, dos hombres muy altos, detuvieron nuestro avance. Uno de mis compañeros casi desenvaina su espada, pero lo detuve a tiempo. Hice una reverencia e indiqué el motivo de mi llegada. Me quité todas las armas.

Mis acompañantes se quedaron afuera. Estaba completamente solo. Era evidente que temieran, dado los acontecimientos. Sorpresivamente, Muhammad me estaba esperando. En habitación habían dos sillas, una frente a la otra y una cama atrás. El señaló el asiento vacío, indicando que me sentara. Luego de saludarlo e indicar mi nombre y procedencia, fui directo y le dije mis intenciones.

La Hégira 
-Oh, Abu l-Qasim Muhammad ibn ‘AbdAllāh al-Hashimi al-Qurashi, he escuchado de sus grandes proezas. He escuchado de lo que enseña. Y también he escuchado  sobre sus habilidades como mediador. Mi ciudad está pasando por dificultades.  Y también estoy al tanto de las suyas.
- No es necesario de que se preocupe. Allah no dejará sin castigo a quienes intenten asesinar a su profeta. Es Él quien me guiará y protegerá.
- Pero, con todo respeto a usted y su dios, ¡Usted está en peligro! ¡Casi lo matan! – bramé, inconcientemente. No me había percatado de aquel desliz tan terrible. Es probable que él…
- No te preocupes – el profeta sonrió amablemente. No le había perturbado mi exaltación. Menos mal.
-  Mi señor, le suplico que considere esta oferta que le estoy brindando. Quizás en mi ciudad, sus enseñanzas sean más fructíferas y…
Muhammad frunció el ceño. En ese momento pensé que era mal síntoma, pero ya luego me daría cuenta que en realidad lo estaba pensando. Me despedí y me retiré.

Han pasado varios meses. Muhammad me confirmó recientemente que aceptaba mi invitación. He enviado mensajeros para que alisten las cosas allá. No son pocos los que acompañarán al profeta en este viaje. Menos mal que no hubo ningún problema al respecto.  Calculo que en un par de días más y estaremos partiendo hacia Yatrib.

Hemos partido. Presiento que este día no es una fecha cualquiera. Presiento que es el inicio de una nueva era. ¿Cambiará para bien mi ciudad? ¿Qué destino le espera al profeta en Yatrib? No lo sé, aunque imagino que habrá un gran cambio.
Bien, hoy es 14 de julio por la madrugada, pero la ficción es sobre el 13 de julio por la noche. Está basada en el Apagón sucedido en la ciudad de Nueva York en el año 1977, durante el cual se cometieron numerosos actos de vandalismo. En fin, lean pues =)

.+.+.+.+.+.+. La Noche de White Crow.+.+.+.+.+.+.

“White crow” reía de los chistes baratos que lanzaba el negro con la gorra de NY. Reía, como siempre, porque aquel viejo era su amigo, además de que le debía a este tipo torpe el nombre que lo estaba haciendo conocido en todo Brooklyn. Sus compañeros reían también, comprometidos con la risa de su líder, un blanco narigón y de ojos profundamente negros, “White crow”, el flacucho que era un genio capaz de convertir en realidad cualquier hazaña, capaz de engañar hasta a la propia policía con su mentalidad estratégica. Ése era White crow, el tipo que ahora reía y comenzaba a atreverse con un chiste propio, un chiste que no terminaría, pues el foco único que iluminaba su sala parpadeó de pronto y canceló sus palabras en la oscuridad.

“¡¿Qué mierda?!”, murmuró, mientras buscaba la oscuridad con sus ojos de cuervo para denostar su orgullo y devolverla a su lugar, allá, lejos de él, hasta que realmente la necesitara.

Lights out.


“¡Mierda!”, gritó. Otro de sus compañeros, un calvo con anteojos oscuros, pretendió calmarlo, “Ya llega, a veces pasa”. “No pasa hasta que pasa”, una vez más el negro de la gorra de NY. White crow ríe y lo siguen. Ahora no podrán hacer otra cosa más que contar chistes malos. Las cartas, la partida de cartas de cada noche se cancelaba por anticipado. El tipo calvo encendió un cigarro. Su rostro se iluminó por un momento, haciéndolo ver terrorífico. “¿Será en toda la ciudad?”, otro de los negros, más joven que el líder y con rasgos orientales. Ante la duda, White crow decide llevar a su gente afuera, a mirar la ciudad de noche mientras esperan que todo se encienda de nuevo para terminar de contar su chiste incompleto.

“Ahí viene ‘Black rat’”, dijo el negro de la gorra de NY. Black rat era un negro pigmeo de dientes grandes, un ladrón despistado pero con experiencia, y también uno que estaba siempre al corriente de lo que pasaba en el mundo. “Ahí viene, como siempre, con su jodida radio”, repetía el de la gorra.

White crow se encontraba callado, sus ojos se mantenían observando hacia el oscuro final de la avenida y sus oídos atentos a las palabras casi mecánicas del periodista radial en el aparato del pigmeo.

“…según el representante de Consolidated Edison, la situación será inmediatamente solucionada por el equipo de expertos de la compañía”

“¿Será suficiente con Son of Sam?”, murmuró White crow mientras sonreía maliciosamente. El negro de la gorra de NY, su amigo, lo miraba extrañado. Nunca había visto unos ojos tan profundamente oscuros, el apagón parecía verse reflejado en los ojos del blanco narigón que era su amigo, y además un genio estratega. “…Son of Sam”, escuchó el negro. No podía referirse a otro más que a ese Hijo de Sam, al asesino suelto que había alarmado a todo Nueva York en las últimas semanas. Él no era muy inteligente, pero tenía una corazonada. Su amigo tenía algo entre manos, algo grande.

White crow le contó la idea al de la gorra, el de la gorra sonrió, luego rió a carcajadas, sintiéndose enormemente malvado. Hizo que todos se enteraran, “Imagina a esos tipos gritando, pensando que uno es ese Sam hijodeputa”, y las carcajadas fueron compartidas. Todos comprendían perfectamente de lo que se trataba: el jefe tenía un chispazo de creatividad y resultaba ser la oportunidad de sus vidas. “Nos solucionamos el problema del dinero y la comida. Nos darán todo, y si no lo hacen, lo tomaremos igual”, pensaba el calvo en voz alta.

Tomaron sus armas y, salieron en pares por la ciudad, excepto el negro de la gorra. El líder sabía muy bien que no podía confiar en su torpeza. La larga noche comenzaba. White crow iba con el pigmeo. Por su aspecto, Black rat se hacía pasar por Son of Sam, no porque se pareciese, sino por lo desagradable. Una mueca suya arrugaba la frente y sonreía mostrando sus enormes dientes y sus pequeños ojos. Su tamaño era lo de menos, la gente se espantaba de inmediato y entregaba el dinero. El jefe no quería ser Son of Sam, sabía lo que ello significaba. Por supuesto que estaba la satisfacción de sentirse todopoderoso y temible, pero existía también el peligro de ser identificado por la policía. El pigmeo era todo un orate, parecía realmente un asesino, aunque se limitaba a herir a las víctimas por mandato del jefe.

Lanzar disparos al aire, romper vitrinas, tirar cosas al suelo y llevarse el dinero. Eso era lo único que White crow estaba dispuesto a hacer. Y todo saldría a la perfección, si estaban dispersos era más difícil atraparlos. Pero la policía ya se había puesto en marcha. La escuchó desde lejos, cogió el dinero y llamó a Black rat. “Hay que irnos, mierda”.


El de la gorra de NY los esperaría fuera del área de ataque, con una ruta ya definida por White crow como la de escape. Corrieron hacia la calle acordada, pero no hallaron al negro. “¡Puta madre!”. Podrían quedarse a esperar a los demás, pero nada les aseguraba que ya se habían ido, tampoco que no llegaban aún. Quedarse allí era un riesgo, en cualquier momento pasaba la policía y los encontraba con tanta carga, y la cara de Black rat, presumiblemente reconocible.

Ya nada les importó, corrieron por la ruta acordada hacia la casa. Ingresaron por el callejón al pequeño patio trasero y no encontraron a nadie. Ni al negro de la gorra. White crow desesperaba, no tenía un plan B. Su plan era perfecto con el negro, pero no estaba. “Ese negro de mierda…”, murmuró. El pigmeo le propuso ir a buscarlo.

Salieron pronto, como si nada pasara, intentando quitar de su rostro el gesto de preocupación. Si los atrapaban, a alguno de ellos, él corría peligro también. Buscaron en todas las calles, pero el negro no estaba, ni su jodida gorra de NY.

“Tal vez ya han regresado”, y volvieron a casa, por una ruta distinta, muy cautelosos de no ser perseguidos, y ahí estaba, el negro, frente a ellos, pasándoles la voz con un silbido y el sacudir de su brazo derecho. El pigmeo se acercó pronto alegre, a bromear con él. White crow lo golpeó en la cara y lo tiró al suelo antes de que pudiera reír. Su gorra de NY salió volando. 

“¿Por qué carajos no sigues el plan?”

El negro se alzó solo. Sangraba por la nariz, había sido algo duro el golpe. “Porque la puta policía me estaba vigilando”, dijo mientras se limpiaba la sangre con el brazo y recogía la gorra de NY.

Las luces aparecieron de pronto, rojas y azules, mas no eran las de la ciudad, a ésta todavía le esperaban muchas horas de caos.

Esta vez, era la oscuridad la que pretendía denostar el orgullo de White crow, quizá en venganza.

.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.

Muy bien, señores. Así termina esta ficción. Disculpen lo tarde que se publica. Ah!, y por cierto, los personajes son ficticios, todos. Nada más. Au revoir! :D
“Es un buen escritor, Hemingway. Escribe tal y como es. Nos gusta, Es un campesino grande y poderoso, tan fuerte como un búfalo. Un deportista. Y listo para vivir la vida sobre la que escribe. Nunca la hubiera escrito si su cuerpo no le hubiera permitido vivirla. Pero los gigantes de esta clase son modestos; hay mucho más detrás de la forma de Hemingway de lo que la gente cree”, así lo definía James Joyce. Un 2 de julio de 1961 murió un miembro de la llamada Generación Perdida.


El hombre y la leyenda
En la imagen de celuloide, amarilla por el tiempo, se apreciaba un pez de tamaño colosal. A su lado, un hombre rebosante de vitalidad sonreía satisfecho de su proeza. La situación del hombre que observaba dicha fotografía era distinta y distante. La sensación al ver esa escena solo le causaba extrañeza, solo le causaba envidia. Se miraba a sí mismo sin reconocerse. Los años habían transcurrido a un ritmo salvaje y del hombre joven solo quedaban estragos. En su interior todo andaba mal. El colesterol estaba en niveles críticos, el hígado funcionaba atrozmente y la aorta amenazaba con estallar. Solo en las viejas fotografías lucía como en antaño: la mirada seria, la barba crecida, el cuerpo erguido; acompañado de un trofeo, muestra de su hombría, o de un vaso de alcohol en la mano. Estaba cansado, inclusive para dedicarse al oficio pasivo de escribir todo lo vivido. Bastaba que pensara en el pasado para que las hazañas de juventud, romances, vivencias de guerra y viajes a lugares exóticos acudieran a tropel. El caudal de experiencias aún desbordaba, ese era su consuelo. Con tristeza descubría que todo aquello ya se encontraba escrito. “He vivido más de la cuenta”, se lamentaba. “La Primera Guerra Mundial, el rechazo eterno de Agnes Von Kurowsky, los años en París, el boxeo y las corridas de toros, La Guerra Civil Española, la muerte de Fitzzgerald y de Joyce. Todo muerto”.
Para darse ánimos recordaba viejos consejos que en un tiempo ofreció a otros: “A veces, cuando me resulta difícil escribir, leo mis propios libros para levantarme el ánimo, y después recuerdo que siempre me resultó difícil y a veces casi imposible escribirlos”. Solo una palabra quedaba en su mente. La repetía, hacía combinaciones. Lo imposible, los imposibles el imposible. “¡Es jodidamente imposible!”, gritaba enojado cada vez que mandaba a volar un centenar de hojas, que caían al suelo para unirse al desolado paisaje de hojas arrugadas, bolas de papel y hojas tachadas con furia Su presente se encontraba vacío, sin nada más emocionante que el disfrute penoso del prestigio de las viejas glorias. Necesitaba encontrar la cura. Su mente le presentaba amenazas, se sentía perseguido, espiado por el FBI. Rehuía salir a la calle, pasaba día y noche encerrado. La noticia de que estaba condenado a olvidarlo todo solo agravó la situación. La posibilidad de perder lo único valioso que le quedaba, sus recuerdos, le aterraba. Más de una vez había amenazado con matarse. Cuando no intentaba escribir andaba en busca de un arma. Solo su esposa Mary podía evitar que lo hiciera. Los doctores intentaron sacarle de esa depresión y aparente locura. Para Hemingway el alcohol era la única cura, alcohol que no daba tregua a su hígado. Se iba destruyendo, iba enloqueciendo. “El hombre no está hecho para la derrota, un hombre puede ser destruido pero no vencido”, acudió aquel día a su memoria. Empezó a reír y a parlotear con las paredes: “debo resignarme a seguir viviendo, ¿qué hubiera hecho Jake Barnes en Fiesta o Frederick Henry en Adiós a las armas? Yo soy ellos. Yo soy… un pobre viejo en el mar”. Ese fue su último personaje. Cogió un rifle. A sus 61 años, no importaban los premios ni las viejas glorias, el Hemingway escritor y el Hemingway personaje, antes indiferenciables, se volvieron ajenos entre sí, el primero se volvió la sombra del segundo. La leyenda había sobrepasado al hombre.