El Desgraciado de la villa II

Sí, como dice el título, para su desgracia, también me verán mañana. Deben estar pensando "joder, tres días seguidos con este mamarracho de persona, qué asco". Y, a decir verdad, yo también siento el olor. Da asco.

El Desgraciado de la Villa (Segunda parte)

Había un frío intenso que no le dejaba dominar el tiritar de su cuerpo. Sus dientes castañeaban involuntariamente. La brisa era como un delgado filo rozando su piel. La nieve, un leve respiro sobre sus hombros desnudos. Pero eran una tortura cruel para sus pies, extrañando la calidez de la arena de la playa. Totalmente opuesta a lo que sentía. Se encontraba perdido. ¿Qué le pasaría ahora? ¿Qué…?

Los rastros de sangre que seguía no lo asustaban más que morir en soledad, de esa manera. No se preguntaba siquiera cómo había sobrevivido al frío o a la persecución de aquel loco que se había cortado una pierna con la moto sierra. Estaba salvado… Salvado. Rió.

Se encontró con una pequeña cabaña, que justificó de un guardabosque en otrora. Se apresuró en correr, pero la sangre empezó a brotar de una herida mal sanada hecha por un machete días antes. ¿Cuánto había durado su suplicio y cuánto debía extenderse?
Cuando abrió la puerta de la cabaña todo se volvió negro, como cuando comenzó todo. Oyó el pequeño ulular de un búho que le irritó. Tuvo miedo.

Toc-toc.
Oyó. Pero no vio nada.

Toc-toc.

Se hizo más fuerte. Quiso preguntar quién era, pero cuando intentó abrir su boca sintió un dolor en la comisura de los labios, no, alrededor de ellos. Estaban cosidos. Entró en desesperación quería moverse, pero sentía un hormigueo en todas sus extremidades. Quería abrir los ojos, sentir lo que había a su alrededor. Sintió un ardor en sus parpados, intentó incorporarse pero le fue imposible, no había coordinación en sus movimientos, si siquiera se movía.
—¿Has oído de Lionel?—farfullaron.— Dicen que se volvió loco, siempre encerrado en su cuarto, gritando… Da miedo, pero siempre fue así.

¡TOC-TOC!

—¡PAREN, JODER! ¡PAREN!—gritó—, no es mi culpa… de verdad…— Su voz tembló.
Toc-toc.

Estaba sudado, sus ojos llenos de lágrimas y sus labios resecos. Se levantó cuando se dio cuenta de que era una pesadilla, tenía tiempo sin temer tanto… Tanto tiempo sin temer. Eran las seis de la tarde, así anunciaba su reloj digital en su mesa de noche. Fue al baño, se lavó la cara… y se quiso duchar, pero…

Toc-toc.

Oyó de nuevo. Fue a la puerta con su tranquilidad habitual.

—¿Qué tal estás, muchacho?—Bromeó su tío — ¿Te estaban matando o qué? Esos gritos…

—Fue una pesadilla, como las que tenía cuando era niño…—Sonrió para darle confianza a su
tío.—No es nada. Ayer no fue una buena noche.

—Entiendo… pero debes tener cuidado, irse de juerga todos los días nunca es bueno. Que te lo
digo yo… tómalo como un consejo entre amigos. Mi hermano, mejor dicho, tu padre, fue el que me hizo entrar en razón a mí. Si no, quién sabe si estaría vivo ahora…— Rió— nos vemos, chico.
Lionel le miró pensativo. Su tío era gentil como llegó a ser su padre, y cuando era más joven y el apenas un niño, siempre lo hacía reír. Todavía ahora, ya hecho todo un hombre, como solían decir quienes no lo veían por mucho tiempo, lo hacía reír. A veces iban a un bar cercano y hablaban. Se llevaban bien. Su mente se despejó de todo un rato y su pesadilla vino a su mente: últimamente sus sueños eran extraños, más que de costumbre.

La noche solía llegar temprano en aquel pueblo, a las seis se solían prender las luces de las casas y las farolas. Jorge no quería salir hoy, pero tenía clase en dos horas. Un relámpago irrumpió el silencio de sus reflexiones. Más le valía salir temprano para no encontrarse con la tormenta que se les venía encima, ya en la facultad se las arreglaría para regresar, incluso si caía granizo.

“Para un conductor experimentado en estas vías como yo, un poco de hielo no será un impedimento”, se dijo.

Así pues, se dirigió a su carro con zozobra. Tenía miedo pero no sabía a qué, cualquier cosa le
habría tomado por sorpresa. Cualquier cosa.

Decidió que iría a la taberna de la esquina antes de hacer su recorrido hacia la facultad. Quería una cerveza para tranquilizarse. Siempre le tranquilizaban. Transcurrieron minutos que se le hicieron interminables. Era un trayecto corto, especialmente molesto si se iba en automóvil, pero quería hacer esto rápido para dirigirse a la universidad antes de que comenzara la tormenta.

—¡Joder!— Dijo al irrumpir en la taberna.

Un silencio sepulcral obtuvo de respuesta, pero lo ignoró.

—Me entraron unas ansias feroces de tomarme algo, este frío está jodido.

Un cantinero que consideró un desconocido le respondió con una sonrisa. No lo tomó en cuenta, trataba como amigos de toda la vida incluso a los desconocidos, un mal hábito. A pesar de eso, siempre les decía “Es un viejo hábito, y perro viejo no aprende nuevos trucos”, él reía, los desconocidos compartían una risa hipócrita y todo terminaba bien. Eso se decía para sí.

—Hombre nuevo, ¿eh? Suéltate esa lengua que aquí no mordemos.

Era un hombre fornido, con facciones rudas, estaba golpeado por la vida. Tenía 45 años, pero aparentaba más. Su metro noventa y seis, asustaba hasta a un hombre armado.

—¿Qué desea?— Respondió con una amabilidad que su grave voz, casi fantasmal, le arrebató.

Un viento frío recorrió el bar. Su piel se erizó.

—Una cerveza, o dos, como gustes. Que ando forrado— y rió.

La mole se movió con precaución, trajo dos como pidió y dejó tras él un pútrido olor, como de animales muertos y ciénaga con aguas sucias. Lionel se sintió noqueado por la hediondez.

“Mierda, pero qué peste”, pensó.

Las facciones del hombre se volvieron ridículamente espectrales, su piel era grisácea y un gas parecía rodear todo su cuerpo. Su maxilar inferior se volvió más grande en comparación con el superior, unos colmillos le sobresalían de la dentadura animal. Una sonrisa que se deformó en una neblina amoratada, junto al olor fétido.

—¿No era eso lo único que querías?— La tenebrosa voz se distorsionó, formando constantes ecos.
Lionel en un principio agarró las cervezas y se marchó tan veloz como pudo por el fuerte olor. El ambiente era pesado, por lo que mientras se preguntaba qué pasaba, sus pasos se ralentizaron. La presencia del más allá obnubiló su mente. Soltó las dos botellas y sus piernas echaron a correr, reacción lógica.

Sintió un extraño peso en cada una de sus piernas. El camino se hizo sinuoso, pero pudo seguir sin problemas hacia la puerta. No entendía una mierda, pero estaba seguro de que solo estaba soñando. Estaba seguro.

Salió con rapidez hacia su carro, puso las llaves y arrancó como si estuviera en una carrera callejera. El tiempo era una extraña broma de lo que es en realidad, el momento se hizo eterno y el viento que ululaba cánticos extraños, se mezclaba con el rumor fantasmal de la multitud.

Lionel rió. Rió a carcajadas, como nunca había reído. Se sintió en su hogar por un momento. Vio a su padre, a su madre, vio a todos aquellos a los cuales ya no veía en una extraña orgía que desentonaba más por lo que sucedía a su alrededor que por lo quimérico de la imagen.




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