Ariana: Capítulo 20

Existe un tipo de pacto que se suele denominar "promesa". Este pacto tiene la característica principal de ser irregular. Por lo general no es recíproco —"Yo prometo"—, es el equivalente a dar tu palabra —aunque en estos tiempos sería más acertado compararlo con dar tu firma... o tu huella digital... o tu ADN [¿?]—. Prometer algo siempre requiere de disposición, una promesa no puede ser realizada sin la voluntad del prometedor (?), si no, no sería promesa, sino alguna forma desconocida de publicidad.
Sin embargo, es posible hacer promesas recíprocas, y es precisamente eso lo que yo hice hace casi seis meses, cuando comencé a escribir esta historia. Ariana me ha tenido presionado estas últimas semanas para redactar la continuación, pero debido a algunos problemitas tuve que postergarlo. No obstante, nunca lo olvidé. Es por eso que vengo con este nuevo capítulo, dedicado especialmente a ella —¿podría no ser así?

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo vigésimo.+.+.+.+.+.+.


Un par de almohadas sobre la alfombra para mayor comodidad al jugar. Le servían de mucho: como trampolines, como sofás, como paredes, mesas y finalmente como almohadas, que era la utilidad más útil si querían tomar una siesta. Sin embargo, esto no era bien visto por su madre, quien al verlas profería una serie de conjuros propios de las “brujas”, esas mujeres sin rostro que se pasan la vida “prediciendo” las de los demás sin saber nada de la propia. Con esto no se pretende decir que su madre fuera una bruja, sino que muchas veces se valía de artimañas que recordaban a dichos personajes.
La muñeca de trapo la acompañaba todo el tiempo. Esta vez el juego consistía en un viaje en tren, el único problema era que Ariana no tenía ninguno entre sus juguetes. Hubo que improvisar uno con ayuda de la muñeca. El resultado era una muestra de cuán ingeniosas podían llegar a ser cuando estaban juntas: un perro de peluche a modo de locomotora, seguido de un cubo de rubik ningún intento consumado…— y las dos almohadas, que les servirían de asientos de primera clase en ese extraordinario viaje.
Cuando todo estuvo listo y ya se habían ubicado para partir, la muñeca le susurró algo. Se habían olvidado del conductor, así que tuvieron que regresar a la habitación en busca de uno.
Los candidatos no eran muy convincentes. Cada que encontraban algún muñeco ambas lo discutían. Se necesitaba un gran cuidado para ese cargo, no se lo podían dar a cualquiera, por eso la búsqueda tardó un poco. Pasaron por un Godzilla, rechazado por ser enorme y tener los brazos cortos; por un oso de peluche, a quien le faltaban los dedos, órganos indispensables para maniobrar un tren; un policía, porque si sucedía algo, no tendrían quien las auxilie; por un pequeño títere… de quien temían que se enredara con sus propios hilos; un payaso, pues se suponía que él daría la fiesta cuando llegaran a su destino; una bailarina de ballet, por temor a que perdiera el equilibrio; y muchos más… Curiosamente, confiaron en un pequeño muñeco de goma, un anciano con vestimenta de cartero y muy sonriente. Él era perfecto: tenía una gran sonrisa, una gran sabiduría, un bonito vestido y, como supusieron luego de su discusión Ariana y la muñeca, esas eran las características ideales de un conductor.
Ahora sí. Todo estaba listo para el viaje. Ubicaron al conductor en la locomotora, es decir en el lomo del perro de peluche, y volvieron a sus asientos. Entonces comenzaron a emular el sonido del tren, como animándolo a avanzar, como dándole al conductor y a su fiel sabueso, la señal para partir.
El sonido de las ruedas avanzando, la sensación de estarse moviendo sin moverse. Un silbido chimeneesco. El pasar lento y mínimo de nubes de vapor por las ventanas, y las nubes desaparecían mientras la sensación de moverse era mayor y se hacía cada vez más normal, más inmóvil. La sala se convirtió en un universo pequeño e ilimitado, solo para las dos aventureras. Así, comenzaron a entonar canciones y a conversar sobre el paisaje y lo que harían al llegar.
Había, entre sus planes, una fiesta en el bosque, animada por el ya mencionado payaso; una visita al parque de diversiones —subirían a todos los juegos. Aunque ciertamente le temían a las montañas rusas, estaban seguras de que se divertirían juntas—; un viaje en bote por el río y una visita al zoológico. Sería un gran día, no había ninguna duda.
Llegaron al lugar bastante rápido. Bajaron de sus almohadas y fueron en busca del payaso. Éste se encontraba más allá del pasillo, en una habitación idéntica a la de Ariana, pero en otro lugar —tal vez en una dimensión paralela a la suya—. Cuando lo encontraron, comenzaron con la fiesta. Encendieron la radio, un hombre extraño los saludaba diciendo ser el presidente del país. Era una muy buena forma de ser recibidas, según creía Ariana. Hasta las saludaban por la radio.
Mantuvieron, así, una conversación muy amena con el “presidente”, aquél hombre a quien no podían ver pero al que estimaban por la tan cálida bienvenida. El payaso reía, como siempre, pero más feliz, por tenerlas de compañía y poder escuchar al “presidente”.
“Cosas como esta no pasan muy a menudo. Como dije antes, saludo a todo aquél que me esté escuchando por este día, tan importante en…”. “Claro, presidente, estamos muy felices de estar aquí”, contestaba Ariana mientras éste continuaba con su parlamento. Al parecer, en ese país las normas del diálogo eran un poco diferentes, uno podía seguir hablando mientras le contestaban e inmediatamente responder a las inquietudes de los otros. Era, ciertamente, un diálogo fluido, y, al menos para Ariana, entretenido, ya que las respuestas que obtenía eran demasiado agradables. “Tenemos la responsabilidad sobre hechos de esta magnitud…”, había dicho luego de las primeras palabras de Ariana.
Habían encendido la radio con la intención de poner música, pero el “presidente” les resultaba divertido y simpático. Ya la música era lo de menos, la estaban pasando bien. Empezaron con la fiesta acompañados por las interminables palabras del “presidente”, pero éste tuvo que irse pronto. Fue algo intempestivo, por eso lamentaron más que se fuera… su voz se hizo extrañar aunque inmediatamente después empezó la música. Pero ellas comprendían que el “presidente” era un hombre ocupado. Seguramente estaría en la radio de otra casa en ese momento, hablando con algún recién llegado a su país. Le estaría conversando muy amenamente con su parlamento casi interminable —porque ahora sabían que sí tenía fin—para darle inicio a una nueva fiesta, muy probablemente. Es por eso que no se desanimaron y continuaron con la fiesta de bienvenida. Además, el payaso estaba siempre animándolas con esa gran sonrisa suya, que no desaparecía ni siquiera en ocasiones como esa, cuando el sonido de la puerta principal abriéndose los regresó a casa, como si se tratara de un vórtice, y apareció la madre de Ariana con un par de conjuros bajo la manga.

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Oh, hemos llegado tan lejos... Por cierto, seguramente se estarán preguntando por qué es el pacto con Ariana algo recíproco. The answer is just here... Gracias por su lectura [ ;) ] Adiós!

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