Hola, hola, volvemos tras la convocatoria. Hoy se conmemora un año más de la muerte de Paracelso, célebre alquimista (sí, de esos que buscaban la piedra filosofal) de la Edad Media, quien se atribuyó la capacidad de crear un homúnculo, es decir un hombrecillo, por métodos artificiales. Además, Paracelso era un médico rebelde que prefirió comprobar él mismo la ciencia antes que repetirla a ojos cerrados, como hacían en su tiempo. Se dice que quemó importantes libros de ciencia a modo de rebelión y que fue el primero en escribir y hablar de ciencia en otro idioma que no fuera el latín (en alemán). En fin... hoy nos centraremos en la creación del homúnculo y las supuestas creencias de Paracelso. Ya los dejo tranquilos. Adelante...

.+.+.+.+.+.+. El homúnculo de Paracelso.+.+.+.+.+.+.

Para el día cuarenta, la formación viscosa al interior del frasco comenzó a palpitar, comprimiéndose y expandiéndose como un corazón. Su creador aún no sabía nada, había pasado semanas esperando ver algo, escuchar algo desde la esquina de su taller, un lugar casi invisible para cualquier visitante, un lugar de aparente quietud, pero del que provenía un olor desastroso a putrefacción. Paracelso equilibraba el olor con un perfume fabricado por él mismo con la dosis exacta de azufre. El taller de un alquimista como él debía estar lo más en sintonía posible con el cosmos para evitar accidentes. Así, lo que ocultaba en esa esquina formaría pronto también parte de su éxito debido a su absoluta pureza.

Se había dormido sobre los manuscritos cuando fue despertado por un ligero y extraño sonido, como si alguien, quizá un niño, se hubiese escabullido en su taller para jugar con sus utensilios. Al abrir los ojos, alarmado, no encontró a nadie, al girar la cabeza, no encontró a nadie, pero algo tenía seguro: no estaba solo en ese taller, pues continuó escuchando esos pequeños golpes que, completamente despierto, advirtió que provenían de aquella esquina. Los ojos se le agrandaron. Se acercó murmurando hacia allá. ¿Será posible?, se decía, y reía muy bajito, como si los sonidos fueran parte de un importante discurso que no podía perderse.


Completamente a la esquina estaba aquello, una caja maloliente de madera de aproximadamente un metro de lado. El olor era lo de menos para el alquimista en ese momento. Era como un baúl, al abrirlo, era evidente la putrefacción de su contenido, si Paracelso no desmayó entonces fue probablemente por la emoción. Dos placas de madera aseguraban el contenido putrefacto de la caja, pero tenían al centro una pequeña abertura, por la que salía la boca de un frasco de vidrio, taponado con un corcho. El recipiente vibraba con cada golpe. Paracelso sabía lo que estaba pasando, por lo que se apuró a destapar el frasco sin pensarlo mucho, pero aparentemente la presión al interior de éste dificultaba la tarea. Si el alquimista no lograba retirar el corcho, su creación terminaría ahogándose en estiércol. Lo echaría a perder todo.

Empujó la caja al centro del taller, esperando que alguna de sus herramientas lo ayudaran en el proceso, dejando en el camino un rastro de mierda. Tenía la peligrosa idea de hincar el corcho para perforarlo, podía dañar al único espécimen de su tipo si cometía un error. Paralelamente, los golpes al interior del frasco se hacían más fuertes, se escuchaba un palpitar de cristal ocupando todo el taller, como si alguien estuviera picando el piso o como si el taller tuviera vida propia y le hubiera crecido un corazón.

El miedo a matar él mismo a su creación detuvo su proceder con agujas y prefirió buscar las llaves para abrir las placas que encerraban el frasco en la caja. Tras cuarenta días, había olvidado por completo el lugar en donde estaban, o quizá lo olvidó por la tensión del momento. De modo que solo tenía una salida: romper la caja y salvarlo.

Así, con unas piezas de metal, comenzó a forzar las uniones. Vio salir larvas blancas de las pequeñas aberturas, habían sobrevivido gracias al estiércol, y éste se había deshumedecido adquiriendo la forma interna de la caja. Eso lo hacía más sencillo para él. Quitó sin temor las piezas que constituían una de las paredes de la caja, retiró las tablas que encerraban el frasco y logró extraerlo. Su semilla convertida en una creatura pura, completamente transparente, pero de forma inestable, como el lodo, pero sin ningún rastro de suciedad, en completo y natural equilibrio con el macrocosmos. Observó el frasco con un gesto de triunfo mientras éste aún era golpeado desde el interior. Se dio cuenta de que debía sacarlo de ahí, pero ya era muy tarde. El último golpe del pequeño homúnculo quebró el cristal en las manos de Paracelso, hiriéndolo levemente. La creatura cayó sobre sus manos. Era completamente viscosa, por lo que el alquimista pensó por un instante que había muerto al solo contacto con el aire. Sin embargo, no pasó mucho para que comenzara a contraerse, configurándose una figura humanoide. Un homúnculo que, para su sorpresa, se pegó a su mano derecha, exactamente sobre uno de sus recientes cortes. Parecía absorber la sangre de la herida en completa calma. Su creador lo observó atentamente. Debía tener aproximadamente treinta centímetros de tamaño y, por la transparencia de su cuerpo, parecía no tener órganos. Aún así, podía ver cómo su propia sangre era absorbida por el pequeño humanoide, y aparentemente purificada, convertida también en transparencia. Mientras lo hacía, se dio cuenta de que su viscosidad disminuía para adquirir una consistencia gelatinosa.

Una persona diminuta dentro de un esperma, dibujado por N. Hartsoecker en 1695
El homúnculo se despegó de su brazo y cayó al piso sobre sus propios pies. Volteó el rostro hacia Paracelso, aunque quizá sería más preciso decir que no tenía rostro, solo era posible identificar sus ojos en dos puntos rojos, como la sangre que acababa de tomar como alimento.

Para suerte del alquimista, el homúnculo comenzó a seguirlo a todos lados, a ver lo que él veía, a intentar tocar lo que él tocaba, quizá imitándolo, quizá explorando el mundo a su alrededor. Pero no podía dejar que nadie lo viera aún, si no estaba seguro de si aquello estaba vivo realmente o se trataba más bien de un ser distinto, quizá inmortal. Así que lo encerraba siempre bajo una cúpula de vidrio con agujeros cuando salía del taller.
La creatura se subía a veces a sus hombros para ver mejor, y por ser extremadamente ligera no le hacía ningún problema al alquimista, quien comenzó a creer que no sería mala idea enseñarle algo. Entonces le enseñó, y cuando menos lo esperaba, el homúnculo comenzó a alcanzarle herramientas y a seguir instrucciones simples. Se convirtió rápidamente en su ayudante. Uno que requería dosis de sangre como único pago. Por supuesto que, para evitar herirse continuamente, hizo un pequeño depósito del que le daba de beber cuando era preciso. Esto así, Paracelso comenzó a creer pertinente exponer su creatura entrenada al público, en una demostración de sus experimentos.

Para evitar sorpresas, decidió invitar a un hombre común a su taller. La idea era ver la reacción del homúnculo ante nuevas personas. El hombre se asustó al verlo, pensando que se trataba de un duende, pero la creatura no se inmutó en lo más mínimo. Paracelso concluiría que no sentía miedo, o quizá no era capaz de sentir nada. Este comportamiento lo llevó a pensar en lo que había hecho, en que quizá esta creatura no tuviera ninguna relación con el hombre. ¿Se trataba el homúnculo también como un microcosmos? Aparentemente, obtenía subsistencia de su sangre y eso le permitía mantenerse en equilibrio, pero ¿por qué era tan distinto a un ser humano? Sus preguntas quedaron sin responder por algún tiempo, mientras no dudó en hablar de su creación. Su teoría ahora era que la creatura aún estaba incompleta. Necesitaba algo más para ser perfecta, pero no se le ocurría qué.

Una mañana, Paracelso debía viajar a la ciudad de Basilea para ver a un paciente, Johann Frobenio, reconocido impresor protestante, además de amigo cercano de Desiderio Erasmo de Rotterdam. Le tomaría un par de días, y para no poner en peligro a su creación, ideó un mecanismo que le administrara la dosis indicada de sangre, procesada para evitar su descomposición, y lo incorporó a la cúpula. Se despidió, prometiéndole volver pronto, aunque según sus especulaciones sobre la naturaleza de este ser, lo más probable era que no fuese capaz de extrañar o sentirse solo.


Le sucedía a Frobenio que tenía una infección gangrenosa en el pie izquierdo que ninguno de los médicos que lo habían visto eran capaces de curar. La única cura parecía ser amputarlo, pero las voces sobre Paracelso, su rebeldía y su extremo cuidado con sus pacientes convencieron tanto a Frobenio como a sus allegados de que no podían tomar acción alguna sin antes conocer su ciencia.

Cuando llegó, el alquimista fue bien recibido y tras observar la infección dijo ser capaz de curarla. Aunque suponía un reto también para él, encontrar el equilibrio para algo tan avanzado como eso sería una confirmación total de su método y filosofía. Así que comenzó preparando algunas soluciones que durarían algunos días. De vuelta en el taller, mejoraría la fórmula y la enviaría con cierta periodicidad. Sin embargo, Erasmo le propuso a Paracelso mudarse a Basilea, de modo que tuviera más cerca al paciente y no perdieran tiempo en viajes. Le ofrecieron una suma importante para el traslado, así que sin dudarlo aceptó. Después de todo, siempre había estado viajando.


Al día siguiente, el alquimista regresó a su ciudad. Cargaría todas sus cosas  y abandonaría cuanto antes el taller en el que se estableció por algunos años. Era de noche cuando llegó. Al abrir la puerta, escuchó un extraño sonido provenir del fondo de la habitación. De inmediato comprendió que el homúnculo había escapado, y se apresuró a encender una vela. En su búsqueda a oscuras se hirió un dedo con fragmentos de cristal. Escuchaba claramente que se movía y rompía cosas. Le habló, como usualmente, para que se acercara, le dijo que no estuviera asustado, aunque no creía que lo estuviera, pero la creatura no parecía obedecer. Se sintió estúpido al dudar por un momento de su propia teoría. Efectivamente el homúnculo no tenía emociones, y eso significaba no solo que el único con miedo en ese momento era él, su creador, sino que además de todo, si poseía un instinto, se entregaría a éste de forma automática. Ese instinto, por lo tanto, sería la columna vertebral de su comportamiento, pero, ¿por qué había aprendido?, y ¿por qué lo había hecho tan rápido?, ¿por qué hizo caso antes y ahora no? No se trataba, como había pensado, de un animal capaz de ser domesticado, y si quitaba las emociones del asunto, tampoco habría posibilidad de que el homúnculo le ganara rencor por dejarlo solo. Es más, estaba completamente seguro de que era incapaz de sentirse solo. El único con miedo allí era él, sí, Theophrastus Paracelso, el alquimista que, en la oscuridad de su taller, encendía una vela ya consumida a la mitad y cambiaba su expresión de miedo por una de espanto al ver, descubierto por la luz, un reflejo de sí mismo, desnudo, al otro extremo de la habitación, un hombre idéntico a él, excepto porque no parecía perturbado al ver una réplica de sí mismo. Sí, idéntico a él. Olvidó el homúnculo y de lo que pudiera lograr con él, olvidó su teoría sobre su instinto de alimentarse de sangre, pero lo recordó inmediatamente al advertir que su doble era diferente en algo más: sus ojos eran completamente rojos, del mismo color que la sangre fresca en su dedo, o que los ojos redondos del homúnculo. A un lado, entre el desorden, la cúpula estaba hecha trizas y su invento de dosificación de sangre vaciado. Probablemente iría por más. Recordó que aún tenía un experimento en la caja de estiércol . Se acercó a ella, mientras era seguido por la mirada incansable de su otro yo, y le prendió fuego. El taller no tardó en arder. Encerró al homúnculo, que probablemente sería incapaz de comprender la conducta de su creador. Imploró perdón a Dios por haber creado un ser sin alma.

.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.
Bien, eso es todo por ahora. Creo que es casi la primera vez que pruebo con un relato de este tipo, oscuro de ese modo, quiero decir. En fin, gracias por leer. Y, ah, gracias a los que participaron en la convocatoria, ya tenemos nuevo equipo, y comienza a integrarse. ¡Saludos!