Día de la Fotografía


¿A quién le gusta apreciar una buena fotografía? Esta ficción va dedicada a todos ellos. Un día como hoy se ofrecía a dominio público al antecesor de la actual cámara fotográfica, el Daguerrotipo. Y aunque uno de sus diseñadores, Louis Daguerre, lo había patentado días antes en  Londres, el 19 de Octubre sería recordado como un momento único, convirtiéndose más adelante en el "Día de la Fotografía". Desactiven los flashes y disfruten de la lectura.



Dos hermanos y un Daguerrotipo.

François Arago, secretario de la Académie des sciences avanzaba con premura por los pasillos de la institución. Ya faltaban muy pocas horas para lo que sería un evento muy importante para el mundo. Finalmente, y tras algunos arreglos, el daguerrotipo podría ser fabricado y usado por todos. No podía ni debía esperar mucho tiempo. Necesitaba propagar la buena nueva lo más antes posible. En tan sólo unos días, arregló todos los detalles para la sesión extraordinaria en la cual él mismo disertaría el discurso. No le alcanzó el tiempo para escribirlo, ya improvisaría en el momento.

Ingresó a la oficina y miró al invento. Su imaginación se desencadenó,  fantaseando con cada posibilidad, con cada opción, que otorgaría el daguerrotipo. Y como cualquier invento, las nuevas generaciones la irían mejorando. ¿Se lograrán imágenes a color? ¿Evolucionará de tal forma, volviendo su uso más sencillo, que incluso un niño pueda usarlo? François sonrió.  Cualquiera pensaría que deliraba, pero él no lo veía así.

Arago sintió la ligera tentación de tomarse una fotografía. Podría hacerlo, conocía el objeto casi tan bien como su inventor. El problema era la gran cantidad de tiempo a invertir para poder fotografiar. Así que solamente lo acarició con las yemas de sus dedos. Tocaron la puerta. Eran varios integrantes de la Academia. Le dijeron que necesitaban hablar con él en otra habitación. Él se dispuso a acompañarlos, pero olvidó cerrar la puerta de su despacho.


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En otro lado de la ciudad, no muy lejos de allí, dos niños pillos corrían alegremente. Cada calle, cada persona, era parte de sus acciones lúdicas, de sus juegos inocentes, de sus bromas. París era su gran patio de diversiones. Pero jugar en la ciudad no era el objetivo de estos jovenzuelos. Sus  curiosos sentidos escucharon los rumores respecto a un nuevo invento, el cual dibujaba con mucha exactitud cualquier imagen, y sin necesidad de un hábil dibujante.  Sus pequeños corazones latieron con fuerza al oírlo. Saltaban, gritaban, imaginaban, jugaban, soñaban. 

No eran niños de la calle. Sus padres eran miembros muy respetables de la sociedad francesa. Conocían los detalles de la ciudad por dentro y por fuera.  Aunque pertenecer en las grandes esferas de la sociedad representaba muchas obligaciones,  tediosas y aburridas. Sus enormes ojos veían mucho más de lo que las rejas de su hogar les permitían. Gracias a su pasión por la aventura, permanecían castigados en sus hogares, encerrados cual pajarillos. ¡La muerte es mejor que el encierro!
Pierre y Laurent  no pudieron soportarlo más. Se escaparon de casa, de las obligaciones, de las ropas apretadas, de la etiqueta absurda, de la jaula, del encierro. Paris era suyo. Francia era suyo. El mundo era suyo.

 - ¡Vamos a verlo, vamos a verlo! – Laurent sostenía una pequeña caja que “tomó prestada” de alguna parte.
- Suelta la caja, que te estás ensuciando – Pierre brincó delante de él y le arrebató la caja a su hermano. Luego, sacudió el polvo de sus ropas.
- Pero, es mi daguerro…
- Silencio. Hoy no jugaremos al daguerrotipo ficticio – Pierre, el hermano mayor, mostró su sonrisa pícara, llena de travesura infantil - ¡Hoy veremos uno de verdad!
- Pierre, sólo hay unos cuantos y… - Laurent, el menor, inocente y un poco cohibido, fue interrumpido nuevamente.
- Lo sé, lo sé. Sabes, escuché de Papá que hay uno en la Académie des sciences, no muy lejos de aquí.
- ¡No! ¡Pierre! ¡No me quiero quedar sin dulces por un año otra vez! ¡No quiero que me golpeen otra vez!
- ¡Débil! ¡Siempre has sido débil! Así nunca  lograrás crear algo que sirva. Si quieres ser un inventor, debes aprender a arriesgarte y sufrir las consecuencias.
Laurent agachó su cabeza, aceptando las palabras de su hermano.  Asintió en silencio. Pierre continuó con la explicación.
- Mira, entrar será muy sencillo. Lo difícil será encontrar el daguerrotipo. Para ello debemos mantener el silencio en todo momento. Sin quejarse. Hay que hacerlo rápido, antes que la nana se entere que usamos el truco de la almohada otra vez.
Pierre le indicó que se pusiera de pié. Acto seguido, ambos se echaron a correr.

No pasaron ni diez minutos, cuando llegaron a la Academia de Ciencias. Las puertas no siempre se encontraban abiertas a todo el público. Era en esas ocasiones en las cuales podía encontrarse apostado un guardia. Detrás de él había otro guardia y algunas personas más. Pierre sabía todo eso. Así  que ideó una distracción. Primero buscó un pedazo de carne. Luego, buscó a un perro callejero y lo comenzó a atraer  con la carne. En un momento dado, lanzó el trozo dentro del edificio, deslizándolo por el piso. El perro, muy  hambriento, brincó hacia el alimento, causando gran alboroto. Un guardia pateó al perro, el cual gruñó. Otro le arrebató la carne, una malísima idea, el perro se le abalanzó y le mordió en el brazo.
Aprovechando el alboroto, una mezcla de gritos y ladridos, los jovenzuelos corrieron dentro del lugar sin ser vistos y continuaron su trayectoria.


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- Ahora viene lo difícil – susurró Pierre, mientras se llevaba el dedo índice a los labios.
Caminaban lentamente e intentaban abrir cada una de las habitaciones, sin éxito. Laurent se mostraba más asustado y Pierre, más molesto. Así estuvieron quince minutos, buscando habitaciones abiertas.
Ya habían perdido las esperanzas cuando por accidente, encontraron una puerta sin cerrar. Sospechoso. Podía estar alguien adentro y sería el fin. Pierre empujó lentamente la puerta, para percatarse que el lugar se encontraba vacío. Y no era lo único. El objeto soñado, el objeto deseado se encontraba colocado encima del escritorio.

- Lo encontramos, por fin lo encontramos – sonreía Pierre.
- ¿Y qué haremos ahora? – dudó Laurent.
- ¿Por qué lo preguntas, lo llevaremos a nuestra casa?
- Se puede armar un buen lío.
- No pasa nada. De seguro que tienen otro por allí.

Después de dicho esto, Pierre tomó el daguerrotipo y lo levantó  del escritorio. Tuvo que bajarlo de nuevo, ya que detrás de su hermano, François Arago lo miraba, severo.  No hacían falta las palabras. Ambos sufrirían el peor de sus castigos, uno de los que nunca olvidarían.


Algunos años más adelante, los hermanos recordaron con melancolía ese recuerdo, imaginando el escándalo que se armaría si hubiesen cumplido con su objetivo. Y al final, un “ valió la pena” al unísono.


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