El sueño de Albertito Einstein

Fiel a mi estilo patentado legalmente, publico una ficción que pertenece al día de ayer, 20 de marzo.

Espero que todos tengan una noción general sobre la Teoría de la relatividad general (valga la redundancia), si no es así, no importa, aquí les brindo un link para que los dummies en la materia podamos entender: https://www.youtube.com/watch?v=RzXV2oBgfJE

Para aclarar, Einstein ya trabajaba en la Universidad de Berna, Suiza cuando publicó su teoría de la relatividad especial (1915), es decir, ya había dejado de laborar en la oficina de patentes. Lo cual no implica que en su cabeza no haya estado dando vueltas aquellas hipótesis desde aquel tiempo. De todas formas, esta es una simple y humilde ficción para entretenerlos.

El sueño de Albertito Einstein

Había terminado al fin de revisar aquellas dos temibles torres de archivos. Nada le entusiasmaba más en ese momento que irse de una vez a casa a darse un baño y quedarse media hora en la tina de la bañera meditando sobre los asuntos más alejados de esta vida terrenal tan llena de papeles, cuentas, problemas de familia y seguros de vida. Esperó tranquilamente aquellos 50 minutos que faltaban para la hora de salida, mirando por la ventana de la oficina hacia el inmenso parque que se encontraba en frente.

“No es necesario que vengas temprano mañana, Albert. Hoy hemos terminado buena parte de este mes.”

La noticia le agrado a medias, lo que más deseaba en ese momento era la paz del agua. Le sonrío al supervisor, cogió su saco, bajó las escaleras, cruzó el parque, cruzó las tres avenidas de siempre, saludo a las personas de siempre, entró a casa, se despojó de sus prendas y se recostó en la tina de la bañera.


Un sueño revoloteaba en sus retinas antes de decidirse por fin a abrir los ojos de una buena vez. Se había quedado dormido y sabía perfectamente de la naturaleza arrugada que había tomado su cuerpo y la naturaleza enferma que podían haber tomado sus pulmones. No se preocupó. Ni siquiera le importaba haber olvidado recoger a Elva y al pequeño Hans de la casa de su suegra y que ésta ahora estuviera maldiciéndolo el triple que de costumbre, por ser tan mal padre, tan mal marido, que pobres mis nietos. Un momento, había un sueño. Tenía que recuperarlo por completo, eso sí era de vida o muerte. Se empezó a vestir, el sueño. Se colocó los zapatos, el sueño. Buscó un cuaderno y un lápiz, el sueño. Todas las variables y las fórmulas las recordaba perfectamente, eran las de siempre. Lo que faltaba era ese rostro y el objeto que le había lanzado aquella personita, porque pequeña era. Se la había lanzado alegremente, podía recordar, pero había sido con tal fuerza que aquel objeto salió disparado al espacio exterior.

“!La bendita gravedad!” gritó Albert, repitiendo lo que acababa de recordar haberle gritado al niño de peluca blanca de su sueño. Y por cierto que en el sueño él también era un niño. Y el objeto era obviamente una manzana, y si no la había podido coger era porque sencillamente en la realidad no quería hacerlo. Las hipótesis que estaban dando vuelta en su cabeza aquellos últimos meses desfasaban la afirmación de que era la llamada fuerza de la gravedad lo que únicamente atraía a los cuerpos al centro de la tierra. Ahora parecía que todo lo veía más claro. 


Se dio cuenta de que las ondas del agua en la bañera habían sido el inicio del sueño. Porque aquellas ondas se asemejaban a las ondas de sus hipótesis sobre el campo gravitatorio y el espacio-tiempo en el universo. No le sorprendía ahora por qué había deseado tanto ir a darse aquel baño. Es que ese sueño estaba ahí esperándolo, además del curioso Albertito que siempre tenía que recordarle que nunca había dejado de pensar como un niño.

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