Ariana: Capítulo 23

Aquí estoy, con el capítulo vigésimo tercero de Ariana a punto de ser presentado, con mi blog personal en reactivación y con una sensación extraña de tener cada vez menos que decir. Ariana está llegando a su fin. Sí, es algo que a mí también me cuesta un poco entender, pero así es. Pero no es que se acabe acabe, porque Ariana seguirá siempre por aquí y será tema de alguna de mis locuras textuales en más de una ocasión, eso es casi seguro. Seamos felices, pues, sabiendo esto, mientras yo pienso en qué haré cuando todo termine, qué publicaré por acá... Pronto veremos esa nueva etapa. Por ahora sigamos con la historia.

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo vigésimo tercero.+.+.+.+.+.+.


>>El sueño es plácido y ella está encogida, las piernas muy dobladas son el soporte de sus brazos, que le sirven de almohada; ese ensimismamiento corporal tan instintivo que pareciera querer recordar la insignificancia de la existencia y la soledad inevitable a la que se enfrenta uno desde el instante de ser concebido… La superficie es dura y fría, pero el sueño es plácido por la reciente figura del padre.
Los hijos asisten como llamados por su madre… Aunque haya sido precisamente ella quien los llamó es necesario precisar que llegaron con entusiasmo. Tal vez descifraron en su voz una buena noticia.
Eran solo dos niños. El mayor, un par de años menor que Ariana; la menor, la mitad de años que ésta. Aquél, muy enérgico al recibir la visita; ella, en cambio, extrañada, como si nada entendiera. Y era precisamente eso, no lo entendía, aquellos visitantes le eran desconocidos, ajenos a la familia, aunque no fuera el caso. Pero no es nada raro, los niños suelen olvidar más rápido, si bien su inconsciente atormentará el resto de sus vidas.
Había que presentarlos, y de eso se encargaría la madre, el hermano mayor aún no está en edad de comprenderla, aunque ya hubiera superado la suya. “Ella es tu prima Ariana”, como si las palabras pudieran presentar a una persona, “dile hola”, Ariana le sonrió. Luego el saludo tímido de la pequeña y todo estaba arreglado.
>>Mamá no tardó mucho en darse cuenta de la inercia de Ariana, aunque estuviera a unos quince metros de ella. Sabía que dormía —y cómo no saberlo si la había visto tantas veces—. Eso la tranquilizaba, pero no se complacía viéndola. “Debe tener frío”, pensó, y se le acercó mientras se quitaba el abrigo para cubrirla. La abrazó y la levantó como a un bebé para llevarla a una habitación. “Ariana está dormida”, le dijo a la novia, quien entendió de inmediato, concediéndole la habitación para invitados.
A este cordial saludo le siguió una entrañable conversación. Una de esas en las que los interlocutores recuerdan sus pasados entrelazados a fin de encontrar personas o temas o personas como temas para comentar al fin qué ha sido de ellos en tanto tiempo.
“La otra noche conversaba con su tía [la de Ariana] y me dijo que **** había sido ascendido”, “Mira tú, qué alegría. ¿Y cómo no?, siempre fue un buen hombre”, y cosas como esa acerca de hombres-niño o niños-hombre, no sabríamos precisar, pues decían grandes cosas de gentes con nombres diminutos, como “Arianita” lo sería para Ariana; cosas como esa eran los temas más emocionantes. En medio de esto buscaba intervención el hermano mayor, contando a los presentes sus sueños y grandes aventuras de hombre-niño. Ariana solo hablaba si se lo pedían. “Tan callada como siempre” y un suspiro eran la expresión de la tía, pero no le molestaba; era, en cierta forma, algo nostálgico. Además, su hija menor tenía también una actitud taciturna.
Hablaron sobre la escuela, el museo, el viaje y finalmente se agotaron las palabras. Pero ésta no es sentencia válida para el hermano mayor. Él siempre tiene algo que hacer, que decir. “¿Por qué no vamos a jugar?” Ariana miró a los hermanos mayores buscando su permiso. Su padre accedió, su tía no. Rara contradicción si consideramos su mayoría de edad y su calidad de “ejemplos vivos”, como suelen decir los mismos adultos, para los allí presentes hermanos menores.
“Ella irá luego”, dijo amablemente la madre, con lo que los hijos, hermanos menores, salieron a jugar.
— ¿Sabes? Cada vez que vienes te pareces más a tu madre —El padre cambió su semblante. Sentía que debía esperar algo, que algún evento importante estaba por ocurrir, pero también que debía prepararse para todo: respirar profundamente, parpadear más seguido, pasar saliva, juntar las manos, ponerse tieso y buscar palabras prudentes. Pasara lo que pasara, él seguía siendo el padre de Ariana. Ella era su hija. Aunque nada malo estaba cerca, empezaba a sentir un vacío.
— La primera vez que la vi era igual que tú, no hablaba nada, y yo era una hermana celosa. Las personas calladas siempre traman algo, ¿no crees? No hace falta que contestes. Sé que no es preciso, pero esa actitud suya quedaba perfectamente con su inteligencia… No he visto mujer más prudente hasta hoy. Yo he querido imitarla, pero no puedo —sonrió mientras se dirigía a su habitación, levantando la voz para hacerse escuchar—. Tu madre perdió una vez unos pendientes. Le quedaban muy bien, se los regaló tu padre, pero yo no estaba conforme, quería probármelos también. Los cogí de su habitación y me los puse. Pero antes de que pudiera devolverlos comenzaron a buscarlos sin éxito. ¡Ah! ¡Aquí están!, siguen igual de lindos…—bajó la voz—. Entonces tuve miedo de ser mal vista y los escondí. Mi miedo aumentó aún más cuando pude conocerla mejor. Ella era tan buena y yo le había quitado algo suyo, seguro me odiaría. Pero ¿sabes?—reapareció y se acercó a Ariana—, siempre fui una tonta, seguramente ella comprendería. No la creo capaz de odiar a alguien. Estos son —dijo sosteniendo los bellos pendientes de plata y piedras azules—, ¿no son bonitos?

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Bien, eso ha sido todo por ahora. Trataré de apurar esta redacción. Gracias por leer. ¡Adiós!

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