Vacas marinas, vacas gordas

Un líder militar que venció al enemigo aprendiendo sus tácticas, que unificó una nación y fue vencido al generar división entre los suyos por los duros castigos que aplicaba a quienes no compartían sus ideas. Un día, nadie sabe muy bien cual exactamente, de la última semana de febrero  se llevó a cabo la Batalla de Marihueño. En ella, Lautaro hizo uso de una estrategia española que lo llevó a la victoria. Eso es lo poco que recuerda un pastor alienígena cuando sus vacas marinas hacen silencio.




Leftraru, pastor de vacas marinas

               
                Ser un pastor de vacas marinas es aburrido. En las ciudades se escribe al respecto de un modo en el que se trata la soledad y el silencio, propios de esta actividad, como capaces de estimular ciertas glándulas que permiten elevar el estado de conciencia, pero en la vida real es aburrido.
                A veces las vacas se separan y, asustadas, huyen en todas direcciones cuando aparece un dragón solitario y tengo que sacudir la cabeza para no perderme entre recuerdos en los que por uno de los flancos ataco a mi viejo amo y su último escuadrón trata de escapar en desorden. “Felipe Lautaro”, así me llamaba, aunque… ese no era realmente mi nombre. No soy un dragón, mis vacas no son soldados de mi amo, soy un pastor y debo sostener mi cetro para que el dragón, al verme, desista de su rapiña y deje a mis vacas tranquilas.
                Una vez cuatro dragones solitarios de similar complexión vinieron hacia mis vacas, mis nobles gordas aletearon en formación de combate. Los dragones no tomaron en cuenta que la segunda luna estaba en fase roja y por esto las vacas marinas enloquecen un poco y se tornan agresivas. Los dragones suelen olvidarse de las lunas. Uno a uno los reptiles fueron rechazados y, heridos, desaparecieron en dirección a la superficie, tal vez en tierra tengan más suerte. No lo sé. Dicen que algunos dragones viajan hacia allá y no vuelven. Dicen también que hay civilizaciones capaces de sobrevivir respirando aire y alimentándose de frutos de la tierra.
                Observando a mis gordas recordé una vieja batalla en la que de un modo similar al de los dragones vencimos a unos españoles en la cima de una montaña. Cuatro escuadrones en vez de un grupo grande, cuatro fuertes y llenos de energía relevándose y atacando uno tras otro abatimos a un ejército más experimentado y con un mayor dominio en el manejo de armas. “Febrero”, no sé qué significa esa palabra, pero siento que se usaba para designar el estado del tiempo, como aquí la segunda luna sangrienta.
                El dos es un número que me favorece, suelo vencer con mis mapuches o mis vacas. Suelo vencer. Sí, cuando mi mejor amigo se alejó de mí y nuestras fuerzas se dividieron empezó mi descenso. Ahora que lo pienso estas visiones llegaron a mí desde que se murió mi esposa, antes también éramos dos y no sentía que fuera aburrido llevar a pastar a mis vaquitas.
                Mi mejor amigo se alejó de mí porque no soportaba los castigos que ordenaba hacia nuestros hermanos reacios a la guerra. Mi esposa se disolvió en luz luego de enfrentar a un enorme dragón dorado para salvarme a mí y a nuestras vacas. Cuando desperté pastaban tranquilas, nadie me creyó, nadie podría creer que alguien de nuestra raza podría lograr que un reptil del linaje antiguo se alejara de su presa desmayada para convertirse en luz y desaparecer como los héroes de nuestras leyendas. Eso solo ocurre en las historias que se escriben en la ciudad acerca de pastores que encuentran dragones dorados y se elevan.


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