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lunes, 28 de septiembre de 2015

Caín: El Segundo Fruto Prohibido 2da Parte

La naturaleza humana, amiguitos, ¿qué es? ¿Un muffin disfrazado de dinosaurio intentando aterrorizarnos? Bien puede que lo sea. Bien puede que sea algo maleable como Majin Buu.  En fin, aquí está la segunda parte de este relato de no sé cuántas partes.


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Caín. El Segundo Fruto Prohibido 2da Parte

Este fuego que ves en mi mano, es tan solo una fracción de nuestro poder. Absalom.  Nosotros jamás les haríamos daños a nuestros amados humanos. Este fuego, es el fuego que los protegerá. Este fuego significa esperanza. ¿No ves como brilla en la oscuridad? ¿No te parece hermosa la forma en la que arde este fuego? Nosotros, Absalom, te podemos prestar parte de nuestro poder, porque así somos los ángeles de amables. Te ofrecemos un calor… humano, cándido ante la violencia del fuego natural. Confía en nosotros, oye nuestras palabras… Predicaremos la verdadera Fe de Dios. Y tú serás nuestro primer pastor. Sin preguntármelo dos veces, asentí y me acerqué a él, porque todo sugería que eso era lo que debía hacer. Mi mano se acercó al fuego y lo sentí crepitar y sentí mi mano arder. Me sentí engañado, pero el ardor,  la forma en la que quemaba… no era dolorosa. Lo fue en un primer instante, más pronto fue placentero.  Entonces el fuego estuvo en mis manos y en verdad vi que sus llamabas eran hermosas y bailaban de una forma extraña e hipnotizante.   Le di, entonces, mi mano derecha a Lucifer. Pero yo no le prestaba atención a mis acciones, solo al fuego. Se la di y sentí otro ardor, uno más preciso que parecía ir dibujando una forma, al final cuando dejó el tatuaje, la marca ardió mucho más de lo que había ardido al inicio e incluso más que el fuego. Perdí la concentración, caí al piso y grité, la oscuridad me absorbió y todos los ángeles desaparecieron tras el gruñir de la bestia y tuve miedo, me sentí desolado. Y la marca ardía tanto, la marca ardía tanto que no podía ni siquiera pensar en otra cosa que la marca.

¿Me sentía traicionado? Me hubiera gustado sentirme traicionado, pero tras el inexorable dolor vi unos ojos que brillaban en la oscuridad. Ojos de bestia. Oí el gruñido de nuevo. Me sentí rabioso, de alguna forma, sentí que el ardor que nacía en mi palma, ardor inhumano, emulaba la rabia de la bestia y le daba forma a mis pensamientos.

Sentí el fuego y me sentí sumamente cansado también. El gruñido se hizo inconsistente tras el avanzar de sus patas y el fuego entonces nació de mi mano. Este  no era un fuego dócil y cándido, este era avivado por ese dolor, por esa rabia, por la impotencia humana. Me sentí más humano que nunca, más débil que nunca ante lo horripilante de la bestia.  Y sin embargo allí estaba el fuego en mi palma, gigantesco, enorme e imposible y la bestia estaba frente a mí, ahora agazapada y temblando de miedo, su pelaje erizado. Mi humanidad no pudo contra el perdón que imploraba la bestia.  ¿Acaso se lo merecía? No. Claro que no. Era un ser que iba en contra del orden de las cosas.

Pensé, pero mi voz me ganó: Consúmete en el fuego,  imposible bestia.  Y el fuego se abalanzó hacia ella y la consumió y el fuego fue una vez más increíblemente cálido y hermoso de nuevo. Caí en un sueño profundo y soñé con el hermoso futuro que caería encima de nosotros los humanos.

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Al  día siguiente, al llegar a la aldea. Todos me miraban como si caminara un milagro entre ellos.

“¡Te creímos muerto, Ab!” 

En la oscuridad yacen cosas horribles, es cierto. 

“Esto es un verdadero milagro. Comentó otro”.

Todos se acercaban a mí y besaban mis mejillas y las mujeres intentaban limpiar mi cara, llena de mugre.  Yo apretaba mi mano, escondiendo la marca, y temía… no sabía qué sacar de todo lo experimentado. Si eran ángeles… verdaderos ángeles, si había un verdadero Dios. Si todo esto era real, la amabilidad humana, la bondad. Yo había quemado a esa criatura horrible, es verdad. Sus ojos, sin embargo, habían dejado de ser los de una bestia.  Parecía incluso mansa.

Recordé al terrible Caín. ¿Cómo podíamos ser los humanos buenos tras un pasado tan oscuro? ¿Había sido Adam un verdadero líder? ¿O solo otro  hipócrita? ¿Había matado él mismo a Caín? La muerte de un hijo por celos del altísimo…  Adam lo debía haber matado y si él había matado a su hijo. El primero de los primeros, ¿qué quedaba para nosotros? ¿Eran los ángeles que aparecían rara vez entre nosotros verdaderos portadores del mensaje?… no lo sé.

Lloré, y todos pronto entendieron que me sentía perdido y que todavía tenía miedo. ¿Qué podían saber mis coterráneos? Estaban en una oscuridad más terrorífica que la mía.

“El verdadero milagro”, dije entre sollozos, “es que hayamos podido resistir el terrible porvenir hasta ahora.

“¿Podremos más tarde?” Me cuestioné, pero mi voz me traicionó y todos se sintieron extrañados y atemorizados. 

“¡Basta de drama! No nos alimentaremos de eso. Hay que trabajar, todavía es temprano en la mañana.” La anciana que hacía de matriarca exclamó mientras agitaba su gran bastón. “Absalom,” dijo, una vez no hubo nadie sino yo, arrodillado, y ella, gigantesca en su pequeñez, “me has decepcionado. Esperaba más de ti. Los altísimos me habían comentado sobre tus aptitudes de líder, me habían dicho que nos harías orgullosos. ¿Y qué has hecho, qué ejemplo le das a los más jóvenes? Que está bien andar por ahí, por la noche, y que puede llegar uno sano y salvo…”  Hizo una pausa, como pensando lo que justo había dicho y preparando sus próximas palabras. La mueca de consternación se hizo visible antes de que dijera algo más.

Noté rabia… sentía el ambiente del pueblo como de sueño, como si no fuera real. Nada de esto, esta aura de seguridad, inocencia, incluso, podía existir en comparación a esa oscuridad. A ese miedo. Sin embargo, daba por seguro que no era el primero en experimentar la discordancia entre lo que se solía vivir en esta aldea y lo que era el mundo en realidad. Claro, había enfermedades. Uno que otro hombre había muerto presa de un depredador, pero estando juntos nos protegíamos y eso había bastado hasta ahora… hasta ahora…

“¿Qué pasará si todos los niños empiezan a salir por las noches? Si todos los hombres se van y nos abandonan, buscando quién sabe qué… Aventura, satisfacer la inmunda curiosidad que nos ha traído tantos males. Ellos nos enseñaron  lo que debíamos saber, nos dijeron lo vital y aún así, después de traicionarlos, nos tratan con ternura. Sus rostros son impenetrables, es verdad. Pero hay sin duda amor en ellos, ¿no lo sientes, hijo mío?” Su mano llena de arrugas y cayos, áspera, rozó mi rostro y vi que en sus ojos no había compasión, no había cariño; había sospecha, desconfianza. Me sentí asqueado, pero mi rostro estaba sucio de mugre, lágrimas y moco seco. El dudar de ella, en cierta forma, el sentirme asqueado de ella, era rechazar a lo que los ángeles querían. Recordé los ojos de los ángeles diurnos y en sus ojos, en el trato hacia nosotros, no encontré más que una profunda decepción. Un cansancio eterno y… un amor igual de eterno. 

“¿No estás herido?” Preguntó.

“No…” contesté. Su sospecha se avivó como nunca. 

“Tal vez es mejor que descanses por hoy, quién sabe lo que de verdad te haya sucedido.” 

“No. Trabajaré, lleva mucha razón abuela Jael” le dije por cariño, no compartía yo la sangre de Adán, como ella sí, por parte del difunto Seth. “¿Qué ejemplo doy a la gente si estando sano y tras un tonto desvarío obtengo descanso?” Ella sonrió y yo sonreí de vuelta.

Así pasó un día de ardua labor, había comentarios, preguntas y respuestas vagas de mi parte. En el descanso del medio día, me alejé de todos y comí una ración pequeña, intenté revivir el fuego en vano. Oí un escándalo después, mientras todos comían… El perro muerto. Tenían que haber encontrado sus huesos carbonizados.

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viernes, 11 de septiembre de 2015

Caín: El Segundo Fruto Prohibido



El pasado, amiguillos, cuando la humanidad daba sus primeros pasos y los demonios rondaban libremente por la tierra. Los humanos eran humanos y tenían miedo a lo incomprensible, y los ángeles eran ángeles, caídos, y veian a los humanos y los tentaban y... Esto es Caín, sin Caín. 


El Segundo Fruto Prohibido


Hay oscuridades más profundas que otras, palabras que dichas bajo ciertas condiciones podrían sentenciar la naturaleza de un ser a horribles castigos. Hay miradas insondables que no significan nada y risas maliciosas que tan solo sugieren macabra diversión. Hay quienes dicen que los ojos de un ángel poseen bondad y misericordia; que verlos te ablandan el alma y despiertan en ti la ternura.
La realidad es que cuando ves los ojos de un ángel, accedes a la ventana de la eternidad; entiendes que en sus largas caras no hay gentileza, porque su vejez no se nota en sus rostros y va más allá de la comprensión humana. Accedes, cuando atraviesas la ventana, a una crueldad que los humanos no pueden concebir, a verdades que no tienen sentido y a sermones  repetidos tanto que ya no sugieren nada.  Con los ángeles caídos es igual, tal vez sus mentiras sean más elocuentes y sus verdades más creíbles. Al fin, solo son justificaciones inútiles y ellos lo saben.
 
Al principio, cuando todavía creíamos que veníamos del barro y que el aliento de Dios conformaba nuestros espíritus, cuando éramos pocos y nos acurrucábamos los unos con los otros sin importar las diferencias, por miedo a lo que se encontraba afuera, en la oscuridad… por lo que nos habían dicho los ángeles, según palabras del Antiguo Adán. En sus largas pláticas solía hacer referencia a lo terrible de los demonios, a como nos engatusaban con sus palabras… que tuviéramos cuidado cuando él ya no estuviera. Decía que los brazos de los ángeles caídos nos rodearían, sonreirían y te sentirías a gusto con ellos,  nos ofrecerían la manzana. Un mordisco nada más, solía hacer énfasis en eso, y caes a la perdición… ¿y qué podemos hacer de todas formas? Nada. 
 
Al principio, le temía a la oscuridad, como todos. Le temía al vacío al que entrabas cuando estabas ahí, hay seres a los que no entiendes hasta que no ves con sus ojos lo que ellos ven.  Entré a la oscuridad porque escuché su voz y su voz era hermosa y aludía a Dios y a sus ángeles, a la música de sus querubines y lo vi, en medio de la oscuridad, como resplandeciente y era verdad. Era hermoso. No me cuestioné por qué un ángel se hallaba en la oscuridad. Lo vi y él me vio a mí, y me ofreció su mano y me dijo: ¿No tienes miedo? ¿Acaso no sabes que en la oscuridad se esconden las terribles verdades que los humanos no deben encontrar? Estaba aterrorizado, todo mi cuerpo temblaba, me había orinado sin darme cuenta.

Toma mi mano, dijo, tómala y no tendrás miedo. Estaba aterrorizado, preguntándome, ¿qué hago en medio de la oscuridad? ¿Es él en verdad un ángel? La duda estaba ahí, plantada en lo profundo de mi consciencia,  pero su sonrisa era hermosa. Tomé su mano porque me proporcionaba una seguridad más fuerte que la del fuego y porque pude ver que en la oscuridad solo habitaban las tinieblas y en ellas encontrabas voces nada agradables. Sugerencias catastróficas… imágenes que te llevaban a la locura. El resplandor del ángel, la sensación de amor que emitía el estar junto a él…

Y una duda. Una duda que no podía sacarme de mi corazón. ¿Qué es una duda ante la grandiosidad de un ángel? No es nada, es un distractor… ¿era mi corazón pecador? No lo sabía, las tinieblas me daban miedo y él estaba junto a mí y pronto hubo más ángeles y todos hablaban sobre el paraíso y parecían tan felices. 

¿No quieres aprender a defenderte contra el mal? Dijo uno y asentí, y sonreí de manera amplia y les dije lo bien que me sentía al estar junto a ellos. Todos reían y yo reía con ellos. Las risas callaron y los miré nuevamente. Lo que vi fue… confuso, sus sonrisas antes plácidas no me daban confianza, sus ojos parecían en cierto sentido vacíos… ¿o era su expresión? ¿Qué había en sus ojos? La forma en la que fruncían sus ceños, quizá, cuando sus rostros no eran amigables. Es difícil saberlo, porque los ángeles son preciosos no importa qué y si hay algo malo en lo que ves. Debes ser tú el equivocado, el terrible, el cruel y no ellos.

¿Cuál es tu nombre, humano? La voz de este ángel estaba llena de hastío, sonaba… no sonaba como los demás, había sinceridad en su voz y ésta sugería mi inferioridad infinita ante él. Ante mí se postraba un Dios que no era, un Dios que no podía ser. Era lo que sugería ante los otros ángeles, su soberbia era  una soberbia admisible y comprensible. Una barrera entre nosotros dos (y tal vez también entre sus camaradas) que no podía ser levantada. Me di cuenta de que era rodeado por todos y él era la cabeza. El líder. A su lado, se acostaba un perro, o lo que parecía ser un perro, tan deforme, tan horrido. La inefabilidad del terror estaba sujeta en esa criatura. 

La duda comenzaba a elaborar una pregunta. ¿Qué hacía algo tan horrible junto al más hermoso ángel que había visto jamás?

Absalom… Contesté y tembló mi voz y mi miedo fue tan claro como la oscuridad que nos rodeaba. Ese es mi nombre. 

Y ellos rieron. 

La paz es mi padre. ¿Es tu padre Dios? ¿No quieres conocer a Dios, Absalom? Tenía miedo, su voz era a la vez tranquilizadora e inquietante. 

Todo se iluminó, fuego salió de su mano y lo que parecían ángeles normales, brillando por su propia cuenta, se reveló como una plétora de seres… irreconocibles. Jamás un humano había visto algo semejante, estoy seguro… no… no lo puedo estar.  ¿Qué secretos guardaba Adam? ¿Era esto parte de los secretos llevados a su tumba?  

Lo que vi, no eran ángeles en todo el sentido de la palabra. Por supuesto, el líder era un ángel. Su sonrisa sugería maldad o asco… pero era un ángel y era hermoso. Gabriel, Miguel… se asomaban a las tribus humanas… nos hablaban de la bondad y ellos eran lo más hermoso que habíamos visto hasta entonces, pero este ¿ángel? Era más hermoso que ellos, se notaba cierta decadencia, su piel no tenía ese brillo pero incluso así podías imaginar lo hermoso que había sido y me dejaba sin palabras. La autoridad que emitía…. Y los demás… esos no eran ángeles o algunos parecían haberlo sido hacía muchísimo tiempo. Sus ropas eran harapos o estaban sucias y algunos tenían colmillos animalescos y otros tenían grandes y majestuosos cuernos… pero eran ángeles. O habían sido ángeles. 

Lucifer. Dijo, un gusto, Absalom. Y su sonrisa no pudo ser más sardónica ante mi sorpresa .  

Lo que acompañaba a Lucifer, no era un perro. Era una bestia, una mezcla de bestias… escalofriante.
Entonces, ¿asumo que no quieres aprender a defenderte de la oscuridad? Pero lo que sugería su voz era una pregunta a la que solo podías contestar con… 

C… claro, ¿q..q..qué me quieren enseñar?  

Una ciencia que va más allá de lo que su triste raza jamás podrá llegar a comprender.

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