El nacimiento de Charles Darwin

Esta es una historia a propósito del amor que siente una madre hacia sus hijos. ¿Logran adivinar de quién se trata? Además, quiero agradecer expresamente a mi amigo y colega Jaime Montoya por aceptar amablemente leer el manuscrito de este texto y hacerle unas correcciones imprescindibles que, si bien no las seguí del todo, Jaime, fueron muy valiosas y te lo agradezco en demasía. Así, los errores, si los hay, son de mi entera responsabilidá.

Hápax Eulalios

A Kathy, al porqué
(c) Stefany Moreno

Mary, nuestra partera, había pronosticado que daría a luz el 22. Cuando me lo dijo tuve la ligera sospecha que se adelantaría… como Erasmus. Él se había adelantado 6 días, y este niño, ¿en cuántos días lo hará? Child… Nuestro idioma no tiene el problema que tiene el latín o las otras romances… Si no sabemos el género de nuestros hijos (cómo saberlo, además) simplemente les denominamos así, child, y notamos si se trata de un niño o niña tan solo viéndolo. Ah, trivialidades de los nombres. Y todo esto por estar leyendo aquellos estudios del indoeuropeo de Sir William Jones. Oh, este pequeño ha pateado, «¡Mary, Mary, ha pateado!» Oh, «¿Mary?» Ya no está… Quizá se haya ido a preparar la cena… ¿Y si naces el 14 como nuestro mártir Valentine, querido? El 14 es un bonito día donde se va a misa y los esposos se prodigan amor en conjunto con sus familias, ah… Qué bello. Y, claro, también es el día de Cirilo y Metodio, partícipes de no solo el adoctrinamiento de los eslavos sino de la invención y perfeccionamiento de un alfabeto propio de esas tierras para esparcir la Palabra: el glagolítico. Escuché decir que significa literalmente ‘palabra’ y que además…. Ay, dolor, qué dolor, creo que, definitivamente, se adelantará al menos 2 semanas ¡o quizá más!, ¡Días te separan de tu madre, child of mine! Nacerá el 14, sí. El 12 y el 13 no tienen ninguna importancia, oh… Claro, salvo la patrona Santa Eulalia de Sarriá que, si bien nosotros no la veneramos, había escuchado que era alabada en Barcelona. ¡Crucificada como nuestro Mesías por difundir la Palabra! Uh, nada más importaba, ¡el dolor era insoportable!

¡Señora Susannah! ¡Dios mío!

No fueron los regaños de Robert los que me preocuparon sino que cualquiera de las niñas haya visto algo… Especialmente la menor, Susan. Según Mary, fue ella la que me encontró en el suelo, inconsciente. Las niñas, con Erasmus, estaban jugando en el cobertizo. Yo solo recuerdo que estaba deseando que mi pequeño nazca el día de San Valentine cuando, de repente, me encuentro en mi habitación, echada, con mi marido, Mary y mi suegro. Todos con cara de consternación o de velorio… como si me hubiera muerto o algo. «¿Las niñas?», pregunté instintivamente; «Duermen plácidamente, querida», me dijo Robert. Me toqué la barriga y noté que todo estaba bien. «Todo en su lugar», me dije. «¿Y bien?», me inquirió Robert. Mi marido era un tipo dominante para ser un médico rural. Gran lector de novelas y tratados, los más que yo también leía sin parar. ¿Qué me había enamorado de él? Sin duda, don Erasmus, su padre, poeta y gran conocedor de muchas especies de plantas. Todo un humanista. Además, lo conocía desde siempre porque era un amigo entrañable de mi padre. «Simplemente salí a dar un paseo y… me encontré acá», dije, como para romper la tensión. Todos me miraban reprobatoriamente. «¡Erasmus!», grité; «Está durmiendo, señora»; «Tráiganmelo inmediatamente». Traté de disimular una sonrisa y me quedé pensando mientras Robert me daba un sermón. Pensé que este niño sería el último… me sentía enferma… Algo no andaba bien en mi organismo como para seguir procreando; ellos, mis hijos, ninguno se privaría de nada si yo les faltara, pero… no quería faltarles. Minetras Robert hablaba, tratando se serenarse; era divertido verlo así, tan solemne, tan incólume, regañando a su mujer porque no guardó el reposo solicitado y a su padre, mudo pero mirando de soslayo todo este espectáculo que después recrearía en algún verso, alguna cuarteta… Él también escribía en latín… Se golpeó. Traté de no reírme pero no pude. ¡Un libro le había caído en la cabeza! Su padre se rió estentóreamente. Quise ver qué libro era pero mi marido lo cogió y, rápidamente, lo puso en el estante. Con la rapidez, o por lo mal puestos que estaban, se le cayeron más libros encima. La risa fue general ahora. Él mismo se reía mientras Mary trataba de acomodar todo este desorden. Cómo amo a The Mount, «cómo te amo Robert», le dije, antes de quedarme profundamente dormida.


Mi querido hijo sería un varón y nacería el sábado 12 de febrero, al promediar las 2 de la mañana, de 1809. Las contracciones las sentiría a la media noche del mismo día, como si él hubiera calculado con rigurosa exactitud cuándo nacer. Fue un parto de lo más tranquilo. Un robusto bebé se uniría al calor de mi numerosa familia, The Mount. Pensé en ponerle como su padre pero él se negó así que al final quedó como Charles Robert. Todo un regalo de Dios.



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