Suéter rojo III [Final]

Bien, bien, bien, necesito aplausos para entrar. [SFX: CLAPS] Gracias, gracias, les tengo malas noticias: hoy se termina Suéter rojo. Oh, no, no puede ser... ¡Claro que puede ser!, solo que eso no significa que se agoten los suéteres de ese color en las tiendas, para nada. Tampoco supone que Caperucita roja vaya a cambiar de look mañana temprano. NO. Es solo el fin de este relato.


.+.+.+.+.+.+. Suéter rojo III: Habitación.+.+.+.+.+.+.


Tres años. Ese era el tiempo que tenía bajo su cuidado. Pudieran haber sido solo tres meses, incluso una semana, luego el alta y las visitas regulares hasta finalizar el tratamiento, pues no era la gran cosa. Pudo haber sido tan simple como eso y sin embargo no lo fue. El miedo lo había forzado a mantenerla ahí dentro. No sabía a qué se enfrentaba, o tal vez lo llegó a saber en algún momento y por eso tenía cuidado. Es probable que tejiera teorías al respecto, pero nunca decía nada. Solo su enfermera y la hermana de la paciente se hacían una idea.
— Tiene principios de alzheimer —la mujer quedó en shock. Un accidente de tránsito no provocaba tal enfermedad. Tampoco sabía de ningún familiar que la hubiera padecido—. Si no, es algo que no conocemos… —añadió con resignación.
— ¿Puedo llevarla a casa?
“No”. Porque aquello no era alzheimer, si bien había detectado alteraciones cerebrales y un grado considerable de ensimismamiento. Los exámenes daban siempre nuevas luces, pero ninguna respuesta. Tenía miedo de que aquella actividad cerebral que averió la cámara de resonancia provocara algún daño a alguien, y quería estudiarla. Por eso le negó el alta.
También sospechaba que ella lo odiaba, por lo cual prefería no entrar nunca a su habitación.
De la enfermera recibía informes parcos. Solía estar “bien”, como siempre, pero a veces notaba cambios extraños, aunque mínimos, en la habitación: cosas fuera de lugar o que parecían haber cambiado su color. Había que ser un buen observador para notarlo. El médico las cubría alegándose la autoría “porque la variedad estimula su memoria”. Extrañamente, ella nunca olvidó nada, solo tenía desórdenes de atención. Su hermana lo advertía, pero el doctor tenía siempre una salida (“es un caso extraño”, y mostraba algunos de los resultados).
Un día desapareció de pronto uno de los centros comerciales más concurridos de la ciudad, y que justo era visible desde la habitación de la joven, el médico pareció alarmarse. Insistió mucho en trasladarla, si no a una habitación sin ventana, a una que no diera a la calle, sino al pequeño parque interno del hospital. Que las flores cambiaran de color no sería nunca algo grave.
Solo recibió negativas.
Era inesperado pero no podía hacer nada. Una recomendación no era más que eso, y ya nadie más que él recordaba aquel centro, hecho que terminó por desanimarlo (nunca permitiría que lo consideraran un demente).
Los días que siguieron la encontraba más estable, aunque con una creciente manía por ver a cada instante hacia la calle. Esto lo hizo pensar que tal vez recordaba el centro, y que esa avenida ahora tan poco transitada fue hasta hacía unos días un punto de gran concentración. “Quizá el centro regrese pronto”, pensó, pero nunca pasó.
Un año después de aquello, ya su tercer año a cargo de la niña, la enfermera comenzaría una búsqueda por todo el edificio a causa de su desaparición.
La encontraría en el último piso, quemando algunas de sus prendas.
“Tuve la certeza de que había perdido la cordura”, le diría luego al doctor.
.o.o.o.
Titular de “El Día”:
JOVEN DESAPARECE MISTERIOSAMENTE
Rastros en su habitación sugieren un robo
— ¿Y qué le dice esto?
— Sensacionalismo puro. Tal vez el chico ni siquiera existió —contestó el abogado.



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Bastante corto, ¿uh? Bueno, hasta aquí hemos llegado. Espero que les haya gustado, en serio. Gracias por leer. ¡Au revoir!

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