La masacre de My Lai

Hoy, o mañana, o ayer...
Emm... Quiero decir...
Hola. Sí, hola.
¿Cómo estáis? Ok, ya, ya.
Masacre de My Lai, ¿qué de ella? Una bonita, linda, cute ficción. Sí, en cursivas, porque así se ve más lindo. Bien, el hecho es que es una ficción sobre una masacre que sucedió en la Guerra de Vietnam un día como hoy, en 1968.
Disfrútenlo. O no.

La masacre

— ¡Q..qué jodida mierda!— Gritó un soldado en una voz que no era más que la voz de un niño, era una voz perdida entre muchas otras. Entre gritos que soñaban con vivir un día más, con haber podido jugar y tal vez dormir con sus abuelos o madres por las noches.
Un helicóptero sobrevolaba la escena, y su estridente sonido era uno más entre la metralla, las explosiones y los gritos. Los ojos de Smith, el piloto, veían con abominación lo que sucedía, un brazo cercenado...  
El Lugarteniente Josh daba órdenes de disparar sin discreción. Estaban en la guerra. Esto último lo dijo con un énfasis heroico, como mandado en una misión profética, entonces sintió que algo tomaba su pierna. Se molestó. Recordó le había cercenado la cabeza a un maldito soldado vietnamita segundos antes.
“Ratas”.
Entonces vio de nuevo al mismo soldado con la cabeza deformada por el disparo. Su corazón golpeó fuertemente y creyó que moriría del susto. Contestó con una patada en la quijada ya de por sí rota de aquel zombi y  le disparó a quemarropa.
Una mujer pedía auxilio, pero él no oía nada. Él lo que veía era a un animal pronunciando cosas sin sentido, a un mono, si se admitía la comparación. Le cortó la cara con la bayoneta de su rifle. Escupió en su cuerpo y siguió apuñalando su cara. 
"Así estas caras rajadas se ven más bonitas , con la cara llena de sangre." Se rió de su sentido del humor. Estos eran los momentos que valían la pena. 
Oyó que Smith le pedía auxilio por los vietnamitas heridos. Rió de nuevo, la situación era irrisoria. ¿Auxilio para estas ratas comunistas? 
"El único auxilio que les puedo dar es una granada." 
Smith veía lo que sucedía y no encontraba respuesta. Era una terrible sátira, una broma de muy mal gusto. Él no había venido a Vietnam a masacrar a civiles, esto no era lo que él quería. 
A lo lejos, puede que cien metros más allá en la villa, la masacre seguía su curso. Viejos, mujeres y niños caían, no había distinción. Porque los que caían eran quimeras de propiedades incréibles, soldados vietnamitas que seguían atacando en una cólera insólita. Eran monstruos, imparables que solo querían proteger su hogar, estaban ya muertos pero en sus almas podridas en la guerra todavía querían proteger su tierra y a sus familias. Se aferraban a sus tierras con sus uñas, con sus sus dientes, no cedían.
Y oían los gritos de sus hijos, de sus padres y sus esposas. Sentían ganas de llorar y tal vez lágrimas corrían por sus ojos, excepto que sus ojos eran dos cavidades negras y profundas, y tal vez sufrían daños, en sus cuerpos etéreos. La negrura de sus miembros desmembrados se volvían tan solo más guerreros, querían justicia y en sus almas oscurecidas por la rabia, volver como ghouls o zombis era la única venganza posible. 
Lo que sí era cierto era que los soldados estadounidenses oían sus voces, las oían desgarradoras, las oían por encima de la metralla, las oían por encima de las explosiones. Lo oían todo claramente y lo entendían, aún sin conocer nada de esa lengua de insectos comunistas. Sentían como sus cuerpos se debilitaban, como la atmósfera era tan oscura y siniestra que no parecía de día.
Fébriles, desfallecidos y fuera de sus cabales algunos soldados caían. No querían hacer esto, pero el mismo miedo los obligaba. 
El Lugarteniente Josh estaba encantado con la escena, reía a carcajadas y aunque oía los gritos desgarradores y sus voces pidiendo justicia, las ignoraba o acaso esa era la yesca que encendía su sed de sangre.
Smith contactó con los soldados en tierra, a cargo de la masacre, pero lo que escupían de sus bocas no tenía sentido. Era un odio perverso que solo daba a entender que lo que ellos realizaban era una limpieza del mundo.
***
Un pequeño le preguntó a su mamá por voces extrañas, que se perdían entre los aullidos del viento. A vece, entre esos aullidos, oía a su padre o a su abuelo. Son las dos de la madrugada y Kim-Ly, la madre del chico, no ha dormido nada desde hace días, porque sabía que sobre su villa se cernía la muerte. Su abuela se lo había dicho, al borde de la muerte, hacía ya una semana, que su esposo estaba muerto desde hace meses, mucho antes de que se lo comunicaran las tropas vietnamitas.
En la villa se hablaba de una influencia maligna que rodeaba a sus muertos, no estaban encontrando paz. Regresaban como sombras de lo que habían sido, como bestias llenas de rencor. No era solo su abuela la que lo sabía, porque había sido la espiritista del pueblo hasta su muerte.
Era una verdad entredicha por todos.
Ella decía que se lo habían dicho los muertos. Los muertos de los estadounidenses, arruinados y arrepentidos, que murieron en batalla. También los soldados vietnamitas se lo habían dicho, con sus ojos anegados de lágrimas, porque querían ver a sus sus esposas y sus familias..
Thian, hijo de Kim-Ly,  le dijo que vio a su padre de camino por acá, y parecía feliz en su sueño. Y ella, en la oscuridad, con mejillas que llaman a las lágrimas, respondió:
— Papá, está en el cielo, Thian, como tu abuela. Se fue porque quería protegernos.
— Ah... Pero yo quiero verlo.
— Yo también. Yo también, tal vez lo veremos pronto. Ahora duerme.
***
La bala traspasó su estómago y luego arrasó con el cráneo de su hijo.

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