Carne: Segunda parte

He regresado a este lugar para no volver a irme, tal vez haya dicho eso antes, no lo sé, pero esta vez pienso cumplir con esta promesa y no fallar, como ya lo hice con algún Corazón Pensante, pero bueno... ya hablé con él de eso. Ahora quiero dedicarme a mí y las historias que estoy creando. Sin más que decir... Lean y pasen un buen rato, esta vez no hay amenazas.
Carne
Aquella noche

Aquella noche pensé que era de mucha suerte contar con la motocicleta de Ricardo ya que tenía que presentar un artículo impreso a la compañía EdI, en ese entonces era buena idea pertenecer a ese grupo, aún me seduce la idea. Espero que sus miembros sigan con vida o que, de haber muerto, estén en paz eterna.
Tener su moto sigue siendo de mucha ayuda.
Viajé a Camino de Dios para dejar la motocicleta donde la abuela de Ricardo, su único familiar, una vieja dulce y atenta. Al parecer le caía bien – no entiendo por qué –. Tras dejar la motocicleta en el estacionamiento del edificio en el que vivía, fui al departamento para dejar las llaves.
Estuve a punto de tocar la puerta cuando oí un grito desde el interior. Ingresé intempestivamente y me dirigí a la sala. Ahí encontré a la señora, arrodillada sobre el suelo llorando y temblando en estado de shock. «Mi angelito… mi angelito… mi angelito está muerto…». La recuerdo.
Me acerqué, puse mi mano sobre su hombro, no la sintió; seguía con la mirada perdida y repitiendo esa frase “Mi angelito, mi angelito, mi angelito está muerto”. Me arrodillo y cojo sus manos. «Señora, ¿sucede algo?»
Me suelta, lleva su dedo hacia el televisor y me muestra. Vi lo que sucedía, pero no me lo creía. La policía disparaba a diestra y siniestra, las víctimas de sus disparos no se detenían y seguían caminando, se abalanzaban sobre cualquier persona que encontrasen y las mordían, arañaban, tiraban de ellas brutalmente tratando de obtener algo, prácticamente (me es difícil olvidar eso)… se las comían vivas, mientras gritaban y luchaban inútilmente contra una muchedumbre enloquecida. La pantalla se tornó roja por la sangre alrededor. Ni bomberos, paramédicos o policías podían tomar control sobre el asunto, algunos formaban parte de la masacre.
La mujer seguía llorando. «La situación en el aeropuerto es insostenible, necesitamos que las autoridades hagan algo al respecto… ¡Oh, Dios! Uno de nuestros compañeros de prensa a caído», se oyó desde la televisión. La imagen… de aquel tipo: nariz aguileña, chaleco falso de un medio de comunicación y una cámara de video simple. “¡Mierda!, Ricardo”, pensé en ese momento. No quería ver más, pero tenía que hacerlo, no por motivos mórbidos sino porque necesitaba saber la magnitud de aquel hecho. ¿Podría ser eso más real de lo que se ve en televisión? Hace tiempo que dejé de creer en ella, pero eso cambió totalmente mi paradigma.
La policía era inservible, los asesinatos continuaban y al cortarse el informe noticioso por “inconvenientes técnicos” solo se oyó a los conductores dando la recomendación de conservar la calma y no salir de casa, a menos que sea de vital importancia, hasta que la situación en el aeropuerto se controle, pues se temía que se expanda el área de los ataques.
En ese momento le pedí a la abuela de Ricardo que me acompañase a casa, que ahí estaríamos con mi familia. No quiso moverse, seguía en shock, y yo… no pude dejarla sola. Encendí el ordenador y mandé un correo electrónico a mi hermana diciéndole que no llegaría a casa, que me quedaría cuidando a la señora, que se cuidaran y no salieran de casa. Tenía que hacerlo, en ese momento solo pensaba en que acabase la noche para poder encontrar el cuerpo de Ricardo – o lo que quedaba de él –.
La señora estuvo despierta toda la noche, ya no hablaba, y yo me mantenía igual. No había mucho que decir. Ya luego la acompañé a su habitación, la dejé en cama. Ella no podía dormir, pero lugar más cómodo no había. Estuve frente al televisor, con el volumen bajo para no molestar. “La situación es insostenible. Los ataques proliferan y el área restringida para contener la ola de asesinatos masivos ha crecido”, la televisión dando malas noticias. Me conecté a internet para saber un poco más, solo había especulaciones, hasta ahora no pasan de eso. “Las autoridades han decidido que al cabo de unas horas la ciudad entera entrará en cuarentena, por ello se han implementado equipos de evacuación. En la parte inferior de sus pantallas aparecerán los lugares a los que deben acudir para que los equipos militares los ayuden a movilizarse”. “Iglesia San Nicolás en Camino de Dios”, leí en la televisión. Eso estaba a unas cuadras. Empaqué todo lo que le podía servir. Envié un mensaje a mi hermana diciéndole que empacara lo necesario (comida, medicamentos, ropa abrigadora, linternas y baterías) y fuera rápidamente al lugar establecido para la evacuación, que nos veríamos luego en casa de la tía Felia, que fueran allá ni bien salgan de la capital, ahí estarían a salvo.
Soy el hermano mayor, mi padre está fuera de la capital (Buena Esperanza) y en casa solo tengo a mi hermana y mi madre – nuevamente, quiero pensar que están bien –.
Luego, fui con la anciana a Iglesia San Nicolás, no quiero recordar lo difícil que fue llevarla ahí. Me acerqué a los militares, estaba subiendo al camión transportador con la anciana. «Solo mujeres, ancianos y niños», me detuvo un soldado. «La señora no tiene a nadie más.» «Tenemos problemas mayores.» Los militares no entienden razones. «Estos hombres cuidarán de usted, cuando salga de la capital llame a este número. Mi familia la estará esperando – le dije a la anciana – .Esta bien, me iré», le dije al militar. «No, quédate. El general a cargo les dará algunas instrucciones».
El general nos necesitaba como soldados, el número de efectivos con los que contaba no eran los suficientes para controlar eso a lo que él llamaba la carne en movimiento, o simplemente carne. Empecé a alejarme. «¿A dónde vas?, soldado» «¿Soldado, yo?» «Eso serás de ahora en adelante» «Yo soy estudiante y no militar» «¡¿A dónde carajos crees que vas?!» Eso no me llevaba a nada, así que le dije que a ningún lado, me quedé con ellos pensando qué hacer. Metí mis manos a los bolsillos – así pienso mejor – y encontré las llaves de la motocicleta de Ricardo, en la conmoción nunca las devolví. Sabía lo que tenía que hacer. Caminé por el perímetro establecido por los militares, empujé a uno y… me eché a correr, no me detuvieron ni dispararon, tenían otras preocupaciones.
Cogí la motocicleta y me fui. ¿A dónde? No lo sabía, solo sabía que tenía que ver a mi familia, para eso debía atravesar la ciudad. Lo último que vi en la televisión fue que área de los ataques había crecido, no sabía cuanto, pero ahí iba yo.

0 comentarios:

Publicar un comentario