Cartas Azules: Trabajo sucio que alguien debe hacer.

Tras auto-recluirme por unas semanas en casa de Gabriel, esperando por su regreso mientras jugaba Solitario (¡qué juego más aburrido!) con los naipes que había improvisado, dejé de auto-compadecerme y salí a conocer parte de mi nueva realidad. Empecé a vivir por mi cuenta, a valerme por mí mismo, conocer el poblado era la primera misión. Cosa sencilla, la casa de Gabriel queda a unas casas de un pozo de agua. Las casas no son muchas y el desierto invade las calles del poblado. El comercio de alimentos y demás cosas se realiza cerca al pozo, que en realidad se encuentra en medio de este pequeño pueblo, si se le puede llamar así.
Luego, ya podía conseguir agua por mi cuenta, usé las monedas de Gabriel – monedas que encontré por ahí – para conseguir comida y poco a poco puse en práctica el idioma de la zona. Mientras el sol se mantenía en el cielo, la ciudad recobraba la vida que se la arrebataba el desierto, por las noches el comercio no competía con la arena y la oscuridad. Las pocas antorchas que decoraban las calles no daban la confianza de vivir la otra parte del día. Al menos no se las daba a los pobladores, a la gran mayoría. Yo… salía de noche para conseguir agua, en la mañana todo mundo acudía al pozo y era tortuoso esperar por mi turno, además así me daba la libertad de dormir hasta la hora que quisiese.
Cierta noche vi a un hombre caminar de forma un tanto dificultosa (y graciosa) por una de las calles cercanas, caminar sería mucho decir porque de rato en rato acababa en el suelo y se arrastraba. La escena se repitió dos noches después y, luego, otra vez. “Aquí hay un bar”, pensé.
Recordé escenas de mi vida anterior, cuando todavía tenía amigos, y pasaba con ellos las noches de los fines de semana. Cuando inicié la relación con Alison veía a mis amigos con menos frecuencia, a ella no le agradaban.
«Salud por el tipo que nos visita solo cuando recuerda que a parte de tener enamorada, tiene amigos» «Ya basta, dejen de fastidiar y pónganse a beber» «Pero no podemos dejar de “celebrarte”, pues» «Todo porque a ustedes no les sonríe la vida…» «Si así le llamas a no ver a tus amigos con la frecuencia con la que lo hacías antes, te doy la razón» «Ehmmm… ¿otro brindis?» Reímos. «Y bien, no todos son brindis y alcohol – entonces Joseph, amigo mío, saca un mazo de cartas –, además la noche es larga y el dinero tiene que moverse» «De qué hablas» «¿Quieres que te enseñe algo que hará que tus tragos se paguen solos?» Fue entonces que aprendí a jugar póker. Es gracioso… las primeras noches que jugué con ellos terminé pagándoles los tragos.
Cierta noche decidí buscar el bar. ¿Mi táctica? Seguir al tipo que veía borracho cada dos noches. Era mercader, vivía solo en una casa modesta, trabajaba hasta poco más del medio día, luego iba al lugar que deseaba ir: el bar. Esa noche lo seguí a lo que sería una taberna, ahí vendían algo parecido al vino, aunque mucho más fuerte. En aquel lugar encontré personajes un tanto peculiares con los cuales me acompañé por las noches. Iba a aquel lugar no solo para beber, sino también recordar y ver, cuando no quería recordar, mientras jugaba al solitario para no parecer desocupado.
En aquel lugar se bebía por, digamos, deporte, otros lo hacían por vicio, unos tantos por diversión, y algunos, como yo, porque no tenían nada más que hacer. Al lado de la taberna había un… lo que ahora se le llamaría prostíbulo, algunas noches venían a beber algunos viejos barbudos acompañados por las chicas del negocio del al lado. Yo solo veía, no me aventuraba a nada más.
Frecuenté la taberna durante casi un mes para seguir con mi nueva rutina hasta que me di cuenta de que las monedas que tenía se me estaban acabando. Aquella noche regresé al bar, por última vez – o al menos eso pensaba –, pedí una botella de esa bebida parecida al vino para tomármela pausadamente, quería que me durase lo más que pudiese. Saqué los naipes y empecé a repartirlas boca abajo sobre la mesa, en eso se me acercó un tipo y preguntó por lo que hacía. «¿Acaso no ves que estoy bebiendo?», dije. El sujeto se refería a los naipes y a mi juego, entonces dije: «Es un juego triste y aburrido… – entonces fui víctima de un viejo recuerdo – pero, ¿no quieres aprender un juego con el cual tus tragos se paguen solos?
Lo que siguió fueron rutinas de póker nocturno acompañado de alcohol y mujeres con poca ropa. Me sentí sucio al arrebatarle el dinero a esos tipos, pero bueno… ese era un trabajo sucio que alguien debía hacer. Al menos yo necesitaba hacerlo para sobrevivir, pero bueno, mis fechorías se pueden resumir con algún video de hip hop, pero no soy mucho de ese género musical, así que ambienté el mío con algo de AC/DC (Dirty Dears Done Deers Chears).
La vigésimo quinta noche de juego en el primer casino de la historia fue como las anteriores. El dinero pasaba de mano en mano toda la noche, el alcohol amenizaba las partidas de póker y las prostitutas se insinuaban a los jugadores que poseían la mayor cantidad de dinero en sus arcas. Yo por mi parte hacía de “dealer” (organizador de los juegos) y obtenía sustanciosas sumas de dinero sin estafar a nadie, al final los que ganaban eran el dueño del bar, las prostitutas y yo, hasta que cierta noche llegó Gabriel. Me encontró en la puerta del bar mientras me iba a casa.
“No me sorprende encontrarte aquí”, fue lo primero que dijo al verme. “Tengo que sobrevivir de algún modo, esto es lo que mejor sé hacer, en lo que soy más fuerte y aquí el más fuerte sobrevive”. Luego de eso Gabriel atinó a sonreír y decir que las cosas no eran así, necesariamente.
A la mañana siguiente dejamos la ciudad, dijo que quería mostrarme algo interesante y para ello teníamos que ir al lugar del que acababa de venir.
A mitad del camino sentí sed y cogí algo de agua. “No bebas el agua de esa cantimplora” “por qué, está fresca, la llené antes de salir” “Envenené el agua del pozo antes de que amanezca, dentro de unas horas todos en el pueblo deben estar muertos” No podía creer lo que decía. “Hijo de puta” “Cállate que parte de la culpa es tuya, nunca debiste enseñarles ese juego así como yo nunca debí encontrar esa fuente de agua. Ese lugar nunca debió existir, pensaba dejarlo pasar, pero se me escapó de las manos.
Me quedé pensando durante gran parte del viaje hasta que entendí, o al menos eso creí.
Hoy a más de 120 días desde que dejamos el pueblo muerto, estamos llegando a Ciudad Kodolf. Te escribiré en cuenta vea lo que Estrada me quiere mostrar.
Fue un viaje largo y cansado, no es así? Ya no me verán más hasta el domingo, probablemente. Donde LnF vivirá como lo hacen los grandes, los fénix.
En fin, esta es la tercera parte del relato, no más eso, nos veremos cuando Cthulhu quiera.

"El Desgraciado de la Villa" (Tercera parte)

Todo volvió a la normalidad, el carro arrancó con un ronquido inusual. Su mente se despejó, pero no el cielo, unas gotas pesadas cayeron en el capo y el techo de su carro y la tormenta comenzó. ¿Pero cuál era la realidad? ¿Qué eran esas visiones insólitas?
Miró el freno de mano, luego su vista pasó al otro asiento y ahí estaban: dos birras intactas. ¿Qué demonios había pasado? Sintió unas risas fuertes salir del bar. Y prendió el carro, que se apagó al rato de su larga reflexión.
Agarró una de las botellas, la destapó y tomó un sorbo. Ya estaba de camino a la facultad, no había tormenta ni ilusión que le atormentaran, un alivio tomó control de su corazón. La cadencia de sus latidos se hizo regular y puso la luz antiniebla. Ya todo está bien, todo había vuelto a la normalidad.
A la hora de viaje su estómago empezó a gruñir, se había tomado las dos cervezas y solo el hambre le carcomía. No había comido nada, menudo estúpido. Sus ojos se dirigieron al camino de árboles que le rodeaba a ambos lados, el golpeteo de las gotas le molestaba, pero no tenía ánimos de escuchar música. No en momentos cruciales como estos.
Ojos rojos le observaban. No había una gran sonrisa tras esos ojos fijos, sin duda alguna, no era Chesire. Él no era tan cruel. Temió por su seguridad, pero asumió que era su imaginación. Había hecho cosas malas, tenía que ser el subconsciente, ese mismo que había ignorado por completo los dos asesinatos que había cometido. Estaba esperando el momento correcto, cual vil cazador, para hacerlo pasar mal por lo que había hecho. ¿Acaso no eran estos signos de culpabilidad?
Por un momento tuvo el vago sentimiento de que había amado a la chica esa, Natalie. Recordó sus tiernos ojos verdes y su sonrisa, ahora socarrona. Torturándole lentamente a la vez que conducía el esta vez sí sinuoso sendero. La sintió atrás de él, a su lado. Era omnipresente, una presencia universal que tomaba parte de sí. Inundando sus pensamientos. ¿Por qué? ¿Por qué lo había hecho?
—¡MENUDA MIERDA!— gritó a la nada.
Su vista se nubló y una lágrima se escurrió en el extremo interno del ojo. Recorrió toda su mejilla hasta llegar al mentón.
Sentía sus ligeros dedos, su suave mano fría recorrer su espalda, como aquella noche, luego pasar por su pecho y acariciar esas aureolas que poseían simbólicamente los hombres, y que comparten con los senos de las mujeres. El ambiente en el carro era tétrico, oscuro y con un leve deje a muerte. Pero no se lamentaba.
No lo hizo hasta que sintió las afiladas uñas rasgar su cuerpo, hacerle cortes y cortes, y más cortes. Superficiales, para provocar que su piel se volviera sanguinolenta y sucia. Como la de Natalie, como la úlcera formada en el pecho de la otra chica, con la bocanada de sangre en su boca. ¿De verdad las había asesinado él?
Tuvo miedo, más miedo del que tuvo alguna vez en su puta existencia. En su malnacida línea de vida no había estado tan aterrorizado como lo estaba ahora. El carro se coleó pero estaba muy fuera de sí para darse cuenta de lo que sucedía, chocó contra un árbol que rió de su desgracia, su frente fue llevada a un golpe seco contra el volante. Su vista se nubló roja por la herida de la frente.
¿Qué había pasado con ese dulce niño de hace siete años?
Ese dulce y cruel niño que amarró a un gato por su cabeza y patas traseras a dos bicicletas, mientras sus amigos pedaleaban enérgicamente, con los tiernos maullidos del gato moribundo. ¿Qué había pasado con él?
Una risita tierna pasó por ambos oídos, la misma risita tierna que soltó Natalie antes de irse a un largo sueño.
Se bajó del carro aturdido por el golpe, bajo la torrencial lluvia estival.
—¡¿QUÉ MIERDA ME PASA?!— Sollozó.
El desasosiego se apoderaba de él. Lo había hecho hace mucho, había sido una conquista sin igual, la podríamos comparar con las de Alejandro Magno, su crueldad con la de Nerón.
Corrió a lo largo de la carretera entre la purpúrea neblina, entre la fetidez visceral. El miasma, el caldo de muerte preparado especialmente para él. Entre sus pies sentía la profundidad de las ciénagas más tenebrosas. Ramajes, más bien brazos mutilados se interponían con sus piernas. Le agarraban y con sus garras destruían sus piernas, las arañaban y las heridas se llenaban de gusanos provenientes del miasma. Los mismos subían sin pasar más debajo de la epidermis. Eran gusanos gruesos, carnívoros y carroñeros. Sobresalían por su piel y su imagen era peor que la de un leproso. Su piel se volvió lívida. De las cuencas de sus ojos salía un líquido negro y espeso, salía por igual en su nariz. Respiraba por la boca y el mismo líquido negruzco se lo tragaba mientras corría. Sabor a vísceras, a óxido, a carne podrida.
Pese a tal suplicio, seguía en pie, corriendo como si su vida dependiese de ello. Desconocía que su vida pendía sobre una fina hebra de cabello, estaba en lo más profundo del infierno y no se daba cuenta.
Tras él estaba Cerbero o una representación humana de él. Tres metros de altura y una voz grave como ninguna, espectral, sin comparación con la del tabernero del inframundo. Sin comparación con algo jamás oído en su vida. Aquellos alaridos que soltaba ese Cerbero (pues, como dije, es la descripción que más se acercará a aquella figura humanoide), eran horribles como ningún otro y el coro formado por los árboles, el viento y la rítmica de la lluvia, solo eran otra tortura que se añadía a las muchas otras.
Lionel cayó de súbito. Todo sonido paró ipso facto. Todo lo horroroso desapareció, a excepción del horrible Cerbero. Estaban él y aquel donjuán desgraciado. Un sonido de motosierra dominó al silencio con facilidad, sus gruesos seis brazos se levantaron en ese mismo acto. Sus tres horribles caras, sus tres… sus tres cabezas. Reían, reían al mismo tiempo que chocaban la moto sierra contra el piso negro. Lionel estaba estupefacto, sucio y herido. No podía hacer nada ante la inquebrantable quimera que ante él se presenciaba.
Un halo de luz apareció dejándole ver todo a su alrededor, la carretera que había recorrido tantas veces. Mojada, la niebla no dejaba ver a más de un metro de distancia. Pero ahí estaba el cruel Cerbero, se abalanzó contra él con la sierra, lo último que vio fue su deforme cara. Si tenía nariz, o boca, u ojos fue un misterio, pues en sus últimos instantes, no pudo comprender su deformidad, ni lo profundo y grave de sus alaridos. ¿O eran suyos aquellos gritos de dolor? ¿O era suya aquella sangre esparcida por la calle? ¿Era suyo aquel cuerpo deforme… era suyo el dolor? ¿La tristeza?
Al día siguiente se dio a conocer que Lionel Jorge Casablanca había fallecido tras haber sido arrollado por una camioneta que pasaba a toda velocidad. El conductor estaba borracho, se encontró a un kilómetro de distancia, no muerto, pero sí con heridas de gravedad; también se encontró su Fiat, que había chocado al salirse de la carretera. Tras su muerte se habló mucho de sus últimas horas de vida. Su tío contó que ese mismo día había tenido una pesadilla, como cuando era niño, había gritado como si lo estuviesen matando. El cantinero de la taberna dijo que había formado una escena en su bar, le dio dos birras y tuvo que sacarlo a la fuerza de ahí. Gritaba cosas sin sentido alguno.
Con el paso de los años lo conocieron como el “Desgraciado de la villa”. Se contaron historias de terror sobre la carretera número 52, en la que había muerto…


Sí, como dice el título, para su desgracia, también me verán mañana. Deben estar pensando "joder, tres días seguidos con este mamarracho de persona, qué asco". Y, a decir verdad, yo también siento el olor. Da asco.

El Desgraciado de la Villa (Segunda parte)

Había un frío intenso que no le dejaba dominar el tiritar de su cuerpo. Sus dientes castañeaban involuntariamente. La brisa era como un delgado filo rozando su piel. La nieve, un leve respiro sobre sus hombros desnudos. Pero eran una tortura cruel para sus pies, extrañando la calidez de la arena de la playa. Totalmente opuesta a lo que sentía. Se encontraba perdido. ¿Qué le pasaría ahora? ¿Qué…?

Los rastros de sangre que seguía no lo asustaban más que morir en soledad, de esa manera. No se preguntaba siquiera cómo había sobrevivido al frío o a la persecución de aquel loco que se había cortado una pierna con la moto sierra. Estaba salvado… Salvado. Rió.

Se encontró con una pequeña cabaña, que justificó de un guardabosque en otrora. Se apresuró en correr, pero la sangre empezó a brotar de una herida mal sanada hecha por un machete días antes. ¿Cuánto había durado su suplicio y cuánto debía extenderse?
Cuando abrió la puerta de la cabaña todo se volvió negro, como cuando comenzó todo. Oyó el pequeño ulular de un búho que le irritó. Tuvo miedo.

Toc-toc.
Oyó. Pero no vio nada.

Toc-toc.

Se hizo más fuerte. Quiso preguntar quién era, pero cuando intentó abrir su boca sintió un dolor en la comisura de los labios, no, alrededor de ellos. Estaban cosidos. Entró en desesperación quería moverse, pero sentía un hormigueo en todas sus extremidades. Quería abrir los ojos, sentir lo que había a su alrededor. Sintió un ardor en sus parpados, intentó incorporarse pero le fue imposible, no había coordinación en sus movimientos, si siquiera se movía.
—¿Has oído de Lionel?—farfullaron.— Dicen que se volvió loco, siempre encerrado en su cuarto, gritando… Da miedo, pero siempre fue así.

¡TOC-TOC!

—¡PAREN, JODER! ¡PAREN!—gritó—, no es mi culpa… de verdad…— Su voz tembló.
Toc-toc.

Estaba sudado, sus ojos llenos de lágrimas y sus labios resecos. Se levantó cuando se dio cuenta de que era una pesadilla, tenía tiempo sin temer tanto… Tanto tiempo sin temer. Eran las seis de la tarde, así anunciaba su reloj digital en su mesa de noche. Fue al baño, se lavó la cara… y se quiso duchar, pero…

Toc-toc.

Oyó de nuevo. Fue a la puerta con su tranquilidad habitual.

—¿Qué tal estás, muchacho?—Bromeó su tío — ¿Te estaban matando o qué? Esos gritos…

—Fue una pesadilla, como las que tenía cuando era niño…—Sonrió para darle confianza a su
tío.—No es nada. Ayer no fue una buena noche.

—Entiendo… pero debes tener cuidado, irse de juerga todos los días nunca es bueno. Que te lo
digo yo… tómalo como un consejo entre amigos. Mi hermano, mejor dicho, tu padre, fue el que me hizo entrar en razón a mí. Si no, quién sabe si estaría vivo ahora…— Rió— nos vemos, chico.
Lionel le miró pensativo. Su tío era gentil como llegó a ser su padre, y cuando era más joven y el apenas un niño, siempre lo hacía reír. Todavía ahora, ya hecho todo un hombre, como solían decir quienes no lo veían por mucho tiempo, lo hacía reír. A veces iban a un bar cercano y hablaban. Se llevaban bien. Su mente se despejó de todo un rato y su pesadilla vino a su mente: últimamente sus sueños eran extraños, más que de costumbre.

La noche solía llegar temprano en aquel pueblo, a las seis se solían prender las luces de las casas y las farolas. Jorge no quería salir hoy, pero tenía clase en dos horas. Un relámpago irrumpió el silencio de sus reflexiones. Más le valía salir temprano para no encontrarse con la tormenta que se les venía encima, ya en la facultad se las arreglaría para regresar, incluso si caía granizo.

“Para un conductor experimentado en estas vías como yo, un poco de hielo no será un impedimento”, se dijo.

Así pues, se dirigió a su carro con zozobra. Tenía miedo pero no sabía a qué, cualquier cosa le
habría tomado por sorpresa. Cualquier cosa.

Decidió que iría a la taberna de la esquina antes de hacer su recorrido hacia la facultad. Quería una cerveza para tranquilizarse. Siempre le tranquilizaban. Transcurrieron minutos que se le hicieron interminables. Era un trayecto corto, especialmente molesto si se iba en automóvil, pero quería hacer esto rápido para dirigirse a la universidad antes de que comenzara la tormenta.

—¡Joder!— Dijo al irrumpir en la taberna.

Un silencio sepulcral obtuvo de respuesta, pero lo ignoró.

—Me entraron unas ansias feroces de tomarme algo, este frío está jodido.

Un cantinero que consideró un desconocido le respondió con una sonrisa. No lo tomó en cuenta, trataba como amigos de toda la vida incluso a los desconocidos, un mal hábito. A pesar de eso, siempre les decía “Es un viejo hábito, y perro viejo no aprende nuevos trucos”, él reía, los desconocidos compartían una risa hipócrita y todo terminaba bien. Eso se decía para sí.

—Hombre nuevo, ¿eh? Suéltate esa lengua que aquí no mordemos.

Era un hombre fornido, con facciones rudas, estaba golpeado por la vida. Tenía 45 años, pero aparentaba más. Su metro noventa y seis, asustaba hasta a un hombre armado.

—¿Qué desea?— Respondió con una amabilidad que su grave voz, casi fantasmal, le arrebató.

Un viento frío recorrió el bar. Su piel se erizó.

—Una cerveza, o dos, como gustes. Que ando forrado— y rió.

La mole se movió con precaución, trajo dos como pidió y dejó tras él un pútrido olor, como de animales muertos y ciénaga con aguas sucias. Lionel se sintió noqueado por la hediondez.

“Mierda, pero qué peste”, pensó.

Las facciones del hombre se volvieron ridículamente espectrales, su piel era grisácea y un gas parecía rodear todo su cuerpo. Su maxilar inferior se volvió más grande en comparación con el superior, unos colmillos le sobresalían de la dentadura animal. Una sonrisa que se deformó en una neblina amoratada, junto al olor fétido.

—¿No era eso lo único que querías?— La tenebrosa voz se distorsionó, formando constantes ecos.
Lionel en un principio agarró las cervezas y se marchó tan veloz como pudo por el fuerte olor. El ambiente era pesado, por lo que mientras se preguntaba qué pasaba, sus pasos se ralentizaron. La presencia del más allá obnubiló su mente. Soltó las dos botellas y sus piernas echaron a correr, reacción lógica.

Sintió un extraño peso en cada una de sus piernas. El camino se hizo sinuoso, pero pudo seguir sin problemas hacia la puerta. No entendía una mierda, pero estaba seguro de que solo estaba soñando. Estaba seguro.

Salió con rapidez hacia su carro, puso las llaves y arrancó como si estuviera en una carrera callejera. El tiempo era una extraña broma de lo que es en realidad, el momento se hizo eterno y el viento que ululaba cánticos extraños, se mezclaba con el rumor fantasmal de la multitud.

Lionel rió. Rió a carcajadas, como nunca había reído. Se sintió en su hogar por un momento. Vio a su padre, a su madre, vio a todos aquellos a los cuales ya no veía en una extraña orgía que desentonaba más por lo que sucedía a su alrededor que por lo quimérico de la imagen.




Tenía pensado publicar ayer, pero resulta que esto es como un gran engranaje. Eso quiere decir que, si uno se tarda publicando un día, el próximo se tardará lo mismo, en realidad no tiene sentido. Pero hagan como si tuviera y déjenme divagar en paz. Lo que publicaré no es nada más y nada menos que un relato, un relato que publicaré en res partes para que a usdtedes, malditos vagos del demonio, se les haga más fácil la lectura. Blogger me odia, si ven algún error extraño en esto es eso, si no, alguien enmendó los errores cometidos de dios. Pero bien sabemos que eso es imposible. Dios ya ha cometido muchos errores, verdad, Diosito?

El desgraciado de la villa (Primera Parte)

Su respiración nacía entrecortada por la máscara de oxígeno que portaba como otra parte de su cuerpo desde hace más de una semana. Al principio, cuando yacía consciente y taciturna en la cama, bromeaba en que se recordaba a sí misma como ‘Darth Vader’, su prometido alcanzaba a forzar una sonrisa, porque conocía su situación mejor que ella. Fue siempre el objetivo de la chica no preocupar a nadie, y un estúpido error, de quién sabe quién, había provocado una explosión desastrosa, cuando ella, inocente, se disponía a prender una hornilla; en efecto, un escape de gas.
Los mismos médicos dijeron que era sorprendente que siguiera viva y consciente, pero la lucidez más bien duró poco, comparado con su agonía que duró quince días, de los cuales, su “amado” prometido, solo vivió con ella ocho.
Un desgraciado, sí. Pero eso no decía aquella chica del antro, que le llamaba semental. Un desgraciado, efectivamente, pero los hombres de su clase nunca fueron una “joyita”, ella bien lo supo, pero si al relamer algo su corteza dulce te atrae, ¿por qué no dar el mordisco completo? Con ese mismo razonamiento había actuado el donjuán, si algo te molesta, ¿por qué no deshacerse de ello? La torpeza de Natalie, su sinusitis crónica y él haciéndole experimentar una bonita noche bastaron para que sucediera aquel trágico “accidente”, un día en el que sus padres salieron a una boda de unos familiares, volviendo por la tarde del otro día. Los vecinos fueron los encargados de encontrarla medio muerta en medio del desastre provocado por la explosión.
Entre sus amigos, aquel Casanova era conocido como un tipo cruel y burlón, disfrutaban los días de juerga con él y sus historias siempre tenían un toque que las hacía exquisitas, nunca sabían si habían ocurrido en realidad, pero siempre las disfrutaban de la misma manera: con una gran sonrisa y carcajadas. En su facultad, nombrarlo a él era como nombrar al Marqués de Sade. Tras él se contaban historias que solo él sabía sí habían ocurrido en realidad, y tras él había gente que le lisonjeaba con fin de entrar a su círculo social.
Su nombre, pronunciado por muchos y recordado por pocos, era Jorge Lionel Casablanca, pero su historia sigue escrita como en sangre en la memoria de todos, y cómo no recordarla.
El día en que comenzó todo una llovizna estival rodeaba las calles enmarañadas por curvas cerradas y molestas. El pequeño pueblo en el que vivía, a dos horas de su facultad en carro y a una hora de la ciudad en la que se alojaba su universidad. El tráfico era, sin duda, el causal de la hora demás.

Era de noche y se dirigía a un conocido antro. La música de su pequeño Fiat sonaba fuerte, ignoraba la leve llovizna. Empero, tras el fuerte bajo de los estéreos de su carro, creyó oír una motosierra. Pensó que era el motor, pero se dio cuenta de la estupidez de aquel pensamiento. Pasó a ignorarlo por completo, dando a entender que fue su imaginación, luego de caer en cuenta de que oír una motosierra a altas horas de la noche en medio de una leve lluvia, era tan lógico como ir a una fiesta y no follar.
Llevaba conduciendo cuarenta y cinco minutos cuando se dio cuenta de que no había visto ningún carro. Miró por su retrovisor por simple curiosidad, los faros de una camioneta lo cegaron un instante. La luna miró con cuidado el acto y el viento ululó haciéndose por un instante bastante fuerte. Una fantasmagoría pasó por los ojos encandilados de Lionel.
El hombre fornido se acercó lentamente por atrás, un brazo suyo eran tres de los de aquel desafortunado. Su brazo izquierdo levantó un hacha de leñador. El hombre se quiso fijar en las facciones del victimario, pero no sabía cuánto se lamentaría en sus últimos segundos de vida, cuánto lamentaría que esa oscuridad no consumiera por completo cosa tan horrible. No, no lo pudo evitar. Y cuánto odió tener ojos en ese momento, cuánto odió sentir el filo del hacha herrumbrada atravesar su hombro y llegar a la clavícula; ver su sangre y aquella cara horrorosa, aquel cuerpo deforme; aquella sonrisa burlona; aquella motosierra tirada en el suelo, llena de sangre que no era suya.

Lionel se aterrorizó tanto que casi soltó las manos del volante, pero la experiencia adquirida nunca se olvida, o al menos él no la olvidaba tan fácilmente, porque llevaba más de cuatro años manejando por esa misma vieja carretera y era como una vieja conocida. Otra parte de su vida.
El antro explotaba con cada beat de música que provocaba el DJ, con cada grito de ánimo que salía del MC y con cada grito de gente ya animada. La noche era perfecta, fría y silente en derredor de la ciudad. Perfecta para accionar los algoritmos que había puesto en práctica millones de veces, automatizado con maestría y desarrolladas con su mismo genio. El procedimiento solía ser el siguiente: Primero encontrar a un blanco fácil, para pasar el rato, chicas lindas con poca confianza, que en realidad no escaseaban y se conquistaban con facilidad, y luego, cuando ya hubiera jugueteado un rato, ir a por la “Reina” de la fiesta, que, aunque no era oficial, siempre se hallaba una.
Esta noche no sería diferente. Se lo había propuesto, quería que fuera su gran noche luego del fastidio de tener que lidiar con la familia de la chica muerta, un par de mentiras por aquí y por allá. Todo listo, no los vería más después de una bonita actuación.
Al final de su noche y la del bombón que traía consigo. Una leve llovizna hizo juego con el frío. El cielo nocturno, pese a tener a Febe escondida, no era tan oscuro y los faroles iluminaban las calles lo suficiente. Prestó a la chica su chaqueta, pues es menester de un donjuán, y la acompañó a su carro juntándola a sí mismo con un brazo. La cogorza había arrebatado todo el bochorno de la chica, solo faltaba la cereza sobre la torta; el “abracadabra”.
La llevó consigo en su carro a un lugar alejado, fornicaron y el frío de la noche los obligó a dormir abrazados (aunque esto fue lo menos que hicieron). Calentándose recíprocamente con sus cuerpos, sin sentir el frío que se ahondaba en sus corazones. La brisa que se escabullía en su Fiat y tocaba sus cuellos inmiscuyéndose en sus sueños de una manera u otra. A excepción de eso, la noche se comportó en orden de la lascivia, y el sueño fue lo último que les sobrevino, cuando al finalizar este último Jorge se encontró despierto por los rayos solares, al lado de la chica que ya había utilizado.
—Oye, despierta— le dijo con su dulzura hipócrita, esperando a deshacerse de ella rápidamente.
Estaba encima de él y no quería perturbar su sueño con movimientos bruscos. Ella misma sabía que solo sería por una noche, pero, a pesar del arrebato que casi le entró al Casanova, no podía dejar que se creara una mala atmósfera a su alrededor.
—¡Oye! — alzó la voz.
Se lamentaba de lo que parecía un sueño bastante profundo. No le extrañaba el frío de las manos de la bella durmiente que tocaban su pecho, lleno de sudor frío (o eso pensaba), pues se “ejercitaron” a lo largo de la noche. Intentó moverse sin despojar de sus sueños a la chica, su cuerpo se sintió especialmente pesado y no fue hasta cuando vio su cara, con una bocanada de sangre (ahora seca) saliendo de su boca, que se dio cuenta de que había muerto.
Miró su pecho y, tal y como esperaba, estaba lleno de sangre. No se alarmó, él más que nadie sabía que tenía que actuar con cautela y hacer desaparecer el cadáver. Aunque los policías fueran holgazanes en el pueblucho en el que vivía.
Cuando salió del carro se fijó que una flema espesa salía de la nariz de la chica, puso un pañuelo sobre su cara para no ensuciar su carro y se dirigió a un pueblo que estaba a tres horas del suyo. Era lo menos que podía hacer. De camino a aquel pueblo lejano, sintió que su jaqueca se hacía cada vez más fuerte, a la vez leves retazos de un cruel sueño aparecían en su mente. Las pesadillas habían dejado de asustarle hace muchos años, cuando se divertía siendo joven torturando animalitos.
Eran buenos momentos, sin preocupaciones estúpidas, pensó.
Recurrió a su labor con diligencia, lo había hecho antes con algunos amigos. Enterrar perros para que nadie se diera cuenta, antes era en el bosque cercano. Pero ese sería el principal lugar donde la buscarían y la darían por desaparecida. En cambio, la llevo a otro viejo bosque, bautizado por los niños como “El Bosque del Leñador del Mal”. Se adentró en él por una ruta rústica al cabo de dos horas y media, y después de un tiempo manejando, habiendo escogido el lugar del funeral previamente, sacó una pala del maletero, esencialmente útil para momentos como estos. “Nunca sabes qué puede pasar”, era su lema. Se conocía bien. Conocía sus tendencias psicópatas y los ataques de ira que le venían a veces. Eran una mala combinación.
Le tomó una hora y media completar el proceso. Sus pies quedaron embarrados, pero la parte difícil estaba hecha. Ahora solo quedaba descansar.
El viaje para llegar a casa fue tortuoso, había dormido poco y el sopor le tentaba en medio de la carretera. Recordó las tardes en las que hacía lo mismo con sus viejos amigos, iban en bicicleta, lo hacían en grupo, pero seguía siendo un procedimiento difícil.
Una vez llegó a su casa, tomó una ducha y se acostó a gusto con el frío vespertino que había, era común en su pueblo. Ahora vivía en un pequeño apartamento que su tío le había regalado al morir su padre, vivía de una herencia que le dejó tras divorciarse de su madre y morir en un accidente de tránsito al año próximo. Estaba viejo, pero era gentil y bonachón, murió a los 60. Jorge tenía justamente un tercio de lo que vivió su padre. Lo recordaba constantemente, a diferencia de su madre… A la que nunca le agradó lo suficiente.
Se tiró a la cama luego de tomarse la ducha, oyó una motosierra de nuevo y la justificó con algún árbol caído… o quién sabe qué. Solo importaba dormir. Dormir…
Nota: Las próximas dos partes serán publicadas el martes y miércoles.
Me retrasé, es verdad. Ayer debió publicarse este capítulo pero me entretuve paseando por las calles y escribiendo un relato corto. La novedad es que este capítulo se me extendió mucho y por cuestión de espacio decidí partirlo en dos. Y... !Oh rayos!, la otra parte también se me está haciendo larga también... así que quizás terminen siendo tres xD. Otra cosa sería que el tipo de narrador va a cambiar a partir del sexto capítulo. Así fue planeado desde el principio. Y, finalmente, el melómano de este blog les recomienda para relajarse: I will possess your heart de Death Cab for Cutie.


¿Conoce a Isabela Duncan? Capítulo quinto (Parte I)


Una vez ido Santiago, Matías no pudo evitar sonreír y sentirse orgulloso de su ingenio. «Soy el más inteligente de este pueblo- se dijo-. De eso no cabe duda ». Lo había conseguido, y no solo eso, avizoraba poder solucionar un problema monetario que tenía con el dueño del único bar del pueblo de Velarde, el señor Galindo, un bonachón de cincuenta y seis años, una sonrisa que yacía oculta tras una espesa barba que suplía la falta de cabello, y unas espesas cejas eran lo que lo caracterizaba físicamente. Era una persona interesante y poco usual: si no podías terminar de completar la cuenta le podías contar una historia- pero una buena- y se daba por pagado. Era esto lo que Matías esperaba que se diera el próximo sábado, y cambiando de planes, no dudó ni un minuto en regresar al bar a relatar su buena nueva.
- ¡Qué tal señor Galindo!, ¿bonito día no?- gritó de repente Matías mientras entraba al bar y se acercaba a la barra donde se encontraba el señor Galindo limpiando un par de botellas.
- Tan temprano aquí. ¿Qué no tienes que trabajar? ¡Vaya a trabajar, zángano!- respondió el señor Galindo.
«En verdad parece molesto- pensó Matías al ver el rostro arrugado de Galindo-. Creo que será mejor que la sorpresa del sábado se mantenga como una sorpresa. Mejor le hablo de otra cosa y justifico mi visita».
- ¿Qué así se va a poner con uno que viene de tan buen ánimo? Yo que vengo con las más buenas intenciones para saludarlo y usted se pone así. Además es domingo.
- ¿Y?, en este lugar se trabaja todos los días, si no no se come, eres solo tú el que se quiere dar el gran descanso. Ya, ya, mucha palabrería, qué es lo quieres, no te conoceré, chiquillo.
- Bueno ya que se muestra de tan buen ánimo en ayudar a su prójimo como todo buen cristiano. Solo quiero hacer una llamada, solo una pequeña llamada.
- ¿Y por qué no llamas desde tu casa?- bromeó Galindo. Sabía perfectamente la carencia de este bien en la casa de Matías.
Matías sonrió.
- Ya veo que está de buen humor señor Galindo. Para que me serviría uno de esos aparatejos a mí, todos con los que puedo comunicarme no viven tan lejos. En su caso es distinto, si no tuviera uno quién le traería a Velarde esas bebidas que tanto calman la sed a sus concurrentes.
- Son excusas, si trabajaras más ya tendrías uno. Como Romualdo que ya tiene uno.
- Oh sí, claro, por eso justamente quiero ser yo quien sea su primera llamada.
El señor Galindo soltó una de esas sonoras carcajadas que tienen algunos viejos de voz gruesa.
- Está bien mocoso, llama- dijo Galindo mientras terminaba de reírse-. Tienes suerte de tener la capacidad de hacerme soltar una carcajada.
- Siempre tan amable.
Dicho esto, Matías, levantó la pequeña puerta de madera para pasar por detrás de la barra, esquivó al señor Galindo y cogió el teléfono, dio las vueltecitas que eran necesarias para marcar a Romualdo y esperó a que contestara. Nadie contestó. “Maldición”, pensó Matías. Volvió a llamar y esta vez tuvo suerte.
- ¿Aló?, ¿Aló?
- Sí, hola, soy Matías.
- Ah, hola, Romualdo. ¡Qué sorpresa!, pero para que llamas si puedes venir.
Este comentario totalmente espontáneo, libre de toda malicia, no sonó como tal del otro lado del auricular. No obstante, Matías lo dejo pasar, al menos en parte.
- Bueno, Romualdo- explicó con desgano- prefiero perderme el “placer” de discutir con tu esposa.
La esposa de Romualdo, sabiendo de la reputación de bebedor de Matías, no veía con buenos ojos esta amistad. Y no fueron pocas las discusiones que tuvo tanto con su esposo como con Matías.
- Bueno… ¿Y cuál es el motivo de tu llamada?
- Aquí, para recordarte que tienes que venir el sábado sin falta.
- Claro, cómo no hacerlo, si ya hemos quedado.
- Espera, déjame terminar. Eso no es todo. Recuerdas que querías escuchar la historia de la bella y la sombra. Quién mejor que nuestro amigo Romeo para contárnosla.
- ¿Qué quién y la qué?
- La historia de Santiago pues, tarado.
Se produjo un intercambio de risas por los auriculares del teléfono.
- Habla así pues, compadre. ¿Romeo?, ¿quieres decirme que se va a reunir con nosotros el viernes?
-Tal y como dices.
- ¿Así de fácil aceptó a contar su historia a unos desconocidos?, ¿no que no lo conocías?
- No lo conocía, pero hoy de casualidad hablamos un poco. Bueno, no es que venga específicamente para contarnos su historia. Va a venir a tomar unas aguas con nosotros; pero hablando e intercambiando anécdotas ya verás que terminaremos tocando el tema. Solo hay que saber encaminar la conversación para que no parezca algo brusca cuando hagamos la pregunta acerca de Rosario. Si supieras cómo se puso cuando la mencioné.
- Hombre celoso, hombre peligroso- bromeó Romualdo.
- Claro, usted sabe de eso- dijo Matías-. Así que ya sabe, una noche de anécdotas y copas es lo que nos espera el sábado. Lo más probable es que nos vamos a quedar de largo-. Pídele permiso a tu mujer no más- bromeó.
- Sí, mejor hacerlo de una vez- respondió Matías ignorando la broma-. Estaré allí sí o sí, eso no lo dudes.
-Bueno, hermano, sin nada más que decirte, te cuelgo. Ya sabes lo caro que es llamar en este pueblucho- susurró Matías mientras miraba al señor Galindo -. Hemos quedado a las seis pero vente al bar a las cinco para contarte los pormenores y plantear más o menos cómo vamos a llevar la conversación. Nos vemos el sábado.

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Suele suceder que, llegado un momento, tienes muchas cosas por hacer, y no porque te hayas pasado el tiempo postergándolo todo, sino porque las cosas empezaron a venir sin advertencia de "Oiga, deténgase, usted ha pasado el mínimo de alcohol permitido en la sangre. No puede conducir" —aunque deberíamos reemplazar "alcohol" por "tareas" o "compromisos"...pero es casi lo mismo—, así que no hay forma de decir "Oh, ¿en serio?" y hacerse el desentendido con la vana esperanza de no ser multado... sí, así de necios llegamos a ser sin darnos cuenta. Pero es la ley de la vida... Bueno, no realmente. El punto es que ese cúmulo de cosas, aunque puedan tener urgencia, suelen pasar como si fueran simplicidades, cosas comunes, nada de que alarmarse. No hemos excedido el límite de compromisos en la sangre, perdón, en la agenda, así que no hay problema. Pero ¡vaya que hay!, solo que pretende camuflarse detrás de la poca importancia. Sin embargo, no sabes cómo, llegas a cumplirlo todo, como si el destino jugara a tu favor... No te fíes, hombre... el destino no es tu amigo. ¿Que si eso me pasa? No ahora mismo, solo que no tenía que decir... Pero vamos, aquí está una vez más Ariana....

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo vigésimo segundo.+.+.+.+.+.+.


La verdad es que hasta el momento llevaba ya unos diez minutos de pie frente a aquella imponente torta de bodas —aunque tal vez esta impresión sería distinta si no fuese una niña—. Su madre la trajo consigo al inicio, pero ante su resistencia terminó dejándola ir, después de todo no se estaba portando mal. Además, de esa forma podría ella estar muy tranquila conversando con sus contemporáneos y contemporáneas sobre sus pasados y pasadas, cosa muy común en la gente adulta.
Sin embargo, la añoranza, por más atractiva que resultara para su madre, no era nada para Ariana. Alguno podría pensar en su muñeca: tampoco ella añora algo. Y es que tienen todo lo que necesitan. ¿Que el padre? Pues tampoco lo añora ninguna de ellas —aunque no podamos decir lo mismo de la madre—. Aquí hay que detenernos. Ariana no es una mala hija, no se ha olvidado de su padre, muy al contrario de lo que alguno podría pensar, sino que lo tiene muy presente ahora. ¿Que papá está lejos? Para nada, está muy cerca, tanto que, llegado el momento, ambos se apartan a un lugar más tranquilo.
“Ve a jugar al patio”, dice la madre al ver a la hija. El padre sonríe y la lleva de la mano. Mamá se ruboriza, no sabemos si por este gesto o por algún comentario que acaba de escuchar de sus amigos, es muy difícil precisar cosas así cuando la gente se reúne. Ya fuera, con menos murmullo y más oxígeno, ambos se sientan contra la pared y conversan.
— Papá, mírala. Sí, es muy bonita, ¿Que si tiene nombre? Mmmm, no lo había pensado, pero… pero le pondré uno, ¿sí? ¿Qué nombre sería bonito? ¿Ariana? Oh, no, no… Mejor otro día. Mamá me la compró…
Entretanto, mamá apaciguaba la preocupación de la novia con respecto a la niña, “¿Siempre habla sola?”, “No habla sola, sino con su muñeca. La lleva a todos lados”, esto provocó una pequeña risa. “Habrá salido a su madre”, le contestó”, “Yo nunca he hablado sola”, “¿Por qué no lo intentas?, tal vez entenderías mejor a tu hija”. Ante esto, la madre calló, le convenía, esa mujer la conocía bien, y también el estado de su relación con Ariana. No tenía nada que objetar.
— Oye, papá, ¿te quedarás conmigo por siempre? ¿Conmigo y mamá? ¿Sí? ¿Por qué trabajas? No quiero que trabajes… tampoco mamá... —hablaba por su madre aunque ésta nunca se lo hubiera autorizado, pero no se inventaba cosas. Alguna vez escuchó a su madre hablar sola, en su habitación, cuestionándose la lejanía del padre, renegándola… y es que hacía mucha falta—. La muñeca también quiere que te quedes… le pondré Ariana si te quedas, papá…—se hizo un silencio luego de este ruego, quizás Ariana comenzara a comprender lo incomprensible, aquello que su padre no sabría decirle y a lo que su madre se negaría rotundamente.
A pesar del silencio, la niña permaneció en ese lugar, junto a su padre y a Ariana —aunque es apresurado llamar a la muñeca por ese nombre. No sabemos de los pactos padre-hija, tan enigmáticos. Además, llamarla así podría generar problemas: “me refiero a la muñeca…”, “me refiero a la niña…”, agregados innecesarios por ahora. Tampoco sabemos, en fin, qué es lo que pasa por la mente de una niña como Ariana, pero sabemos lo suficiente como para afirmar que, minutos después, dormía plácidamente.
>>La conversación con De Freed fue muy breve, aunque esto suene extraño, y es que, como era conveniente, quien primero habló con ella fue el padre (“Acabamos de llegar…”), pero también porque la salida había sido consultada previamente, así que tal vez ya se le hubieran agotado los reclamos.
>>— Dime, ¿han llegado bien? —le preguntó a Ariana, como si desconfiara del padre, como si no supiera qué más decir. La muchacha asintió—. Muy bien, recuerden llamar antes de salir.
>>Tras esto, la conversación se disolvió, pero aquella única pregunta no podía ser otra. De Freed no tiene hijos, así que nunca supo cómo tratar a Ariana desde que quedó a su cargo. A pesar de los años. Sin embargo, no hay duda de que aquél “¿han llegado bien?” no se debía a una desconfianza del padre, ya que ambos eran buenos amigos aunque a veces no lo pareciera. Las palabras que intercambiaron cuando éste se apareció de pronto a la puerta de su casa con la conocida frase de quien llega por primera vez a un lugar (“disculpe, ¿es la familia ***?”, aunque en este caso fuera más directo: “disculpe, ¿es usted la señora De Freed?”) llenaron de alegría a la mujer. Y no es raro, aquél hombre es la única familia que le queda, además de Ariana. Así pues, aquella única pregunta a su sobrina por medio del teléfono no se debía seguramente a una mezquindad de palabras ni a un desgano, ni mucho menos a una antipatía, sino simplemente a un egoísmo extendido, un egoísmo que se trasladaba a aquellos dos individuos y la abandonaba parcialmente a ella misma, y un deseo de ser fuerte, de mostrarse correcta por el simple hecho de hacer el bien. No es posible dudar de que fuera una buena hermana, aunque no se la hubiera conocido con anterioridad, tales actitudes son suficientes para afirmarlo, y muy probablemente así lo creyera la madre de Ariana.
>>Pronto colgaron el teléfono, ya más tranquilos, y la otra tía decidió que era tiempo de llamar a los hijos, que seguro correteaban cerca de ahí, tan concentrados en ello que no advirtieron la visita.

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Hasta aquí por ahora. Gracias por leer. Los espero en el próximo... Adiós!

He regresado a este lugar para no volver a irme, tal vez haya dicho eso antes, no lo sé, pero esta vez pienso cumplir con esta promesa y no fallar, como ya lo hice con algún Corazón Pensante, pero bueno... ya hablé con él de eso. Ahora quiero dedicarme a mí y las historias que estoy creando. Sin más que decir... Lean y pasen un buen rato, esta vez no hay amenazas.
Carne
Aquella noche

Aquella noche pensé que era de mucha suerte contar con la motocicleta de Ricardo ya que tenía que presentar un artículo impreso a la compañía EdI, en ese entonces era buena idea pertenecer a ese grupo, aún me seduce la idea. Espero que sus miembros sigan con vida o que, de haber muerto, estén en paz eterna.
Tener su moto sigue siendo de mucha ayuda.
Viajé a Camino de Dios para dejar la motocicleta donde la abuela de Ricardo, su único familiar, una vieja dulce y atenta. Al parecer le caía bien – no entiendo por qué –. Tras dejar la motocicleta en el estacionamiento del edificio en el que vivía, fui al departamento para dejar las llaves.
Estuve a punto de tocar la puerta cuando oí un grito desde el interior. Ingresé intempestivamente y me dirigí a la sala. Ahí encontré a la señora, arrodillada sobre el suelo llorando y temblando en estado de shock. «Mi angelito… mi angelito… mi angelito está muerto…». La recuerdo.
Me acerqué, puse mi mano sobre su hombro, no la sintió; seguía con la mirada perdida y repitiendo esa frase “Mi angelito, mi angelito, mi angelito está muerto”. Me arrodillo y cojo sus manos. «Señora, ¿sucede algo?»
Me suelta, lleva su dedo hacia el televisor y me muestra. Vi lo que sucedía, pero no me lo creía. La policía disparaba a diestra y siniestra, las víctimas de sus disparos no se detenían y seguían caminando, se abalanzaban sobre cualquier persona que encontrasen y las mordían, arañaban, tiraban de ellas brutalmente tratando de obtener algo, prácticamente (me es difícil olvidar eso)… se las comían vivas, mientras gritaban y luchaban inútilmente contra una muchedumbre enloquecida. La pantalla se tornó roja por la sangre alrededor. Ni bomberos, paramédicos o policías podían tomar control sobre el asunto, algunos formaban parte de la masacre.
La mujer seguía llorando. «La situación en el aeropuerto es insostenible, necesitamos que las autoridades hagan algo al respecto… ¡Oh, Dios! Uno de nuestros compañeros de prensa a caído», se oyó desde la televisión. La imagen… de aquel tipo: nariz aguileña, chaleco falso de un medio de comunicación y una cámara de video simple. “¡Mierda!, Ricardo”, pensé en ese momento. No quería ver más, pero tenía que hacerlo, no por motivos mórbidos sino porque necesitaba saber la magnitud de aquel hecho. ¿Podría ser eso más real de lo que se ve en televisión? Hace tiempo que dejé de creer en ella, pero eso cambió totalmente mi paradigma.
La policía era inservible, los asesinatos continuaban y al cortarse el informe noticioso por “inconvenientes técnicos” solo se oyó a los conductores dando la recomendación de conservar la calma y no salir de casa, a menos que sea de vital importancia, hasta que la situación en el aeropuerto se controle, pues se temía que se expanda el área de los ataques.
En ese momento le pedí a la abuela de Ricardo que me acompañase a casa, que ahí estaríamos con mi familia. No quiso moverse, seguía en shock, y yo… no pude dejarla sola. Encendí el ordenador y mandé un correo electrónico a mi hermana diciéndole que no llegaría a casa, que me quedaría cuidando a la señora, que se cuidaran y no salieran de casa. Tenía que hacerlo, en ese momento solo pensaba en que acabase la noche para poder encontrar el cuerpo de Ricardo – o lo que quedaba de él –.
La señora estuvo despierta toda la noche, ya no hablaba, y yo me mantenía igual. No había mucho que decir. Ya luego la acompañé a su habitación, la dejé en cama. Ella no podía dormir, pero lugar más cómodo no había. Estuve frente al televisor, con el volumen bajo para no molestar. “La situación es insostenible. Los ataques proliferan y el área restringida para contener la ola de asesinatos masivos ha crecido”, la televisión dando malas noticias. Me conecté a internet para saber un poco más, solo había especulaciones, hasta ahora no pasan de eso. “Las autoridades han decidido que al cabo de unas horas la ciudad entera entrará en cuarentena, por ello se han implementado equipos de evacuación. En la parte inferior de sus pantallas aparecerán los lugares a los que deben acudir para que los equipos militares los ayuden a movilizarse”. “Iglesia San Nicolás en Camino de Dios”, leí en la televisión. Eso estaba a unas cuadras. Empaqué todo lo que le podía servir. Envié un mensaje a mi hermana diciéndole que empacara lo necesario (comida, medicamentos, ropa abrigadora, linternas y baterías) y fuera rápidamente al lugar establecido para la evacuación, que nos veríamos luego en casa de la tía Felia, que fueran allá ni bien salgan de la capital, ahí estarían a salvo.
Soy el hermano mayor, mi padre está fuera de la capital (Buena Esperanza) y en casa solo tengo a mi hermana y mi madre – nuevamente, quiero pensar que están bien –.
Luego, fui con la anciana a Iglesia San Nicolás, no quiero recordar lo difícil que fue llevarla ahí. Me acerqué a los militares, estaba subiendo al camión transportador con la anciana. «Solo mujeres, ancianos y niños», me detuvo un soldado. «La señora no tiene a nadie más.» «Tenemos problemas mayores.» Los militares no entienden razones. «Estos hombres cuidarán de usted, cuando salga de la capital llame a este número. Mi familia la estará esperando – le dije a la anciana – .Esta bien, me iré», le dije al militar. «No, quédate. El general a cargo les dará algunas instrucciones».
El general nos necesitaba como soldados, el número de efectivos con los que contaba no eran los suficientes para controlar eso a lo que él llamaba la carne en movimiento, o simplemente carne. Empecé a alejarme. «¿A dónde vas?, soldado» «¿Soldado, yo?» «Eso serás de ahora en adelante» «Yo soy estudiante y no militar» «¡¿A dónde carajos crees que vas?!» Eso no me llevaba a nada, así que le dije que a ningún lado, me quedé con ellos pensando qué hacer. Metí mis manos a los bolsillos – así pienso mejor – y encontré las llaves de la motocicleta de Ricardo, en la conmoción nunca las devolví. Sabía lo que tenía que hacer. Caminé por el perímetro establecido por los militares, empujé a uno y… me eché a correr, no me detuvieron ni dispararon, tenían otras preocupaciones.
Cogí la motocicleta y me fui. ¿A dónde? No lo sabía, solo sabía que tenía que ver a mi familia, para eso debía atravesar la ciudad. Lo último que vi en la televisión fue que área de los ataques había crecido, no sabía cuanto, pero ahí iba yo.

Novedades, novedades. ¿Qué les puedo decir? Hacer estas pequeñas entradas siempre es un problema para mí. Empezar la primera línea siempre es lo más difícil, el típico miedo del que escribe, la hoja en blanco. No sé si a Anónimo Conocido, Zack Zala y a Liare les suceda los mismo; pero para mí sí que escribir estas introducciones se me hace un verdadero quebradero de cabeza. Podía comentar sobre alguna canción que escuché hoy día(soy un melómano). Quizás lo haga en las siguientes. El punto es que no he dicho nada hasta ahora. Bueno... Aquí está otro capítulo de mi pequeña serie. P.D: Estaba escuchando Little by little de Oasis. Lo siento tenía que hacerlo, je.


¿Conoce a Isabela Duncan? Capítulo cuarto.


Por un momento, Matías y Santiago sin sombra se quedaron viéndose con el ceño fruncido, como esperando que el otro dijera algo para empezar el pleito. Ninguno de ellos dijo nada. Matías sabía que no era momento para dar media vuelta y hacer de cuenta que nada había pasado. Había prometido a Romualdo que para la otra reunión seguiría relatando la historia- pese a no saber nada más-, y para él, un hombre de palabra, era inadmisible el no hacerlo. Más importante que eso: él también sentía curiosidad por la historia y quién mejor para relatarla que el mismo protagonista.
Lo había visto de joven y ahora que había regresado, pero esta vez era diferente: tenía un motivo para entablar conversación con él- no el ideal, es cierto-; pero quizás la única oportunidad de que se dirigieran la palabra. Matías no era de las personas que se acerca a otras sin ningún tema previo de conversación, y el preguntárselo a la bella de Rosario- pese a que tenía mayor facilidad para hablar con mujeres- se le hacía impensable. Ahora que lo tenía en frente solo era cuestión de hacer girar la conversación hacia otro rumbo; pero ¿cómo?, ¿qué se le podía decir a alguien con el cual te acabas de conocer de tan mala manera y que sonara de la forma más amical posible? Era en estos momentos en los cuales, Matías necesitaba de toda su astucia. Debía empezar calmando los ánimos y cimentar su conversación en una mentira bien pensada que diera pie a su cháchara. Así lo hizo:
- Disculpe, no lo vi. Forastero- se apresuró a decir Matías, esperando que se notara el “detalle”.
- ¿Forastero?- respondió Santiago. Iba a agregar algo más, pero fue interrumpido por Matías, quien no le quería dar respiro hasta no conseguir su cometido.
- ¿No lo es?, ¡qué curioso!- agregó Matías levantando levemente su voz-. Le digo así porque en este lugar casi todos nos conocemos, yo en especial puedo asegurarle que me sé el nombre de todos y cada uno de los que viven en este lugar. Y si no lo conozco, pues seguramente se debe a que es un visitante.
- Pues se equivoca- respondió Santiago-, al parecer no conoce a todos. Yo vivo aquí, y ya un par de semanas para su información- añadió con languidez.
- Ya veo, con razón no lo conocía, mis más sinceras disculpas… Veo que hemos empezado con el pie izquierdo… Mucho gusto, me llamo Matías… ¿y usted?
- Santiago- respondió a secas.
Se estrecharon las manos en un fuerte apretón. “Tiene fuerza para lo que aparenta”, pensó Matías.
- Su nombre me suena conocido. ¿De casualidad no tiene un apodo?- preguntó Matías fingiendo sentir curiosidad. Había logrado entablar una conversación y se apresuraba a hablar lo primero que se le venía a la mente, no quería dejar espacios para una repentina despedida. No dejaría que Santiago sin sombra se fuera antes de haber pactado con él una pequeña reunión en el bar.
- Mi aspecto siempre se ha prestado para uno, siempre ha sido el mismo en todos los lugares en los que he ido. Me dicen Sin sombra.
Matías sentía que debía hacer girar la conversación hacia el bar o hacia Isabela; pero ¿cómo hacerlo?, ¿decirle de la nada para quedar en un bar no se vería como algo precipitado? Después de todo apenas recién lo había “conocido”. Se quedó pensando un momento sin decir ninguna palabra. Santiago al ver que el silencio imperaba, naturalmente comprendió que era tiempo de seguir su periplo.
- Bueno, fue un gusto conocerlo, Matías. Hasta luego.
No había nada que perder, solo la oportunidad.
- Espere, Santiago sin sombra. Diré, Santiago.
- ¿Qué sucede ahora?- respondió Santiago mientras volteaba hacia donde apuntaba su sombra.
- Yo y un amigo solemos ir los sábados al bar que está cerca de la iglesia a tomar unos cuantos tragos. ¿No le gustaría venir con nosotros? Solo estamos nosotros dos, y la verdad es que un tercer conversador no nos vendría nada mal.
- Suena bien. ¿El sábado, dice?
- Sí, el sábado, aunque se puede cambiar la fecha, solo que sea en la noche porque en la mañana Romualdo y yo siempre estamos trabajando. Romualdo es el nombre de mi compadre, por cierto.
- El día está bien, no se preocupe por eso. ¿Es padrino del hijo de Romualdo?
- No, solo es una expresión de aprecio, entre ambos nos compadreamos.
- Ya veo, bueno, nos veremos el domingo, entonces. Yo venía de la carpintería, me quedé trabajando hasta tarde. Ahora solo pienso en ir a mi casa- dijo Santiago, ya entrado más en confianza.
- Con una chica tan bella esperando en casa quién no lo haría- comentó Matías sin pensar en lo que decía. El tono en que lo dijo tampoco fue el más apropiado.
- ¿Cómo dijo?- respondió de inmediato Santiago, con una mirada que expresaba molestia. Inclusive su tono de voz había cambiado, sin embargo algo que era tan notorio no fue percibido por el resaqueado cerebro de Matías.
- Es más, milagro que se le ve solo y no con su bella dama- continuó diciendo.
- ¿De dónde conoce a Rosario?- preguntó Santiago inquisitoriamente-, exijo que me lo diga. Responda, ¿de dónde la conoce usted? No dijo que era la primera vez que me veía. Ya no había rastro del tono amigable con el que hace poco estuvo hablando.
- Tranquilícese, no piense mal. Solo la conozco por el comentario de mi esposa. Como le dije… no lo conozco, ni siquiera de vista. Mi esposa me comentaba algunas cosas de usted. De usted, de Santiago sin sombra y su bella esposa. Tampoco la he visto a ella, solo me baso en las descripciones de mi esposa, y como dicen: Cuando una mujer bella reconoce de buen ánimo que otra lo es aún más toda duda es sobrante.
La expresión dura en el rostro de Santiago se mostraba inalterable. Preocupado porque todo lo logrado se viniera abajo, Matías volvió a comentar la reunión del domingo.
-Bueno… una vez aclarado este pequeño malentendido, espero que no haya cambiado de parecer respecto a tomar unas aguas el domingo- dijo Matías en tono jovial tratando de que se vuelva a dar ese ambiente de confianza que había logrado antes.
No valía de nada, el ceño fruncido seguía arrugando la frente de Santiago, sin embargo- para la sorpresa de Matías- terminó aceptando. Se volvieron a dar la mano y cada uno siguió su rumbo. “No se olvide, eh”, volvió a recalcar antes de que Santiago se perdiera en una esquina.
-Qué hombre más celoso- se dijo Matías mientras veía a su casa acercarse a cada paso-. ¿Quién no?

Un hombre sentado en una hamaca, con espuelas en el tacón de sus botas, meditando quién sabe qué. Esa fue la portada que miré en mi búsqueda de libros para leer en mi casa. Luego leí el nombre “El General en su Laberinto”… Sé que suena estúpido y que está mal juzgar a un libro por su portada, pero parecía un buen libro y no me equivoqué. Luego pasé a revisar el autor del libro, pues es una especie de ritual para mí saber algo del escritor a quién leo y, parar ser sincero, no tuve necesidad de buscar, no era otro que Gabriel García Márquez, escritor al que me había renegado a leer por simple capricho y porque leí parte de su libro Crónica de una Muerte Anunciada, hace dos años aproximadamente, no me gustó; tal vez sea hora de que me enfrente a él de nuevo.

(Sí, no había nadie en la portada, por alguna razón creí que había alguien cuando la vi. Fui trolleado)
Hay varias cosas que deberían saber de este libro, si es que están interesados. Una de esas cosas es que es una novela histórica, una novela que relata los últimos meses de vida de El Libertador (Simón Bolívar), y que, por esto, si conoces su historia, quizá puedas predecir el final, el cual es obvio una vez Gabriel te mete en el mundo de lleno, más propiamente dicho, en la época. Sin embargo, ante los posibles fastidios que te pueda causar esto, por una u otra razón, siendo un hecho que el nombrecito “histórico” puede causar ceguera para algunos, no te encontrarás con un libro de historia, tampoco aprenderás lecciones de historia que nunca quisiste aprender. Una de las razones es que el mismo escritor, al menos en la edición que yo tenía, al final del libro aclara que pese a que tuvo que informarse MUY bien para poder escribir la novela, los últimos momentos de El Libertador son los que tienen menos registros, por lo que, no se preocupen, podrán leerlo tan justamente como se lo merece.
Yo, personalmente, al leer el libro, me tardé un poco en darme cuenta de que era una novela histórica… Las pistas se fueron poniendo ante mí y luego pude asimilar de quién se trataba, algo que me permitió conocerlo mejor, pero si lo odias e incluso si no te interesa, lo puedes pasar por alto. De hecho, me gustaría recomendarles que hagan de cuenta de que el personaje es ficticio, será más bonito así y si no conoces a Simón Bolívar, preocúpate por conocerlo después, really. Está demás decir que a lo largo de la novela Gabriel nunca lo llama por su nombre, además de una vez. En casi todo el texto es llamado o “el general” o “el libertador”.
Sobre aspectos más bonitos, tales como la narración, solo tengo que decirles que es espléndida. En serio, es sublime, pocos libros me han echado semejante encanto. Solo hay una cosa que decir: ¡Qué grande es Gabriel! Lo subestimé, lo admito, pero ya quisiera ser yo la mitad de escritor de lo que es él algún día, ya quisiera.
El libro tiene unos capítulos realmente largos, de 25-35 páginas cada uno, sumando un total de ocho capítulos, creo (en mi edición no salía el número de capítulos).
La obra en general, es, como dije, estupenda. Primero atisbándonos un poco a un General retirado, al que la vida le ha dado un duro golpe con cada año que pasa. Se le podría llamar fácilmente un viejo decrépito, pero su orgullo le hace seguir adelante, junto a su edecán más fiel pero sin perder la dignidad. Muestra también una época muy diferente a esta, como es comprensible. Te enseña lo poco que valía la gloria o lo que habías hecho en esa época (y aun ahora es así), pocos son los que lo reconocen, algo que al protagonista le golpea el alma pero no le es un óbice en su camino, en el camino de este pobre General que solo quiere salir del país. Una novela bastante triste, que hizo que me enterneciera, en algunas ocasiones, por aquel personaje.
¿Por qué pongo ese título? No, no soy religioso ni estoy desesperado. El único motivo que me impulsó a hacerlo fue que al mismo tiempo que escribía esta pequeña entrada escuchaba una canción de Morrissey, que lleva el mismo título que pueden observar. Y al escucharla hice un pequeño collage mental- esas cosas con las que a veces uno se identifica- de lo que se decía en ella: Dear God, did this kind of thing happen to you? Dear God, please help me. Dear God, if I could I would help you. Es algo sencillo y simple, es verdad; pero Morrissey pone mucho sentimiento al cantarla y en eso radica lo cautivante de esa canción. Sin más preambulos doy inicio a este tercer capítulo... P.D: El sabado publicaré otro más...

¿Conoce a Isabela Duncan? Capítulo tercero.


Eran las siete de la mañana y los primeros rayos de sol empezaban a calentar las cabezas de los viejos perros callejeros que solían dormir en la plazuela del pueblo. La plazuela era el lugar preferido de los niños para jugar y en cada uno de sus extremos había pequeñas bancas donde solían sentarse los viejos a solo sentarse y ver algún recuerdo pasar. De no haber niños se podía decir que el pueblo estaba muerto. Contaba también con una pequeña pileta llena de hojas secas y envolturas que se habían acumulado hasta llenarla completamente, desde hace años ni una gota de agua había emanado de ella; pero para los niños siempre estuvo llena y se sumergían entre las hojas de la pileta, para disgusto de sus madres, que luego tenían que vérselas con los trapos.
Uno de los perros- el más pequeño de todos- , que andaba olfateando un peculiar olor, quizás sintiendo un poco de curiosidad, se acercó a una de las bancas para ver quién era el extraño individuo que invadía su territorio, toqueteó con su nariz húmeda la cara del hombre que se encontraba con la boca abierta y los brazos colgando de los extremos de la banca; al ver que no reaccionaba, comenzó a lamer la cara del sujeto, que sonreía producto de la realidad que se le proyectaba en el sueño. Se veía o solo sentía que estaba en su lecho- pues estaba con los ojos cerrados- besando a su esposa, un beso apasionado que se acabó al escuchar un ladrido.
Se levantó exaltado mientras esperaba unos breves segundos a que su vista se aclimatara al día. Frente a él podía ver una pequeña silueta negra con un punto rosado. Al aclarase su vista pudo ver a un pequeño perro negro que se encontraba jadeando mientras una larga y espesa baba salía de su boca hasta tocar el suelo. Se tocó la barbilla casi por instinto y pudo sentir que la misma espesa baba que estaba viendo se encontraba embadurnando todo su rostro.
- ¡Maldita sea, largo de aquí!, ¡vete!- gritó colérico, Matías.
El pequeño perro lejos de hacerlo se puso a gruñir y ladrar al sujeto por el cual antes había mostrado simpatía.
- ¡Así que bravito te crees eh!- dijo en tono de broma al escuchar los débiles ladridos del perro, que lejos de intimidarlo le causaban gracia-. Ya, anda, vete- volvió a repetirle en un tono más leve mientras aplaudía hacia el lugar donde estaban los otros perros.
El perro dejó de ladrar repentinamente y se quedó observándolo fijamente con una mirada curiosa por un momento, ladeo la cabeza levemente, miró hacia donde estaban los otros perros y empezó a correr hacia su encuentro.
- Menudo animal- dijo sonriendo- parece que entendiera. Quizás a veces solo quieren un buen trato al igual que todos.
Se levantó de la banca, estiró un poco el cuerpo y cuando iba a empezar el camino a casa pudo ver cómo un par de señoras se reían. Estaban a una distancia considerable, pero juraba que podía escuchar su cuchicheo, aunque solo eran las palabras que en su mente se imaginaba que estaban diciendo. «Deben haber estado viendo el beso que apasionado que me daba mi “adorable esposa”, en realidad sí que se parecen», bromeó.
Luego de que se fuera Romualdo se había quedado bebiendo con otros de los concurrentes al bar. Los mismos que antes habían volteado para ver a Romualdo gritar exaltado y burlarse del hecho, se habían convertido en sus nuevos compañeros de carcajadas; al menos mientras durara la cerveza. Había comprobado su vieja teoría de que todos los desconocidos se vuelven los mejores amigos en torno a una botella. A mediados de las cuatro de la mañana- cuando ya todos habían caído uno a uno y su mano tocó vacío en su bolsillo- fue que decidió que ya era hora de irse a casa. Hasta el encargado del bar se encontraba dormido en la barra, cosa que aprovechó para salir lentamente del bar y dirigirse al lado de su bella esposa, que lejos de estar preocupada había estado furiosa esperando que viniera su esposo para armarle un pleito. Esperó hasta las doce, y acabada su paciencia, cerró la puerta con candado y clavo, y se echó a dormir con la firme resolución de no abrir por más que Matías se pasara tocando la puerta toda la noche.
No era nada nuevo que Matías se pasara de copas. Su padre había sido un asiduo bebedor y desde los doce años se llevaba a su hijo a los bares luego de trabajar. “Para que seas más hombre más rápido”, le decía, “tienes que aprender a tomar de una vez para que después no estés dando pena”. Matías recordaba siempre con una sonrisa llena de ironía las palabras de su padre: tal y como le dijo, no hubo una noche en la que fuera necesario que lo cargaran en hombros a su casa ni que luego se enterara por palabras de otros alguna tontería que hubiera realizado; siempre se levantaba totalmente sobrio de la mesa- si es que se puede llamar así a una persona que pese a haber bebido toda la noche no presentaba ningún signo evidente de embriaguez- y emprendía el camino a casa con la única intención de echarse a dormir. Al contrario de su padre, su maestro en la bebida, que más de una vez hizo el ridículo producto de haber tomado solo unos cuantos vasitos. Por suerte siempre tuvo a Matías a su lado para que lo llevara en hombros y escuchara en el camino toda la sarta de incoherencias que tenía que decir. ¡Nunca se callaba! Siempre tenía algo que decir y exigía que se escucharan todas sus incoherencias. Pobre su madre, ella tan buena y tan santa, tenía que desvelarse por tener que soplarse todo el discurso.
Debido a estos pensamientos en los cuales Matías se encontraba sumido no pudo advertir que una persona venía en su dirección contraria. Solo notó su presencia cuando estuvo demasiado cerca y sus hombros se chocaron.
- ¡Ten más cuidado!- gritó Matías mientras volteaba para ver al hombre con el que había chocado bruscamente.
- Ten más cuidado tú- escuchó de respuesta.
Al voltear pudo ver a un hombre vestido de camisa a cuadros, pantalones desgastados y un sombrero de paja que no dejaba apreciar bien su rostro. Las ropas parecían colgar de su cuerpo de lo flaco que estaba, dando la impresión de estar viendo a un espantapájaros. Era Santiago sin sombra…