El final de este mundo (Sobre Dr. Seuss)


 ¡Hoy les traemos algo muy especial! Y tal vez venga de una nave espacial. Aunque bien podría formar parte de marte, o venir de un agujero de gusano-asesino-come cerebros. Bien, no importa de dónde venga ni por qué. Es una ficción sobre un escritor infantil, Dr. Seuss, conocido por ser el creador de "Como el Grinch se robó la Navidad" y otras obras. Cabe destacar que esto es solo una ficción en memoria a su muerte.


El final de este mundo

 

Un calor dulce lo despertó.
— ¿Dónde estoy...? — dijo su pequeña voz, estaba un poco ronco, pero debía ser por haber dormido a la intemperie. Un largo valle se extendía por todo lo que su vista alcanzaba. Había pequeños lagos a lo largo del valle. Corrió sintiendo la fresca brisa, sintiendo sus piernas ligeras, su cuerpo era como si no existiera, como si flotara en este mundo colorido y esponjoso. Tropezó con una raíz que se partió en su pie, era una raíz blanquiroja, al igual que el árbol....
— ¡Es dulce! Woah... — Se soprendió arrancando pedazos del árbol blanquirojo. Parecía bastante sólido e imponente, ¡pero pensar que eran dulces! ¡Qué extraño era todo!
Sintió aquel calor dulce de nuevo pasar y pudo discernir el sabor, era miel. Y aquella pequeña ráfaga era una luciérnaga del tamaño de un pájaro. A la vez que volaba soltaba una estela color mostaza con sabor a miel. Vio como revoloteaba con tanta libertad y luego se juntaba con otras luciérnagas en un vuelo sincronizado que despedía un festival de colores. Estaba anonadado, no solo había luciérnagas de miel, también las había de vainilla y de fresa, y de cosas que ni siquiera sabía distinguir. Verlas todas juntas de esa forma era algo espectacular, con aquella luna que parecía sonreír tan llena de placidez.
Al llegar a uno de los pequeños lagos, descubrió en ellos unos peces rarísimos, capaces de salir del agua y volar. Se dio cuenta de que cada pequeño lago era de un color diferente, así, había uno de color marrón, ¡sabor a chocolate! Otro de miel y otro de mantecado. No se lo podía creer. ¿Cómo había llegado a este mundo tan irreal?
Vio entonces a un gato con sombrero caminar entre varios lagos, escogía cuidadosamente los peces y los asía, para luego darles un mordisco. El chico intentó hacerlo, pero se encontró muy poco hábil para ello. No demasiado convencido con la facilidad del gato, fue hacia él, pues quería probarlos también.
— ¡Oye!
— ¡Eh! ¡¿Qué haces aquí?!
— Ehm... ehm...

— ¡Ajá! ¡Eres un ladrón!
— ¡No! Solo... aparecí aquí...
— No, no, no, no... ¡Eres un ladrón y el Gato bien que lo sabe!
— ¡Que no!
— ¡Que sí! ¡El gato no te dará sus peces!
— ¡Pero quiero probarlos!
— Haberlo dicho antes, ten uno— dijo, pasando de su estado de exaltación con una facilidad incomprensible, y sonriéndole como si lo conociera de siempre.
— Gracias...— dijo el chico, y le dio una mordida al pez que le había dado—. Woah, sabe muy bien...
— ¡Eh! ¡Ladrón, me engañaste!— Le recriminó el gato.
— ¡No! Si tú me lo diste...
— ¿Verdad que saben bien?
— Ah, sí, de veras... ¡Oye!, ¿no me estabas culpando hace un segundo?
— ¿Yo? ¡Claro que no! Este gato es muy serio.
— Bueno..., pero sí lo hacías... — murmuró por bajo.
— ¿Quieres venir al pueblo de los Quién?
— ¿De quién es ese pueblo?
— ¡Hay muchos más árboles, y bayas y ovejas, y más y más dulces!— Le dijo mientras señalaba por una de las colinas—. Bueno... es obvio que el pueblo de los Quién es de los Quién, ¿de quién más podría ser?
— Claro...— El chico no entendía nada y poco podía hacer más que seguirlo, era de noche y no tenía a donde dormir, el gato se veía bueno. Era algo raro y muy excéntrico pero simpático.
Caminaron largo rato por camino sinuosos, agarrando y probando dulces. Había caramelos y chocolates en los árboles, había chicles en las flores y por cualquier lugar que veía todo era vivaz y colorido.
— ¿Cuándo llegaremos?— dijo el chico mientras se comía un chocolate.
— Pronto, pronto, ¡al pasar esta colina!
En un rato de caminata empezó a nevar, era una nieve bastante rica y refrescante, parecía ser que todo en aquel lugar era comestible. Colina abajo, tras un corto camino, se veía un pueblo que decía en grande en su entrada:
“Villa Quién”
En aquel lugar se cantaban villancicos aunque no fuera exactamente navidad, todos compartían y eran felices, en el medio de toda la fiesta había un sujeto verde y peludo con traje de Santa Claus. “¡Grinch, Grinch!” Gritaban todos cuando le hablaban con sonrisas y dulces en sus bocas, y, en sus manos, regalos y regalos que se intercambiaban entre ellos.
Un tren daba un recorrido por el pueblo sin necesidad de rieles, se elevaba con bastante facilidad y daba vueltas soprendentes. Por otro lado se veían niños que hacían hombres de nieve y se los comían entre todos. La felicidad prosperaba y todo era sonrisas.
— ¡Señor gato! ¿Es Villa Quién siempre así de feliz?
A pesar de que el Gato estaba por constestar, el Grinch, que estaba frente a ellos ahora, le contestó:
— ¡Claro que sí! Pero cuenta la leyenda que una vez un ser gruñón y egoísta se robó la navidad...
— ¡Eso es horrible!
— De verdad que sí. Pero este se dio cuenta de su error, vio que la navidad era un momento hermoso de compartir y felicidad, y así fue capaz de enmendar su error y recibir perdón.
— ¿Pero cómo lo pudieron perdonar? Robar la navidad, eso es horrible...
— Las personas de Villa Quién son bastante buenas y quieren lo mejor para todos— dijo con una sincera sonrisa el Grinch.
Tras esto, un gran temblor sacudió el pueblo. El tren volador perdió equilibrio y cayó. Los trineos cayeron y todos los hombres de nieve se deshicieron. La nieve de los árboles blanquirojos cayó, así como sus dulces. Las casas se derrumban y el tiempo se hacía turbio y algo tempestoso.
El pequeño niño vio como crecía en tamaño y como por encima de su boca y en su barbilla salían bigote y barba respectivamente. Sintió como los años pesaban y todo se volvía gris. Lo vio todo tras libros escritos y se vio a él mismo en cama, tosiendo y tosiendo.
Ya no estaba el Gato con sombrero, ni el Grinch, ni Villa Quién, ni ninguna de esas historias que alguna vez imaginó. Aunque le habría gustado que le acompañasen. Se veía bastante deprimente así, moribundo, viejo. Pero la imaginación lo era todo, y este último sueño le dibujaba una sonrisa en su cara.
— Los adultos no son más que niños obsoletos. No hay nada mejor que la imaginación— pensó, con la sonrisa plácida de un viejo que había dado su último respiro en un mundo irreal y colorido. Un mundo de fantasía que hizo más ameno el mundo real.

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