La Paz de Compiègne

Pido disculpas a nombre de todo el grupo. Las publicaciones del 9 y 11 de noviembre están siendo hechas, cada una, dos días después de la fecha. Pero no hay que alarmarse. Esto se debe a una re-estructuración del trabajo en el blog, razón por la cual ya no verán artículos conmemorativos mensuales, sino textos más específicos. Una forma de acercarnos más a la vida, de sentirnos uno con la historia, de ver pasar el pasado en código binario muy rápido por nuestros ojos sin que exista ningún tipo de descanso, y en color verde brillante, con fondo negro, emulando a la Matrix. Solo que no será por Matrix, sino porque nuestras PC se sincerarán con nosotros, se mostrarán como son realmente, y ¡ay! del que las entienda... podrá elegir entre las pastillas roja y azul. Pero eso es algo que no nos compete ahora.
El texto de hoy está referido al fin de la Primera Guerra Mundial, pero no al Tratado de Versalles, sino al Armisticio de Compiègne (1918), que tiene una historia muy particular. En fin, si quieren enterarse un poco, léanlo [ =) ]


.+.+.+.+.+.+. La paz de Compiègne.+.+.+.+.+.+. 
(11/11/ 11:00 a.m.)

Bosque de Compiègne[1]. Matthias Erzberger tenía en sus manos la misma convicción desde hace un año. La guerra ya no tenía sentido, tal vez nunca lo tuvo, pero necesitó un estancamiento  militar para darse cuenta y salir a dar un discurso pacificador en el Reichstag el pasado 06 de julio. Necesitó enterarse de que sus compatriotas luchaban a fuerza de perder, con un orgullo insolente, considerado instintivo en los militares; si las cosas continuaban de esa manera, Alemania caería por completo; ¡el gran imperio alemán colapsaría! Pero ahora no importaba el imperio, es más, era así como tenía que suceder para que al fin pudiera instaurarse una verdadera República. Así lo pensaba, especialmente después de que su Resolución por la paz fuera ignorada.
     ¿Paralizada? Señor Canciller, con todo respeto, la resolución fue aprobada por votación, incluso Erich Ludendorff…
     La resolución es inaplicable, muy ambigua, señor Erzberger. Se aplicará, como ya lo he dicho, según mi interpretación. De otra manera, tendremos que paralizarla.
     Pero señor Canciller…
     Ya he hablado. Lo siento por Ludendorff, y también por usted.
Pero ahora estaba ahí, dispuesto a negociar, y gracias al príncipe Maximilian von Baden, el nuevo Canciller, y un hombre de mayor confianza, dado su espíritu liberal; y Woodrow Wilson, Presidente de EE.UU., artífice de los 14 puntos que asegurarían la paz. Lo acompañaban el Conde Alfred von Obersdorff, representando al Ministerio de Relaciones Exteriores, el Capitán Ernst Vanselow, de la Marina de Guerra, y el Mayor General Detlev von Winterfeldt. Ninguno de ellos dispuesto a perder demasiado. Tal vez por eso el viaje en tren hacia Compiègne no resultaba tan emocionante, porque sabían que, de cualquier forma, terminarían perdiendo, y que era lo mejor negociar la paz.
“El Mariscal Foch los recibirá a las nueve”, les informó un soldado. El Mariscal Ferdinand Foch, Comandante en jefe, representante de Francia y de los Aliados durante lo que dure la toma de decisiones, un hombre del que había oído hablar mucho pero que nunca había visto, un hombre visto como enemigo por Alemania, y sin embargo, una conversación con él podría hacer más que una Resolución de paz hace un año.

Llegada la hora, Erzberger y sus acompañantes se dirigieron al vagón de Foch, donde fueron recibidos por el mismo soldado. “Los están esperando”, dijo. Y ahí estaban, el Mariscal y otros tres militares de alto rango, sentados a un escritorio con un mapa, periódicos de hace unos días y documentos. Al verlos entrar, Foch se puso de pie. Parecía más viejo de lo que era, pero los rasgos de su rostro denotaban una profunda disciplina. Los alemanes se presentaron, seguidos por su contraparte. Luego se hizo un pequeño silencio. Erzberger parecía querer hablar, pero sentía a cada instante que Foch diría algo. Al fin se decidió; sin embargo, el Mariscal se le adelantó.
     ¿A qué han venido? —cuestionó. La pregunta consternó a toda la misión, que esperaban que Foch tuviera clara la razón de su visita.
     A escuchar las propuestas de Francia para la realización de un armisticio.
     No tenemos propuestas —fue tajante. Su tono de voz parecía querer negarlo todo en ese momento. Era claro que estaba preparado para la ocasión.
La información fue solicitada una vez más. La negativa persistía.
Finalmente, Erzberger mencionó a Woodrow Wilson. La última de sus notas diplomáticas con Alemania. De acuerdo a ella, Ferdinand Foch estaba a cargo de exponer las condiciones. No obstante, Foch se rehusó a decir nada si el armisticio no era confirmado. Estaba obligándolos a tomar una decisión, a convertir sus condiciones en ley, pues sería imposible siquiera pensar en echarse para atrás. Erzberger lo sabía, pero Alemania necesitaba la paz. Desconfiaba de Foch, pero no había otra salida.
“Alemania pide un armisticio”, dijo entonces, y el hombre a la izquierda del Mariscal comenzó a recitar las condiciones. Erzberger se sintió excesivamente responsable.
     Debo enviar un informe al gobierno —dijo. Foch lo miró rudamente, como si no hubiera sido entendido —, ¿cesará el fuego hasta entonces?
     No habrá cese de fuego, señor Erzberger. Necesitamos una respuesta para el lunes a las 11 horas.
Tres días. Ese era el plazo. De inmediato se envió a uno de los acompañantes de la misión a la ciudad de Spa, donde se encontraba la base de operaciones. Solo quedaba esperar.
Entretanto, esa tarde el Mayor General Winterfeltd mantuvo una conversación con el General Weygand, el que leyó las condiciones del armisticio, intentando sembrar la duda en los aliados sobre paralizar al ejército alemán. “El bolchevismo[2] podría hacerse con el país”, dijo algo preocupado, pero no por el supuesto, sino por si su táctica daría resultado. Lamentablemente para él no fue así. 
Erzberger solo lo observaba. Sus días en el bosque se hicieron largos. Se pasaba el tiempo dentro del vagón, esperando respuesta, escribiendo cartas que nunca enviaría, recordando su discurso en el Reichstag.

“Nos esforzaremos por lograr una paz de entendimiento y una reconciliación duradera entre los pueblos. Anexiones forzadas y violación política, económica o financiera son incompatibles con esta paz… El agradecimiento eterno de toda la nación les está garantizado”


El agradecimiento de toda la nación… ni siquiera eso había convencido al Canciller Michaelis. ¡Qué hombre falto de sensibilidad!, por suerte ahora estaba el príncipe Maximilian. Pensar en otra cosa era fatal. La paz, la guerra contraproducente, la pronta llegada de un mensaje. No había otra cosa que le llamara la atención. La naturaleza alrededor era como la naturaleza en cualquier parte, no podía pensar en ella si no ardiendo en fuego por un bombardeo. Entonces prefería evitarlo.
La noche del 10 de noviembre terminaría su espera. Escuchó ansioso el sonido del telégrafo mientras el encargado comenzaba a decodificar los mensajes. Recibieron tres. Los dos primeros aceptaban las condiciones de Foch y autorizaban a Erzberger para firmar. Era Friedrich Ebert, un socialista, como Canciller. Maximilian había dimitido a su cargo. El tercero provenía de Paul von Hindenburg, jefe del Estado Mayor. Resaltaba la importancia del armisticio y del fin de la Guerra. Esa noche durmió más tranquilo.
Ya era 11 de noviembre, el día pactado, y Erzberger tenía una respuesta. Así, la misión completa se acercó al vagón del Mariscal Foch. Éste los esperaba con los papeles en la mesa.
—¿A qué ha venido? —preguntó.
—A firmar el armisticio. El Gobierno ha accedido a sus condiciones —Foch sonrió ligeramente. Era la primera vez que lo veía sonreír.
Ambos procedieron a dibujar sus firmas. A Erzberger, a pesar de todo, aún lo molestaban muchas de las condiciones.
—No hay otro camino. Son nuestras condiciones, señor Erzberger. Limítese a firmar —y así lo hizo, y no por seguir su palabra, sino porque ya no habría otra ocasión como esa.
—Una nación de setenta millones puede sufrir, pero no morir —musitó lo suficientemente alto como para ser escuchado por Foch. El Mariscal no dijo nada.
Acto seguido, despidió a la misión alemana de su vagón. Todos salieron sin ningún cuidado, excepto Erzberger, que se detuvo a la puerta para, en señal de cortesía, estrechar la mano de Ferdinand Foch. Éste vio la mano del alemán y lo miró a la cara. “Très bien” fue lo único que le dijo, a modo de despedida. Ninguna expresión más que “Très bien”. Erzberger dio la vuelta y se dirigió a su vagón. El armisticio entraría en vigor a las 11 horas. Era momento de volver a casa.

The New York Times:  ARMISTICIO FIRMADO, ¡FIN DE LA GUERRA!
BERLÍN TOMADA POR REVOLUCIONARIOS;
NUEVO CANCILLER RUEGA ORDEN;
DERROTADO KAISER HUYE A HOLANDA
Nottingham Evening Post: ÚLTIMO DISPARO A LAS 11 a.m. DE HOY
ALEMANIA FIRMÓ EL ARMISTICIO SEIS HORAS
ANTES DE QUE SE VENCIERA EL LÍMITE


[1] Bosque público de la región de Picardía, cercano a la ciudad de Compiègne. Al norte de Francia.
[2] Movimiento socialista originado en el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, y dirigido por Lenin. Durante la guerra, quisieron convertirla en una revolución.

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Eso ha sido todo por ahora. Gracias por leer. ¡Adiós!

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