Escribir por el hecho de hacerlo

Mientras pienso en algo para superar lo que escribio cierto Anonimo. Publico algo basado en un hecho cotidiano, que me di el trabajo de redactar, simplemente por el hecho de escribir y distraerme haciendolo. Bueno sin mas preambulos innecesarios, allì està.

Objeto perdido, tiempo perdido.

Estaba viendo una película, nada romántico, ni películas que me hagan pensar. No había tenido un buen día y lo menos que necesitaba era ponerme pensativo, estaba viendo una película en mi computadora: American psycho. Una película basaba en un libro de Bret Easton Ellis, un escritor de la llamada Generación X. Película entretenida que se deja ver de principio a fin, tiene algunas escenas violentas y de sexo; pero bueno el título ya da una idea.
La película trata de un hombre de clase alta, totalmente narcisista y materialista, que tiene un hobby: matar a algunas personas para divertirse.
Me encontraba en el clímax de la película. Patrick Bateman, el personaje principal, había matado a varias personas: dos o tres patrullas de policías, mato, producto del nerviosismo a un recepcionista y un limpiador, ambos del mismo hotel. Se encontraba en uno de sus otros hoteles confesándole totalmente desesperado a su abogado todos sus crímenes. ¿Lo atraparían?, ¿O acaso el dinero lo podía solucionar todo?
Tocaron la puerta de mi habitación. Puse pausa a la película y abrí la puerta: era mi hermana.
—Me prestas tu DVD —me dijo —. Se ha ido el cable y no tengo nada que ver.
—Claro, no hay problema — respondí, mientras le entregaba el DVD.
—¡Gracias, eres el mejor!
—Si, lo sé. Tienes suerte, igual no suelo ver películas en el DVD, te lo regalo.
—De verdad.
—Ya te lo regale antes ¿No?
Me gane un beso y un abrazo por eso.
Es verdad ya se lo había regalado antes y por el mismo motivo. Pero mi madre no le creyó a mi hermana y me lo devolvió, pese a que le dije que de verdad se lo había regalado. ¿Quién entiende a los padres?
Cerré la puerta, hora de seguir con el cine. No pasaron ni dos minutos y mi hermana volvió a tocar mi puerta. ¡Dios, y ahora que! Dije que tuve un mal día; pero olvide mencionar que también me dolía la cabeza.
—Dice mi mamá que enchufes los cables a mi televisor —me dijo.
—Ok, está bien — dije, con un tono alegre. A veces me sorprende el grado de autocontrol que tengo, siempre sonriente y amable: ese es mi lema. Me paré y fui a su habitación. Mi ex habitación.
—Listo, ya está —dije —. ¿Qué película vas a ver?
—Luna nueva —respondió, mientras me acercaba la película.
— ¡Bueno que disfrute la película! Milagro que no quieras ver Eclipse.
—Hay que variar pues hermanito.
—Claro, hermana, tú resaltas siempre por tu gran variedad de gustos, dije irónicamente. Siempre ve las mismas películas una y otra vez.
Me disponía a regresar a mi cuarto; pero fui detenido por un detalle, bendito detalle.
—Ponla en español.
—Claro. ¿Tienes el control?
—No.
— ¿Es este?, dijo alcanzándome un control.
—No; pero quizás funciona con este DVD también. No funciono.
—Vamos a buscarlo a mi cuarto.
Fuimos a mi habitación, tenía el control del otro DVD en mi mano, lo puse a un costado y me puse a buscar el otro control en los lugares donde se ponen lo controles. Encontré todos los controles: de mi tele, de mi VHS; pero no encontraba el susodicho control. Me empezaba a desesperar.
— ¿Es este? —, dijo mi hermana, repentinamente.
No le dije nada, me desordené el cabello y basto que viera la expresión de mi rostro para saber que no era ese: era el control del otro DVD.
Mi hermana se fue sin decirme nada. Seguí buscando y escuché decir a mi padre: igualito a su mama es. Menos mal que mi madre no escuchó eso porque sino mi padre no la contaba.
Fui a la habitación de mi hermana con la intención de buscar el control en su cuarto. Su habitación estaba cerrada, toqué la puerta, no hubo respuesta. Regresé a mi habitación. Ahora si, me dije. Momento de paz. Volvieron a tocar mi puerta. Ya no sabía si llorar o enojarme. Miro al techo, respiro y abro la puerta.
—¿Qué? — pregunta ella.
—¿Qué, qué? — le replico extrañado.
—¿Que?, pues.
—Para que tocaste la puerta de mi cuarto hace poco.
—Para nada.
—Dime.
—Para nada—le repito.
—Dime, pues.
—Para buscar el control en tu cuarto.
—A ya, ya lo busque y no está
¡Dios! Mi mama entra a mi cuarto y se echa en mi cama a leer el periódico y la revista que quería leer más tarde.
La miro. ¡Noooo!, digo en mi mente
Mi hermana también entra y se pone a buscar el control, otra vez
—Es este— me dice, enseñándome el control que ya le había dicho que no era.
¡Por qué Dios! ¡Por qué me has abandonado! No soy muy creyente pero ese día si que hablé con Dios.
—No, no es ese— respondí, con mis últimos rezagos de cordura.
Tengo un autocontrol maldito, agradece por tener un hermano así, linda hermana.
De repente todo mi ser se llenó de algarabía. Veo el estuche del control debajo de mi cama. Lo encontré. ¡Genial!. Me agacho a recogerlo, siento que la cabeza me va a estallar. Lo agarro, lo identifico con el tacto: es el estuche de mis lentes. ¡Oh! Que ironía, lo estuve buscando en la tarde; pero no me interesaba en lo más mínimo haberlo encontrado en esos momentos.
—Ya no importa, la he visto tantas veces que ya sé todo lo que dicen— me dice sonriendo y se va junto con mi madre. Que se lleva el periódico y la revista. Ni ganas de decirle que lo quiero leer.
Yo las miro, y veo como se van, con cara de pocos amigos.
Respiro, me siento a ver la película, pasan diez minutos, acaba la película, siento ganas de dormir.

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