Cursivas: Diario impopular.

¡Hola! ¡Paul está de regreso! Vuelvo a empezar el proyecto de "Cursivas" en Errror de Imprenta. Una historia ligera, juvenil. Eso es todo lo que diré por ahora.


Cursivas - Diario Impopular

Queridas Cursivas:

Hoy inicia un nuevo comienzo. He decidido dejarlo todo y a todos. No es que los odie ni mucho menos, pero este viaje es solitario y  nadie puede acompañarme en él. El mundo se distorsiona y las letras, los colores, los sabores, las emociones y las canciones son distintas. Los rostros  se han deformado, creando seres grotescos que no puedo reconocer. Escucho sus voces, su tono intenta ser amable, condescendiente, mas no les hago caso. Ya no puedo hacerlo, no hay vuelta atrás. He recreado el lugar en el cual vivía, lo he convertido en algo con lo  cual ya no tendré ningún cariño. ¡Ya no más!


Por cierto, si es que alguien está leyendo estas líneas (aunque lo dudo, ya que no dejaré que nadie lea este cuaderno, pero cualquier cosa puede pasar), “Cursivas” no es un diario. Es un cuaderno de pensamientos libres y sueltos. Se puede hacer y escribir cualquier cosa, en cualquier momento. Así que en vez de estar  husmeando en los objetos ajenos, ¡consíguete tu propia “cursivas”!

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Durante varias semanas, Shaun había notado un cambio muy  particular entre sus compañeros de clase. Todo empezó cuando el profesor de Psicología, que también era su tutor, les invitó a que escribieran un diario.  El tema no surgió de la nada. Todo empezó cuando él hablaba acerca de la importancia de conocerse a sí mismo, de saber lo que uno siente y piensa, ya que la adolescencia es una etapa con cambios, con emociones cambiantes,  sensaciones nuevas y cambios físicos.

Los jóvenes estaban tan cansados de la típica charla que el aula se inundó de un sopor  evidente,  incluso el profesor empezó a bostezar.  El profesor detuvo su discurso para regañar a varios alumnos que empezaron a arrancar hojas de su cuaderno y convertirlas en bolas de papel. Cuando el maestro se disponía a reanudar su charla, una alumna levantó el brazo e hizo una pregunta que parecía fuera de lugar.

- ¿Qué es un diario? – preguntó con un poco de vergüenza.

Un par de alumnos empezaron a reírse, ya que sentían que la pregunta era demasiado ridícula y obvia. Sus risas se apagaron al percatarse que nadie más aparte de ellos lo estaba haciendo. Luego de unos segundos de silencio, el  maestro suspiró.  Tomó el plumón acrílico y escribió dos palabras: “Vida diaria”. Les explicó de manera breve que el diario era un cuaderno exclusivo para escribir los acontecimientos que ocurrían en su vida diaria, nada más. No importaba la cantidad de hojas escritas, la caligrafía y la ortografía, lo importante era escribir un poco de su día en ella. Inclusive se podía dejar algunos días sin escribir. Todo eso dependiendo del escritor. Al final, aprovechó para conectar el tema que había estado hablando al principio con el  de los diarios. La charla se convirtió en un debate que duró el resto de las horas que le correspondía al profesor. Incluso después de tocar  el timbre del recreo, la mayoría de alumnos aún discutían entre sí sobre los diarios.

Al día siguiente, varias alumnas empezaron a traer a la escuela cuadernos muy coloridos, con  imágenes de algún cantante pop actual. Ellas juntaban sus carpetas y compartían sus diarios en un acto de confianza. En algún momento, una de ellas soltaba una risita que era aplacada por la propietaria del cuaderno. Luego, otra de ella no pudo aguantar más y leyó algunas líneas del diario de una tercera. Esto hizo que el aula entera comenzara a tomar  un  interés más profundo hacia  los diarios, y no como la conversación interesante de un día.

No tardó mucho tiempo para que los diarios se pusieran de moda en el colegio. La moda fue tal, que los vendedores ambulantes que esperaban a sus jóvenes clientes a la salida, empezaran a vender cuadernos con tapas aún más llamativas, con una correa y un minúsculo candado que impedía la lectura no autorizada.  Ese nuevo modelo de diario captó la atención de la clientela femenina y los diarios tomaron tanta fuerza, que algunos chicos también se animaron por conseguir uno.

A diferencia de las chicas, los hombres no escribían su vida diaria, sino que a veces escribían chistes o algunas cosas que escuchaban por allí. Otros colocaban trucos de algunos juegos o hacían toda clase de actividades no tan relacionadas con el asunto del diario. Aun así, el tema del diario influyó tanto en el alumnado, que no tener uno significaba el aislamiento social.  Es por ello que los más pobres, buscaban algún cuaderno de un curso del año pasado, les quitaban las hojas usadas, les quitaban el forrado y colocaban con lo que podían las palabras “Diario”. Uno de ellos se entusiasmó tanto, que escribió 8 hojas, contando las cosas que había hecho una semana antes, para así decir que ya había tenido un diario desde antes que le hubiesen preguntado pero por falta de memoria, lo había olvidado.

Shaun había visto esta moda con molestia, incluso con indignación. Para él, escribir era un don único del cual sólo los mejores, los más hábiles y dotados en el arte de la literatura podían plasmar sus ideas. El resto de personas que osara manchar el nombre de las letras escribiendo cualquier otra cosa, merecía ser colocado en el cepo, en la horca, en la silla eléctrica o en algún otro método de ejecución.

Al principio, Shaun se había salvado de las preguntas inquisitivas por parte de sus compañeros de salón –ya que el fenómeno “Diario” se había originado en su clase, 3ro “C”- , pero ya no pudo pasar desapercibido cuando la moda se esparció por todo el colegio. Sus amigos le decían que tener un diario era lo mejor, que por qué no te consigues uno, Juanito usó el cuaderno de arte del año pasado y nadie le ha dicho nada, tu familia trabaja en una imprenta, de seguro que tu viejo te puede hacer un diario bien chévere, por qué no le dices que nos haga uno a nosotros, ya pe’, dile a tu viejo que nos cobre barato, oye, para mañana no te olvides.


El tema del diario se volvió cada vez más frecuente, tanto que el propio Shaun se enojó y les dejó bien en claro que no se prestaba para esa clase de modas y que detestaba todo lo relacionado con los diarios. Sus amigos guardaron silencio y no le volvieron a tocar el tema. Está actitud causó que Shaun fuese aislado del grupo por todo aquel año. Nadie en el salón le volvió a hablar, incluso cuando la moda de los diarios desapareció. Incluso cuando las memorias quedaron olvidadas en un rincón, escondido entre otros libros, debajo de la almohada, detrás de la mesa de noche,  en la casa de algún primo, usados como bloc. No le hablaron cuando tuvieron que realizar un trabajo de grupo y les faltaba una persona, ni cuando se realizó una colecta para entregarle un regalo al tutor por su cumpleaños, ni cuando fueron de paseo a las afueras de la ciudad, ni cuando nadie hizo la tarea, ni cuando acabaron las clases, ni cuando se reunieron en vacaciones para saber cómo les había ido y tampoco cuando empezó el nuevo año escolar y la mayoría de ellos volvían a ser compañeros de salón. Shaun quedó marcado como el antisocial del grupo, pese a que él nunca volvió a tener una actitud negativa.

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¡Malditos diarios!

Shaun cambió de personalidad .Se volvió más huraño, más distante, más frívolo, más insensible, más silencioso, más solitario. Pasaba todo el día leyendo cualquiera de los libros que encontraba en casa. Desde libros de cocina, libros de informática, libros de matemática, libros de historia, revistas, folletos, periódicos e incluso leyó la Biblia, el Corán, el Libro del Mormón,  hasta unos cuantos libros que le regalaron unos Testigos de Jehová.  Cuando no leía, ayudaba a sus padres en algún quehacer o recado. Y cuando terminaba de hacerlo, retomaba sus lecturas diarias. Los días pasaban y el nuevo año escolar le pareció igual de tedioso que el anterior.

Agradecía a los diarios por haberlo alejado del resto.  Al final de cuentas,  estar solo le producía una sensación más satisfactoria, un nuevo ritmo a su alma, una libertad recuperada, como el animal que es soltado de su cautiverio y llevado a su lugar de origen, la selva, el aroma de lo natural, fresco, puro, único.  Y pese a todo, algo faltaba. No podía entender por qué a veces miraba con un poco de melancolía aquella prisión a la que llamaba “sociedad”. ¿Acaso los extrañaba? ¿No eran sus conversaciones de lo más superficiales? Cosas como: Ayer me comí un pollo a la brasa con mi familia, estuvo muy rico, vi a Juanito conversando con Pedrita en el parque, estaban tan juntitos, que ya parecían novios, hoy juegan la final, ¡la final!, hay que ir a la playa mañana,  habla, ¿te apuntas?.  Nadie le hablaba ni de libros ni de historias. A veces le hablaban de alguna película que por coincidencia, era la adaptación de una novela que Shaun había leído. La conversación tomaba un nuevo color,  hasta que llegaba alguien más y le preguntaba si había visto en las noticias al perro que interpretaba una canción de Michael Jackson con sus aullidos.

Dicen que los genes influyen en el comportamiento de las personas, los hijos en algún momento mostrarán comportamiento, actitudes e incluso puntos de vista similares a sus progenitores. Y, como si se tratara de un fino hilo que los unía, Shaun terminó convirtiéndose en la copia exacta de su padre a la misma edad, 14 años. La primera que notó este cambio  fue su madre.

Su madre le contaba con mucha alegría que conoció a Enrique en una librería. Al principio ella creía que él estaba dando una ojeada a un libro, pero al acercarse más, se percató que revisaba las hojas, las estiraba un poco, pasaba la hoja y repetía el proceso. Al finalizar, lo cerraba, miraba el empastado y lo dejaba en su sitio. Se enamoró  a primera vista.  A partir de allí, ella adquirió  una atracción, una sensualidad nueva hacia los libros. Todos los días iba al mismo sitio, a observarlo, pero la timidez la cegaba, haciéndole coger el libro más cercano y empezar a leerlo. Al no conversar con él, ni siquiera saludarse, ella empezó  a reflejar  todas esas  emociones que empezó a sentir por Enrique en los libros, creando una fascinación mayor por la literatura. El género no importaba, siempre Enrique era el protagonista, el bueno, el que salvaba la situación. A veces, las historias no eran tan felices y el personaje con el cual Enrique era relacionado, sufría alguna tragedia, lo que la exaltaba. No faltó mucho tiempo para que  Mónica, la madre de Shaun, se convirtiera en la silenciosa compañera de las tardes después del colegio.

Shaun escuchaba eso sin emoción, ya que su padre ahora era distinto. Todas las mañanas se despierta  temprano y en silencio inicia con sus labores. Besa a su esposa aún dormida, se asea, toma las llaves de la mesa de noche y  se dirige al último piso a alimentar a Carmelo. Es un  gallo que compró desde muy pequeño y que cuida todos los días como su luchador estrella, a pesar que  jamás ha pisado una arena de pelea, usado navajas o picoteado a otro gallo. Mientras le va colocando el alimento en el dispensador, le canta una canción o le recita un poema, a lo cual el gallo le contesta batiendo sus alas o soltando su cantar matutino.  Al terminar con el ave, Enrique desciende hacia la segunda planta, donde se encuentran  algunos materiales que usan para la imprenta. Revisaba el lugar y verificaba que los roedores y las polillas no estuviesen husmeando, no se confiaba con las medidas preventivas que siempre tomaba.  Al ver que todo estaba listo, cierra el almacén con llave  y cerrojo, esta vez sube  al tercer piso, en el cual vive la familia, toma un libro cualquiera y  lo lee  hasta que su esposa llamara a la familia para tomar desayuno. Y todo esto lo hace sin soltar suspiros o molestarse, a veces incluso silbando.

Shaun siempre creyó que su padre era un adicto al trabajo, un esclavo del capitalismo que trata de ocultar su opresión con una sonrisa falsa, para así hacer más llevadera  su tortura.  Ahora, recordando la historia de madre y otras situaciones más que ella le había contado, lo miraba diferente: ¿Acaso era el rostro de una persona que trabajaba en lo que le gustaba? ¿Cómo logró encontrarlo? No quería preguntárselo a su padre, deseaba resolver esto solo.  Y mientras pensaba en ello, empezó a buscar coincidencias, pistas, razones, recuerdos y sazones que lo guiaran en la búsqueda de la verdad, de su verdad.  Continuó avanzando por la rutina de su padre: Luego de ir a desayunar, iría a cambiarse y buscar su ropa de trabajo. Descendería al primer piso, no sin antes llevar el libro que se encontraba leyendo en la mañana y se despedía con otro beso para su esposa y un golpecito  en el hombro para su hijo.  Ya en el primer piso, encendía todas las máquinas que se encargarían de la labor y  dirigía su vista hacia el reloj,  muy probable serían las 8 de la mañana,   lo que indicaba algunos minutos más  para que sus ayudantes  llegaran.  En vez de arruinar  tan temprano su  día, decidía empezar con las labores él solo e iniciaba con la impresión de los folletos y revistas que habían quedado por terminar  el día anterior.  Ya a las 8 más treinta, empezaba a llegar Pedro, un hombre bajo, algo panzón y con la mirada  hundida. A diferencia de su padre, Pedro no es muy entusiasta para el trabajo, pero le agrada tener a un jefe tan comprensivo y es por eso que puede llevar todo con calma. Al rato llegaban los hermanos Jimenez, brazos fuertes del grupo. Ellos se encargaban de la labor más pesada del trabajo, cosa que no les causaba ninguna dificultad. Levantaban paquetes enormes de papel con sus propias manos y llevaban los encargos a los clientes grandes. Una vez, Shaun tuvo que reemplazar a uno de los Jimenez porque había surgido una emergencia y al día siguiente terminó tan cansando, que se quedó en cama hasta el mediodía.  Más tarde, casi a las nueve, llegaba Andrea, recepcionista y  diseñadora gráfica suplente.  Una chica con muchísimo atractivo físico  que ella “desaprovechaba” al vestirse con ropa sobria y poco llamativa.

El diseñador oficial era un cargo que estaba bajo constante reemplazo. La mayoría de los jóvenes no ven con buenos ojos a la humilde imprenta del señor Enrique y emplean el lugar como un trampolín para adquirir experiencia y conseguir trabajos mejor remunerados.

Las labores en la imprenta se inician de manera oficial a las 9 a.m. A esa hora se abren las puertas y se inicia la atención al público. El área de recepción ocupa una cuarta parte de  todo el primer piso.  Sillas de plástico colocadas alrededor de las paredes y en el centro, una mesa con muchos de los trabajos elaborados por la empresa se encuentran perfectamente colocados, uno al lado de otro. Las paredes también tienen  afiches o gigantografías de muestra para guiar al cliente sobre lo que deseaba escoger. La sala de recepción termina con una pared hecha de drywall color azul, hecha especialmente para que el cliente pueda ver los trabajos de la empresa sin tener que entrar al área de los diseñadores.  También tenía una pequeña puerta al lado derecho, en caso Andrea tuviera que salir. Y al lado derecho hay otra puerta, que se encuentra  cerrada, pero se puede entender  que allí se encuentra  el equipo del trabajo.

Shaun reflexionaba que una de las ventajas su hogar era que se ubicaba en una esquina, así que el primer piso tiene tres entradas distintas: La de la recepción que da a la avenida, una segunda puerta, enrejada, en el cual podían observarse las máquinas y a las personas trabajando, y la tercera que llevaba directamente al resto de pisos. También se acordó de la escalera que hay en el primer piso y que conecta estos dos, y fue allí donde se dio cuenta que había divagado y había perdido el rumbo de lo que quería hacer. Tomando el desayuno con prisa y aprovechando que hoy era sábado,  ayudaría a su padre en el trabajo.

Buscó a su padre en el primer piso, saludó al resto de trabajadores que respondieron mientras continuaban con lo suyo y al no encontrarlo, salió con rumbo a la recepción. “Ha salido, pero te ha dejado un recado con Andrea”, le dijo uno de los hermanos Jimenez mientras cargaba un paquete de afiches y los colocaba en una mesa cercana. Al escuchar eso, el joven salió hacia la recepción y pudo notar que Andrea atendía a un cliente.

- Disculpe un momentito – se excusó la joven mujer- ¡Shaun! ¡Shaun! Tu padre me dijo que fueras a la librería de tu abuelo y le llevaras un paquete, pequeño nomás. Anda, porfa, yo no puedo ir. Disculpa.

Andrea pidió permiso a su cliente, entró su área de trabajo y le entregó un paquete forrado. Por la forma que tenían, de seguro que eran algunos cuadernos o diarios que el abuelo le pidió hacer a su padre. Daba igual, recibió el encargo y luego tomó dirección rumbo la casa de sus abuelos, la cual no quedaba muy lejos.

“A dónde habrá ido. De seguro que a ver a un cliente o algo así. Él no es de salir mucho”.  Shaun aún seguía sin encontrar la respuesta a su duda, no la hallaba en ninguna de las actitudes actuales de su padre. Todo dirigía hacia una dirección: el matrimonio. ¿Tendría que encontrar una chica como él, o al menos una que le interesen los cuentos o las historias para poder llenar el espacio faltante en su corazón? La idea sonaba bastante romántica y él romanticismo no era tanto su tipo de literatura predilecta.  La descartó, pensando que había algo que estaba obviando, algo que inclusive su madre no sabía. “Sí, de seguro que es algo relacionado con otra cosa”, concluyó al percatarse que ya se encontraba al frente de la librería.

La librería del abuelo lleva funcionando por más de 30 años, cosa que puede notarse al apenas llegar allí por la edificación, los muebles e incluso afiches muy antiguos. El lugar es pequeño y acogedor: los productos colocados estratégicamente al lado de las paredes,  una estantería al fondo y donde también se encontraba la mesa donde se atienden los pedidos y se realizan los pagos y justo en el centro,  la atracción principal, los libros usados. Estos libros poseían una característica especial, el empastado.  Al entrar, la gente cree que son libros nuevos, y se dan cuenta de su error al ver el letrero que dice claramente “Libros usados a precios cómodos, preguntar por el precio”.  Los clientes tenían la libertad de tomar un libro e incluso leerlo por un rato, bajo la mirada vigilante del propietario que suele permanecer en su sillón, inmutable. Y es la calidad del empastado y de la conservación de los textos,  lo cual lo convierte en lugar de concurrencia para lectores ávidos, exigentes y economizadores.

Shaun tomó un libro y recordó la historia de su madre y su padre. Por un segundo buscó a alguna chica que lo estuviese mirando, y al ver que no había nadie, soltó una carcajada, y empezó con la revisión.  Empezó a mirar las hojas,  las letras, deslizó sus hojas con rapidez, tocó el empastado con mucha familiaridad y dejó el libro en su sitio.

- Juan, tu padre tardó siete años en percatarse del amor que sentía tu madre hacia él – una voz ronca que provenía del fondo pudo oírse.

Shaun sabía quién era y porqué le había dicho aquello.

- Soy Shaun, Abuelo, Shaun.  Y buenos días. – respondió a su abuelo mientras se acercaba a él.

- ¡Qué más da! Tú eres Juan para mí, y se cierra el asunto. – el abuelo miró a su nieto que ya se había aproximado lo suficiente para saludarlo. Shaun le estrechó la mano, pero el abuelo le golpeó el hombro con toda la fuerza que su edad le permitía.

- Abuelo, yo… - el chico guardó silencio por un rato-… yo le traigo un encargo por parte de mi padre.

- ¿Ah? ¡Ah, el encargo!  - el abuelo  se tocó la sien con sus dedos - Claro, claro, el encargo. Sí, sí, dámelo hijo, por favor. Y no te vayas, quiero que veas qué es.

Shaun entregó el paquete a su abuelo. El anciano tomó el paquete, revisó las envolturas y luego lo abrió por uno de los pliegos y mostró su contenido: dos cuadernos con un empastado muy grueso, letras doradas brillantes. El abuelo tomó el cuaderno que se encontraba encima, revisó el empastado, pasó las hojas con suavidad, lo cerró y repitió el proceso con el segundo cuaderno.  Al finalizar, le entregó uno de ellos, el de color azul eléctrico y le indicó que lo revisara.

Shaun no entendía nada al respecto. Su abuelo ya había hecho un excelente trabajo al revisarlo y creía que volverlo a hacer sería una pérdida de tiempo. Alejó ese pensamiento, ya que el anciano tiene muy poca paciencia y si le estaba pidiendo algo, por algún motivo será. Repitió el mismo proceso de revisión con ambos cuadernos y se los entregó.

El hombre se puso de pie, dejó el cuaderno rosado a un lado y golpeó el empaste del libro azul.

- Ya no hacen los cuadernos como antes, ¿verdad Juan?

- Sí, es verdad. – Habló Shaun-. Es para abaratar costos, para que la gente pueda tener una mayor accesibilidad a los libros. Sin embargo, el empastado simple maltrata las hojas e incluso éstas se doblan, dejándolo como un mamarracho, todo feo y nada estético. Bueno, aún hay librerías y otros lugares que fabrican libros con empastados gruesos, más que nada para demostrar ser de una calidad mejor, pero cuestan bastante. En el caso de los cuadernos, el cuaderno de cosido tradicional, usado en los 80 ha sido reemplazado por engrampado. De todas formas, hay empresas que venden cuadernos cosidos, para así evitar que las hojas puedan ser arrancadas fácilmente. Su precio también es distinto. Uf, abuelo, hay bastante de hablar sobre el tema, pero…

Shaun volvió a guardar silencio al oír la estrepitosa risa de su abuelo.

- ¡Empezaste a hablar de libros! ¡Y yo te hablé de cuadernos! – dijo con sorna

Shaun se percató del error y sonrió avergonzado.

- No te preocupes, hijo. Tu padre era igual. Siempre hablando de libros y más libros. Yo le dije una vez que escribiera un libro con tanta cosa que hablaba, pero me dijo que necesitaba nivel, que tendría que ir a una universidad para estudiar literatura y así mejorar su estilo, viajar a Francia, pasearse por las calles y compartir con las penurias del artista parisino, luego escribir sus obras en soledad, en enfermedad, luego volver a su tierra hecho un hombre de letras, publicar su libro, ganar concursos y eso. ¡No sabes lo que me reí aquel día!  Y fue una de las pocas veces que lo vi enojado.

- ¡Yo también reaccionaría igual! -  Shaun se sintió irritado.

- Calma, hijo –volvió a hablar el abuelo- , que el cuento sigue.  Aquel día, tu padre no me dirigió la palabra. Ni siquiera fue a cenar. Así que abrí la puerta de su cuarto y le dije: ¡Escribes un libro o te agarro a golpes, que no voy a aguantar una falta de respeto hacia tu familia!

- ¿Y qué pasó después?

- Ah, eso pregúntale a tu padre. – respondió el abuelo, finalmente. Y llévate este cuaderno, es para ti. Ya verás para qué lo usas.

El abuelo entregó el cuaderno empastado en las manos extendidas de Shaun, que no salía del asombro. “¿Mi padre escribió un libro? ¿Sobre qué? Nunca le he oído hablar de literatura, ni de nada parecido”.  Sin embargo, la pregunta más grande que tenía en mente era la siguiente: “¿Por qué el cuaderno tenía en la portada, con letras doradas la palabra “Cursivas”?

- Ya te dije, pregúntale a tu padre. Fue suya la idea. – como si le hubiera leído la mente, el abuelo le volvió a hablar. – Y apresúrate, que tienes algo que hacer en casa.

Shaun, aún desconcertado por el regalo, continuó con su camino, mirando de rato en rato el cuaderno que tenía en manos.

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Tuve que preguntarle a mi padre sobre por qué me había mandado a hacer ese encargo. Él respondió que quería ayudarme a despejar un rato y que escribir cualquier cosa sería buen ejercicio. Le pregunté sobre el nombre del cuaderno, Cursivas. El soltó un suspiro y luego me golpeó el hombro, como suele hacer y me dijo que el significado de Cursivas debía buscarlo yo mismo.

Así que, queridas cursivas, a partir de ahora nos veremos más a menudo. Espero que me acompañes.

Dulces sueños, Cursivas


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