Máscara de la película "V deVendetta" |
Guy Fawkes.
El plan, en teoría, era perfecto. Mi mente rodeaba incesante el hecho de mi fallo. Había colocado los explosivos bajo, donde se celebraría el parlamento en el que el Rey James moriría. Fue un descuido mío… un error gravísimo, que costará toda la revolución.
La madrugada era cansina, lánguida, llena de niebla. El frío casi hacía temblar a mi cuerpo. “Revisar que los explosivos estuvieran en su lugar.” Claro que deberían estar. ¿Cómo no? Claro que deberían estar. Y estuvieron. Estaban tan presentes como cuando los coloqué yo mismo... Revisé raudo, salí raudo, sin ser visto; o eso creía. Justo al salir de la bodega fui acorralado.
Me resistí feroz como tigre, no obstante, me superaban en número. Parecían haberme estado esperando, observándome como cuervos carroñeros dejar la trampa a mi presa. Olieron la duda, olieron todo lo que no había en mí, porque lo vieron. Me vieron. Desde el primer momento rodeé la posibilidad de un espía. Fui casi paranoico, mi paranoia, al parecer era justificada, terriblemente. No había forma de que me hubieran encontrado por casualidad… Alguien.
Fui llevado hacia los Lord con la rabia impregnada en mi boca, el asco de haberme fallado a mí, a algo por lo que había luchado, algo que era por el bien de un fin común para nosotros, los cristianos. Me llevaron a la fuerza… dolió perder así, pero fui desafiante. Feroz.
Al interrogarme me expuse como John Johnson, un alias, incluso no dando mi nombre real, impuse mi lealtad a mi credo, a mi religión, a mis compañeros. Quería hacerlos volar por los cielos, porque eran escoria, toda esa panda de gente que iba tras de él, era el comienzo del dominio político de la Iglesia Católica. Lo expresé con fervor, di todo mi yo para expresar lo que sentía por ello. Por lo asqueroso que eran todos ellos, la misma escoria del Rey James no tuvo más remedio que admitir mi convicción romana.
El Rey James era tan cruel como sincero, no dudó en mandarme a torturar, no dudó ni un momento en su intento de hacerme confesar. Las torturas fueron duras, no las resistí y delaté mis amigos… Los grilletes no fueron gran cosa, el dolor no era tan intenso, pero el Potro… Tortura feroz, manifestación del Demonio mismo, insoportable Parca en forma de máquina. Mi orgullo, mi fervor hacia Dios, no disminuyó en ningún momento. Si había algo seguro es que Dios tenía planeado para nosotros en el Cielo. Si había algo seguro es que si nuestro complot no ocurría por nuestras manos, ocurriría siglos más tarde quizá, cuando Dios Todopoderoso lo considerara correcto. Era algo obvio, este era solo el inicio. Era la pólvora que haría ignición en algún momento en el futuro. Junto a mi orgullo implacable por mis convicciones, estaba ese escupitajo en las caras, figurado, que hacía al revelarle nuestros estropeados planes. Hacerlos rabiar con la idea de que pretendía hacerlos volar, era una venganza pueril, hasta estúpida.
Hubo un momento de flaqueo fatal. En ese momento no era yo, el Diablo recorría mis articulaciones, poseídas por el fatal Potro. Me destruía con la ligereza con la que matamos a un insecto. Revelé mi nombre…. Aquella noche dormí acurrucado como pude contra la pared, incómodo por los grilletes que me retenían. Tampoco resistí el siguiente día, y di el nombre de mis compañeros… Me hicieron firmar, con mis articulaciones lastimadas, con mi orgullo por los suelos, con mis sueños vueltos pesadillas. Mi firma no fue más que un garabato, los días de tortura habían hecho polvo mi cuerpo… No quería admitirlo, pero me sentía casi perdido, sin fe.
Nos trasladaron a la Torre de Westminster Hall varios meses después, estábamos demacrados, perdidos en fuerza, humillados. Nuestra propia condena era una misma extensión de esa humillación… era un horrible castigo, una prueba casi tan difícil como la de Jesucristo.
Confesión escrita de Guy Fawkes, firmada por él mismo.
De ahí esperé varios días hasta la ejecución. No rogué por sentir culpabilidad alguna, me sentía terriblemente abatido. Destrozado, pero no culpable, ¿de qué? ¿De servir a Dios?... Los últimos días, en este mismo momento, sufro al ver a mis hermanos morir. Sufro al pensar en subir al estrado y ver a todos esos canallas viéndonos con indignación, como si fuéramos pecadores. En este momento, a minutos antes de mi muerte. Ruego por perdón, aunque me destroce el alma, en estos momentos, solo quiero un entierro bajo el respeto de la tradición que sigo.
En este momento, bajo mis últimas energías, me forzaré a una muerte rápida, sin el sufrimiento posterior del castramiento y la tortura que ello conlleva. En este momento, me despido del mundo con algo de rabia e indignación.
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