Ariana: Capítulo 6

Mucho ha pasado esta semana. Especialmente entre ayer y hoy. Todo por este capítulo de Ariana. Sí, Ariana me provocó algunos cuestionamientos con respecto a su nuevo capítulo. Y me acosó toda la noche de ayer, miércoles... Tanto que tuve que detenerme mucho a pensarlo y provoqué una especie de confusión con respecto a ella entre ciertas personas... —nada grave, nada grave—. Al fin, hoy revisé el texto y lo modifiqué hasta que me sentí convencido de que era al menos aceptable. Tal vez Ariana me lo dijo al oído... tal vez.

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo sexto.+.+.+.+.+.+.


>>— Mira, hija —decía emocionado mientras señalaba una reproducción de pterodáctilo suspendida en el aire, sostenida por cadenas— ¿No es acaso impresionante esta escultura de pterodáctilo en tamaño real? Me intriga pensar solo en el tiempo que le han dedicado… y no es solo ésta. Todas las esculturas tienen la misma calidad. ¿Ves?
>>Ariana veía. Pero su atención era fácilmente quebrantada por el dodo. Y… ¿ahora un pterodáctilo? ¡Dios quiera que no empiece a moverse! Pero no se movía por mucho que lo mirara. Solo el dodo, que la seguía y seguía, como un curioso.
¿Que qué era ese lugar? Un taller. Ni más ni menos que el taller del anciano. Pero lo más curioso era que se parecía demasiado a como Ariana lo había imaginado en su niñez… o tal vez no se parecía, sino que era el mismo que había imaginado —producto de su imaginación, es decir—. Y ahora ella ya no estaba sorprendida ni anonadada, ahora estaba emocionada, tal vez hasta feliz.
A su izquierda había un gran tablero de madera con varios juguetes por terminar: algunas de las muñecas que no llegó a tener, caballitos con ruedas, autos a medio pintar, y así. Una vasta lista de cosas curiosas. A la derecha, además del anciano, había también un tablero, aunque más chico, y, al lado, una puerta. Muchas herramientas debajo de ambos tableros, dentro de algunos cajones de madera.
— Fantasía... —musitó.
El anciano le indicó hacer silencio.
Sonó una campanilla y la puerta se abrió.
— Parece que ya es hora de trabajar —dijo el juguetero. Y dos hombres pasaron al taller.
— ¡Vaya lío! Creo que me he salvado. Mi mujer ya casi no me tolera.
— Vamos, no seas pesimista —le contestó el segundo.
— No lo soy. Soy “realista”. Y sé que aquí me va mejor que en casa. En serio.
— Ya, hombre, mejor terminemos con lo de hoy o nos iremos a la quiebra.
Ambos rieron y comenzaron a trabajar. Trabajaban juntos en el tablero derecho. Uno se encargaba de tallar y pintar las piezas de los juguetes mientras que el otro las lijaba y armaba una vez listas.
Luego llegaron más. Unos cuatro más, que trabajaban individualmente. Uno de ellos llevaba una radio.
— La he sacado de allí. Ahora nadie nos puede alcanzar este artefacto así que creo que debería quedarse aquí — sonrió, la colocó a su lado y la encendió. Pronto el taller se llenó de alegría.
— Son buenos, ¿no cree? —preguntó Ariana. Pero no obtuvo respuesta. El anciano, en cambio, le señaló observarlos cuidadosamente.
Ella no veía nada, por supuesto, más que un grupo de hombres trabajando, algunos entonando la canción de la radio. ¿Qué quería el anciano que viera? ¿Algún detalle?, ¿acaso pasaría algo interesante entonces? Hizo esta última pregunta pero pareció no ser escuchada, así que no lo volvió a hacer. Se limitó a ver y esperar a que sucediera algo. El anciano, luego de unos minutos, se compadeció de su acompañante.
— Cierra los ojos —le dijo. Y ella lo hizo—. Ahora ábrelos.
Entonces vio. Vio a un niño que cogía del brazo a uno de los hombres, buscando llamar su atención. Y a una mujer que le gritaba al de su costado. Y a un débil anciano apoyarse en otro. Y a dos hombres que se burlaban del siguiente. Curiosamente, estas presencias ajenas al taller, no tenían voz, y, es más, tampoco parecían tener cuerpo. Eran como fantasmas. Y lo más extraño era que a dos de los trabajadores nadie los acompañaba de esa manera.
La música de la radio era lo único que Ariana escuchaba, además de las voces de los hombres del taller. Parecían alegres —una ironía para algunos, que estaban siendo presionados por algún fantasma—. Y ella se intrigaba por aquellos dos hombres, que parecían solitarios en medio de esa multitud.
— ¿Quieres verlos a ellos dos? —preguntó el anciano. Ariana asintió.
La banca de parque entonces comenzó a deslizarse por el piso, hasta el fondo del taller, donde estaban los dos a quienes querían ver.
Ya más cerca, pudo advertir que un perro se paseaba alrededor de la silla de uno de ellos. El otro, que era el que había traído la radio… no tenía nada en absoluto. Ningún fantasma.
— Todos tienen una razón para venir aquí —empezó a decir el anciano—, un fantasma que los sigue a donde vayan…
— ¿Y aquél?
— Él es un caso especial —sonrió. Y su sonrisa la calmaba cada vez más. Era una sonrisa que ocultaba gentilmente cosas prometidas de ser descubiertas luego. No necesitaba más respuesta. Una sonrisa le aclaraba muchas cosas.
El hombre sin fantasma trabajaba fervientemente, en silencio. Muy concentrado en lo que hacía, a pesar de la música, que sin embargo disfrutaba.

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Así es. El capítulo más problemático ha terminado. Los veo en el séptimo [ ;D ] Gracias por leer. ¡Adiós!

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