Esto...

Es una historia que ocurrió hace un tiempo. Una historia aterradora en esencia, algo que me gustaría olvidar, inclusive considerándolo una perla en mi vida.
Fue horrible.





Entrevista a Miroslav Suárez.

Siempre he disfrutado jugar con las mentes de las personas. Es un pasatiempo aterrador, lo sé. A veces consume mi tiempo de sueño… lo que solía tener malas consecuencias en los días siguientes, pero no es mucho peor que aquel que deja a su familia sin dinero por irse de juerga. No es mucho peor que aquel que apuesta todo lo que tiene... Aunque se podría decir que me parezco a este tipo, ya que se me podría llamar ludópata.
¿Qué qué hago? Eso puede variar, mi estimado. Puede variar tanto como la persona a la que atormento en cuestión. Atormentar es una palabra fuerte, sí, quizá haga pensar en trauma… en daños severos, mas no se debe ser tan negativo; ninguna experiencia en esta vida es mala.
En cuanto dijo esto, sonrió tétricamente. Era una ocasión única en mi vida, pero no paraba de temer.
—Por favor, siga— dije, intentando esconder mi temor.
¿Por dónde comenzar? Mi modus operandi… ¡Me hace pensar que soy un horrible asesino!—rió sardónico— es complicado de explicar… ¿pero qué no lo es cuando tu elocuencia es tan… corta, como la mía? Bueno… Siempre he sido muy observador. Era el alumno preferido de mi profesor de biología en su tiempo. A él le gustaba que observásemos las cosas que nos llamaban la atención de la naturaleza… De cualquier cosa que encontráramos rara, de esta manera, todas nuestras clases comenzaban con alguna que otra observación hecha por alguien (generalmente yo) en nuestro fin de semana. Cabe destacar, aunque es intrascendente, que mi clase era muy participativa en ese sentido… Solo era el más atento, el más suspicaz.
El observar tantas cosas desarrolló en mí incluso más esa cualidad. Cuando ya era un adolescente me interesé más por los humanos, sus comportamientos, las formas en las que reaccionaban… Sus miedos, sus pasatiempos, el cómo se relacionaban sus pasatiempos y sus miedos… A qué le tenían más terror, sus más profundos pensamientos. ¡Tanta vastedad en, nosotros, pequeños humanos! Quizá somos incluso más vastos que el océano… ¡Ah, quién sabe…!
Pese a que siempre fui huraño, demasiado, dirían algunos y me solían reprochar mis amistades esto, nunca dejaba de lado la oportunidad de conocer más a una persona. Podía ser una conversación estúpida, que no llevaba a ninguna parte; algo tan variado como las personas misma; pero ese era el error más tonto… Mis conversaciones siempre tenían un objetivo y tenía una tasa de veracidad  muy alta… ¡Muy pocas veces fallaba! Tenía que ser muy cerrado el sujeto, extremadamente cauteloso, para que no sacara algo yo de él.
Su cara era un amasijo tremendo de variadas expresiones. Ponía la expresión que causaba más impacto con relación a su discurso. Su nariz parecía un ponqué, su cara tenía alguna que otra marca de su juventud, granos explotados, etc. Su cabello era rulo  y corto. Sus ojos marrones. Era una persona que resaltaba a tu vista por lo feo y encantaba por su forma de expresarse.
—Esto puede sonar raro, descuidado de mi parte.— puse mi mano derecha en mi nuca—, pero ¿por qué decidió que se diera a conocer su historia? ¿Por qué quiere darse a conocer si disfruta explorar a los demás?
Pensé que jamás haría esa pregunta… ¡Ja! Qué tonto fui, es fácil, no quería ocultarlo… tampoco le di demasiada importancia. Hasta ahora, todavía no sé por qué satisfago este impulso…¿Qué me lleva a hacer esto? He pensado por semanas, lo he cavilado tanto que no he dudado de mi asertividad al venir hacia usted. Procuraba que la respuesta al por qué contar mi historia se contara en el transcurso de la entrevista, todavía no sé qué me guió a hacerlo. Argh… y sobre por qué lo elegí usted, simple: es un escritor de una revista de parapsicología y este tema será de particular interés para ustedes, por mis métodos usados…  Demás está decir que he leído varios de sus artículos, bastante precisos en la mayoría de los casos… No podía despedirme de esta oportunidad. Era el momento adecuado, solo necesitaba encontrarle.
Temí que notara el entusiasmo en mi cara, pocas veces se reciben este tipo de elogios. Él sonrió irónico. Su cara era imposible de descifrar, podía decir con certeza que era un hipócrita, aunque no era nada del otro mundo saberlo.
Muy bien… Creo que no respondí con certeza cómo escogía a mis víctimas. Sigo cierta pauta, es muy meticulosa, se me acusará de tiquismiquis… Lo acepto. Lo soy. Particularmente en estos casos. Suelo observar a las personas por periodos largos de tiempo, descubro su naturaleza, sus miedos…  No me extenderé más de ahí, ya se lo conté, sé como sonsacar lo que quiero. Ahora… permítame contarle algunas de mis historias más particulares.
La primera ocasión es siempre particular, es el momento en el que descubres algo, no sabes cómo actuar si es desconocido para ti, no sabes qué hacer… Se podría decir que estoy comenzando a narrar la historia desde su piedra angular, todo lo que he contado hasta ahora no son más que antecedentes, detalles que podrían justificar algún que otro inconveniente posterior, si no se me olvidó alguna cosa.
A los dieciocho años de edad ya es estaba en mi primer año de universidad, estudiando psicología. Para esos días era alguien tan raro como encantador, tenía muchas amistades pero pocos verdaderos amigos. Ellos no lo sabían, ellos confiaban más en mí que yo en ellos. Una vez, de regreso a mi casa, noté cierta pesadez en mis ojos. La noche se había apropiado de todo en menos del tiempo estipulado que dura el crepúsculo. Fue raro. Supe de inmediato que había viajado por el tiempo y el espacio. No estaba donde debía estar pero sabía dónde estaba y me había tardado lo que me solía tardar en llegar a ese lugar. El puente de la calle Victoria. Miré al río y vi la oscuridad más profunda que he conocido.  No había reflejo en el agua. El agua parecía una solida y uniforme pared oscura.
Empezaron a aparecer algunos puntos rojos sobre ellas que me hipnotizaron— o eso supongo—… Mi mente se volvió un vaivén indescriptible. No sabía quién era, dónde estaba ni qué pasaba. Todo era confuso, volteaba hacia un lado y me mareaba. Todo era extremadamente raro. Me encontré mirando a una gran piedra en los minutos siguientes. Tardé en darme cuenta de lo que pasaba, tardé en responder ante lo que veía. Desprendía un aura aterradora, un aura que yo no  podía entender. No lo captaba, estaba más allá de mis capacidades.
Tal vez haya oído hablar de ella, se les llama Rocas del Karma… Poseen distintas características, como supongo que sabrá, y pueden expulsar diferentes características dependiendo de la persona en cuestión… A mí me otorgó el don más hermoso que me han podido regalar los dioses. A otros les parecería horroroso, les parecería inhumano; para algunos es un castigo, para otros un gran regalo, a otros simplemente les da igual. Depende de la persona.
Se preguntará, intuyo, cuál poder me regalo… qué clase de demonio soy ahora. Soy un espectro, señor. Estoy muerto. Espiritualmente, estoy muerto. Soy un alma maldita que puede vagar por donde desee cuando quiera, mi cuerpo parecerá inerte; un simple desmayo. Sucede que todas las noches mi mente no divaga en sueños, siempre estoy consciente… Siempre.
Le parecerá que eso me hará volverme loco, pero no. No me volveré loco, se lo puedo asegurar. La explicación científica, y la única certera, es que mi cuerpo no siente el cansancio porque mi cuerpo descansa, por eso mismo mi mente no se ve afectada por lo que le sucede a mi cuerpo. Sin embargo, tengo que admitir que a veces es molesto estar despierto todo el tiempo. Siento que no he sido lo suficientemente claro. Me cuesta muchísimo abstraerme, no es que no pueda.
 Para este momento, ya parecían puras chorradas lo que contaba. Sus ojos me miraban como si me revelara una gran verdad, esperando sorpresa, miedo. Mi cara no le concedió el regalo que pretendía poseer. No podía permitirme perder esta batalla sicológica, habría sido mostrar debilidad… Mi orgullo estaba muy inflado como para permitirlo.
—Entiendo, es algo muy extravagante. ¿Cómo se siente al contar esto?
Su cara me miró perpleja.
¿Qué cómo me siento? Dice. Me siento estupendamente, no tendría por qué no. Es lo que quería, ya lo he dicho. Su sonrisa se ensanchó. Estaba desconcentrado… perdiendo.
Seguiré con mi relato, con este fantasmagórico cuento que es mi vida.
Al principio, no me di cuenta de esto. Pensaba que sufría de insomnio y torturaba a mi cuerpo con mi conciencia. Me veía decaído, no comprendía que pasaba. Ni siquiera me había dado cuenta de que cada vez que me levantaba, mi cuerpo seguía acostado. ¿Cómo habría de darme cuenta? No tenía nada qué comprobar. Cuando empecé a perder la paciencia, vagaba por toda la casa todas las noches. Mis pensamientos cruzaban fronteras infranqueables, fronteras que el ser humano no debe pasar nunca si no está preparado. Era una tortura peor que la física y más allá de la espiritual.
Podía ver mi cuerpo recostado, mas lógicamente lo atribuía a un arranque de mi lucidez por gastarme una broma. Me consideré loco. Casi llegué al extremo de ir a un psicólogo. Me contuve. Medité por largas noches, tratando de recobrar mi compostura… Y me di cuenta de algo que será el punto de inflexión de mi poder. Mi mente ya estaba serena esa noche.
Solo se oían a los grillos y a un viento fuerte que le daba por cantar su canción de marinero. Me dirigí a mi cuarto, un tanto abatido, debo admitir. Contemplándolo con suma serenidad. Observé todos los detalles, pues mis ojos  se habían acostumbrado a la oscuridad y esa noche la luna era nueva. Y me vi a mí. Acostado. Durmiendo. Sentí deseos de matarme y si hay que decir que cometí un acto impulsivo esa noche, no fue otro que el intentar ahogarme y sentí algo en mis manos, mi presencia inerte, mi yo durmiente. Mi proyección espiritual se deformaba un poco cuando me acercaba a mi cuerpo, como reaccionando… Pude percibirlo muy objetivamente. Me permití ver más allá de lo que había estado viendo, más allá de lo mundano; filosofé sobre metafísica, se podría decir. Llegué a la conclusión de que era lo que llaman los parapsicólogos “un proyección astral”.
Fue un descubrimiento maravilloso, déjeme decirle. Me sentí libre, dudé un poco, no lo niego. Pensé que era una excusa para engañar a mi subconsciente, pronto me di cuenta de que podía atravesar cosas físicas si me placía. Si te mantienes creyendo que sigues estando en el plano físico, tu proyección actuará como tal. Puedes no estar apoyado sobre la pared, pero como no hay nada que nos até, como la gravedad, por ejemplo, podemos controlar nuestro cuerpo como queremos. Podemos incluso transformarnos… ¡lo más placentero!

Estuve seguro de que vio como empecé a divagar sobre la palabra “transformar”… Todo lo que podía hacerse. Y él veía que yo comprendía todo eso, y sabía que había provocado lo que quería, por lo que sonrió, pero no lo interrumpí, si bien estaba jugando conmigo, me pude dar cuenta de que también estaba excitado al contar su más grande secreto. Porque alguien le creía finalmente. El ser humano teme a la soledad, siempre necesitamos a un cómplice.
Como debió haberse dado cuenta, mi mente empezó a tratar los planes más desquiciantes que se me habían ocurrido en mi vida. Podía perseguir a alguien. Observarlo en sus horas nocturnas, atormentarlo. Hacer lo que quisiera.
Mi primera víctima fue niño pequeño. Necesitaba comprobar hasta dónde podía llegar. El pequeño se dirigía al baño, temeroso de la noche. Yo me paré en el portal del baño, dejándole suficiente espacio para que pasara. El niño pareció verme, mi presencia lumínica, mi sonrisa malévola. Gritó. Gritó como solo lo habría podido hacer un niño. Caminé lentamente, tan lentamente como me lo podía permitir. Lo perseguí. Llegué al cuarto de sus padres, donde estaba él. Prendieron la luz e hice mi presencia incolora. Agravé mi voz. Dije cosas horribles y no me arrepiento de ello. Estoy seguro de que esa familia nunca será lo mismo. No lo lamento…
Estuve varias semanas haciendo lo mismo, les llegué a oír en mi presencia mundana hablar sobre un posible exorcismo. Mi carcajada al oír esto nunca pudo ser tan poderosa. A la primera semana del segundo mes, me di cuenta de que mi modus operandi era obvio y barato. Aceptable para una película de horror de segunda, nada más. Para empezar, mi presencia brillaba por sus contornos, dando colores opacos a mis ropas— me pude ver en un espejo—, la forma en la que asustaba no era mucho más audaz que la de un niño de primaria, por lo que me sentí un tanto infantil. Me propuse a hacer de esto un arte. Algo por lo que no me pudieran olvidar. Jamás. 
La laptop grababa todo tal cual lo decía. Mi certeza de su psicopatía fue algo intuitivo, me tenía sin palabras.
Quise hacer las cosas más sutiles… Miró hacia el techo, como recordando y regocijándose de sus actos. Quise hacer las cosas de una manera más profesional.
Una noche, la recuerdo con especial gracia. Estuve observando a una muchacha que navegaba por la internet y reía constantemente. Tenía las luces apagadas y su cara era encantadora. Su cabello castaño oscuro apenas tenía unos pequeños reflejos por la luz del monitor.
Noté en cierto momento que volteaba constantemente hacia la derecha o hacia la izquierda. El suscitado miedo a la oscuridad que los humanos poseen. Siempre buscando algo donde no lo hay. Temiendo a lo que no pueden observar… Ni oír.
Me imaginé siendo una presencia realmente aterradora. Una calavera con grilletes. Demasiado trillado. Luego un hombre en su túnica negra, un malévolo mago con una sonrisa roja. Ojos rojos. Y sonreí. No pretendí que se cumpliera, pero así fue. Solo fue un segundo, vi la expresión de horror en sus ojos. Fue un parpadeo mi aparición.
Luego lo hice real y me fui acercando. Acercando, acercando… Cuando la chica dejó de dudar de su mente, prendió la luz. Y desaparecí. La atravesé suscitando un escalofrío en su espalda. Volteó a la ventana y no vio nada. Esperé unos quince minutos, viéndola incómoda.
Toqué su ventana con una uña sumamente larga que poseía mi malévolo mago y ella gritó.
Aparecí detrás de ella en forma de una desdichada mujer de otros tiempos.
Le susurré al oído:
—¡Qué jovencita encantadora!— Y reí macabramente, una risa muy, muy aguda que se fue volviendo cada vez más grave.
Ella volteó a ver qué había, vio la cara de la mujer descuartizada.
Vio como su dentadura sobresalía por lo que alguna vez fueron sus cachetes. Como la cuenca de su ojo era extremadamente profunda… ¡Reí! Y la señora rió. Quise que todos riéramos pero ella gritó, se cayó de la silla y corrió despavorida… Luego desaparecí. Oí como llamaba a su madre por el teléfono. Su voz temblorosa, sus ojos llorosos. Fue hermoso.
Soltó un suspiro que no comprendí, parecía como si hubiera perdido un amor. Tiempos que ya no se podrían revivir más que con las palabras.
Miró la mesa. Buscando alguna otra historia, supuse. Me sorprendió un bostezo. Luego prosiguió.
¡Ya!... Disculpe mi silencio. Trataba de buscar una de las más aterradoras que me he tenido la capacidad de crear.
Era un día claro. Ese día no tenía mucho qué hacer así que pude ocupar la mayor parte de él en mi pasatiempo. Sonrió con picardía. Perseguí a un sujeto que conocía por su desvarío emocional. Me interpuse en su camino varias veces, provoqué escalofríos. Una que otra vez incluso me permití ponerle el pie para que trastabillara. Miraba a los lados con rabia y veía manos, manos temibles, de no muertos. Manos que caían y seguían con vida.
Para ese tiempo ya tenía mi habilidad muy bien desarrollada. Era un excelente ilusionista, controlaba tan bien lo que podía hacer que era incluso peor que un demonio.
El chico temió tanto que de un momento a otro empezó a correr como nunca. Gritaba con brío. E hice que escuchara risas que seguramente nunca olvidará. Lo seguí hasta su casa, cuando lo dejé por su cuenta. Metido en sus sábanas, temiendo por su vida. Esperé dos o cuatro horas. Hasta que el chico, digo chico, pero ya tendría 23 años… Un ser bastante gordo y repulsivo, antipático a más no poder. Se creía la gran cosa, el pobre.
Recobró su confianza a eso de las cinco de la tarde. Ya no tenía tanto miedo, veía nerviosamente el piso, las paredes, estaba tan asustadizo como un pequeño bebé en la oscuridad. Fue a la cocina y empezó a preparar un sándwich. Para ese momento, cuando planeaba ponerle algo de salsa, se derramó un poco y empezó a escurrirse como si de sangre se tratara. Cuando vio el frasco, reí mucho, debo admitirlo, vio un antebrazo mutilado y sanguinolento. Cuando fue a ver el pollo que fritaba, vio un pedazo de pie. ¡Tan aperitivo que salió corriendo, olvidando completamente todo y dejando que se chamuscara! Fue a su cuarto, llorando, sollozando como el infeliz que era.
Cada vez que intentaba llegar a su cuarto algo lo asía por sus pies. No le permitía ir a ninguna parte y ese algo reía tan tenebrosamente. Se creyó pronto en la boca de un feroz animal y para cuando me di cuenta, estaba desmayado. Jugué cuanto pude con él por varias noches, pero mi modus operandi no cambió mucho.
Para ese momento ya sabía con quién me estaba metiendo. Temí por mi vida y fue el punto en el que cambió todo, porque él se dio cuenta. Maldije todo lo que pudo haber a mi alrededor, pero ya no estaba en condiciones para seguir la entrevista.
¿Qué le pasa? ¿Se siente mareado? — Dijo con una sonrisa en su boca el desgraciado.
Gruñí algo ininteligible en respuesta, y me di cuenta de que su figura se desvanecía como si de un espejismo se tratara. Para ese momento, me di cuenta de mi fatal error. Eran las doce de la noche cuando había comenzado la entrevista, ahora debían ser casi la una de la madrugada. Su periodo de caza.
Temí por mi vida como nunca pude haber temido por ella. Sabía que no era real, pero se sentía real. Los tentáculos viscosos que recorrían mi boca, que me tumbaron al piso con una fuerza atroz. Me desmayé por quince minutos, cuando me desperté vi que un grupo de gente me veía extrañada, las vi sonreír y vi como sacaban sus lenguas extremadamente largas, como  sus dedos se volvían garras enormes. Me entregué al miedo y, antes de que me diera cuenta, estaba dejándome matar por una mera ilusión.
Traté de convencerme de que no lo era, fue demasiado tardé. Corrí despavorido por dos horas al menos, temiendo cuanto aparecía en mi camino, muchas veces casi fue arrollado. Luego me desmayé otra vez y me di cuenta, cuando me desperté, que el sol había salido, estaba tirado bajo unos árboles al lado de una carretera que estaba a diez kilómetros de mi casa, mi ropa estaba roída y tenía algunos rasguños. Maldije a Miroslav por la eternidad. Rogué porque el archivo siguiera intacto. Y estuvo…

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