Los viajes de Gulliver

Hace ya buen tiempo desde que leí Los viajes de Gulliver o “Viajes hacia naciones del mundo bastante lejanas. En cuatro partes. Por Lemuel Gulliver, primero cirujano, luego el Capitán de muchos barcos”, como es su título original (sí, es bastante largo…), de Jonathan Swift. La leí arrastrado por una curiosidad salvaje, por ser una de las lecturas de las que mucho se escucha a lo largo de la vida.


La novela tiene un comienzo bastante curioso: una brevísima carta de Ricardo Sympson, el supuesto editor del libro, quien da alcances sobre el protagonista, Lemuel Gulliver, íntimo amigo suyo, y nos cuenta cómo fue que sus manuscritos llegaron a él.

Ahora bien, ¿de qué trata Los viajes de Gulliver? Es casi seguro que la mayoría de personas ha escuchado, leído o visto versiones de su historia: Gulliver realiza cuatro viajes que lo llevarán por lugares completamente distintos del mundo que conoce, siempre solo y en problemas gracias a su suerte y a su poco fiel tripulación. Cada uno de estos viajes constituye una parte del libro. Siendo así que la novela se constituye por cuatro interesantísimas partes.


¿Por qué vale la pena leerlo? Pues, cada lugar nuevo, ya sea la isla de los pequeños liliputienses,  los gigantes de Brobdingnag, los excéntricos hombres de Laputa o la controvertida isla de los caballos parlantes (houyhnhnms) con esclavos humanos salvajes (yahoos). Cada uno de estos viajes es una especie de ironía escrita por Swift a la sociedad de su tiempo. Y, ¡vaya sorpresa!, incluso ahora, casi 300 años después de su publicación, puede provocarnos cuestionar mucho de nuestro mundo.

Recomendable por supuesto. Pero, eso sí, no es para nada un trago ligero. Al menos no lo fue para mí.

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