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jueves, 27 de marzo de 2014

Hale-Bopp, la navecita de Dios

¡Hola! ¿Saben lo que pasó el 26 de Marzo del 97, amiguillos? ¡Un grupo de religiosos estúpidos se murió! No, no. Quiero decir, un grupo de elegidos por nuestro Señor Dios fue enviado a una nave espacial hacia el Reino de Dios.
O algo así... o tal vez nosotros fuimos al Reino de Dios y ellos se quedaron en la tierra, sacrificándose por nosotros. O tal vez somos simulaciones o tal vez hay un gato Dios que nos mira y hace que hagamos estupideces o tal vez es un Dios perro o tal vez tú eres Dios y no lo sabes o tal vez no se sabe si hay Dios o si hay un Dios, ¿por qué si es benevolente permite la crueldad?, ¿por qué si es todo poderoso y no es cruel no impide la maldad? ¿Quiere esto decir que es malo? ¿Quiere esto decir que soy un Dios cruel? Por supuesto.



A las puertas del Cielo



Lo vi por primera vez en enero. Mis ojos se quedaron fijados en su inmensa luz, en las dos franjas que dejaba entrever en el completo abismo del cielo. Lo comprendí de inmediato, comprendí algo que no decía nada, era una señal que estaba escrita, codificada en la preciosa formar del cometa. Pronto nos iríamos de este mundo, entraríamos al Reino de Dios.
Cuando Do nos habló esa misma noche, cuando vimos los ojos de su viejo cuerpo terrenal comprendimos que había llegado la hora.
Cometa Hale-Bopp.
“Será cuestión de días o de meses como mucho. Sabemos de este cometa desde hace varios meses, sabemos que es la señal que Ti ha mandado a quienes todavía albergaban dudas sobre el Reino por encima del Nivel Humano. Embriáguense de dicha. El Reino de Dios está entre nosotros; está a tan solo tiempo terrestre de nuestro alcance. Mi padre, Ti, que abandonó la tierra ya hace unos años, nos lo mencionó en ese entonces y antes de que él llegara yo ya lo sabía. Lo hemos sabido desde hace dos mil años, cuando los humanos nos rechazaron por primera vez… y ahora ustedes lo saben de nuevo, cuando los humanos lo rechazan nuevamente, acusándonos de ser El Anti-Cristo.”
El Anti-Cristo eran ellos. Recordé sus palabras, su meticulosa y cuidada elección de palabras, su melodiosa y armoniosa voz. Sentí asco por lo que fui alguna vez. Ropa, joyas, comida, sexo, drogas, los humanos se entregaban a los placeres de sus cuerpos carnales como nada más que animales en una sobredosis de sensaciones. Yo fui uno de ellos, pero también un rechazado, alguien discriminado por su vehículo. Triste es la vida de los humanos, identificándose con la simple carne que controlan, sin darse cuenta de que hay algo más en ellos que su cabello, que sus dientes, que la forma en la que se presentan a los demás y las juntas que mantienen para ser aceptados.
El Reinado del Anti-Cristo ha durado ya lo suficiente. Hablando en el nombre de Dios, de Ti y de Do. ¿Cómo de sinvergüenzas hay que ser para rechazar el Nivel por encima del Humano, a sus mentes, por un pedazo de carne que se descompone día a día? ¿Cómo de insensatos se tiene que ser para abandonar la palabra de Ti, para creer que las necesidades de uno mismo están por encima de todo? ¿Cómo de incrédulo hay que ser para pensar que con tan solo creer, tener Fe en Dios podrás entrar a su Reino?
Mi mente ansia el momento en el que esté en el Reino por de los Cielos. Un reino en donde las necesidades carnales no imperan; solo somos nosotros y nuestro amor a Ti. La infinita belleza de cada uno de nosotros y de los cuerpos que ocuparemos en su Reino.
Desde enero, cada vez que vi al implacable cometa me sentí más cerca de casa. Applewhite, Do, nos dijo que una nave que iba junto al cometa Hale-Bopp, que nos llevaría al Reino de Dios.
“La estela azul. ¿La ves?” dijo Gnoldy alguna noche de febrero.
“Sí, claro. ¿Qué tiene?” le pregunté yo. Srrody nos veía silenciosamente, él sentía un poderoso amor por Ti, un amor que le impedía hablar largo y tendido sin sentir repulsión. Se sentía genuinamente disgustado por su vehículo carnal. Solía mirar al horizonte con él y siempre decía, con cierto dolor al hablar, que el verdadero anochecer, el oscuro color de las tinieblas era la verdadera belleza que se presenciaba el atardecer. Luego dirigía sus ojos a las estrellas y recordaba que en algún lugar en la vastedad estaba el Reino de Dios y nosotros estábamos aquí, varados y condenados a estar entre vísceras y carne. Sonreía y podía ver la nostalgia de su vida ignorante en sus ojos, sonreía y era una expresión genuina, como si conociera la felicidad ahora que Do lo había llevado por el buen camino, lejos de la blasfemia de las religiones. 
“La estela azul es la estela que deja nuestra nave, ¿pueden imaginárselo? Dejar este mundo, dominado por la ignorancia y por la vanidad, por las ‘familias’ falsas que nos han adoctrinado, como si fuéramos títeres. Lo dejamos todo, vamos hacia el Reino por encima del Nivel Humano.” Sonreímos todos y nos abrazamos, sentimos verdadera plenitud.
En los meses que siguieron antes de Marzo intentamos reclutar a más gente a que comprendieran el Nivel Evolucionario por Encima de los Humanos, algunos nos veían con disgusto otros comprendían la inmensa señal que pasaba por nuestro planeta. Veía la ilusión en sus ojos. La parte difícil era hacerles comprender que nuestros cuerpos no eran más que recipientes. Nosotros, los humanos, no somos más que la mente, el espíritu si prefieres, una mente implantada desde el Reino de Dios para engendrar los vehículos de carne. Resistir las tentaciones de nuestros cuerpos. Do había castrado su cuerpo terrenal junto con otros miembros más viejos, porque la devoción que sentíamos por Ti, por nuestro Padre, por Dios es tal que cualquier sufrimiento que este cuerpo terrenal pueda sufrir con tal de obtener su Reino era infinitesimal y en cambio nuestro amor hacia él más vasto que los océanos terrestres. Entraríamos en su nave tal cual como Jesús cuando se elevó en la colina y entró en la nube de luz, su nave.
El advenimiento de la nave, Do mencionó, sería por medio de nuestras mentes. Nuestros vehículos, nos desharemos de ellos y Ti se haría cargo de nuestras mentes que serían llevadas hacia la Nave Espacial en el cometa Hale-Bopp.
Llegó justo el día anterior del advenimiento con sudaderas, pantalones de deporte y muñequeras negras que recitaban “Cielo”.
Logo de Heaven's Gate.
Mi cuerpo temía pero comprendía el llamado. Mi mente se sentía débil, bebimos vodka con arsénico y cianuro. Las palabras de Do se hacían difusas, oíamos la voz sideral de Ti, sentimos como nuestras mentes etéreas se elevaban. Do cantaba una canción de cuna y creí ver su hermoso cuerpo del Reino de Dios y me dio su mano que era larga y brillaba y besó mi boca con un gesto de amor terrestre. Me dijo “Bienvenida”, en un idioma que nunca antes había oído, pero no lo oía, resonaba en mi cráneo y allá arriba todo era diferente.
Era igual; era todo y sonrisas y risas y música que comprendíamos a un nivel más allá del teórico porque hablaba de Ti y de Do y de nosotros que éramos los Discípulos de Jesús, hace dos mil años y hermanos de Applewhite, dos mil años después, y éramos unos y otros y también Ti y Do, aunque ellos no eran nosotros. Cada uno de nosotros ponía una semilla en la tierra que nacía y formaba a un hijo de Ti, a un nuevo humano. 
En el Reino de Dios había una felicidad que se inhalaba en cada metro, en cada segundo que pasaba y había un amor que silbaba en nuestros oídos y que pasaba por nuestros ojos que nos hacía comprender que el amor tenía forma y sonido. un olor y una definición. Ti consonaba con lo que nuestra mente quería y nuestros recuerdos humanos se desvanecían y se volvian Ti, porque Ti era todo lo que conocíamos era la pimera palabra que habíamos pronunciado y la última...
Y cada uno de nosotros era Ti, eramos un dedo, una molécula, un átomo de su inmensidad y pronto yo crearía más tierras y más de mis discípulos se unirían a mí, en mi inmensa soledad.

domingo, 14 de abril de 2013

Una muy hermosa luz (Asedio de Masada)


 Muy bien, compañeritos, hoy les traigo ¡un relatito!
 Ok, ok. Esta ficción es en relación a el Asedio de Masada, un suceso histórico ocurrido, hacia el año 73 d.c.,  donde los Judios, acorralados y fieles a su doctrina religiosa, tomaron una resolución:
No morir ni permitir ser esclavizados bajo la mano del César. 
O algo así. En fin, disfruten su lectura.
 

 Una muy hermosa luz


Escuché sus palabras con temor. Las escuché sintiendo la presión del ariete de los romanos. La sentí mientras el olor a sudor y a suciedad nos acechaba. Escuché cómo decía cada una de sus palabras y nunca le quité la vista de encima.
Elazan Ben Yair
Vista aérea de la rampa erigida por el ejército Romano
¿Cómo podía confiar tan ciegamente en ti luego de escuchar esto? ¿Cómo podía sentirme identificado y admirarte por tales palabras, aún cuando las encontraba despreciables y no la propia voluntad de Dios?
Quien mata con el acero, por el acero muere. Eran palabras que ardían tanto como las que pronunciaba Elazan.
“Ya que hace largo tiempo decidimos no ser esclavos de los Romanos, ni de nadie más que Dios mismo, quien por sí solo es el creador y único Señor de la Humanidad, es ahora el momento en que debemos hacer esa resolución verdadera en práctica...”  
Todos no podían hacer más que mirarlo atentos. ¿Qué quería decir? ¿Lucharíamos a muerte? ¿Dejaríamos que nuestras mujeres y niños fueran esclavos si perecíamos en un vano intento?
Y ahí es donde todo se volvía más perturbador. Porque lo entendías. Entendías cada una de sus palabras, no había dicho nada todavía. Un segundo. Dos segundos. Tres segundos. El nudo se formaba en su garganta, la expectación crecía. No obstante, el silencio fue respuesta suficiente para los más valerosos, lo miraron con complicidad.
Dios nos miraba desde arriba, con su mirada pesada, lo sentíamos con su omnipresencia. Sentíamos cómo su mirada nos reprobaba en cierta forma. Pero nuestras manos mortales y mentes acabadas por el cansancio no veían otro camino.
“... Fuimos los primeros en rebelarnos, y también seremos los últimos que lucharemos contra ellos.”
Hubo otro silencio, más corto, un silencio que nos daba una pequeña luz. Era siquiera una luciérnaga. Pero vaya que calmaba nuestro dolor.
Ya veía movimientos de una mujer y su madre, anciana. Pensé en lo que les deparaba, sabedor de la verdad próxima a anunciarse y me sentí pecador, sucio, asesino.
“No puedo hacer otra cosa que estimar este favor que Dios nos ha otorgado, que está todavía en nuestras manos morir valientemente y en un estado de libertad.”
El murmullo creció como la duda. Elazan nos miraba con una mirada llena de serenidad, nos miraba también con seguridad y resolución. Si no fue la profundidad de sus ojos, lo meditado de sus palabras, su contemplativo semblante, lo que calmó a nuestro pequeño grupo, enclaustrado y hambriento, fue Dios mismo. Dándole el don de la Duda en momentos de desesperación, en momentos en los que solo nos quedaba una alternativa para seguir fiel a él. Pero he ahí la ironía que para serle fiel, teníamos que pecar.
Morir y matar por nuestras manos.
Y las lágrimas desbordaron. No hay duda de ello. Y nos sentimos devastados todos y sentíamos el pesar en nuestros corazones.
Eleazar entonces dispuso con nosotros los hombres a diez de los que se encargarían de degollar a las familias y a todos los que restaban de nosotros.
Y fue tal mi suerte que estuve entre esos diez.
El frío de la noche penetraba y la escasa luz de las antorchas hacía que todo se viera de manera diferente, siquiera glorificado porque sabíamos que de alguna forma Dios se encontraba entre nosotros. En el fuego. En nuestros corazones. En nuestras almas dubitativas ante el momento definitivo.
Romanos en la rampa hacia Masada

Cada una de las familias se dispuso en el suelo, extendiendo sus cuellos. Algunos temblaban y sudaban del miedo. Otros añadían a esto el llanto. Muchos de nosotros, los diez, lloramos.
Mientras lo hacíamos, con voz trémula, recitábamos nuestras oraciones.
—Tengo... tengo miedo, Elazar. Tengo...
— Shh... Es la voluntad de Dios que nos entreguemos a él.
Y su voz seguía clara mientras calmaba a las personas que morían bajo el acero. Inocentes.
Sentir el cuchillo desgarrando sus cuellos. ¡Qué consuelo era saber que intentábamos degollarlos de la manera más indolora posible!
¡Qué consuelo era el morir de esta manera, acorralada y bajo nuestra propia mano!
Pero seguí. Seguí y de eso me enorgullezco.
Entonces, una vez solo diez de nosotros quedaron. Elazar entre nosotros. Este dijo:
— Ahora, de los diez que restamos, uno se encargara de darnos muerte a cada uno de nosotros. Para luego acabar con su propia vida.  
Elazar fue justo hasta el final. Porque a pesar de que se esperaba de que fuera nuestro líder quien nos diera muerte, el azar, cruel e insano, me eligió a mí para darle muerte a mis compañeros.
Entonces prorrumpí en llanto.
— ¡Tal castigo no puede serme dado, por favor, Elazar!— Exclamé, con mi voz rota. Lo vi y vi a los demás, y supe que ellos sentían lo mismo que yo.
— Es Dios quien ha escogido que nos des muerte. No tienes que ver con desprecio, Jaziel, tu papel. Pues lo que hacemos lo hacemos por honor, dignidad y respeto a nuestro señor, Dios Todopoderoso.
Pese a que aprecié sus palabras, me sentía irremediablemente sucio. Yo, el más joven de todos, manchando mi nombre con sangre, no merecíamos esto.
No lo merecíamos.
Sin embargo, cada uno se dejó degollar con una cara llena de paz y con una facilidad que me dolía. Tuve así que matar a Elazar, que me miró con su mirada llena  de sabiduría, y que acarició mi cabello momentos antes de morir. Él, compañero de mi padre, muerto. Y yo, vivo por el simple azar, dudé de la certendad de mi muerte. Pensé que tal vez podría huir, esconderme. No me importó lo deshonroso que podría ser. No me importó por un instante, el cuchillo que estaba en el suelo. Estaba libre de todo, simplemente esconderme habría bastado.Sin embargo, mientras un gran fuego crepitaba en las afueras de nuestra fortaleza, me sentí observado. Y al ocurrir esto me sentí verdaderamente sucio.
Aquello me hizo percatarme de mi ambiente, de los cadáveres desperdigados, sentí como cada uno de ellos me miraba. Sentí la sangre de los que había matado quemándome, como reclamándome tal deshonra. Oí la voz de alguien a quien no podía reconocer, a alguien lejano, y sentí también su presencia. La sentí a mi lado, diciéndome:
“No temas, Jaziel, no temas.” Era una voz paternal, acaso divina.
Sentí como llevaba mi mano al cuchillo ensangrentado que yacía en el piso. Lo así, con fuerza, y mi mano tembló por un segundo, víctima otra vez de mi cobardía. Así, con una fuerza que no conocía en mí mismo, corté mi cuello.
Y mientras recuerdo todo esto, mi vista se hace borrosa. Y a pesar de que el dolor fue intenso en el momento inicial, siento un adormecimiento placentero. En lo obnubilado de mi vista veo seres no humanos a mi alrededor, seres felices... y veo una luz.
Una muy hermosa luz.

domingo, 30 de enero de 2011

Un día más.

Esta vez no es LNF... no porque sea un maldito vago, si no porque quería relatar algo que se me ocurrió. Está en parte relacionado con los relatos épicos antiguos que trataban sobre estrafalarios dragones que tomaban el bus por la mañana, los caballeros que usaban sus armas de asalto para amedrentar a los débiles...
Son historias hermosas, verdad?
Algunos dirán que estoy desanimado, que el aura de fuego que me rodeaba ha desapericido... Y es verdad, no lo niego... se perdió... y la extraño, extraño abrazarla en las noches y susurrarle al oído... era mi más fiel amiga. ='(
En fin, acá está....
----------D.E.P.----------

Una mañana que marcaría su vida, y la de muchos. Un frío atenazante que te quema la piel. Un lívido respiro que se transformaba en uno libidinoso. Todo eso sucedía en un segundo y, a pesar de eso, el segundo seguía siendo el mismo; a pesar de albergar tantos recuerdos, tanta información innecesaria.

Así pues, me dirigía con un aire de fastidio… con una inercia robótica, con mi mente concentrándose en rodear mis manos con el suéter, en ignorar el hálito que soltaba de vez en cuando. Mis pensamientos estaban dirigidos a esa nada inútil, todo era un algoritmo elaborado: mirar a la derecha al cruzar la calle, avanzar con mi caminar más bien lento. Mi hermana detrás de mí, usualmente ignorada. Hoy no sería diferente, eso pensé por un momento.

Una vez hube cruzado la calle tenía que esperar por el semáforo de la avenida principal; otro fastidio que hoy tardaba más. Los hados no paraban de molestarme. Un autobús cruzó por la calle que recién había cruzado, entre gigantes de cemento, entre millares de vida, entre pequeñas arboledas. Sin tomar en cuenta el paso de una hormiga, que se vería salvada por apenas centímetros. Sin tomar en cuenta el grito ahogado de una señora, su intento inútil de sobrevivir.

El grito de un hombre que quiso ser héroe, mientras se bajaba de su carro, estiraba la mano, como si así pudiera salvar algo, como si en su mente hubiera algo más que neuronas. Como si gritando pudiera detener todo, obteniendo no más que una vista excepcional del arrollamiento.

Una golpe seco que la devoraría por dentro, en su mente pasarían miles de recuerdos, pero uno se acentuaba entre esos. Su hijo que, de no ser por ella, no habría tenido oportunidad de llegar a tiempo al trabajo, de atender lo que para ella es su nieto. Su hijo que ahora en su carro siente un vacío en su corazón y se pregunta, extrañado, “¿Qué me hará hoy para el almuerzo?” Y ríe, ríe sin saber que hoy no tendrá un almuerzo, que su vida le acaba de hacer una entrada agresiva, como le llamarían en fútbol.

La rueda pasa por encima de su abdomen, comprimiendo sus órganos, dislocando su pierna luego del impacto. Por sus ojos pasan los recuerdos más hermosos de su vida, su casamiento, su parto, su primera comunión. Todos van hacia un mismo lugar, como queriendo perdurar más en sus escasos segundos de vida. El pánico ya juega sus cartas, va por un royal flush, la adrenalina pone su cara de póquer, pero es descubierta por el pánico.

“¿Qué tan cruel puede ser la vida?” Se pregunta su mente inconscientemente cuando, girando por el asfalto, grita sin darse cuenta por auxilio, para que el autobús pare. Quiere que Dios se compadezca de ella pero, muy a su pesar, Dios juega al póquer en el cielo, apostando por algo más que un carcaj de flechas de Cupido.

Mis ojos siguen su cuerpo, todo pasa muy lento. Incluso yo, siendo no más que un crío que se hace llamar desalmado, lo veo todo lento. Los gritos, con tonalidades diferentes, todos anunciando lo mismo con una emoción diferente. Algunos resignados y acostumbrados a que la vida pase. Todos les han tratado mal y lo menos que quieren es llorar por una muerte que no les incumbe. Sus corazones son estrujados y, aunque no lo quieren, sus ojos lagrimean, mas se dicen que deben ser fuertes, que una lágrima es solo un consuelo inútil.

Está el sujeto enfadado con la vida, que trata mal a todo el mundo, que se queja de las injusticias cometiendo más injusticas. Aun él tiene corazón, y gritando, liberando su rabia, escupiendo un manojo de insultos dice que mató a una pobre vieja, quien poco tenía que ver con el maldito celular que le nubló. “Hijo de su reputísima madre, malparido. Ojalá te pudras en la cárcel.” Y él sigue conduciendo, guiándose por el lánguido flujo de los carros.

También está el de corazón noble, un doctor, que se pregunta qué demonios ocurrió, y queriendo hacer algo, creyéndose Dios mismo, se prepara para estacionarse en frente de mi liceo, como si mucho pudiese hacer.

Su cuerpo gira un poco más, su brazo se tuerce un poco. La segunda rueda, ésta con una gemela, le pasa por encima, partiendo la canilla de su pierna dislocada, comprimiendo su brazo contra el hombro y dislocándolo. Aplastando sus pulmones un poco más, sin romper las costillas. Un pánico, un sudor frío recorre las sienes de la mujer, su cuerpo da unas vueltas más, merecedoras de un diez de diez, y termina boca arriba. Su espina parece estar rota.

El autobús frena y su conductor se maldice cuatro mil doscientas veces, pero él sabe que eso no es suficiente. Él sabe que pagará caro, que su hija, que ahora está en el kindergarten, no le verá hoy, y quizá luego sus visitas estén limitadas a una cantidad de tiempo mísera. Él sabe que la próxima vez que la vea por más de una hora será cuando esté a lo menos en la Universidad, si es que su Dios gana esta apuesta.

El hombre que quiso ser un héroe ahora ya está fuera del carro, se apresura a cruzar la calle y, cuando está en un montículo, preparado para ver cómo está la señora, cuando está por pisar el asfaltado de la calle donde yace la malherida, se siente miserable al ver a la señora que ahora respira forzosamente, mirando al cielo. Entonces grita que aún está con vida, pero poco dura este hecho.

El conductor se apresura en bajar de su autobús, realmente no lo veo bajar, sin embargo, sé que su corazón anda en llamas, crepitando y consumiéndose como una hoja de papel. Él sabe que la señora estará bien en el sumo Palacio de Dios, pero que lo que le depara a él es más oscuro que la oscuridad, más tenebroso que Pennywise, aunque apenas y recuerda su nombre.

La mujer que compraba en el quiosco hace un rato ahora se siente aludida con los gritos de auxilio que todos sollozan, siente que ella debe hacer todo, su ego no da para más, eso creo yo. Mi hermana no oye nada, lo ve todo callada. Con sus pobres catorce años nunca ha visto a alguien morir. Como máximo están las películas de Hitler de las que tanto gusta, como máximo están las películas de acción y gore que ve por ocio, ni ella misma sabría relatar lo que sucede y es que tras un segundo, me dice que la mujer del ego inflado, mi madre, ha de estar estresada y de esa forma me sugiere que vayamos a ver como está.

Un maldito obstáculo, además de los carros, una muerte que tarda más de treinta segundos en darse por ida. Asiento con mi cabeza, seguido por un “Bueno…” conciliador. Luego recuerdo lo hermoso de la muerte, y me río, porque soy un malnacido, un desgraciado que vive más del ocio que de otra cosa.

Mis pasos, como antes, lentos. Mis ojos, como antes, autómatas, ven al hombre moreno de estatura media gritar, el conductor, con sus manos en la cabeza, pidiendo mil perdones que nunca obtendrá y auxilio para la señora. Respondido por un grito del injusto hombre del carro que aún no avanza más que medio metro. Un: “Para qué llamar a la ambulancia si ya está muerta, pedazo de estúpido.” Me rió para mis adentros y veo el último respiro de la señora. Un momento extremadamente genial, como les detallaré luego a algunos compañeros con un morbo juvenil.

El conductor del autobús sigue gritando, como si así fuese a revivirla, y lo quiere, quiere que reviva y que viva al menos cincuenta años más y quiere llegar a su casa ya, y acostarse en su cama, pues quiere olvidar que acaba de matar a alguien, sin culpa, lo jura por su madre, lo jura tantas veces que hasta me hace sentir pena.

Me acercó al cadáver al que todavía le faltan varias cosas por “vivir”, el rigor mortis, el pallor mortis. Nombres que he memorizado por un gusto insano por los asesinos en serie y la muerte. Ahora la detallo, como contemplando una obra de arte, ¿y qué más es si no eso? La parca se las arregló para hacer esto hermoso. Su pierna dislocada encima de su vientre, su canilla rota sanguinolenta, su brazo comprimido contra su hombro, dislocado; las huellas de las ruedas por encima de su camisa blanca, sus ojos miraron el último cielo azul al que le podrá atribuir el adjetivo de “hermoso”, pero digo yo que son las nubes las hermosas, volubles.

Entonces el médico que quiso ser Dios se siente culpable por su muerte. Grita mil injurias a Dios pero no pierde la esperanza. Su mano se estira una vez se agacha un poco, pues es alto, para comprobar su decaído y desaparecido pulso. Su barba blanca resplandece por un rayo de luz que tropieza con su barba.

El hombre que quiso ser un héroe, mi padre, siente una culpa tonta e infantil. Recuerda a su madre, vieja… y las locuras que cuenta cuando se dice para sí que el mundo está en su contra, y agradece al desgraciado Dios que tenemos por su vida, la de sus hijos y la de su madre.

Me río, finjo una cara de asombro, y el médico dice, altanero, que la den por muerta y hace un gesto con su mano. Me dirijo a donde está mi madre, en el montículo, y aunque aún oigo y me siento molestado por los gritos del joven conductor, le pregunto que si está bien. Para entonces ya ha llamado a los bomberos, que no se encuentran a más de un kilómetro de aquí y, sin embargo, tardan más de 15 minutos en llegar.

Cuando ya estoy en la entrada principal de mi colegio, me río con un amigo, a la vez que le cuento lo que sucede. A la vez que mi hermana tiene ojos vidriosos y su voz parece que se quebrará en cualquier momento, a lo que, fastidiado, le digo que si quiere se vaya con nuestra madre.

Una mañana extraña en la que nuestra madre nos trae al colegio en su carro, una mañana extraña en la que el frío descubrió a mi aliento, con quince grados centígrados, lo que para mí, friolento y acostumbrado a los veintiún grados, es un frío asesino y cruel, aunque agradable.

“D.E.P”, pienso y me río, esta vez descaradamente, y le agradezco a los hados, pues me han dado una alegría tempranera, una anécdota genial.