Ariana: Capítulo 21

Hola, soy yo de nuevo, o tal vez no. Existe un lío muy interesante sobre esto: cuando escribes algo, eres el artífice de las palabras que escribas, pero ¿qué pasa si escribes en presente? algo así como la confesión de Pablo Castel en El túnel, pero no exactamente así, dado que Castel es un personaje ficticio. Supongamos, no obstante, que es real, y que es él quien escribió el libro. En muchas ocasiones se refiere a él mismo, y en presente. Obviamente el "presente" al que se referiría sería el presente en que lo escribió; sin embargo, no es ése el presente que imaginamos cuando leemos la novela. También se suele dirigir al lector con una serie de cuestionamientos, especialmente al inicio. Aquí es claro que podría ser cualquiera, pero asumimos que somos nosotros. Consideremos además que la lectura puede ser iniciada en cualquier momento, y revisada también de la misma manera. Así, un texto se podría interpretar como un mensaje en constante repetición, o eterno. El yo que habló al escribirlo ya no es, porque probablemente ya no le interese, además, el texto está ahora separado del autor. Existen dos "yo": el que escribió y el que permanece. Ambos coincidieron alguna vez, pero ya no, uno se hizo eterno y el otro continuó desarrollándose.
Al respecto de esto, podríamos decir que el escritor se inmortaliza a través de sus obras, pero la cuestión pendiente es la siguiente: si hablamos de un "yo" presente, éste se hará futuro y también pasado, en otras palabras, eterno. Entonces tal vez sea válido preguntarnos quién es el "yo" que se dirige a nosotros cuando leemos un texto escrito mucho tiempo atrás... Tal vez el autor, como viajero del tiempo... Who knows. Los dejo con Ariana...

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo vigésimo primero.+.+.+.+.+.+.


Volver a casa tan rápido era, en teoría, un evento demasiado pesado, lo cual significa que requería de una gran cantidad de energía por parte de los viajeros, en este caso Ariana y su muñeca de trapo. Además, la manera tan brusca en que sucedió todo podía llegar a ocasionar sustos bastante grandes, una sensación de vacío o incertidumbre difícil de ser curada. Sin embargo, el susto más grande aquella vez fue debido a su madre. Sus conjuros hicieron que en la muñeca se hacinara un gran temor, al punto de que le era imposible comunicarse con la niña. Así las cosas, ambas se enrumbaron a la habitación. “Ya es muy tarde para juegos”, les había dicho mientras apagaba la radio, ellas no pudieron hacer nada al respecto. Por suerte, no había muchas cosas en sala, el tren de almohadas era lo que ocupaba más espacio sobre la alfombra.
>>La familia los recibió con un gran ánimo, como era de esperarse. Para su tía, Ariana era todavía una pequeña niña, pero le asombraba sobremanera lo mucho que había crecido. “Te has estirado, hija”, decía, “y estás muy bonita”. Tras esto, le sonrió y atendió al pronto pedido de su hermano: una llamada telefónica. “Hay que llamar a tu tía, no vaya a ser que se enoje por esto”, advirtió a su hija. Ésta asintió porque no había otra opción, aunque en realidad no tenía ganas de hablar con ella.
Ya estaba cerca la boda de la mujer que las visitaba casi mensualmente, aquella amiga íntima de su madre que trataba a Ariana como a su propia hija. Ciertamente era más comprensiva y apacible en comparación de aquella, que desesperaba fácilmente —lo cual no significa que no la quisiera—. Así se justificaba la emoción de su madre: había días en que ése era el tema principal de sus conversaciones madre-hija. Ariana no comprendía muy bien la situación, lo único que tenía en mente cuando su madre decía “boda” o “matrimonio” era aquella foto que retrataba la unión de sus padres, ambos vestidos como de fiesta y al parecer muy alegres. La imagen estaba bajo la custodia de su madre, quien parecía no querer quitarla nunca de su habitación, tal vez por miedo a que sufriera algún daño. Y es precisamente por esa imagen que le surgió la ilusión de que vería a su padre aquel día.
En efecto, su padre había considerado la posibilidad de visitarlas para dicho evento, sin embargo, el trabajo no lo hizo posible, era una época difícil para la empresa en la que trabajaba y el personal era indispensable. Esta noticia no llegó a los oídos de Ariana sino hasta un día antes de la boda. Lo único que ella sabía era que había hablado por teléfono con papá y que éste le había prometido ir. Habían pasado varias semanas desde aquello, pero las promesas de un padre no se olvidan. Así, a pesar de que luego se lo preguntara a su madre y ésta le contestara de forma negativa, seguía confiando en que lo vería. Un “no” no era un gran obstáculo para él.
Llegado el día de la boda, su madre quiso apartarla de la muñeca. “No podemos llevarla, puede perderse”, le dijo, pero para ella eso no tenía sentido, no la perdería de ninguna manera, así que se rehusó a asistir si no era con la muñeca. Esta actitud no pudo ser ignorada y Ariana terminó por ganar la contienda. Ya no se peleaban por quién tendría la muñeca, sino por dejarla o no en casa cuando salían.
Existen dos posibles razones por las habría aceptado que la llevara en esta ocasión. La primera es que no quería verla molesta frente a su amiga, porque podría ser un mal gesto. La segunda está más referida a ella misma, que prefería no pelear con su hija y pasar mal el día, menos cuando hasta ahora no había tenido ningún problema. Fuera lo que fuese, permitírselo ayudó a que el viaje hasta la iglesia no fuera muy tedioso. Mientras ella hablaba sobre la boda, sobre lo linda que se vería la novia y el gran cariño que le tenía, Ariana se entretenía asiendo los brazos de la muñeca, como si hablaran con señas. Solo por momentos parecía contestarle a su madre, pero no es seguro si era a ella o a la muñeca a quien se dirigía.
Llegadas a la iglesia y ubicadas —según la conveniencia de mamá, que quiso estar al lado de alguna otra conocida suya—, no hubo muchos problemas tampoco. La ceremonia aún no empezaba y los invitados estaban todos muy interesados en ella, por lo que habían iniciado un sinfín de conversaciones, que resonaban y se confundían en aquel amplio espacio. Ariana, por su parte, seguía entretenida con la muñeca, con la que discutía cada cosa que veía.
Pronto llegó el sacerdote y quiso dar inicio a la ceremonia. Y pasaron las cosas que suelen pasar en los matrimonios, aquellos clichés de telenovela que se han vuelto casi una tradición: la tardanza de la novia, el enojo del sacerdote —extraño, dado que veía esas cosas a diario—, y la llegada de aquella, que es lo mismo que decir el inicio del rito. Se hizo el silencio por parte de todos en ese momento, incluso la muñeca calló, convencida por Ariana.
Al término de la ceremonia, la gran mayoría de los presentes se dirigió a la casa del novio para la fiesta. Pero Ariana aún no veía a su padre. No lo había visto en la iglesia y parecía que tampoco lo vería allí. De pronto, cuando estuvieron dentro de la casa, creyó verlo entre la gente, así que se acercó lo más que pudo hasta ese lugar. “Muñeca, ¿te gusta? Está linda, ¿verdad? Es la torta de mi boda”,  le dijo la novia cuando la vio observando fijamente la parte superior del pastel. Lo que no advirtió fue que el objeto de su atención no era el pastel, sino los pequeños muñecos que tenía en la parte superior y que representaban las figuras de los recién casados, especialmente aquel hombre vestido de fiesta y al parecer muy alegre.

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Eso ha sido todo. Muy bonito el final, ¿verdad? A mí también me ha hecho llorar, pensar que.... es una broma porque no podría terminar así de feo [ xD ] Lo siento. Los espero en el próximo capítulo. Au revoir!

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