miércoles, 14 de septiembre de 2016

Videofilia y otros síndromes virales


Hace unas semanas fui a ver Videofilia y otros síndromes virales con el inconfundible Zack Zala más que por el título porque hacía tiempo que no veía cine nacional así que ¿ya lo necesitaba? Además, la propuesta de esta película se desarrolla entorno a algo a lo que todos, querámoslo o no, no solo estamos habituados sino de lo que dependemos: internet. ¿Se pueden imaginar una vida sin interné? Aunque suene cliché cabe la pregunta: ¿existe la vida, esta moderna y occidental, sin internet? La tecnología actual, toda, gira en torno a eso: internet. Así es. Hoy por hoy, es algo indesligable en nuestra vida. A menos, claro, que no estemos alineados al estereotipo este de la modernidad. Ay, maldito sistema. Así, una producción que habla de internet no solo es novísima sino enriquecedora. Y, como lo apunta Mónica Delgado, aquello es un tema no tocado, virgen, vamos, en el cine nacional. Raro, ¿no?

Pero no solo es eso sino que esta pela habla de las teorías conspiranoicas: ora posapocalípticas, ora de los mensajes subliminales y códigos en la prensa peruana. Pinta de maravillas. El uso de drogas y sexo snuff no pasaban desapercibidos como una constante de nuestro cine. Todo bien, hasta ahí. El inicio revelador de una conspiración en ciernes... Excelente. ¿A quién no le importa cuándo nos vamos a morir? Que lo mágico ha sido algo que ha fascinado siempre, eh: aquellos dioses, tantos demonios y vírgenes y santos que  engalanan nuestra cultura popular, ejem «guíame señor de Muruhuay» y cuantioso etcétera no hacen sino confirmárnoslo. Gracias, geniales conductores.

Pero hay algo que no cuaja. O no termina de hacerlo en la pela. Al menos desde mi punto de vista. ¿Que soy demasiado exigente? No, nada de eso. Es la línea temporal no tan elaborada. Para muestra: la Pokémon. El juego de moda de hoy sale en aquel video después que, SPOILER ALERT, un patita nice de San Isidro, porque eso es el malecón en disputa entre San Isidro y Magdalena, no joda’, mata a su doméstica, pero no solo es gratuito sino… ocioso, flojo y desincronizado. ¿Por qué? Porque a lo largo de la pela todos están con ropas sueltas en un son inexistente. Es decir, es verano. Ya, otoño.

El inicio de la pela nomás se da aquel fatídico 21 de diciembre del 2012. Día último del calendario maya. Una catástrofe, qué feo verso, feo final, Bajofondo dixit. Ahora eso nos hace pensar que, beneficio de la duda mediante, la pela se da, ya, en junio, máximo, del 2013. ¿Que cómo lo sé? La ropa, pues, y aquellas referencias a los ¿vladivideos que alguien publicó en la marcha contra Keiko? Esperen eso fue este año. Uy, pero eso lo diré luego… (?) Sigamos con Pokémon. Pues, la nueva generación de Pokémon, la sexta, salió el 12 de octubre del 2013. En pleno invierno limeño. Es que en Lima la línea entre el otoño-invierno-primavera es borrosa, difuminada. Que no se sabe, en suma. Ay, pero ellos la importaron, pues, aguafiestas. Pues no. Fue la primera versión de Pokémon que salió en el fecha worldwide, interné. Primer fail. O segundo. Es que ya mencioné otro, el de Keiko. Ahora el principal y que da pie a esta reseña-crónica-ficción y que será pedido, nada menos. Aquellos lags o bugs o mensajes subliminales gratuitos que intentan crear un ambiente digital, cibernético o sabe Dios qué. Ay, hada cibernética. Pero ¿por qué poner virus que corren en Windows posteriores al 7? ¡Al 7, ah! Ni si quiera es XP eso. Es 98, ya 2000, ya XP con modo antiguo. ¿Cómo se llamaba eso? ¿Acaso no es eso gratuito? Bueno, la cosa es que es un poquitín desfasado para el 2012, ¿no? ¿O era el 2013? Ya uno no sabe. Dicen que pasaron una pela diferente al del festival de Rotterdam, ¿no? ¿Por qué agregar escena gratuitas como los vladivideos para presentar una postura comprometida en el cine? ¿Es que acaso lo estético no alcanza, señor director? ¿Podría ser tan amable de facilitarnos una copia a nosotros acá en Errror por error, por favor? Digo, es un pedir.

PD: Hoy se celebran 16 años del Vladivideo. Gracias, Beto.


PD2: En esta semana nomás se celebraron 24 años de la captura del Presi Gonzalo, un terrucazo.


PD3: Videofilia ha sido seleccionada a los Oscar. Carajo. Ojalá gane (algo). Voten.


PD5: Se murió Ricky Tosso el domingo, joder. ¿Casualidá?

PD4: A propósito del debate ese de los memes y la literatura o la prensa o qué carajos. Que son útiles, pe.


Cómo amo lo random. O la pela. O sabe Dios.


martes, 2 de agosto de 2016

Una historia negra (de nariz roja) II

Estamos de vuelta pronto con la segunda entrega de este atrevimiento llamado Una historia negra (de nariz roja). Que quede claro que lo hacemos solo por diversión, porque ¿a quién no le divierte un tipo con nariz roja? Estamos jugando, estamos llevando este drama más allá de la ocurrencia a varias ocurrencias o a una gran ocurrencia. ¿Tendrá sentido todo esto? Eso solo lo sabremos al final.


.+.+.+.+.+. Una historia negra (de nariz roja) II.+.+.+.+.+.+.

La nariz roja parecía distante. Llevaba colgada sobre la imagen de la virgen ya más de un año. Para él no significaba ya la entrega de su pasión, de su vida, a los espíritus agobiados de Lima, una vía de escape para las mentes que se perdían entre la lejana voz del presidente valiente que se enlodaba las botas y se lavaba las manos para atender la crisis nacional, y las diminutas prendas de las voluminosas mujeres que acompañaban injurias e improperios en las portadas de los diarios más comprados. Había perdido todo brillo propio y era ahora un ritual permanente de purificación. ¡Y cuánta necesitaba! ¿Cuánta? No era suficiente un año, aún la sentía manchada por las palabras del productor de la serie. «Apología», pensaba todo el tiempo, «apología», la palabra le encogía el pecho por las noches, dificultando su respiración.

¿Que por qué no se deshizo de ese objeto, de esa trágica historia? No habría sido más fácil. No, no podría estar tranquilo si no pagaba él también su propia culpa. El ritual, por tanto, también era suyo, también pretendía alcanzar el perdón de un país que desconocía tanto sobre su traición como él mismo antes de aquel día. Por eso no cambió del todo, por eso no se ocultó y tan solo cambió la M de su nombre por una C, para seguir sonriendo. Odiaba tanto esa falsa sonrisa... pero era demasiado creíble, su rostro se había acostumbrado a esa expresión, la tenía estudiada a detalle y le salía tan natural fingirla que a veces él mismo se creía esa felicidad, esa «falacidad», pero todo se terminaba al volver a casa y reencontrarse con el rojo intenso de la nariz roja.

Escuchó una explosión. Eran los últimos minutos del 31 de diciembre. Pensó que con suerte llegaría a Barranco, con sus nuevos amigos, para olvidarse de todo. Sabía que no podía huir para siempre, que algún día se descubriría la verdad sobre aquella serie de televisión, y si no era la justicia quien lo juzgara poniendo en duda su patriotismo, algún remanente de la saliente corrupción fujimorista o de la subversión se haría cargo. Ingresarían al cuarto cuando estuviera dormido, sigilosos como un avión de papel, y estrellarían contra su cráneo la primera bala de un arma silenciada. La única y la última para él. Así mueren los soplones, los traidores, los terrucos de mierda. Y a nadie le importará nada tras su muerte excepto el único pasado suyo que valió la pena, colgado sobre el cuadro de la virgen, vigilante. «Ha muerto el intérprete, el instrumento, mas no el personaje». Realmente era un chiste.

Ahora que lo piensa bien, quizá su amigo, el abogado, no sea de confianza, lo tiene al frente y le sonríe,  como es costumbre entre la gente «de sociedad». Tiene cara de cojudo, de traidor, lo vendería por algo de plata, vendería su secreto si lo supiera, igual la modelito, ella se iría de frente con su galán el tombo. Christian, Susan, María Isabel, Rodrigo, Carlitos, Romina... todos podían venderlo, dejarlo de lado si supieran la verdad detrás del personaje de nariz roja que al que les gusta llamar para cagarse de la risa. Muy complacido, él interpretaba una versión edulcorada de su personaje, con una nariz invisible, pero que para él tenía un color rojísimo que no podía ignorar. Pero ponte una pues. No, no, es que no tengo. ¿No te digo que es un huevón? Otra vez el abogado. Hoy también le pidieron el favor de hacerse el payaso, pero no aceptó. Estoy cansado. Ay, qué aguafiestas que eres, amiguito. Justo te había traído una nariz, para que recuerdes viejos tiempos. El abogado no le tiene compasión. Es un hijo de puta, apuesto a que también es un marica. Lo golpearía solo por eso, pero es influyente, conoce gente importante... Tal vez no fue buena la decisión de hundirme entre la gente de bien, tal vez... Siente palpitar su rostro, todo es azul, rosado, rojo intenso, pone la mano en su cuello y confirma que su presión ha caído. Las risas se hacen insoportables. ¿De qué se ríen? Se ríen de mí, de mi debilidad, especialmente el abogado, su mirada lo condena como si lo supiera todo. Debe escapar. Volverá a la soledad de su habitación una vez que su respiración se normalice. Romina se acerca, le toca un hombro. ¡Suéltame! ¿Qué te pasa? Nada, déjame, estoy bien. En su mirada hay miedo y rencor, no les perdonará nada, son todos ellos unos traidores. Cuando llegue a casa... Cuando llegue... tomaré la nariz roja de encima del cuadro y volveré a verlos, pronto, muy pronto, antes de que ustedes me acorralen a mí.
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Y ahí... ¿termina ahí la historia de este claun? Quizá sí, quizá no... pero de que hay tercera parte, parece que habrá.

jueves, 28 de julio de 2016

Una historia negra (de nariz roja)

Justo en el último día de la universidad,  la facultad fue visitada por el productor de una serie conocida de los Noventas: Pataclaun. Lo que contaría a los tres gatos asistentes, porque literalmente eran tres, mi amigo, el organizador y una bailarina de ballet de la escuela de Danza, sería espeluznante. Al punto que me hizo escribir una crónica. Algo como esto:


¿Sabían que Pataclaun fue una metáfora del conflicto armado interno? ¿Del terrorismo? Nos había preguntado a boca’ejarro un amigo de la universidad mientras almorzábamos en el patio de Letras. Regresábamos de unas vacaciones extenuantes y aquello era lo último que queríamos escuchar. ¿Sabían que un productor le dijo al elenco en pleno que su obra era una metáfora de Sendero? Gonzalete trastabilló, reculó y dijo, no, no: él representaba al Presidente Gonzalo, a Abimael. Queca, por su parte, a ¿Augusta la Torre o a Elena Iparraguirre? ¿Y Tony?, le pregunté, timorato. A Víctor Polay Campos. Los tres actores quedaron alelados con la confesión del productor. Y decidieron renunciar.  Lo dijeron casi al unísono. Pero había algo en la cláusulas pequeñas de sus contratos que aquel productor les leyó en voz alta: «Aceptamos ser apologistas de la lucha armada y del Luminoso Sendero de Mariátegui», que efectivamente al posar una lupa en ellas así rezaba. Sudaron frío: eran apologistas. Se miraron entre ellos. No había marcha atrás. Filmamos mañana, chicos.
¿Y Machín, Wendy y Monchi?, le preguntamos a nuestro amigo conspirador. ¿Qué no la sacan? El lado opuesto del terrorismo, pues, el que se hizo desde el Estados. Nos miramos estupefactos. Tenía sentido. Alberto, Susana y Keiko: la familia Fujimori. La familia principal de la serie.

domingo, 24 de julio de 2016

CAÍN: La máscara de auqui - Cap. 2.2

Bien, bien, esta vez no me hice esperar (?) mucho, aquí va lo que faltaba del segundo capítulo. No tengo mucho que decir hoy, así que solo los dejo leer.


.+.+.+.+.+.+. CAÍN: La máscara de auqui - Capítulo 2.2.+.+.+.+.+.+.

Don Juan era como un abuelo desde que éste murió. Le gustaba sentarse a la puerta de su casa y saludar enérgicamente a todo el que pasara cerca. A veces, Damián se sentaba a su lado y el anciano le contaba historias sobre el pueblo y también sobre los hombres de antiguo que habitaron el mundo, historias que le habían contado a él cuando era un niño. Ese día, el viento les trajo un papel, don Juan lo recogió y le enseñó a armar un barco. ¿Flota, don Juan?, sí, le dijo. Salió corriendo entusiasmado a la acequia, lo puso en el agua y flotó. En el reflejo, notó que del otro lado, y lamiéndose una pata, era observado por el zorro blanco. Una risa burlona se acercó a su oído, pero no había nadie allí además de él y el zorro.

Un escalofrío le recorrió la espalda y cuando pensaba en moverse escuchó un conteo. Huk, dijo. Estaba completamente tieso. Iskai, perdió fuerza en las piernas, las sintió heladas, adormecidas como si fueran de arena. Kimsa, se disolvió su voz, tembló su mandíbula. Sintió que caía y un impulso lo hizo poner las manos al frente para no lastimarse, cerró los ojos y encogió lo que aún respondía de su cuerpo. Tawa, quedó suspendido en el aire, sobre el agua. Una fuerza lo obligó a abrir los ojos y alzar la cabeza. Allí, delante, el zorro blanco no le apartaba la vista. «No huyas», dijo, «quiero mostrarte algo». Volvió a tener el control de su cuerpo y fue devuelto al suelo. Desde allí, vio las sandalias de un hombre pasar muy cerca. El zorro rió y lo señaló con el hocico, como diciendo que lo siguiera. Iba en dirección a la casa del chamán.

No parecía ser del pueblo, pero aquel hombre caminaba sobre su propia tierra, daba pasos seguros aunque su figura parecía más bien desanimada. Se detuvo en la puerta y giró la cabeza hacia el niño. No puede verte, aseguró el zorro blanco. Entonces advirtió que no tenía sombra. Asustado, el niño buscó la suya bajo sus pies, el zorro rió.

El hombre ingresó a la casa y ellos lo siguieron. Ya no era el lugar en el que jugaba, su aspecto era más ordenado y había una velita encendida en el altar. El hombre se sentó a la mesa y una mujer salió de las habitaciones del fondo.

– Llegastes, Julián, ¿por qué tanto te has demorado?

El hombre en la mesa era Julián Mallqui, taciturno, seguía a su mujer con los ojos bien abiertos, como si se tratara de una aparición. Ella le servía una taza de leche mientras le decía cosas sobre el pueblo y lo mal que les estaba haciendo el maestro albañil Edilberto Cáceres con sus desafortunados comentarios. Nadie le hace caso a él, pensaba, saben que les guarda un rencor injustificado. No había sido su culpa que muriera su hijo. Julián hizo lo que pudo para salvarlo.

– Ay, mi Julián...

Los ojos de Mallqui eran insufribles y, aunque nada de lo que su mujer le decía tenía algo que ver con su ánimo, no se atrevía a responderle o rectificar. Las palabras se le habían quedado en el camino, en la puna, tal vez, en las flores de cantuta o en la laguna que formaron las últimas lluvias. Solo cuando ambas miradas se encontraron nuevamente la mujer comprendió la necesidad de esas palabras.
Nos tenemos que ir, dijo por fin. ¿A dónde nos vamos a ir, pues?, acá estamos bien, siempre estuvimos bien aquí, cerca de la acequia, cultivando tomates y hierbas en la chacrita, Julián, ¿a dónde?

Cuando la mujer volvió a la habitación de la que había salido, tocaron la puerta. Mallqui se levantó abruptamente, tirando al piso la taza de leche. El zorro se acercó al charco y Damián observó intrigado cómo dos pequeñas sombras se reflejaban en su superficie. Entonces el chamán abrió la puerta y una densa neblina ingresó a la casa, tan densa que parecía disolverlo todo, excepto las sombras en el charco, que se hacían más nítidas. Cuando la neblina pasó, no había rastro de la casa ni del pueblo, estaba frente a una pequeña laguna, solo, pues había perdido de vista al zorro hablador.
Las sombras en la laguna eran el reflejo de dos hombres. Uno de ellos era Mallqui, pero desconocía al otro. Llevaba ropas extrañas, como hechas con retazos de muchas ropas distintas. Se le ocurrió que podrían ser las de toda la gente del pueblo. Creía ver en esa multitud la camisa azul de su padre, los guantes de don Edilberto, la chompa de doña Teresa, el polo nuevo que trajo Antonio de Lima la última vez que se fue, el poncho de don Juan... Y en el rostro una máscara de auqui con una gran barba blanca. Mallqui extendió una tela, se sentaron frente a frente y comenzó a echar las hojas de coca. Las dejaba caer una tras otra con mucha ceremoniosidad, afligido, observando su ligera trayectoria en el aire, como si hacerlo pudiera cambiar el destino.

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Bueno, eso fue todo. Espero terminar lo que sigue en unos días. Saludos.

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viernes, 22 de julio de 2016

Cristiano Amor V

Cristiano Amor


V
El cáncer de su madre había sido algo que Cristiano ni se lo esperaba. Mi madre trabajaría hasta cumplir los 70 entonces se podría jubilar para hacer su negocio de postres. Era lo que ella esperaba. A mí no me importaba. El contacto que tenía con ella era mínimo. Era como si yo huía de ella. La evitaba. Yo me enteré de lo suyo cuando una enfermera me llamó: su madre ha entrado en coma, por favor venga. ¿Ah? ¿Coma? ¿La vieja? Imposible, ella era fuerte como un roble... Jamás la noté mal. Es decir, estaba más delgada. Es decir, pude ver su cráneo, vislumbrarlo, nítido, en mi cumpleaños. Oye, vieja, come más, pues. Ella río. ¿Era eso una lágrima en sus ojos? En todas las fotos salía llorosa. A la semana. Menos. Coma. La vieja se moría. ¿Me necesitan para donar sangre? ¿Coma de qué? La ¿enfermera, secretaria, dependienta? del hospital hizo una pausa. ¿Ah? Venga lo más pronto posible al Hospital del Empleado y pregunte por su madre. Colgó. Tenía un cáncer vesicular grado IV que ya comprometían a las vías biliares. Se lo habían detectado hacía 10 meses. ¿Su expectativa de vida? Tan solo de 6 meses. Es un milagro que su madre haya durado tanto. Mi cumpleaños había sido hace unas semanas, doctor... Quizá quiso verlo, entonces, joven. Cristiano maldijo a Dios con toda su alma, al cuerpo interne de su madre y se dijo que nunca, jamás, volvería a creer en la casualidad. Huevón, eso no era de Dios sino del diablo de mi padre que me hacía una pasada odiosa. Ese huevón. ¿Hasta los criminales tenían epifanías como esta? ¿Lloraste cuando tu madre se enterró? No fui. Me robé su cadáver a las pocas semanas. Aún tenían color sus labios, su rostro gélido no apestaba y besé sus mejillas repetidamente. ¿Era demasiado pronto para sacarla? Quería ver la verdad. Llamé a Pedrito. Él tenía conocidos en la morgue. Fue fácil ingresarla. Tengo sus huesos en mi departamento. Su ataúd está vacío en el cementerio. Ella me acompaña, huevón. ¿Qué edad tenías, Cristiano? 23 años. ¿Y tu madre? 63. So Young