Ariana: Capítulo 26-2

Aquí estoy. Por fin hemos llegado al final de Ariana. ¿Qué pasó? Varios meses, a decir verdad, unos... 10, casi un año. Buen tiempo en el que he tenido en la mente este proyecto, y durante el que he aprendido muchas cosas. Tiempo durante el que he construido y reconstruido la narración de Ariana, incluso cuando no escribía, sorteando entre miles de posibilidades una que nos convenciera a ambos. Ariana, Ariana... Un par de veces los planes tuvieron que cambiar, pero todo resultó bien. Nada demasiado grave, a mi juicio, he cometido escribiéndola. A ser que consideren grave el verla en todos lados... ¿cuántas Arianas me he inventado en este tiempo?, o mejor ¿qué tantas me creé durante mi vida? Dejo esto aquí, pues tiene mucho que ver con el significado que puede tener Ariana como concepto abstracto para mí. Paso a preguntar, entonces, ¿cuál de todas es la que ves?

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo vigésimo sexto.+.+.+.+.+.+.
(Segunda parte)


La historia al fin descubierta era muy bonita. Un escultor que se convierte en juguetero para cumplir su sueño. A Ariana le encantaba dicho personaje, y a la muñeca también. Ambas coincidían en que era un buen hombre. Pero tal vez les agradaba más porque conocerlo les había tomado bastante tiempo. Él ya era un conocido para ellas, formaba parte de su universo lúdico y a veces lo veían pasar por la calle con su ropa de faena, lo saludaban y él contestaba muy amablemente. Su madre no tenía ni idea, ella no lo conocía puesto que aún no se había permitido abrir el libro. Tal vez en alguna otra ocasión, si Ariana se atreve a prestárselo.
Pero ahora era ella la que descubría la historia. Perdón, ellas, que la muñeca estaba ahí siempre. Su madre aún no llegaba. Se le hacía tarde, o esa sensación le daba su ahora fluida lectura.
“Con el tiempo logró construir una gran casa de juguetes. Los había de todo tipo, y lo suficientemente carismáticos como para atrapar a cualquier niño. Su efecto era tal que empezaron a tejerse rumores acerca de que su juguetería estaba encantada.”
“Pronto envejeció, pero no así el efecto de sus obras. Tuvo discípulos, muchos, pero solo uno era constante. Solo uno de ellos tenía un amor especial hacia lo que hacía, y preferiría siempre ese trabajo a cualquier otro, aunque requiriera un gran tiempo. Solo él, además del anciano, comprendía lo mágico de la juguetería y era consciente de que nada de maligno podía haber en una, a menos que no fuera una juguetería, sino una tienda de rarezas. A él el anciano lo quería como a un hijo, y el hombre a éste como a un padre. Se habían apoyado en los momentos más difíciles: cuando el hijo del hombre murió antes de nacer y cuando la esposa del anciano no volvió a abrir los ojos.”
“El hombre recuerda su negativa a guardar luto porque ‘no hay que interrumpir la felicidad de los otros’. Era fuerte, siempre lo fue, y esta vez lo demostraba aún más.”
“La juguetería está encantada. El rumor comenzó a expandirse rápidamente luego de estos trágicos hechos. El culpable era el discípulo del anciano. ‘Los juguetes escogen a los niños, no al revés’. Decía cada vez que alguien venía a la tienda y era él quien se encargaba de atenderlo. ‘La juguetería está encantada o ese hombre está chiflado’, pensaban. El anciano estaba enfermo por aquellos días y le había dicho ‘hazte cargo. Tengo otros asuntos’. Algo demasiado extraño, pues nunca antes había dejado su trabajo. El hombre temió y comenzó a visitarlo más seguido. Uno de esos días, el juguetero se compadeció de él y le reveló su secreto: ‘No hay que alarmarse, es solo una muñeca’, le dijo en su improvisado taller personal, que cuando no era taller las hacía de habitación, ‘Es lo que hacía mi esposa. No llegó a terminarla’. Había algo de mágico en esas palabras. Era una muñeca de trapo,  muy hermosa. Su valor debía ser mínimo, pero constituía algo muy preciado para el anciano, o al menos eso era lo que sentía su discípulo, pues cada vez que llegaba a verlo estaba con la muñeca, como si fuera su hija. Temió aún más que estuviera enloqueciendo, por lo que se sorprendió cuando, con una gran convicción, el anciano se la entregó. ‘Ponla a la venta’, dijo, ‘yo ya estoy viejo, he sido lo suficientemente feliz’. Poco después, el anciano murió.”
Ariana se sentía identificada. Aquella muñeca era como la suya. Pero también sentía mucha pena por el anciano. ¿Qué sería ahora de la juguetería? Aquél hombre quedaría a cargo, pero no era suficiente. Los tiempos habían cambiado para él en la historia. Ahora había grandes industrias jugueteras y nada más. Los niños siempre las preferían. Ya nadie veía el carisma en la juguetería del anciano y las ventas cayeron. La gran casa se redujo a una pequeña tienda artesanal. La muñeca aún no era vendida… y su madre no llegaba. Ya era tarde, o eso parecía. Era una sensación extraña para ella.
“Ahora la juguetería estaba realmente encantada por el espíritu de los esposos jugueteros, que se mantenía vivo gracias al trabajo del discípulo, aunque no hubiera podido mantenerla en lo alto. Él lo sabía, que con él se terminaría esa historia. Ya no había nadie que continuara el trabajo con las mismas ganas. Ya no.”
Ya es tarde y aún quedan páginas por leer. En su mente resuenan las palabras del anciano, como si las hubiera escuchado. “No hay que alarmarse, es solo una muñeca”.  Mira la suya y repite “solo una muñeca…” y se siente triste, no porque sea una muñeca, sino porque el anciano muriera. Deberían aprender a escribir cuentos, matar así a un personaje tan bueno era algo innecesario… las cosas comenzaban a perder sentido. El anciano tenía un sueño, un sueño. El joven discípulo lo compartía, pero se enfrentaba a malos tiempos. Y ahora estaba la muñeca, que debía vender, lo que podría tomar días, o meses, dependiendo de la cantidad de gente que atravesara esa mágica puerta de entrada. “Ponla a la venta”. Ariana quería comprar también esa muñeca. Estaba demasiado sola. Quería ingresar a la historia y hacerle compañía. Allí se acompañaba con el joven juguetero, pero no era el caso. Debía ser vendida. “Ponla a la venta”, el gran sacrificio del anciano, tal vez su renuncia a la vida, tal vez su renuncia a la muerte, reflejada en la figura de su esposa y una enorme nostalgia.
>> Su madre estaba con ella. Siempre lo estuvo. Y ahora más que nunca, no por los pendientes, sino porque había logrado comprenderlo.
“No hay que alarmarse…”, le decía el anciano, pues la sensación de que era tarde no se le había quitado, que ya fuera a dormir, que luego continuaría. Y les decía a ambas, a ella y a la muñeca, que era posible que aquella fuera su propia historia. Algo inconveniente si quería que fueran a dormir. Solo provocaba un interés mayor en la historia. Querían saber qué les esperaba, qué había detrás de la siguiente página, y la siguiente, y la siguiente, y la siguiente… El anciano ya no estaría presente, pero querían saber, no podrían abandonar el joven discípulo de esa manera, no se lo perdonarían. Él, pobre hombre, pasando por una situación tan difícil. Pero era tarde. ¿Viajarán? ¿Se sumergirán nuevamente en el mundo de la  juguetería encantada, que se mantenía viva aunque cada vez más ausente? ¿Viajarían? Mamá no llegaba. Pero habían viajado ya muchas veces, y a muchos lugares, con o sin el tren de almohadas, con o sin la fiesta de bienvenida del payaso. Lo único que no podía faltar nunca era el anciano cartero, que las hacía muy bien de conductor. Ahora que lo piensan, se parecen mucho. Tal vez sean el mismo, aquél cartero y el anciano juguetero. Tal vez el anciano siempre estuvo ahí, y eso era reconfortante. ¿Viajarían? Solo faltaba subirse al tren, esta vez no de almohadas sino de palabras, y todo comenzaría. Sí, solo necesitaban una ayuda, un pequeño empujoncito que las llevara a concluir “sí, viajaré”. Y esperaban y esperaban aquella señal tanto como a su madre. No irían a dormir. Viajarían, era un hecho, solo faltaba el elemento clave, tal vez las palabras mágicas de su madre diciendo “ya llegué”, si no era un desconcertante “ve a dormir”. O quizá no. Quizá era algo que iba más allá de su entendimiento. Solo tenían que volver la mirada al libro y continuar la lectura. Solo así viajarían. Y conocerían el final, y serían felices, o sentirían nostalgia por haberse acabado libro tan especial. Un empujoncito que cada vez parecía más lejano, pero que nunca lo estuvo.
Ariana creyó escuchar algo.

— ¿A dónde la llevo, señorita? —dijo el anciano luego de una leve risa— ¿viajará o no? —insistió sonriendo.
No pudo evitar ser presa de la duda. El teléfono sonó. Era “él”. Una sonrisa se dibujó en su rostro.
— ¿Viajará, señorita?
— A la Plaza. Vamos para allá —dijo mientras presionaba el botón de contestar.

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Bueno, eso es lo que tenemos Ariana y yo para ustedes. Espero que les haya gustado la serie, o al menos el capítulo. Gracias por leer [ =) ]

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