Embajador notifica ataque a Pearl Harbor

La ficción de hoy trata sobre las diversas notificaciones que el embajador estadounidense en Japón envió a los altos mandos del país. Lamentablemente, sus avisos fueron ignorados, con trágicas consecuencias ( y no solo me refiero a Pearl Harbor, sino a todas las muertes que ocurrieron a causa del conflicto). La ficción narra los acontecimientos a menor escala, como si los países se trataran de empresas. Espero sea de su agrado.


Puerto Perla


El “Puerto Perla”, conocido lugar de asentamiento de muchas embarcaciones, se encontraba particularmente ocupado. La U.S.A (“United Ships Association” o Asociación de embarcaciones unidas) había decidido atracar una buena cantidad de su flota en aquel puerto.  Y esto no le pareció nada agradable a cierta persona.

J.O. Richardson, conocido por mucho como el “Almirante” (debido a su gran popularidad entre muchos capitanes de las  embarcaciones) observaba disgustado el panorama. Había recibido órdenes directas del presidente del directorio de realizar aquella maniobra. Si hubiese sido cualquier otra, la hubiese aceptado con facilidad, pero el caso era distinto. Su experiencia como marino le mostraba una perspectiva muy peligrosa. Y más aún al saber el conflicto que mantenían diferentes empresas.

No pudo soportarlo más. Estaba decidido a hablar.

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El “Almirante” tomó con prisa un taxi y se dirigió la oficina central de U.S.A., para conversar con sus superiores y expresar su disgusto. Al llegar a su destino, fue recibido con increíble rapidez, cosa que lo sorprendió increíblemente. Y no de manera positiva.

La secretaria, luego de recibir una llamada, guio a Richardson hasta la oficina del presidente, ubicada en el último piso. Ambos viajaron en un asensor distinto al resto. Al llegar a su destino, pudo observar unos cuantos muebles de color café a los lados de las enormes puertas blancas  que llevaban a la oficina. Con un leve movimiento de sus manos, la secretaria abrió las puertas.  Lo primero que pudo  reconocer, fue al hombre de avanzada edad que se encontraba mirando el horizonte desde la amplia ventana de su oficina. Aquella persona, al escuchar el saludo de su visitante, giró lentamente con ayuda de las muletas con las que se  sostenía y respondió:

- Siéntese, Richardson.
- Muchas gracias, Mr. President.

El “Almirante” dio una rápida mirada y encontró una silla de madera, en la cual se sentó.  Se aclaró la garganta y se preparó mentalmente para lo que diría.

- Mr. Presidente, con todo el respeto que usted se merece, vengo a darle las quejas por su más reciente decisión, de atracar a nuestra flota en el puerto Perla.  ¡Es demasiado peligroso e inconveniente! Primero, porque aquel puerto no tiene el suficiente espacio e infraestructura para mantener a nuestra flota. Segundo, Puerto Perla es muy vulnerable, la seguridad es malísima y podríamos sufrir robos o incluso otros atentados. Y finalmente, el Puerto Perla queda demasiado lejos del hogar de muchos de nuestra tripulación. Señor, no quiero faltarle el respeto, pero… ¡Hacer esto es una gran falta de tino!
- Vaya, así que me consideras un idiota -  respondió con tono firme el presidente, que permanecía de pie, pese a su clara discapacidad.
- Señor, no lo considero a usted un idiota, pero aquella orden es…
- ¡Basta! Usted ha sido contratado para una determinada tarea. Si quisiera sus consejos, lo contrataría como asesor, pero eso no es así.
- ¡Señor!
- Retírese – el presidente indicó la salida con un ademán- Queda delegado de su cargo. Recibirá el día de mañana una llamada con las instrucciones de su nuevo trabajo.
Richardson se retiró muy perturbado. Lo había dicho bien. Demasiado bien. Bajó por el ascensor completamente solo, considerando una terrible posibilidad.
- Espero que no esté planeando… entrar en aquella guerra, Mr. President. – pensó.

Mr. President, Franklin Roosevelt

Al presidente de U.S.A. Franklin D. Roosevelt no le agradaba mostrar signos de debilidad alguna. Incluso cuando se enfermó de poliomielitis, evitó en lo máximo posible verse como un ser discapacitado y débil. Esa terquedad era característica del presidente. Cuando el presidente decidía algo, no había marcha atrás y se realizaba.
Y aquello no era la excepción.

Sus asesores lo convencieron de intervenir en el conflicto sin cuartel entre varias empresas. Y no era un conflicto únicamente económico. Las empresas en disputa se enfrentaban directamente, destruyéndose oficinas, enviando sicarios a asesinar empleados, destruir materiales de fabricación, etc.  Inclusive esta guerra había llamado la atención de algunos medios de comunicación por varios días, pero extrañamente se dejó de hablar del tema. Incluso algunos afirman que la policía estaba envuelta en el conflicto.

Un enfrentamiento atroz, del cual U.S.A. quería ser parte. Un enfrentamiento que  traería graves consecuencias para todos. Un enfrentamiento sangriento. El propio presidente declaró que no intervendría en conflictos ajenos, cosa que alegró a muchos de los empleados.  Sin embargo, cuando ocurrió la guerra, prometió al presidente de una compañía asociada a la suya, de intervenir.

Roosevelt ya se encontraba preparado. Incluso ya sabía lo que ocurriría. Incluso había diseñado, junto con sus asesores, diferentes formas para intervenir en la batalla.

En otro lado de la ciudad, dos hombres que trabajaban en un complejo empresarial, como representantes de distintas empresas, decidieron ir a comer. Uno de ellos era Joseph Grew, representante de U.S.A y el otro era Ricardo Rivera,  un representante de una empresa textil poco conocida. Ambos coincidían en sus horas y lugares de almuerzo. Por ello, terminaron entablando una gran amistad. 

Gracias a esa amistad, Rivera avisó a su compañero Joseph del inminente peligro: la empresa constructora de aeroplanos “Kami no Kaze”,  planeaba un atentado contra alguna de sus flotas. Por supuesto, Joseph lo notificó, pero no recibió respuesta.
De todas formas, el tema siempre volvía aparecer entre sus conversaciones.
Ambos estaban almorzando en un restaurante japonés cercano. Y Joseph, mirando lacónicamente su plato de comida, mencionó:

- Ricardo, aún no me han hecho caso.
- Eso es muy preocupante, Joseph – respondió Ricardo.
- ¿Crees que hice algo mal?
- Pues… no lo creo.
- Rayos, necesito una prueba. Algo convincente. Algo verdadero.
- Pues… ¿Quieres que te ayude?
- ¿Qué? ¿Cómo?


Joseph Grew
Ricardo Rivera señaló a un hombre con rasgos asiáticos que comía cerca a ambos. Joseph no pudo entenderlo, pero guardó silencio. Ricardo se acercó a aquel hombre y, luego de una breve conversación, ambos continuaron haciendo lo suyo.

Joseph miró todo eso desde su sitio. Quiso preguntarle a su compañero sobre lo que había hecho, pero él ya se encontraba en la puerta, dispuesto a retirarse.

 Varias horas después, Ricardo entregó un sobre cerrado a su amigo y se fue. Joseph se quedó con muchas preguntas sin responder. Cosa que, al abrir el sobre, se responderían.

En ella encontró un documento escrito en japonés, con varios detalles referentes a un ataque que realizarían en el puerto perla. Inmediatamente, envió los documentos vía fax al presidente de la empresa, a sus consejeros, a su secretaria, y a otros cargos importantes.

No recibió respuesta.

Preocupado por el destino de su empresa, Joseph Grew se tumbó en su cama, mirando el techo en silencio.

En cambio, el presidente Roosevelt, el cual desechó los documentos que recibió recientemente vía fax, sonreía satisfecho. Faltaba muy poco, realmente poco.

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