jueves, 28 de julio de 2016

Una historia negra (de nariz roja)

Justo en el último día de la universidad,  la facultad fue visitada por el productor de una serie conocida de los Noventas: Pataclaun. Lo que contaría a los tres gatos asistentes, porque literalmente eran tres, mi amigo, el organizador y una bailarina de ballet de la escuela de Danza, sería espeluznante. Al punto que me hizo escribir una crónica. Algo como esto:


¿Sabían que Pataclaun fue una metáfora del conflicto armado interno? ¿Del terrorismo? Nos había preguntado a boca’ejarro un amigo de la universidad mientras almorzábamos en el patio de Letras. Regresábamos de unas vacaciones extenuantes y aquello era lo último que queríamos escuchar. ¿Sabían que un productor le dijo al elenco en pleno que su obra era una metáfora de Sendero? Gonzalete trastabilló, reculó y dijo, no, no: él representaba al Presidente Gonzalo, a Abimael. Queca, por su parte, a ¿Augusta la Torre o a Elena Iparraguirre? ¿Y Tony?, le pregunté, timorato. A Víctor Polay Campos. Los tres actores quedaron alelados con la confesión del productor. Y decidieron renunciar.  Lo dijeron casi al unísono. Pero había algo en la cláusulas pequeñas de sus contratos que aquel productor les leyó en voz alta: «Aceptamos ser apologistas de la lucha armada y del Luminoso Sendero de Mariátegui», que efectivamente al posar una lupa en ellas así rezaba. Sudaron frío: eran apologistas. Se miraron entre ellos. No había marcha atrás. Filmamos mañana, chicos.
¿Y Machín, Wendy y Monchi?, le preguntamos a nuestro amigo conspirador. ¿Qué no la sacan? El lado opuesto del terrorismo, pues, el que se hizo desde el Estados. Nos miramos estupefactos. Tenía sentido. Alberto, Susana y Keiko: la familia Fujimori. La familia principal de la serie.

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