Una historia corta para leerla de un trago

Mientras veía una película y me entretenía surgió una idea que se extendió... Listo, no tengo idea de que más decir. Soy pésimo poniendo títulos, quizás no debí ponerle uno; pero se lo puse. No estoy satisfecho con él, pero qué más da, el título es lo de menos. Allí está, sean libres de ponerle el nombre que gusten.
La próxima historia que me dé tiempo de escribir será algo relacionado con la reencarnación. Claro, lo escribiré en paralelo a lo del mes de marzo.



El escritor del amor


La última vez que te vi cruzando esa puerta, es una imagen tan intensa que a veces dudo que sea un recuerdo. Nuestra última discusión… Siempre había discusiones esperadas, discusiones inesperadas, todas eran discusiones a espera de una reconciliación.
Ella totalmente colérica y yo, como siempre, tan paciente tratando de escucharla y entenderla, hasta que ya no podía mantener la cordura y ambos estallábamos en improperios en los cuales salían a relucir todos nuestros defectos.
Odiaba todo eso, no podía soportar el sentir haber fallado en algún punto, en que yo fuera el único culpable de todos esos infiernos que se desataban. No siempre se puede estar en paz, al menos no cuando estás casado. Uno debería estar siempre enamorado y no casarse.
Me llamaban, todos los que me leyeron, el escritor del amor. Algunas verdades producto de la experiencia, algunas ficciones productos de lo que he leído. En todas las formas de escritura posibles: en cartas, en poemas (en prosa y en verso), en cuentos, en novelas, hasta en ensayos. De todos los temas: al primer amor, a relatos juveniles, amores sin estación, amores de primavera, desamores, reconciliaciones. También escribí sobre la hermana gemela del amor, con la que nos solemos confundir: la pasión.
Exploté el tema, es verdad. Siempre fui un romántico, siempre fui sincero; pero ahora al leer o pensar en todo lo que escribí, todo eso me sabe a farsa.
Los cuentos y anécdotas vinieron producto de vivencias de adolescente, en las que era un soñador y estaba dispuesto a hacer algunas tonterías. Un escritor y un personaje fueron los culpables: Bécquer y Werther guiaron mi pluma hacia mis escritos más intensos. Cuando recién empezaba a conocer a mi esposa, cuando cada día era un descubrimiento, ella inspiró los poemas, quizás lo más sincero de todo lo que escribí y escribiré. Luego vinieron las novelas, pero esas vinieron después del matrimonio. Para hablar de pasiones, bueno, recurrí a otras musas, en épocas de distanciamiento, un breve placebo para soportar el dolor de su ausencia. Algunos caprichos producto de mi inmadurez a mis treinta y cinco años. Ella siempre me decía: “Eres un niño inmaduro”. Yo siempre sonreía y respondía con ironía: “Gracias, me haces sentir más joven”. Siempre trataba de evitar discusiones provocando sonrisas. Es curioso, conversaciones como esas, tonterías, son ahora lo que más extraño de esos días. Cuando yo lavaba los platos y ella los secaba, cuando ella barría y yo sacudía. También esos pequeños detalles que ella conocía de mí y que yo conocía de ella: intimidad.
La gente siempre comentaba: “Su matrimonio debe ser perfecto”, “No conozco ningún hombre más enamorado”. Me los tragaba todos, hasta comentarios de señoras que en verdad me daban ganas de mandarlas al carajo: “Ojalá todos los hombres fueran como usted”. No podía soportar que con sus comentarios me restregaran en la cara constantemente cosas que nunca fueron ciertas. Mientras mis historias ganaban cada vez más adeptos, más solo yo me encontraba.
Estaba tan inmerso en ese mundo ficticio de historias perfectas que nunca tuve tiempo para vivirlas. Mi silencio derivo en indiferencia, mis horas de trabajo en tu soledad. Qué idiota fui, nunca pude entender que cada una de nuestras discusiones eran un intento tuyo para tratar de rescatar lo poco que quedaba, para encontrar una solución.
Recuerdo la primera vez que te hablé, no recuerdo las palabras, pero aún es latente. En cambio recuerdo las últimas palabras que te dije, quizás porque son muy dolorosas, porque me desconozco, porque me aborrezco cada vez que sus ecos retumban en mi cabeza: “¡No te necesito, lárgate!”. Soy el mayor cobarde, nunca te amé más que a mí mismo.
Desde hace meses que no escribo ninguna historia que no empiece con perdón. ¿El escritor del amor? Me río hasta las lágrimas ¡Soy el mayor traidor! Yo conocí el amor y le di la espalda por estas palabras que ahora no significan nada.
Te dejé ir, huiste con lágrimas en lo ojos de este ser que una vez dijo que te amaba y que te hizo tanto daño.
Será acaso que herir a las personas que más amamos es algo inherente en nosotros, algo inevitable… Y de ser así, de igual manera: ¿Todo puede ser enmendable?
De repente pienso en estrujar, en romper en mil pedazos esa carta que estaba a punto de firmar. En mandar al carajo todos mis proyectos. A ser uno de mis personajes y hacer de mi vida junto a ti mi historia más importante. En salir corriendo de este lugar e ir hacia donde te encuentres. Y gritar, gritar frente a tu puerta: “¡No firmaré!”, “¡Te amo!”, ¡”Todavía no es tarde”! En empezar y comenzar una nueva vida lejos de los errores del pasado, en algún lugar que tú y yo volveríamos a llamar hogar. Mas todo eso es tan solo otra historia que más tarde o quizás mañana u otro día escribiré…

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